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La española que creó coches autónomos antes que Google: “Hemos ido en cabeza”

Teresa de Pedro, durante la presentación de Platero, uno de los vehículos autónomos del CSIC

Cristina Sánchez

Hace medio siglo, cuando Telesincro fabricaba el primer ordenador español y aún faltaban unos cuantos años para el nacimiento de Apple o Microsoft, Teresa de Pedro trabajaba ya con una máquina de IBMTeresa de Pedro. “La gente no tenía ordenadores en sus mesas ni muchísimo menos, y yo empecé a hacer la tesina con él como usuaria”, rememora esta investigadora ya jubilada para HojaDeRouter.com.

A principios de los 60, los primeros computadores (IBM impuso el término ordenador más tarde) acababan de aterrizar en los centros universitarios españoles, entre ellos una veintena de IBM 1620 como el que usó Teresa para su proyecto fin de carrera, que presentó en 1967, tras licenciarse en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid.

Aquel primer acercamiento a la naciente informática con una máquina que utilizaba tarjetas perforadas supuso el inicio de su dilatada carrera investigadora, en la que desarrolló desde uno de los primeros programas de inteligencia artificial en España hasta los primeros vehículos sin conductor patrios.

Una mujer en los albores de la informática en España

Ir a la universidad no era lo habitual para una mujer nacida en la época de Teresa. En 1940, solo el 13 % de los estudiantes matriculados en las universidades españolas eran mujeres, una cifra que se incrementó muy poco durante las siguientes décadas (hasta el 20 % de 1958). En su caso, la pasión por la física que le transmitió una profesora y el impulso de sus progenitores, que la animaron a estudiar y le dejaron “libertad absoluta” a la hora de elegir carrera, fueron decisivos para comenzar sus estudios universitarios en 1961.

La tónica de la época era casarse y se acabó. Mi padre decía ‘aunque os caséis y lo dejéis, que sea porque vosotras [su hermana y Teresa] hayáis querido dejarlo’. Y ese ha sido un empeño que les agradeceré a mis padres toda la vida”, destaca De Pedro. Una cuarta parte de sus compañeras eran mujeres, aunque la mayoría (entre ellas algunas monjas) se dedicaron al ámbito de la enseñanza en los institutos. Ella siguió un rumbo diferente.

Al poco tiempo de presentar su tesina, obtuvo una beca para trabajar en el Instituto de Electricidad y Automática del CSIC, creado por iniciativa de José García Santesmases, el padre de la informática en España. De hecho, fue profesora adjunta del pionero. “A lo mejor porque era una persona que ya sabía un poquito de informática y se daban los primeros cursos y las primeras clases de universidad”, según relata con humildad.

A mediados de los 60 ya se incluían clases de programación o 'hardware' en algunas titulaciones (la Complutense fue pionera a este respecto), aunque no fue hasta 1976 cuando se crearon las primeras facultades de informática primeras facultades de informáticaen Madrid, Barcelona y San Sebastián. Para entonces, esta investigadora ya había dado sus primeros pasos en el sector.

Telesincro quiso contratarla tanto a ella como a su primer marido, Ricardo García Rosa, con el que compartió gran parte de su carrera. Sin embargo, ambos prefirieron continuar por el campo de la investigación: “De alguna manera hacíamos lo que creíamos que debíamos hacer”, recuerda De Pedro.

No obstante, acabó aportando su granito de arena a la empresa catalana, que plantaba cara con sus miniordenadores a las poderosas multinacionales extranjeras: Telesincro decidió contratar al Instituto de Automática Industrial en el que De Pedro trabajaba para mejorar el Factor-S, su primer ordenador de diseño 100 % nacional, lanzado en 1971.

Una máquina muy avanzada (cualquiera podía programarla y disponía de una versión primitiva de disco duro) para la que De Pedro desarrolló un ensamblador y un editor de textos. “Fue un trabajo muy complicado en aquel momento porque había que trabajar en código máquina”, rememora. “Es un trabajo muy interesante y muy gratificante para un informático porque es hacer el ‘software’ básico”.

Tras desarrollar un programa para predecir la contaminación atmosférica en Madrid o un simulador semejante a un primitivo videojuego para la Escuela de Guerra Naval, De Pedro se orientó al campo de la inteligencia artificial. En 1976, presentó su tesis doctoral, para la que ideó el sistema DOCIL (siglas de Diseño por Ordenador de Circuitos Impresos “y la ‘l’ para que fuera dócil”).

Por entonces, diseñadores expertos se encargaban de trazar los caminos de las conexiones en un circuito impresocircuito impreso, esa placa generalmente de color verde que puedes descubrir en las tripas de cualquiera de tus aparatos electrónicos. La labor manual era ardua, ya que, a medida que se trazaban las conexiones, el laberinto era más complicado y quedaba menos espacio libre.

Imitando el modo de operar de los humanos, esta investigadora desarrolló un programa para que el ordenador trazara esos caminos automáticamente. “Fue uno de los primeros programas de inteligencia artificial no teóricos”, asegura De Pedro. “No conozco otro, porque se empezaban a hacer cosas de inteligencia artificial pero se quedaban en planos de juegos sencillos [...] Nosotros también empezamos a trabajar en eso, pero lo aplicamos a resolver un problema de la industria”.

Su sistema DOCIL tuvo mucho éxito en poco tiempo: el CSIC lo transfirió a empresas, centros de investigación, institutos de astrofísica y universidades españolas y extranjeras. “Mi primer viaje a Alemania fue para implantar tecnología española en un Instituto Max Planck”, recuerda Teresa con orgullo.

A raíz de la popularidad de su programa en la comunidad científica, algunas empresas se interesaron por sus avances en los años 80. Una de ellas fue Televés, una empresa gallega dedicada a la recepción y distribución de la señal televisiva para la que desarrollaron varias herramientas.

Una de ellas permitía el ajuste automático de equipos electrónicos. Hasta entonces, un técnico experto tenía que sentarse ante un osciloscopio y dedicar media hora a ajustar los parámetros para que cada amplificador recibiera la señal que deseaba el telespectador y rechazara las demás. Teresa y su equipo construyeron una suerte de manos robóticas que se movían en función de un programa de ordenador mucho más rápido que los humanos: “Hicimos un sistema de inteligencia artificial que lo resolvía en minuto y medio”, afirma con orgullo.

De los robots móviles a los coches autónomos

Con la firma del tratado de adhesión de España a la Comunidad Económica Europea en 1985, los investigadores del CSIC comenzaron a participar en los proyectos científicos continentales. Teresa trabajó e incluso dirigió los primeros relacionados con robótica.

Tras experimentar con brazos manipuladores, compraron un robot similar a un carrito (Shakey, el primer robot móvil con inteligencia artificial, también era parecido a una lavadora con ruedas) y dotado con sensores de ultrasonidos y un sistema de visión artificial. “Era bastante primitivo y carísimo, los robots aquellos costaban un ojo de la cara, muchísimo más que un Mercedes”, recuerda De Pedro entre risas.

Controlar un sistema formado por un robot móvil que se movía por un carril transportando un brazo articulado para inspeccionar tuberías era el objetivo de uno de esos proyectos, apodado MARIE (Robot Móvil Autónomo en un Entorno Industrial, por sus siglas en inglés). Para conseguirlo, De Pedro y su equipo tenían que desarrollar algoritmos de planificación de caminos y de tareas.

Sin embargo, su trabajo no se quedó ahí. “De una manera bastante natural” pasó de desarrollar técnicas de control para robots a trabajar en las de vehículos autónomos. “Primero porque pensamos que era una cosa parecida, que un coche no es tan diferente a un robot con ruedas; segundo, porque los robots eran carísimos y los coches eran más baratos; y, tercero, porque estábamos a las afueras de Madrid y teníamos espacio para hacer pistas de pruebas”, detalla esta investigadora.

En 1996, arrancaba en el actual Centro de Automática y Robótica, un organismo mixto de la Universidad Politécnica de Madrid y el CSIC, el Programa Autopía para desarrollar vehículos inteligentes y autónomosAutopía. Una iniciativa que ha contado con financiación nacional e internacional, además de con la colaboración de otras universidades.

Hace dos décadas no era habitual dedicarse al novedoso campo de los coches sin conductor, así que De Pedro fue una “de las primeras” investigadoras que lo hizo en España. “El director de nuestro Instituto nos llegó a decir que si estábamos locos”, recuerda Teresa, que llegó a ser directora del programa. “Yo creo que había [gente] en Estados Unidos, por supuesto, Dickmanns en Alemania, en Japón también… Pero muchos de estos proyectos dependían de fabricantes. Yo creo que se trabajaba como individualmente, no había mucho intercambio de información en aquel momento”.

Ernst Dickmanns, el padre europeo de los coches sin conductor, había conseguido ya en los 80 que una furgoneta Mercedes a la que apodó VaMoRs discurriese por la carretera sin invadir el arcén controlando el acelerador, los frenos y el volante con ayuda de una cámara, sensores y el sistema de visión dinámica que este investigador había desarrollado. A finales de los 80, la Universidad Carnegie Mellon también desarrollaba Navlab, un vehículo dotado de un radar que alcanzaba unas velocidades inferiores a las del sistema de Dickmanns.

Por su parte, los primeros experimentos de Autopía eran simulaciones, pero a finales de los 90 comenzaron a realizar pruebas con una furgoneta Citroën Berlingo eléctrica a la que apodaron Babieca, equipada en un principio con un sistema de control lateral. Poco a poco, instalaron una red inalámbrica que les permitió establecer la comunicación entre la estación base y los vehículos en las pistas y un sistema de navegación que utilizaba un GPS y una cámara de visión artificial. En 2002, también equiparon otra furgoneta, Rocinante, con un ordenador, y ese mismo año el grupo hizo su primera demostración internacional en Versalles.

“Yo creo que hemos ido no sé si adelantados, pero sí hemos ido bastante en cabeza. Estábamos a la altura de otros grupos, lo que pasa es que nosotros siempre hemos tenido menos recursos que los demás y estos proyectos son muy caros [...] Hemos sido un grupo reducido de personas y no es fácil competir con Dickmanns que trabajaba con Mercedes”, reflexiona De Pedro. ¿Podíamos haber sido pioneros en coches autónomos? “No sé si pioneros completamente, pero haber estado en cabeza eso seguro”, asevera.

En 2005, el mismo año en que Stanley, el vehículo con LIDAR y navegación GPS de Sebastian Thrun, ganaba el DARPA Grand Challenge, la gran carrera de coches autónomos estadounidense, en Autopía equipaban a Clavileño. Instalaron en un flamante Citröen C3 Pluriel descapotable un nuevo sistema de control sobre el volante e incluso uno de visión con cámaras estereoscópicas para la detección de peatones.

Sin embargo, el gran protagonista del programa Autopía fue otro vehículo, que también llevaba el nombre de un équido de la ficción literaria. En 2009, cuando Google anunció su proyecto de coche sin conductor dirigido por Thrun, en la sede del CSIC equipaban a Platero con su tecnología. Tres años después, recorrió 100 kilómetros entre Arganda del Rey y San Lorenzo de El Escorial100 kilómetros sin conductor al volante gracias a un sistema de navegación e inteligencia artificial que le permitía conocer su posición y desplazarse de forma autónoma.

Teresa comparaba entonces al vehículo con “un ciego que aprende de memoria el camino por el que tiene que irciego ”: hasta conocer la calzada, Platero debía seguir las indicaciones de Clavileño, que registraba la trayectoria de referencia y se la enviaba en tiempo real al coche sin conductor. Habían logrado controlar el vehículo, pero le faltaba percibir la totalidad del entorno, una capacidad que el coche sin conductor de Google lograba con su carísimo LIDARcoche sin conductor de Google (una tecnología que funciona gracias a un haz de luz láser para detectar distancias).

¿Qué faltó para que los vehículos autónomos patrios adelantaran a los de otros países? “Hubiéramos necesitado apoyo de las empresas o de quien fuese. Además, hemos estado bastante bien hasta que en los últimos años ha sido un desastre, porque no solo no hemos tenido apoyo, es que nos lo han quitado todo. Se han deshecho los equipos de investigación”, reflexiona De Pedro. “Pasa además que las empresas fabrican en España pero no son españolas, y no les gusta —no lo dicen abiertamente pero se les nota a la legua— que la investigación esté fuera de sus casas comerciales”, comentaba recientemente esta pionera.

Teresa de Pedro es miembro de honor del programa Autopía tras jubilarse en 2014, si bien la iniciativa sigue su rumbo con un equipo muy mermado. Tres personas trabajan en él. Uno de ellos, el investigador Jorge Godoy, explica que en la actualidad cuentan con un prototipo más moderno, un Citröen DS3 que incorpora un sistema de visión estereoscópica, un LIDAR y unidades similares a las empleadas por Tesla en sus vehículos para la percepción del entorno.

Tras casi dos décadas dedicada al desarrollo de los coches autónomos, De Pedro considera que tendremos muchas ayudas a la conducción que permitirán reducir accidentes, pero parece desconfiar de que “la conducción completamente automatizada” sea el futuro. “Yo no la veo sentido”, considera. “Hay cosas que hay que emplear muchos recursos para no obtener un resultado”.

Ella ya no está diseñando ese mañana, pero hay que reconocer el mérito de esta investigadora, una de las primeras mujeres que trabajó en los albores de la informática, la inteligencia artificial y los coches autónomos en España. “Yo creo que hice lo que tenía que hacer. No me considero una cosa extraordinaria, pero yo creo que he cumplido”, sentencia con modestia.

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Las fotografías son propiedad de Programa Autopía, Centro de Automática y Robótica CSIC-UPM (1 y 7), cortesía del Museo de Informática García Santesmases, Facultad de Informática, Universidad Complutense de Madrid (2 y 3) Teresa de Pedro (4), Jordi Vidal (5) y Cristina Sánchez (6).

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