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Circuitos para la revolución: el artista que construye robots ‘indignados’

“La idea se me ocurrió de casualidad mientras salía con los artistas españoles de Las Agencias”, cuenta a HojaDeRouter.com Chris Csikszentmihalyi. “Alquilaban Rambo III en los videoclubs BlockBuster (propiedad de Berlusconi), reeditaban la película y la devolvían. Entonces empecé a recapacitar sobre manipulación mediática”.

Csikszentimihalyi ha trabajado en el MIT hasta 2011, pero no es un ingeniero. Diseña robots, pero no tiene formación científica. Aunque todos sus proyectos son tecnológicos, él se declara artista. “Fui a una escuela de arte porque quería construir una tecnología diferente”. Cree que en las escuelas de ingeniería se enseña a trabajar para las élites poderosas, para el ejército, para los bancos y para las grandes empresas; para los pueden financiar sus productos. “Los artistas no producen iPhones ni carreteras; crean conceptos, imágenes, símbolos y plantean retos”.

La trama de Rambo III tiene lugar en Afganistán. Allí estaban también las tropas estadounidenses mientras él veía la película en 2002. “Desde principios de los 90 he estado trabajando en tecnologías relacionadas con la guerra”, asegura. Se unió a las filas del MIT cuatro días antes del fatídico 11 de septiembre (de 2001). “Uno de los profesores del instituto tenía una empresa que producía robots para fines militares y el gobierno de los EE.UU. quería enviar algunos de ellos para buscar a Osama Bin Laden en las cuevas de Afganistán”, dice. “Me pareció la manera más estúpida de emplear nuestros recursos”, opina.

Después de la invasión, los periodistas tenían restringido el acceso a las zonas de conflicto, pero no los drones del ejército de su país, que presuntamente disparaban incluso a civiles afganos. “Me di cuenta de que nadie iba a saber lo que estaba ocurriendo allí”.

En la actualidad, Csikszentimihalyi es miembro del Instituto de Tecnologías Interactivas de Madeira. Durante su estancia en el MIT (del que se despidió en 2011) diseñó un robot periodista para enviarlo a Afganistán. Bautizado como ‘Afghan explorer’, se parecía a un ‘rover’ de la NASA y podía mandar fotografías, sonidos y otro tipo de datos a través de una conexión por satélite. Cuando lo tuvo terminado, el conflicto estaba a punto de acabar, pero “fue una forma de defender la libertad de prensa”. Según el artista, se invierte muy poco en tecnología útil para periodistas.

Su primera creación tiene que ver con una guerra anterior, la de Yugoslavia. “Todo el mundo sabía que iba a haber un enfrentamiento, pero nadie hacía nada y me pareció increíble”. En aquella época, los Estados Unidos comenzaban a utilizar drones con fines militares. “¿Cómo podemos gastar tanto dinero en armas y no poder detener una guerra?”, se pregunta.

Construyó un robot que podía detectar el lugar exacto del que provenía el sonido de un disparo y enviar un proyectil al mismo punto. “La idea era que aniquilara a cualquiera que comenzara la lucha”, dice. Nunca se utilizó, era solo un símbolo. Lo ha mostrado en galerías de arte y afirma que algunos se muestran interesados y quieren invertir en su tecnología, pero a él no le interesa.

Las ‘Freedom Flies’ también las ideó pensando en drones. En 2003, los Estados Unidos comenzaban a probar aviones no tripulados para localizar a los inmigrantes que intentaban cruzar la frontera desde México. Sin embargo, Csikszentimihalyi advirtió que no vigilaban a los estadounidenses que les perseguían y robaban. Sus insectos mecánicos están diseñados para durar hasta seis horas en el aire y transportar hasta seis kilos y medio de carga. Su objetivo es concienciar sobre la necesidad de una regulación para los dispositivos alados de vigilancia en las fronteras, pero que cualquiera pueda construirlos. Los materiales son baratos y los planos y el código del ‘software’ de acceso libre.

“Prácticamente nadie diseña tecnología para usos sociales sin ningún beneficio económico, por lo que el potencial para innovar es muy alto. Se trata de un área virgen”. Por esta razón, sus proyectos acaban teniendo más impacto del que espera, incluso partiendo de unos recursos escasos. En un área vacía, cualquier aportación resulta genuina y nueva.

En el movimiento Occupy Wall Street se puso en práctica la idea de uno de sus estudiantes. Al principio, los manifestantes se reunían principalmente en los parques Bowling Green y Zuccotti. No había ninguna ley que les prohibiera congregarse allí, pero sí estaba prohibido el uso de megáfonos así que utilizaban una estrategia llamada “el micrófono social”. Consistía en que los asistentes repetían el discurso del orador para que llegara a los que se situaban más lejos.

“Es muy inteligente, pero también lento”, señala Csikszentimihalyi. Un alumnos diseñó entonces ‘People's Skype’, un sistema de comunicación que permitía a los asistentes mantener una multiconferencia. “Todos ponían los altavoces y así conseguían amplificar las palabras”. Como no había ningún megáfono, no era ilegal.

Ahora Csikszentimihalyi desarrolla junto con sus alumnos robots manifestantes para enviarlos a Latinoamérica. Cuenta que está de moda entre estadounidenses y británicos pasar las vacaciones en los países donde hay protestas para participar en ellas. “Sería mucho más fácil y seguro si no tuvieran que trasladarse allí físicamente”. Los individuos de metal podrán llevar pancartas y entonar los eslóganes igual que sus compañeros humanos.

Este amante de la tecnología civil se muestra optimista de cara al futuro. Cree que el uso de ‘hardware’ libre acabará generalizándose, como ha ocurrido con los programas, y pone el ejemplo de las impresoras 3D. “En 10 o 15 años habrá pequeñas empresas de personas que coproducirán robots para fines que no interesarán a gobiernos ni a grandes empresas”. Quizá los indignados del futuro estén hechos de metal.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de jeanbaptisteparis, Chris Csikszentmihalyi (1,2,3) y democapitol