El león está triste. No sabemos que tendrá. Jirafas, monos y elefantes tratan de entretenerlo hasta que el minino Miau, sospechosamente similar al gato Félix, logra divertir al rey de la selva. Un ratón baila en una proyección de cine provocando sus carcajadas. ‘El Lleó trist’, una peculiar película de papel translúcido —los dibujos animados pasan de izquierda a derecha— podía disfrutarse gracias a un invento catalán que entusiasmó a los más pequeños el pasado siglo.
Patentado pocos días después de la proclamación de la II República, el Cine NIC era un original proyector infantil que no solo tuvieron los niños españoles, sino también los de otros países. Un precursor del más reciente Cinexin que les hizo descubrir la magia de las imágenes en movimiento girando una manivela.
Los tres hermanos que pasaron de fabricar papel al cine
Herederos de una dinastía de empresarios dedicados a la industria papelera, Tomás, Josep María y Ramón Nicolau optaron por dedicarse a un negocio diferente. Su abuelo había fundado una fábrica de papel para cigarrillos en el siglo XIX, que después se dedicaría a producir papel carbón. Ellos decidieron que el papel se podía utilizar para otros fines bastante más creativos.
El 25 de abril de 1931, presentaron la primera patente de Proyector NIC S.A., la empresa ubicada en el barrio barcelonés de Poble Sec que llevaba por nombre las primeras letras de su apellido. El invento proyectaba imágenes dibujadas en dos líneas diferentes sobre una tira. Un obturador alternaba la línea superior y la inferior, logrando así que las figuras parecieran moverse y se generara la animación.
Además, las imágenes del Cine NIC tenían continuidad. El niño tenía que hacer girar una manivela para activar un mecanismo que arrastraba la banda enrollada. En la parte posterior, se colocaba una bombilla de baja potencia, para evitar que el cacharro se quemara. “Se inspiraron en las imágenes animadas de la linterna mágica obtenidas con una linterna de juguetela linterna mágica, aplicaron esta animación elemental de solo dos posiciones diferentes a un nuevo medio cinematográfico”, explica Jordi Artigas a HojaDeRouter.com. Historiador de cine y autor de ‘El Cine NIC, una joguina històrica del Poble—Sec’, Artigas conoce el origen del juguete gracias al testimonio de los hijos de Tomás Nicolau.
Ingeniero industrial, Tomás se encargaba de diseñar los proyectores y elaborar los guiones, José María asumió las labores administrativas y Ramón, arquitecto, dibujaba las películas que proyectaría este invento, considerado como el primer aparato de proyección de imágenes animadas pensado para que lo utilizaran los niños. En Francia, la casa Pathé había comenzado a vender ya en los años 20 el Pathé Baby, un proyector para aficionadosPathé Baby, que se alimentaba de películas de 9,5 milímetros, pero que no estaba destinado a ser manejado por chiquillos.
Mudos o sonoros (en 1934, aparecía el primero capaz de sincronizar la imagen con el sonido de un disco de baquelita), a lo largo de los años los Cine NIC de los hermanos Nicolau llegaron a ser extremadamente populares en España y también fuera de nuestras fronteras.
Un cacharro que proyectaba dibujos Disney
La empresa neoyorquina NIC Projector Company compró la patente del sistema ideado por los hermanos Nicolau y, en 1932, fabricó el NIC 100, idéntico al original pero de color azul, verde o rojo en lugar de negro. La compañía desarrolló poco a poco otros modelos, como el NIC 500, de forma cilíndrica.
Otras compañías norteamericanas también desarrollaron con sus propias patentes otros aparatos claramente inspirados en el Cine NIC. Además de venderse en España, se exportó o fabricó en Francia —la empresa Selic francesa contaba con concesión de los Nicolau— Portugal, Italia, Reino Unido, Alemania o Argentina. Algunas fábricas compraban las patentes, otras decidieron fabricarlos sin pagar los ‘royalties’.
A Francia precisamente se marcharon los hermanos Nicolau tras el estallido de la Guerra Civil. Los anarquistas lideraron entonces una oleada revolucionaria en Barcelona y muchas empresas fueron colectivizadas. Servicios públicos, cines y teatros también fueron socializados. Cine NIC S.A. fue una de ellas y pasó a ser dirigida por la CNT. Siguió funcionando gracias a un primo de los hermanos Nicolau, miembro del sindicato, hasta que ellos recuperaron el control tras el conflicto bélico.
Los diferentes modelos de Cine NIC de posguerra eran más modestos: se redujo su tamaño para ahorrar en materiales y los soportes de las películas tuvieron que construirse en cartón y no en metal, según describe Gemma Carbó, coordinadora de Proyectos de la Cátedra UNESCO de Políticas Culturales y Cooperación de la Universidad de Girona, en una amplia investigación sobre la historia cultural del invento.
Los hermanos Nicolau consiguieron además la licencia para reproducir y adaptar al proyector películas de Disney, desde su primer largometraje de animación, ‘Blancanieves’ (1937), a otras aventuras protagonizadas por Pluto y Mickey, además de clásicos como ‘Peter Pan’ o ‘Cenicienta’. Sin embargo, los personajes más populares eran Tom el Cowboy, el gato Miau, Pulgarcito o Popeye.
Las películas también se inspiraban en tiras cómicas que circulaban por Barcelona y una de ellas adaptó incluso ‘Garbancito de la Mancha’ Garbancito de la Mancha’(1945), el primer largometraje de animación y a color de Europa. Años más tarde apareció el Súper Nic Souvenir, pintado en rojo y amarillo, con viñetas inspiradas en temática taurina.
“Se podía hacer durar lo que se quisiera, cuidando de no parar la imagen demasiado por el peligro de quemar la película”, rememora Artigas. A su hermano Josep, los Reyes Magos le trajeron uno en los años 40 con el que le apasionaba ver ‘La cigarra y la hormiga’. Él lo acabó heredando. “Se le tenía tanto aprecio a estos sencillos juguetes que se procuraba tratarlos bien y pasaban de unas manos a otras”, recuerda.
En los tiempos de posguerra, los modelos de Cine NIC tenían diferentes precios, por lo que pese a la situación consiguió ser “extremadamente popular”, según Artigas. Mientras la Pathé Baby costaba unas 100 pesetas en los años 30, en aquellos años el Cine NIC se vendió a 16 pesetas en Barcelona y a 18 en el resto de España.
Por otra parte, había que pagar una peseta por cada nueva película —el precio de una entrada era de unas dos pesetas en los 40— a lo que se sumaba el coste del disco en caso de que se pudiera escuchar una melodía al mismo tiempo para disfrutar en familia. Aunque no se sabe con exactitud cuántos llegaron a venderse, lo cierto es que había puntos de distribución del Cine NIC repartidos por toda España.
El proyector que despertó vocaciones
Además de facilitar el manejo a los niños, la simplicidad del cacharro hizo que los pequeños no tuvieran que conformarse con ver las tiras que compraban. Tenía “la ventaja de que después cada niño podía dibujar su película y proyectarla imitando el sistema del NIC”, destaca Artigas.
Tener la oportunidad de crear sus propias animaciones, simplemente dibujándolas en papel vegetal —que también podía ser papel corriente manchado con aceite— animó a algunos de esos niños a dedicarse al mundo del cine.
“El Cine NIC fue un proyector, pero también, para mí y supongo que para otros, una cámara”, describe el animador y actor José María Blanco en el libro de Jordi Artigas, publicado en 1998. “En aquel tiempo los niños éramos ingenieros y afortunadamente el mundo de la imagen solo existía en las pantallas de los cinematógrafos y en nuestro hogar, con el Cine NIC”, relataba el actor recordando “ese inefable ensueño con olor a chamusquina”.
Daniel Monzón, el director de ‘La caja Kovak’, ‘Celda 211’ y ‘El niño’, dibujó para el Cine NIC su propia versión animada de ‘King Kong’ cuando tenía diez años y se la proyectó a sus vecinos de escalera. “Grababa los sonidos y música en un casete de la época. Esos fueron mis inicios como director”, aseguraba en una entrevista en Jot Down hace unos meses.
La progresiva llegada de la televisión a los hogares —TVE comenzó sus emisiones en 1956— fue uno de los factores que provocó la desaparición del Cine NIC. El cambio de costumbres también hizo que “para las nuevas generaciones, el NIC fuera una antigualla. Algunas empresas lograron renovarse y la NIC no pudo o no quiso, su tiempo había pasado”, señala Artigas.
La empresa cerró en 1974. El coleccionista Tomàs Mallol adquirió los restos de la fábrica, entre ellos proyectores, prototipos, además de toda la documentación de la empresa. El Museu del Cinema de Girona, que el ya fallecido cineasta fundó, conserva en su colección películas y proyectores. Artigas es uno de los los pocos que ha luchado para que la memoria del Cine NIC siga viva, rastreando su historia, y aún busca editor para el exhaustivo libro que ha escrito sobre el proyector.
Mientras tanto, decenas de Cine NIC continúan vendiéndose en diferentes webs, de forma que el mítico cacharro sigue pasando de unas manos a otras. Un juguete anticuado y olvidado que ocupa su lugar en la historia del cine por haber hecho felices a miles de niños que, al igual que el león triste, se entusiasmaron viendo la primitiva animación de unas figuras dibujadas a mano.
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Las imágenes son propiedad de Luis Carré- Muncyt Coruña (1), Jordi Artigas (2,3,4 y 5 y 8), Museu del Cinema (6 y 7)