Ahora que todo parece tan sencillo, que nuestros artilugios tecnológicos son cada vez más livianos y que usarlos es cosa de intuición, solemos olvidar lo diferente que fue todo en los inicios, cuando nuestro gesto más cotidiano era poco menos que una odisea. Sin ir más lejos, ¿te imaginas que para ir a un locutorio a imprimir un simple documento tuvieras que contratar un montacargas? Sí, sí, un montacargas solo para trasladar el 'pendrive' en el que se encuentra almacenado? Seguro que pensáis: “¡Vaya pregunta! ¡Entonces lo mandaría por email!” De acuerdo. Pero, ¡es que tampoco había internet!
En 1956, la Red de redes era solo una quimera, la primera impresora eléctrica para ordenador se había inventado solo seis años antes y eran pocos los visionarios capaces de imaginar un acceso masivo a lo que por entonces solo estaba al alcance de los grandes medios de comunicación. Cuando los recuerdos aún se registraban en blanco y negro, la informática experimentó un gran avance al dejar atrás el almacenamiento de datos en tarjetas perforadas con el desarrollo de los discos duros. El primer gran paso lo dio IBM con el desarrollo del 305 RAMAC, acrónimo de 'Random Access Memory Accounting System', todo un complejo sistema informático (hablando en plata, un ordenador a lo bestia) que contenía el primer disco duro comercial de la historia.
Hasta entonces, solo las empresas más vanguardistas tenían acceso a un sistema de alojamiento de datos mediante tarjetas perforadas, mientras que la inmensa mayoría seguían aferradas al papel y el boli. Para plantar cara a este problema y facilitar la vida a los más despistados, la firma presentó en su sede de San José, en California (Estados Unidos), un sistema con una unidad de almacenamiento capaz de albergar 5 millones de caracteres de 7 bits (entre 4 y 5 megabytes de hoy en día) a los que se podía acceder en poco menos de un segundo. Para ser más exactos, en 600 milisegundos.
Este obra de arte de la informática estaba compuesta por un total de cincuenta discos de aluminio, recubiertos por ambas caras con óxido de hierro magnético, que era una variación de la pintura utilizada en el mítico Golden Gate de San Francisco. Apilados medían 152 centímetros de largo, 172 de alto y 73 de profundidad... ¡Y pesaban una tonelada! En el interior de la carcasa, dos brazos mecánicos movían los discos para que pudieran ser leídos.
¿Te haces a la idea de lo que significan 4 o 5MB? No cabría ninguna de tus 'apps' favoritas. Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram... Todas sobrepasan esa cifra. Imagina, por ejemplo, que hicieran falta diez discos duros de 1.000 kilos para almacenar el Candy Crush. Pues así era el disco duro del IBM 305 RAMAC.
Por si te pica mucho (muchísimo) la curiosidad, aquí puedes consultar el libro de instrucciones del cacharro.
Tan pesado como útil... ¿O no?
Aunque a día de hoy parezca descabellado, la idea tuvo mucho tirón entre aquellas compañías que, cansadas de buscar datos en tarjetas perforadas o cintas de cassette, no se lo pensaron dos veces antes de apostar por el nuevo invento de IBM. Cuando la firma estadounidense dejó de fabricarlo, en 1961, ya habían producido más de 1.000 unidades de este ordenador, que se alquilaban a empresas por la nada desdeñable suma de 3.200 dólares (2.381 euros) al mes.
No obstante, más allá del buen hacer de los ingenieros informáticos, el éxito del 305 RAMAC fue fruto de una idea del departamento de marketing. Mira qué curioso. Hay quien dice que, aunque la tecnología hubiera permitido ampliar la capacidad de almacenamiento del disco duro, los encargados de su distribución comercial se negaron. ¿Cuál era su argumento? Que “no sabían como vender un producto con más de cinco megabytes”. Sí, estamos de acuerdo, ellos no eran precisamente unos visionarios...