Este verano me bañaba tranquilamente con mi hijo en una playa. Es pequeño y aún está empezando a dar sus primeros capuzones, pero poco a poco cada vez se atreve más. En uno de esos capuzones de pocos segundos, de repente, salió asustado porque escuchaba “un ruido muy fuerte”. Levanté la cabeza y, a menos distancia de la que debería, había una pequeña embarcación. Cualquier persona que haya metido su cabeza en el agua sabe de lo que le estoy hablando: cuando alguna embarcación a motor está próxima, aunque sea a cientos de metros, es posible oírla. No es para menos, pues, entre otras cuestiones, el sonido viaja unas 4 veces más rápido en el agua que en el aire. Mucho se ha hablado del ruido marino fruto de las actividades humanas, sean profesionales o de ocio. Y bien son conocidos los impactos que tiene en organismos como los cetáceos.
Últimamente, la sensación de saturación o masificación en el mar no solo la perciben con inquietud las personas preocupadas por la biodiversidad, sino también los bañistas que ven cómo cada vez más y más embarcaciones generan situaciones peligrosas para ellos. Algunos casos acaban en tragedia, como la muerte de un pescador mallorquín de 20 años tras ser arrollado por un yate de 20 metros este verano en Mallorca. Ahora, en gran parte motivado por este evento, parece que empieza a haber un debate social más intenso en Baleares acerca de lo que también podríamos llamar la “gentrificación del mar”.
Un reto complejo y sin atajos
Afrontar este reto es complejo y no requiere de la implementación de una única medida, sino de muchas. Empezando por reconocer que hay que reducir el número de embarcaciones. Y es que no existe ninguna justificación científica que indique que hacen falta más embarcaciones en Baleares. Por lo tanto, cualquier decisión en sentido contrario, es decir, en que haya más embarcaciones en nuestras aguas, se basa única y exclusivamente en criterios políticos, ya que generalmente falta mucha información. Esto contrasta enormemente con la protección del medio marino, para la cual se requieren estudios rigurosos que hacen que dicha protección siempre y sin excepciones se base en la evidencia científica. La creación de espacios marinos protegidos, que tiene sus implicaciones también a la hora de regular la navegación, es una gran herramienta que recibe una fuerte oposición y está infrautilizada. Tendemos a complejizar la protección del mar y su vida, pero allanamos el camino al libertinaje en sus aguas.
Para moderar precisamente ese libertinaje, otra medida es la de limitar la velocidad de las embarcaciones. Estos días hemos visto que el Govern pretende limitar la velocidad a 10 nudos en la primera milla náutica desde la costa, como parte del anteproyecto de la nueva Ley de Costas. Esta noticia, a priori positiva en varios aspectos, se tambalea al leer la letra pequeña. Por ejemplo, al respecto de a qué tipo de embarcaciones se le aplica esta limitación: las embarcaciones superiores a 12 metros de eslora y las motos acuáticas son las únicas que deberán reducir su velocidad en esa franja costera. En cambio, el resto quedan libres, siendo precisamente estas pequeñas embarcaciones las que protagonizan vergonzosos eventos en nuestras aguas. Sin ir más lejos, volviendo al triste caso del fallecimiento de Guillem este verano, la embarcación que lo arrolló también disponía de una embarcación auxiliar (menor de 12 metros) con la que los mismos que lo produjeron habían estado en otra zona navegando “a toda velocidad y de forma temeraria”. Aunque el cafre se cambie de embarcación, cafre se queda.
El problema, por tanto, no es únicamente el tamaño de la embarcación (que importa, obviamente), sino que a potenciales imprudentes –recordemos que hay embarcaciones a motor que se pueden alquilar sin titulación– se les permita ir más rápido de lo necesario. En esta línea, uno de los mensajes que se ha dado desde el Govern al anunciar este anteproyecto de Ley no puede ser más equivocado: “El que quiera correr que lo haga de una milla hacia fuera”. De nuevo, prima el libertinaje de navegar temerariamente por encima de la seguridad en el mar o de la protección ambiental –parece que algunos desconocen que muchos seres marinos, como los cetáceos, no solo viven en la primera milla náutica desde la costa–. Además de que, como decíamos, las embarcaciones menores de 12 metros que no sean motos acuáticas podrán seguir “corriendo” sin ningún tipo de medida adicional a las ya existentes. Parece ser que lo importante es correr y que resuene bien fuerte el motor en algún sitio, aunque sea algo más lejos. Una consecuencia negativa de seguir permitiendo esto es el daño en su imagen que recibe el propio sector náutico y los navegantes, que obviamente no son representativos -ni defensores, sino todo lo contrario- de estas prácticas.
El problema, por tanto, no es únicamente el tamaño de la embarcación (que importa, obviamente), sino que a potenciales imprudentes –recordemos que hay embarcaciones a motor que se pueden alquilar sin titulación– se les permita ir más rápido de lo necesario
Prohibir también es gestionar
En todo caso, aplicar cualquier medida necesaria para afrontar este problema, o conjunto de problemas, requiere de un diálogo tanto interadministrativo como con los diferentes actores. Así, la creación de la Mesa Náutica por parte del Govern podría ser una buena herramienta para ello. Y digo “podría ser” porque, en un error político difícilmente comprensible (pero fácilmente solucionable), han decidido excluir a aquellas organizaciones que llevan años trabajando en la búsqueda de acuerdos para la conservación del mar Balear. También han dejado fuera al Colegio de Ingenieros Navales y suponemos que no será porque no disponen del suficiente conocimiento técnico.
La creación de la Mesa Náutica por parte del Govern podría ser una buena herramienta. Y digo 'podría ser' porque, en un error político difícilmente comprensible (pero fácilmente solucionable), han decidido excluir a aquellas organizaciones que llevan años trabajando en la búsqueda de acuerdos para la conservación del mar Balear y al Colegio de Ingenieros Navales
Volviendo a la cuestión, la realidad es que en otras Mesas y órganos sí que se incluyen a organizaciones náuticas y ambientales. Es decir, con demasiada frecuencia parece que en foros ambientales todo el mundo tiene voz (algo positivo), pero en aquellas que, pese a no ser ambientales, tienen un impacto directo sobre la naturaleza, las entidades ambientales son excluidas o, cuanto menos, minorizadas. ¿Qué ambición puede esperarse de una Mesa de este tipo? Seguramente, una muy baja, semejante a la limitación de velocidad de la que hablábamos anteriormente. Sin embargo, hay al menos una buena noticia este nuestro desaguisado náutico balear: el Govern de les Illes Balears ha aceptado de iure que limitar -es decir, prohibir- es también una manera de gestionar. Y que es inevitable.
Ahora, con la llegada del fin del verano, la actividad en nuestras costas disminuye, pero el problema no desaparece. Al contrario, el tiempo entre temporadas es precisamente cuando debemos reflexionar y actuar. No podemos permitir que el próximo verano nos sorprenda con los mismos conflictos, con la misma saturación y con la misma falta de visión a largo plazo. “Volverán las oscuras golondrinas”, pero con ellas también regresarán algunas -quizá demasiadas- embarcaciones descontroladas, el ruido y el desorden, a menos que hagamos algo cuanto antes.