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La lucha de la transexual pionera de los microchips que IBM despidió en los 60

Hace medio siglo, una investigadora realizaba prometedores avances en la arquitectura de los ordenadores para el gigante de la informática de aquel entonces, IBM. Sin embargo, la compañía decidió despedirla en 1968 por una razón que nada tenía que ver con el ámbito profesional. El motivo era que Lynn Conway, reconocida actualmente como una pionera en el campo de los circuitos integrados, era transexual.

Tras una difícil infancia en los años 40 —sus padres trataron de eliminar cualquier señal de afeminamiento cuando solo era un niño incapaz de comprender lo que supuestamente estaba haciendo mal—, Lynn estudió Física en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés). Solo se hacía llamar así fuera de las clases, cuando las hormonas y los vestidos le ayudaban a convertirse en la mujer que siempre había sido pese a estar encerrada en el cuerpo de un hombre.

Cuando comenzó a trabajar en IBM, se esforzó por cumplir las convenciones sociales. Luchó por ser varón. Tras conocer la labor del endocrinólogo Harry Benjamin, uno de los primeros médicos que explicó cómo se realizaban las operaciones de cambio de sexo, y después de un intento de suicidio, decidió que no podía continuar. Necesitaba pasar por el quirófano.

Thomas Watson Junior, presidente de IBM por aquel entonces y un “líder despótico” según Lynn, frustró sus planes de seguir en la compañía haciendo carrera. “Cuando las noticias de mi cambio de sexo llegaron a su rango se puso extremadamente furioso, se horrorizó de lo que había escuchado y ordenó que fuera inmediatamente despedida”, explica Conway a HojaDeRouter.com.

Pese al pionero sistema que Conway ideó para desarrollar ACS, el primer proyecto de ordenador superescalar de la historia, Watson decidió echarla. “Podían haber arruinado mi vida, me quedé en las calles de San Francisco”, relata Conway, que aún se siente decepcionada porque la empresa “nunca reconoció oficialmente que yo trabajé allí”.

La pionera que decidió vivir como una espía

Sin familia —se vio obligada a casarse antes del cambio de sexo y tras él no la dejaron volver a ver sus dos hijas—, sin apenas amigos, sin recursos y repudiada por una de las empresas más prestigiosas del mundo, Lynn se vio arropada por personas a las que ni siquiera conocía.

Gracias a Benjamin, conoció a otras transexuales que trabajaban como prostitutas o como artistas. “Eran mujeres maravillosas y nos ayudábamos las unas a las otras. Desafortunadamente, perdimos a muchas por el camino. Ocurrían hechos terribles con la policía en San Francisco”, cuenta Conway.

Pese al clima de terror y persecución policial que describe la investigadora, aquellas mujeres luchaban por sobrellevar su situación en una época en la que podían ser arrestadas o incluso ingresadas en un psiquiátrico en algunos lugares de Estados Unidos. “Aprendí a sobrevivir porque ellas sabían cómo sobrevivir. Estaba en el comienzo de algo y yo tenía a las mejores profesoras del mundo”, rememora.

Lynn empezó de cero, dejando atrás su pasado como hombre. Sin embargo, sabía que en los puestos técnicos a los que aspiraba era posible que se viera involucrada en proyectos para el Departamento de Defensa, por lo que no podía mentir en sus registros médicos. Por eso, confesaba su cambio de sexo solo a los departamentos de recursos humanos de las compañías que le ofrecían trabajo. “Había muchas empresas que no me cogieron por ello, pero cuatro o cinco lo aceptaron”.

Entre las empresas que no rechazaron a Lynn por su condición de transexual figuraba Xerox PARC, el legendario centro de investigación que sentaría las bases para la revolución informática de los 70. Conway se volcó en su trabajo en una empresa “muy progresista” para la época, pero al igual que en sus anteriores empleos, no compartió su pasado con nadie más allá de los encargados de contratarla.

Temerosa de que su carrera fracasara otra vez o de tener que abandonar la ciudad, se esforzaba por no airear la historia entre sus compañeros. “Si alguien intentaba 'interpretarme' o mostraba cierta preocupación por mí, yo era muy natural. Era cómo '¿de qué estás hablando?' Fui una buena espía”, recuerda Conway entre risas.

Precisamente su discreción la ayudó a que la prestigiosa Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA por sus siglas en inglés) la ofreciera dirigir la planificación de su Iniciativa Estratégica de InformáticaIniciativa Estratégica de Informática, en un intento por fusionar todos los sistemas de armamento inteligente en los años 80. Su padre, ingeniero químico, había trabajado para el Departamento de Guerra durante la II Guerra Mundial y esa era la oportunidad de seguir los pasos de aquel hombre que la fulminaba con su mirada cuando se travestía y que murió antes de sentirse furioso o humillado por su cambio de sexo.

“Nunca mentí en ningún trabajó, y eso me ayudó a entrar en DARPA y conseguir el permiso de seguridad. Pude demostrar que siempre había dicho a la verdad pero que, por otra parte, me mantenía callada”, explica Conway. Según cree, en el Departamento de Defensa eran conscientes de que la primera interesada en mantener su identidad oculta era ella, y por eso no les supuso ningún problema contratar a una transexual. En realidad, la época en que la comunidad científica ignoraría su labor por haber cambiado de sexo aún no había llegado.

La revolución 'robada' de los microchips

Lynn Conway consiguió aquel trabajo en DARPA gracias a los revolucionarios avances que había realizado en Xerox PARC en los 70. Allí colaboró con Carver Mead, el investigador que bautizó como “ley de Moore” a la famosa predicción formulada por el cofundador de Intel —que el número de transistores en un circuito integrado se duplicaría cada dos años.

Conway se sentía afortunada. Podía retomar las ideas que había desarrollado en IBM cuando investigaba en el campo de los microchips. Comenzó a diseñar las reglas de diseño escalable que permitirían avanzar a los circuitos hasta la Integración a Muy Gran Escala (VLSI por sus siglas en inglés), un paso fundamental para la miniaturización de los ordenadores. Gracias a su investigación, los chips de silicio podrían albergar decenas de miles de transistores. Así, podían fabricarse máquinas mucho más pequeñas y livianas.

En 1979, Carver Mead y Lynn Conway figuraban como coautores de 'Introduction to VLSI Systems''Introduction to VLSI Systems', un libro con el que acercaron la arquitectura de sistemas integrados a los estudiantes de ingeniería e informática. Se vendieron 70.000 copias. El volumen se tradujo al japonés, al italiano, al francés o al ruso y se convirtió en la biblia de los diseñadores de chips, entre ellos los de las incipientes 'startups' de Silicon Valley. La revolución Mead-Conway se extendía.

Mead se llevó la mayoría de reconocimientos y premiospremios en solitario, entre ellos la Medalla por el Centenario del Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (IEEE por sus siglas en inglés) en 1984, la Medalla Nacional de Tecnología en 2002 o la entrada en Salón de la Fama de los Inventores en 2009. Incluso en España recibió el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en 2011. Sin Conway.

Pocas instituciones se acordaron de la investigadora en aquellos años, pese a que ella defiende haber escrito aquel libro prácticamente por completo y casi sin ayuda de Mead, un hecho que ha demostrado haciendo públicos todos los detalles de su investigación años después. De hecho, instituciones como el prestigioso Computer History Museum reconocen ya que fue la autora principal de aquel texto.

“Empecé a escribir el libro en verano [de 1977] y me contactaron algunos estudiantes, que me dijeron '¿has visto las reglas de diseño de Carver?' y me mostraron mis reglas. Había mostrado las reglas y había dicho que eran suyas”, reivindica. Pese a su decepción, Conway continuó con aquel proyecto.

Eso sí, decidió ocultar a Mead que pensaba ofrecer un curso en el MITcurso en el MIT explicando detalladamente el diseño de aquellos chips. Con el tiempo, 120 universidades impartían clases gracias a aquel volumen. La divulgación del libro fue tan importante como su publicación. “Cuando se extendió a las universidades, él no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo realmente”, señala.

Pero, ¿por qué decidió seguir adelante? ¿Por qué no pidió en los años 80 el reconocimiento que merecía? “Su nombre fue primero [en el libro] porque era un hombre, y todo el mundo pensaría que las ideas eran de Mead. Si él no hubiera escrito el libro, ¿quién lo hubiera leído?”, se pregunta. Su compañero era un prestigioso físico realizando avances revolucionarios en el diseño de los ordenadores, mientras que ella era tan solo una desconocida mujer a la que la mayoría de académicos consideraron su asistente en los 70.

“No se dieron cuenta de lo que yo estaba haciendo porque nadie se tomaba en serio el trabajo creativo de una mujer por aquel entonces. Eso fue muy interesante porque, realmente, la historia de cómo mi legado fue ignorado no tiene que ver con ser transexual, tiene que ver con ser una mujer”, señala Lynn.

Sacando su trabajo del cajón 30 años después

Durante años, Conway pasó inadvertida pese a que sus investigaciones en Xerox PARC permitieron que sus anteriores avances en IBM se hicieran realidad. En los 90, cuando los chips ya contenían suficientes transistores como para que los procesadores fueran superescalares, pudieron ponerse en práctica los métodos que había propuesto en el proyecto ACS, que comenzó a aparecer en los libros de informática sin que nadie conociera su autoría.

“Tenía miedo de que la gente buscara en profundidad y encontrara mi pasado, y otro problema era que quien supiera que yo era transexual podría pensar 'estás demente' y podían creer que todo el trabajo que había hecho estaba equivocado”, explica Conway.

En 1998, cuando internet comenzaba a llegar a nuestras vidas, Lynn escribió el término “superescalar” en un buscador. Así descubrió que un investigador quería saber más sobre aquel proyecto. Treinta años después de que IBM la despidiera, hizo publica su historia por primera vez, contándole su despido y enviándole la documentación que aún conservaba.

Dejó de ser “una espía extranjera en su propio país” y comenzó una nueva carrera que poco tenía que ver con los microprocesadores. Se convirtió en una activista por los derechos de los transexuales. Publicó todos los detalles de su vida en una página web, traducida a diferentes idiomas por voluntarios de todo el mundo, para que su historia pudiera inspirar a otros transexuales.

Como profesora emérita de la Universidad de Michigan, escribió una carta a IBM pidiendo una muestra de arrepentimiento por aquel injusto despido. “Superarlo y seguir adelante” fue la respuesta a su petición. A su juicio, en la meca de la tecnología sigue imperando “la cultura del macho dominante”. “Pienso que la historia es importante porque Silicon Valley se tiene que dar cuenta de cómo ha tratado las mujeres en la ciencia y la tecnología”.

En el siglo XXI, su labor sí comenzó a ser reconocida fuera de la compañía. En 2014 entró a formar parte del Hall of Fellows del Computer History Museum por su labor pionera desarrollando y divulgando nuevas formas de diseñar los circuitos integrados. Ese mismo año, la revista Time la incluyó en la lista de las personas transexuales más influyentes para la cultura americana, después de visitar con su marido la Casa Blanca en un evento celebrado con motivo del Mes del Orgullo LGTB.

“A través de una larga y distinguida carrera de conocimiento, esfuerzo y habilidad, Lynn Conway ha promovido una revolución no solo en su profesión, sino en un sinfín de profesiones que han sido capaces de florecer gracias a sus innovaciones y descubrimientos”. En estos términos se expresaba Barry Shoop, el presidente del IEEE, al concederle la Medalla James Clarke Maxwell por sus contribuciones en el campo de los chips hace tan solo unos meses.

“Tengo una vida maravillosa, un marido maravilloso, nos lo pasamos muy bien juntos haciendo todo tipo de cosas. Tengo 78 años pero me siento como si fuera joven”. Pese a tener que ocultar su cambio de identidad durante décadas y verse obligada a luchar para que se reconociera su propio trabajo, Lynn Conway no busca la confrontación al relatar su historia. Considera más importante que reflexionemos sobre las personas que han hecho aportaciones revolucionarias pero ni siquiera sabemos que existen. Sin duda, el suyo es el mejor ejemplo.

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Todas las imágenes de este articulo son propiedad de Lynn Conway