Seguro que, de pequeños, habéis jugado al ajedrez. O al menos lo habéis intentado. En el colegio, en casa de un amigo, o con el pesado de vuestro padre. Y solo había dos posibles resultados: que la experiencia con el deporte mental terminase en un “me aburro” o que disfrutáseis como enanos con la estrategia del juego y, hoy en día, de vez en cuando caiga aún alguna partidita.
Si formáis parte del segundo grupo, la estrategia es lo vuestro. Controlar los pasos del enemigo, acercarse de forma cautelosa a la reina o derribar la enorme muralla de peones que la protege son maniobras que os mantienen en vilo durante horas.
Con internet, los ‘smartphones’ y las tabletas, uno puede disfrutar de una partida en el momento y lugar que quiera, contra jugadores de todos los niveles, desde el novato al más profesional. Incluso es posible competir contra la máquina. Aunque, eso sí, vigilad bien vuestros movimientos porque resulta muy probable que, al final, sea el ordenador quien se lleve la victoria.
Pensaréis que es normal, pero, ¡ay, amigos! Las apariencias engañan. De entre todos los juegos de estrategia conocidos, sólo uno se resiste al imperio de la inteligencia artificial. Hablamos de Go, el juego de estrategia chino en el que el poder de la mente humana aún supera a la efectividad matemática de la computadora.
Más difícil que el ajedrez
“En castellano, Go se llama el cercado. Parece una batalla y es como jugar cuatro partidas de ajedrez” al mismo tiempo, nos cuenta Erasmo Muñoz, profesor de Go en el Club de Go Nam Ban de Madrid. “Pero luego termina siendo un lenguaje entre los dos jugadores, entre ‘tú juegas en un punto y yo en el otro’, una negociación”.
Inventado hace más de 2.500 años en China, las partidas de este juego se disputan sobre un tablero de madera de 19 filas y 19 columnas, en cuyas intersecciones se van colocando piedras negras y blancas. A diferencia del ajedrez, al empezar la partida el tablero está vacío y todas las piezas puntúan de la misma forma. “El objetivo del juego es hacer territorio y no comer piedras”, explica Muñoz. “Además, es un arte marcial porque, en vez de aprender a manejar batallas como hace el ajedrez, aquí aprendes a manejar ejércitos”.
Go, en chino, significa cinco, una cifra que hace referencia a las piedras necesarias para capturar una del enemigo, así como al máximo de batallas individuales que se pueden librar sobre el tablero al mismo tiempo. En Go no existen los empates, y la velocidad forma parte de su ADN. “En el ajedrez se piensa mucho, aquí se piensa menos para jugar más rápido”.
“El Go deja un espacio para la intuición que no tiene el ajedrez, y eso se debe a que el Go, en parte, es mucho más complicado”, señala, por su parte Nacho Cernuda, campeón de España de esta disciplina en 2005 y 2013.
Otro tanto opina Andrés Domínguez, jugador del Club Nam Ban. “El ajedrez me parece que es más táctico. Hay que combinar mucho, ver muchas variantes. El Go es más estratégico y se basa mucho en la forma y en patrones que reconoces porque has visto otras veces y has visto que han funcionado o que no han funcionado”.
Junto con el ajedrez japonés, Go resulta ser el juego estratégico más complicado del mundo. Con un nivel de dificultad de 400, en comparación con el 60 del ajedrez, grandes matemáticos y físicos se han sentido atraídos por este reto. El mismísimo Albert Einstein jugó a Go durante su etapa en Princeton. Y Alan Turing, padre de la informática, lo tuvo como pasatiempo mientras trabajaba descifrando el código secreto de los nazis.
¿Rival humano o digital?
En España, el juego aterrizó en la década de los setenta, pero no fue hasta los noventa cuando empezó a ser algo más conocido. Los medios empezaron a interesarse por el Go cuando se aficionó el hijo de Felipe González. Precisamente, gracias a uno de los reportajes que aparecieron en prensa por aquel entonces se aficionó Nacho Cernuda.
Un jugador que, como tantos otros, ha probado también a jugar con el ordenador. “Juego por ordenador, pero siempre con otra gente, nunca contra programas”, confiesa. “Siempre una partida cara a cara es más gratificante”. Pero hay algo más: “Solemos jugar a través de servidores con otra gente en internet, con programas no mucho porque son bastante malos todavía”, explica Joan Pons, campeón de España en 2012.
¿A qué se refiere Pons? Al hecho de que, a día de hoy, ningún programa de ordenador ha sido capaz de derrotar a un jugador profesional de Go. ¿Y eso por qué? “El sistema que funciona en otros juegos, que es explorar todo el árbol [de posibilidades] para ver luego qué ramas van mejor, de momento no es aplicable, porque el árbol es demasiado grande”, explica Pons.
“Los sistemas de reconocimiento de formas y de situaciones que a los humanos nos permiten ver cuál va a ser la buena o qué idea estratégica puede funcionar, [en] los programas todavía están muy verdes”.
“Es muy humano, muy visual. Simplemente, por las formas que hay en el tablero, puedes jugar. No hace falta tampoco saber calcular mucho”, indica, por su parte, Cernuda. “A un programa de ordenador le es muy difícil reconocer las formas”.
El poder aún es nuestro
No será porque los programadores no lo hayan intentado. Los primeros programas de ajedrez fueron desarrollados en la década de los cincuenta, y en los sesenta ya eran bastante buenos. No ocurrió así con Go. Hubo que esperar hasta 1968 para que un programa ganara a un iniciado, gracias a la Teoría de los Juegos de Ordenador del informático americano Alfred Zobrist.
Tras largos esfuerzos, en 1979, Bruce Wilcox, programador de inteligencia artificial, dio con la pócima para ganar a ‘amateurs’ de bajo nivel. Su programa fue capaz de batir a un humano, dándole una ventaja de 9 piezas.
Varios años de sequía después, la gran novedad llegó en 2006 con el investigador de inteligencia artificial en juegos francés Rémi Coulom y su algoritmo Monte Carlo. Una fórmula desarrollada en 1950 para moldear las explosiones nucleares y que Coulom combinó con el sistema que solían emplear los programas anteriores: el árbol de decisión. El algoritmo está incluido en su programa 'Crazy Stone', el último vencedor de la competición entre máquinas. Pero ni con esas.
“El método Monte Carlo llegará a un límite en el que no efectuará ninguna mejora”, explica Cernuda. “Hay quien dice que ya no falta tanto, pero yo creo que todavía falta” para que un ordenador se imponga a un humano.
Las máquinas aún no son tan poderosas como parece. El hombre sigue dominando el planeta, al menos en el campo de batalla del tablero. No hace falta ser un genio: cualquiera de nosotros puede autoproclamarse capitán de un ejército y echar mano de su intuición para lanzar ataques y defender territorios. Una intuición que, al parecer, es una cosa muy nuestra y no está al alcance de los ordenadores.