El garaje de los padres de Steve Jobs en Palo Alto se ha convertido en un lugar de culto para los apasionados de Apple, por mucho que el otro fundador de la compañía, Steve Wozniak, haya desmontado el mito desmintiendo que fabricaran ordenadores en él. En realidad, la firma de la manzana mordida se gestó en muchos otros lugares de Silicon Valley, incluso antes de que los dos Steves presentaranpresentaran en el club donde se reunían los apasionados de los ordenadores personales su primer invento, el Apple I, allá por 1976.
Uno de ellos fue la compañía que promovió precisamente el despegue del valle del silicio. En un cubículo de Fairchild Semiconductor, la empresa que inventó los circuitos integrados, trabajaban tres futuros directivos de Apple en los 60.
Dos de ellos se llamaban Michael (Markkula y Scott eran sus apellidos), habían empezado a trabajar en Fairchild Semiconductor el mismo día de 1967 y compartían hasta la fecha de cumpleaños. Tras trabajar juntos un lustro, el primero se marchó a Intel y el segundo a National Semiconductor. Un par de jóvenes’ hippies’, que también compartían nombre, acabarían uniendo de nuevo a los dos Mikes en los primeros pasos de un gigante de la tecnología.
Un presidente para hacerse cargo de Jobs
Con tan solo 33 años, Mike Markkula había ganado lo suficiente con las acciones de Intel como para vivir con comodidades el resto de su vida. Sin embargo, quedó tan sorprendido al ver el Apple II en el garaje de Steve Jobs que decidió unirse a la aventura proporcionando un buen fajo de billetes. Al propio Jobs le cayó bien aquel hombre de carácter reservado: pensó que era una “persona con valores morales”.
Markkula decidió invertir 250.000 dólares (un millón de euros al cambio actual, teniendo en cuenta la inflación) en la naciente Apple Computer, convenció a Wozniak para que se volcara en el proyecto y, con el tiempo, se convirtió en un referente paterno para Jobs. Aquel joven amante de las sandalias no asumía demasiado bien la responsabilidad y era “tiránico y cruel” con sus primeros programadores. Poco dado a las confrontaciones, Markkula decidió que un tercero debía ejercer un control más estricto sobre Jobs en febrero de 1977ejercer un control más estricto . Michael Scott y él seguían celebrando juntos sus coincidentes cumpleaños, así que propuso a su antiguo colega ser el presidente de Apple en esa conmemorativa fecha.
“El podía hacerse cargo del ‘marketing’ pero me quería para llevar los detalles. Así que quedé con él y con los dos Steves y leí el plan de negocio, que era muy malo porque decía que TI [Texas Instruments, que vendía semiconductores] era nuestro mayor competidor”, recordaba hace unos años Michael Scott.
Uno de los primeros cometidos de Scotty, el apodo con el que se le conocía para distinguirlo de Markkula, fue asignar un número a su decena de empleados, una obligación según el sistema de nóminas del Bank of America. Asignó el número 1 a Wozniak,número 1 ya que creía que dárselo al hoy fallecido visionario “sería demasiado”. Enfadado por ser el número 2, Jobs se asignó a sí mismo el 0. Markkula se quedó con el 3 y Scotty con el 7 como un guiño a James Bond.
No en vano, otra de sus primeras misiones parecía tan difícil de lograr como las del agente 007: convencer a Steve Jobs para que mejorara sus hábitos de higiene. De hecho, como el propio Scotty confesaría, una de las discusiones habituales en las reuniones versaba sobre ellos: tenían que persuadirle para que retirara “sus pies sucios y sus sandalias” de la mesa.
Mientras el pragmático Scotty se ocupaba del papeleo, tenía que lidiar también con la obsesión de Jobs por la perfección de los diseños. Ninguna tonalidad de ‘beige’ le satisfacía para el maletín del Apple II, así que tuvieron que crear una nueva y registrarla. Durante seis semanas, reflexionó incluso sobre cuán redondeados debían ser sus bordes. Al primer CEO de Apple el resultado final le daba igual: “Solo quería que se tomara la decisión”. A su juicio, la “debilidad” de Jobs era prestar atención a los detalles pero no a la gente.pero no a la gente
Otro de los aspectos en los que Jobs y Scotty discrepaban con frecuencia era en las negociaciones con los proveedores. Justo antes de cerrar el acuerdo, al cofundador de Apple se le ocurría pedir un centavo de rebaja. Después, reprochaba al hombre de negocios que debía haber conseguido un precio menor.
El carácter perfeccionista de Jobs también sorprendió al tercer trabajador de aquel cubículo de Fairchild Semiconductor, Gene Carter. Markkula llamó a su antiguo amigo para unirse a la firma y el decimocuarto empleado de la compañía asumió el cargo de vicepresidente de ventas. Los caminos del trío se habían cruzado en más de una ocasión. Tras su paso por la pionera compañía de chips, Carter había sido director de ‘marketing’ de National Semiconductor.
Fichó allí a Michael Scott e incluso le echó una mano para ascender a gerente de producción. Así que, en Apple, las tornas se dieron la vuelta. “Mike Scott [...] tenía una visión de una infraestructura de producción automatizada que proveyera de productos de alta calidad a bajo coste”, ha explicado Carter años después.
Optimizar la producción de Apple II no era la única preocupación de Scott, sino también hacer frente al rápido crecimiento de una pequeña compañía que se embolsó en un solo año 700.000 dólares (2.300.000 euros actuales teniendo en cuenta la inflación) con la venta de su primer ordenador de producción masiva.
“Eran literalmente casi 20 horas [de trabajo] para todo el mundo. No podíamos incorporar gente lo suficientemente rápido como para hacer frente al crecimiento del negocio. Era siempre una lucha, correr de un fuego al siguiente, no importaba quién fueras allí”, rememoraba Scotty. Según su testimonio, en Apple hubo “más trabajo duro y sudor” de lo que “nadie pudiera imaginar”.
“Scotty no quería estar rodeado de hombres serviciales, quería gente que tuviera pasión por hacer lo que pensaban que era mejor”, asegura a HojaDeRouter.com Andy Hertzfeld, uno de los creadores del primer Macintosh y autor de ‘Revolution in the Valley’, un apasionante libro sobre la historia de Apple. “No era especialmente autoritario, pero le importaba mucho hacer las cosas correctamente y no tenía mucha paciencia con la gente que no las hacía”. Al final, ese carácter perfeccionista que le unía a Jobs, aunque sus personalidades fueran diferentes, acabó siendo uno de los factores por los que abandonaría Apple.
El Miércoles Negro… que acabó por hundir a Scottie
Hertzfeld era uno de los entusiastas que dedicaban su tiempo libre a ‘cacharrear’ con el Apple II. Precisamente por eso, consiguió un trabajo en la firma de la manzana mordida. “Fue muy emocionante convertirse en un empleado y conocer a muchas de las personas que crearon un producto que adoraba”, rememora el Mago del Software, título que figuraba en su tarjeta de la compañía.
Pese a que “le entusiasmó” poder trabajar allí y considera que su CEO era “muy inteligente, trabajador y justo”, su actitud estuvo a punto de provocar que Hertzfeld abandonara Cupertino en poco tiempo. Un miércoles de febrero de 1981, Hertzfeld llegó a trabajar y detectó “una silenciosa tristeza” en el aire. Michael Scott había despedido aquella mañana a una cincuentena de personas, tres gerentes entre ellos. Al ingeniero le dolió especialmente la destitución de uno de los programadores “con más talento” de la división del Apple II.
El presidente de la firma trató de explicar los despidos a los trabajadores, cervezas mediante, con una cruel ocurrencia. “Solía decir que cuando ser CEO de Apple dejara de ser divertido, renunciaría. Pero ahora he cambiado de opinión: cuando no sea divertido, despediré a gente hasta que sea divertido de nuevo”, afirmó Scotty. “Su comentario fue más una broma que su motivación real. Su motivación real era que veía que partes de Apple eran más burocráticas e ineficaces y pensaba que sacudir las cosas sería beneficioso a largo plazo”, apunta Hertzfeld.
Los trabajadores no pensaron lo mismo y apodaron a aquel día como el Miércoles Negro. El Mago del Software estaba de acuerdo en que Apple se había equivocado con algunas contrataciones, pero no creía que una “purga de estilo estalinista” fuera la solución y había dejado de confiar en “los valores” de la firma de la manzana mordida.
Los reproches llegaron a oídos de Scotty, que le llamó a su despacho. En lugar de echárselos en cara, le pidió que no se marchara y le consiguió un puesto desarrollando el Macintosh. “¿Eres bueno? Solo quiero a gente realmente buena trabajando en el Mac y no estoy seguro de que seas suficientemente bueno”, le preguntó Jobs. Hertzfeld asintió. Con el tiempo lo acabó demostrando.
Eso sí, Michael Scott no estaría allí para ver el nacimiento del Macintosh. Según Hertzfeld, ni Mike Markkula ni la junta directiva habían aprobado aquella ronda de despidos. El primer CEO de Apple se había vuelto impredecible. Steve Jobs, que por entonces se había hecho con el control de la división de Mac, presionó para que le destituyeran y hasta el propio Markkula, que le había convencido años atrás para unirse a la aventura, preguntó al resto de directivos si deseaban su salida.
“Crecimos hasta las 15.000 personas y despedimos a 50 para limpiar la madera muerta. Eso causó mucho lío y yo no necesitaba eso más”, explicó hace unos años Scotty para argumentar su dimisión en 1981. Mike Markkula, aquel viejo amigo con el que compartía nombre, pasado profesional y hasta fecha de cumpleaños, pasó a ser provisionalmente el CEO de Apple.
Lo fue hasta la llegada de John Sculley, el vicepresidente de Pepsi, que provocó la renuncia de Gene Carter, el vicepresidente de ventas, y convenció a los inversores para que despidieran a Steve Jobs. Una jugada que Hertzfeld equipara a aquel Miércoles Negro.
De Apple a diseñar cohetes y coleccionar minerales
Michael Scott se desligó de los chips y los ordenadores personales tras su paso por Apple. Trabajó en Starstruck, una desaparecida compañía que fabricaba cohetes espaciales. Coleccionista de piedras preciosaspiedras preciosas desde hace años — él mismo valoró su repertorio, que ha expuesto en más de un museo, en más de 10 millones de dólares, unos 900.000 euros—, se empeñó después en crear un dispositivo similar al ‘tricorder’ de 'Star Trek'‘tricorder’ que, en lugar de detectar enfermedades como en la serie, sirviera para localizar gemas.
Hace unos años, donó cuatro millones de dólares (3,6 millones de euros) a la Universidad de Arizona para financiar una completa base de datos de minerales que lleva el nombre de su gato, el RRUFF ProjectRRUFF Project. De hecho, el minino también ha puesto apodo a un mineral descubierto hace unos años en Chile, la rrufita, que también se ha encontrado en una mina de Villahermosa del Río, un pequeño municipio de Castellón. Él mismo ha querido dejar un excéntrico sello en el mundo de la mineralogía: scottyite es el nombre de una bella sustancia inorgánica de color azul descubierta en Sudáfrica. Scotty aún parece conservar su apodo de los tiempos de Apple.
“Comencé esta compañía con Steve Wozniak en el garaje de mi padre, y Steve está aquí hoy”, proclamó Jobs durante la presentación del primer Macintosh en 1984. “Se nos unió Mike Markkula y poco después nuestro primer presidente, Mike Scott. Ambos se encuentran hoy entre el público y ninguno de nosotros estaría aquí sin ellos tres”, prosiguió. Pese al mérito que le reconoció Steve Jobs forjando públicamente su mito, pocos recuerdan ahora al presidente de Apple que llevó las riendas del gigante tecnológico cuando daba sus primeros pasos.
------------
Las imágenes son propiedad, por orden de aparición, de Fabio Bini, Robert Scoble, Gene Carter (4), Wikimedia Commons (5) y del Departamento de Geociencias de la Universidad de California (6).