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De las promesas a la acción
Generalmente, solemos decir que el océano es solo uno, ya que las aguas marinas mundiales están conectadas y lo que sucede en un lugar de dicho océano puede tener consecuencias en otros lugares. Lo mismo sucede con las decisiones que se toman a nivel internacional en cuanto a la protección de este. Términos como “Bruselas”, “Naciones Unidas”, etc. parece que hacen alusión a sitios donde se tratan cuestiones ajenas pero la realidad es que la pervivencia del mar en el que te bañas depende, en gran medida, de las cuestiones que allí se tratan. El futuro del Mediterráneo, por tanto, se juega, y mucho, en estos foros.
En el corto plazo, hay dos fechas clave en las que se deciden cuestiones globales pero que tendrán su repercusión local: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16), que está sucediendo estos días y acaba el 1 de noviembre, y la Tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Océano (UNOC3), que tendrá lugar en junio de 2025.
De cara a la COP16, se ha publicado un informe que evalúa el progreso hacia el objetivo 30x30 en el océano (es decir, que el 30 % de sus aguas estén protegidas antes de 2030) prometido por los gobiernos. Dicho informe pone de manifiesto una alarmante realidad: solo un 2,8 % del océano está efectivamente protegido, muy lejos del 30 %. Este compromiso, acordado en la Conferencia de Biodiversidad COP15 en 2022, supone una meta ambiciosa pero necesaria para salvaguardar la biodiversidad marina y las vidas humanas que dependen de ella. Sin embargo, como vemos, los datos muestran un avance preocupantemente lento. Este porcentaje tan bajo se debe a que, a pesar de que un 8,3 % de los océanos está designado como áreas marinas protegidas, muchas de estas zonas son de papel: están protegidas solo en teoría, pero siguen abiertas a actividades destructivas como la pesca industrial, la extracción de petróleo y gas, o el dragado.
El informe va más allá y alerta de que el hecho de que los países designen espacios marinos protegidos que permiten estas prácticas dinamita los verdaderos objetivos de conservación y puede considerarse como una estrategia de blue washing. De hecho, se dan comportamientos tramposos o, cuanto menos, ventajistas como el caso de Reino Unido, que ha alcanzado un alto nivel de protección, pero mediante la designación de espacios protegidos en aguas de territorios de ultramar, donde las regulaciones permiten una protección más estricta. En todo caso, el informe da algunas claves necesarias para lograr el objetivo 30x30, como involucrar a las comunidades locales (pues tienen vínculos muy profundos con estas zonas y también un conocimiento profundo de sus ecosistemas), que los países ricos cumplan sus promesas de financiación, que se ratifique el Tratado de Alta Mar (donde solo el 1,4 % de las aguas cuenta con algún tipo de protección) y una mejora en la transparencia y calidad de los datos científicos.
Llegados a este punto, numerosas personas nos preguntamos, ¿cómo cerramos esta brecha entre las promesas y la acción? Hay algunas ideas, además de las que aporta el informe anterior. Una de ellas se está preparando de cara a la próxima UNOC3 y está promovida por “Let’s be Nice to the Ocean”, y consiste en hacer de la protección la norma y no la excepción. Así, instan a aplicar el Principio de Precaución (adoptado en la Declaración de Río de 1992) de manera activa y avanzar hacia el Principio de Protección como una norma global. La adopción de este Principio de Protección implica, por tanto, invertir la lógica actual para que la protección del océano se vuelva la regla, y la explotación, la excepción.
Bajo este enfoque, las zonas oceánicas serían consideradas protegidas por defecto, y solo en las áreas designadas como “explotables” se permitirían ciertas actividades bajo criterios estrictos de impacto ambiental. Esta es una propuesta ambiciosa que puede ser tildada de ingenua e, incluso, imposible pero rara es la victoria relevante en el campo del medio ambiente que no se ha conseguido rompiendo el statu quo. La duda es si existe voluntad política para que se dé esta propuesta.
En conclusión, la interconexión de los océanos nos recuerda que ninguna medida de conservación es ajena o lejana; lo que se decida en foros internacionales afecta directamente a cada rincón marino, desde el Mediterráneo hasta el lugar del océano más remoto. No podemos olvidar que proteger efectivamente nuestro océano requiere más que promesas: necesita decisiones audaces, una voluntad genuina de cambio, trabajar con las comunidades locales, reforzar la ciencia, incrementar las inversiones en conservación marina, etc.
Por otro lado, convertir la protección en la norma global, en lugar de la excepción, no solo responde a una necesidad ambiental urgente, sino que también nos invita a redefinir nuestra responsabilidad colectiva hacia el mar que compartimos. Si existe la voluntad de cambiar el rumbo, esta y otras propuestas podrían marcar un punto de inflexión para asegurar que el océano siendo fuente de vida y equilibrio para todo el mundo.
Generalmente, solemos decir que el océano es solo uno, ya que las aguas marinas mundiales están conectadas y lo que sucede en un lugar de dicho océano puede tener consecuencias en otros lugares. Lo mismo sucede con las decisiones que se toman a nivel internacional en cuanto a la protección de este. Términos como “Bruselas”, “Naciones Unidas”, etc. parece que hacen alusión a sitios donde se tratan cuestiones ajenas pero la realidad es que la pervivencia del mar en el que te bañas depende, en gran medida, de las cuestiones que allí se tratan. El futuro del Mediterráneo, por tanto, se juega, y mucho, en estos foros.
En el corto plazo, hay dos fechas clave en las que se deciden cuestiones globales pero que tendrán su repercusión local: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16), que está sucediendo estos días y acaba el 1 de noviembre, y la Tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Océano (UNOC3), que tendrá lugar en junio de 2025.