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Espacio de opinión de la delegación de elDiario.es en Illes Balears. Las asociaciones políticas, sociales, económicas y culturales de las islas debaten sobre los distintos temas que afectan al archipiélago. Puedes enviar tu opinión a illesbalears@eldiario.es en castellano o catalán y sin límite ni máximo de caracteres.

La inimaginable revolución de la inteligencia

Fotografía de archivo en la que se registró un logo de la compañía OpenAI, empresa tecnológica que se popularizó en 2022 tras el lanzamiento de su chatbot con inteligencia artificial (IA)

Pedro Macías Rodríguez

Doctor en Cognición y Evolución Humana —

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El acceso a las prestaciones de la Inteligencia Artificial (IA) por parte de cualquier humano del planeta que tenga conexión a internet representa la apertura de un melón que llevaba años cultivándose con mucha dedicación. Hace más de una década, los directivos de empresas tecnológicas como Google y Meta (antes Facebook) reconocían que sus intereses estaban puestos en la IA; en aquel momento ya bien sabían que los primeros en poner la innovación tecnológica a disposición del público son los que de facto monopolizan el mercado.

Internet ha sido y es el paso previo para aquello que necesita la IA: la conexión en red de prácticamente toda la humanidad con el fin de acceder a su conocimiento y devolvérselo incrementado. En realidad, de momento, la IA a la que tenemos acceso no es tan artificial, ya que la información que ofrece está creada por nosotros mismos, los humanos. Los famosos chats de IA, aquello con lo que de momento nos dejan curiosear las empresas tecnológicas, son más bien de un compendio de inteligencia humana. No en vano, hemos sido nosotros los que, durante décadas, hemos entregado gratuitamente a las empresas tecnológicas ingentes cantidades de información en forma de texto, de fotografías y vídeos a través de nuestras páginas web, de nuestras redes sociales y de nuestros emails (Gmail, empresa de correo de Google lee el contenido de nuestros correos desde hace años, cosa que permitimos al aceptar su política de privacidad). Tal información, valiosísima mercancía, ha sido y es vendida una y otra vez dentro del mercado tecnológico. Y sí, nosotros mismos hemos fabricado gratuitamente, insisto, la materia prima de la que procede esta primera IA pública. Lo único que han hecho las empresas tecnológicas como ChatGPT ha sido ensamblarla y ofrecérnosla.

Será dentro de no mucho tiempo, a medida que la IA comience a generar conocimiento por ella misma y se implante de manera seria en los procesos de resolución de problemas y toma de decisiones de un cierto nivel (como en el ámbito empresarial, educativo o de la salud), cuando se altere nuestro proceso de humanización, aquel que nos permite organizarnos como una sociedad. Estamos ante el inicio de un nuevo ciclo cultural, económico y político que se esperaba y cuya magnitud y profundidad serán enormes. Aunque cueste predecir qué papel pasará a tener la creatividad humana en ámbitos como la música, la literatura, las artes plásticas, o qué ocurrirá con el trabajo humano como forma de sustento vital, o con la propia democracia como forma de organización política, sabemos que el cambio será drástico.

Por tanto, esta revolución de la inteligencia debe estar liderada y controlada por los gobiernos democráticos. De hecho, deberían estar más vigilantes que con respecto a la reciente revolución de la comunicación digital. En este último aspecto, la falta de control gubernamental y la excesiva libertad empresarial ha hecho que la red digital esté en manos de muy pocas mega empresas. De manera paradójica, son esas pocas, lideradas por personas como Elon Musk, de X (antes Twitter); Mark Zuckerberg, de Meta; o Bill Gates, cofundador de Microsoft, las que han reconocido hace pocos días en el senado de Estados Unidos que es necesario regular públicamente la IA.

Si ellos mismos, propulsores e interesados en este gran negocio que puede cambiar de arriba abajo las formas de organización social y alterar algo tan esencialmente humano como nuestra inteligencia, solicitan una regulación limitante y clara, imagínense, ahora sí, la magnitud del cambio que tenemos ante nosotros. 

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