Cómo Franco utilizó a los artistas extranjeros para blanquear la dictadura en la isla de 'la libertad y el placer'

Nicolás Ribas

Eivissa —
27 de diciembre de 2022 22:32 h

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Durante las primeras décadas del siglo XX, Eivissa y Formentera eran lugares ‘arcaicos’, muy atrasados respecto al modo de vida de las grandes metrópolis europeas. Eran unas islas prácticamente vírgenes, en las que parecía que se había detenido el tiempo unos cuántos siglos atrás. La población rural jugaba un papel fundamental, pues una parte muy importante de los pitiusos vivía de la agricultura, la pesca y la ganadería. Todavía tenían una cierta relevancia los trabajos artesanales, la industria de la sal era una fuente de ingresos importante y en las zonas antiguas de la ciudad, en La Marina y Dalt Vila, vivían las clases pudientes de Eivissa, principalmente, propietarios de tierras, empresarios navieros, comerciantes y clase trabajadora ‘acomodada’ de profesiones liberales: profesores, médicos, militares y otros empleados públicos. Durante la dictadura de Primo de Rivera, en 1925, se inauguró la fábrica textil de Can Ventosa, donde ahora se sitúa el teatro y la biblioteca de la ciudad.

A grandes rasgos, esta era la fotografía de Eivissa antes de la llegada del turismo. No fue hasta el periodo de entreguerras, en el contexto de la República de Weimar y la II República, y especialmente tras el ascenso de Adolf Hitler y el establecimiento del régimen de terror de los nazis, cuando empezó a formarse una incipiente industria turística en la isla. Fue precisamente la dictadura alemana la que provocó un éxodo todavía mayor de intelectuales, artistas e izquierdistas que, forzados al exilio, llegaron a Eivissa fascinados por su carácter “primitivo”, con un estilo de vida muy tranquilo y muy asequible para el bolsillo de un extranjero.

“Durante la II República hubo una presencia significativa de intelectuales foráneos que propagaron esta visión paradisíaca de la isla al exterior”, reflexiona Rosa Rodríguez Branchat, licenciada en Historia del Arte y doctora en Ciencias Sociales y Humanidades, autora de, entre otros libros, La construcció d’un mite. Cultura i franquisme a Eivissa (1936–1975). Entre estos intelectuales, destacaron Walter Benjamin, Raoul Hausmann, María Teresa León y Rafael Alberti, Albert Camus, Will Faber, Gisèle Freund y Elliot Paul, así como los integrantes del Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània (GATPAC), que compartían esta idea de la exaltación de esa Eivissa preturística, el interés por cuestiones relacionadas con la antropología y la arquitectura y diseño Escuela de la Bauhaus.

Durante la II República hubo una presencia significativa de intelectuales foráneos que propagaron la visión paradisíaca de Eivissa al exterior

Durante esos años veinte, apenas había unas pocas fondas y pensiones que podían dar alojamiento a los turistas. Fue en la década de los treinta cuando empezaron a inaugurarse los primeros hoteles, como el Hotel España, el Gran Hotel (después Hotel Montesol), el Hotel Buenavista y el Hotel Portmany. El desarrollo de Eivissa y Formentera como grandes destinos turísticos está íntimamente relacionado con la escena cultural de las décadas de los veinte y treinta, cuyo clímax se produjo con el aterrizaje de los beatniks y los hippies en los años cincuenta y sesenta. “Eivissa era un lugar arcaico, que representaba las esencias perdidas que la industrialización había hecho desaparecer de muchos sitios de Europa”, explica Maurici Cuesta, historiador e investigador en el campo de la historia contemporánea de la geografía y la historia del turismo en las Pitiüses y Balears.

Pese a que Eivissa siempre fue una isla más conservadora que el resto de las Illes Balears (en las elecciones de 1931 arrasaron las derechas), durante el breve periodo republicano se produjeron algunos avances en los terrenos cultural y educativo, con la creación de la Escuela Sa Graduada –un colegio público que amplió en cinco los centros de la capital ibicenca– y un tejido asociativo de tres casinos en la ciudad, que permitían funciones de teatro, bailes, fiestas, mítines políticos. Unos años antes, en 1927, se formó la Sociedad Cultural Artística y Recreativa Ebusus, con la intención de que sus socios (todos hombres) tuvieran un espacio donde canalizar sus inquietudes culturales y artísticas. Pese a que fue un lugar con diversidad ideológica, la mayoría de sus miembros fueron conservadores. Esto no fue ningún impedimento para que, después de la Guerra Civil, el régimen mandara investigar a sus directivos, por si pudieran haber sido sospechosos de haber mantenido ideas contrarias al nacionalcatolicismo.

El franquismo utilizó el arte moderno para ‘lavar’ su imagen

Este caldo de cultivo artístico y cultural fue, paradójicamente, aprovechado por el régimen franquista para proyectar la imagen de Eivissa hacia el exterior –a través de, por ejemplo, Joaquín Ruiz Jiménez, ministro de Educación Nacional, quien llegó a poner en valor el legado de filósofos y escritores como Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset– ya que, con una España devastada por las consecuencias económicas de la guerra, apostar por el turismo era una salida razonable a la miseria y la pobreza.

“Si el franquismo permitió este ‘cosmopolitismo’ artístico, esta ‘relajación’ en la moral y en las formas, fue porque no consideraba que fuera un peligro”, apunta la doctora Rodríguez. “En un régimen como el del general Franco, hasta el último momento, cuando había que censurar se censuraba, cuando había que reprimir violentamente, se reprimía violentamente, y cuando había que matar, se mataba. Nunca se hubiera permitido nada que pusiera en peligro las esencias de la dictadura”, argumenta.

Sin embargo, pese a que muchos intelectuales e izquierdistas huyeron con el estallido de la Guerra Civil –y antes fueron perseguidos o represaliados por los regímenes nazi–fascistas–, volvieron a encontrar refugio en una isla en la que estaba instalada una dictadura que había sido apoyada por las mismas dictaduras de las que habían tenido que huir para salvar sus vidas. Estas situaciones tan extrañas, en las que convivieron artistas de ideología fascista y antifascista, tuvieron lugar en el seno del Grupo Ibiza 59, integrado por pintores y artistas como Erwin Bechtold, Erwin Broner, Hans Laabs, Katya Meirowsky, Bob Mumford, Egon Neubauer, Antonio Ruiz o Bertil Sjöberg.

Nazis y antifascistas compartieron galerías de arte

Esta galería de arte tuvo conexiones con nazis afincados en Eivissa. Por ejemplo, Erwin Broner fue un judío alemán nacido en una familia burguesa que desarrolló su actividad profesional como pintor y arquitecto. Su arte fue encuadrado dentro de lo que Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos del nazismo, llamaba Entartete kunst –arte degenerado–, es decir, todo lo que para el régimen hitleriano procediera del arte moderno, para ellos ‘contaminado’ por la ‘influencia’ del judaísmo y el bolchevismo. Paradójicamente, Broner colaboró en la isla con Dieter Loerzer, militante de las juventudes hitlerianas y nieto de Bruno Loerzer –mano derecha de Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe nazi–, según destaca la doctora Rodríguez. Esta colaboración no tuvo lugar únicamente en el marco de las exposiciones de la galería Ibiza 59, sino que ambos trabajaron conjuntamente en la película The Little Island (1958), dirigida por Richard Williams.

El local en el que luego se alojó esta galería estuvo alquilado, en 1957, precisamente por Dieter Loerzer, quien vivió en la isla en dos periodos, desde 1957 a 1962 y desde 1973 hasta su muerte en 2010. Estrechó lazos en Barcelona con Emil Schillinger (que también fue miembro de la Luftwaffe) y, una vez establecido en Eivissa, se hizo cargo de la dirección de la galería. Schillinger además inauguró un bar, en el barrio de La Marina –pegado al puerto–, llamado El Delfín Verde, en el que, según Rodríguez, se producían encuentros de nazis que celebraban todos los años el nacimiento de Adolf Hitler.

El Grupo Ibiza 59 se disolvió en 1964. A través de un artículo de opinión en la prensa local, Erwin Broner explicaba que la galería, con artistas de ideología progresista, había cumplido su función. “Resulta paradójico que Broner califique como ‘progresistas’ a artistas que, cierto es que en muchos casos habían sufrido las consecuencias de un Estado totalitario, pero que hacían estas declaraciones en un lugar como Eivissa, que se encontraba en plena dictadura franquista”, analiza Rodríguez. “Esto solo se podía entender desde su desconexión con la realidad de la sociedad ibicenca. Su percepción sobre la isla –como lugar de libertad– se explica desde una perspectiva personal”, matiza la doctora.

La configuración del mito de ‘Ibiza’

Este ambiente artístico-cultural fue dejando, poco a poco, un poso, una huella en torno a la cual se fue formando el mito de Ibiza: un lugar en el que los extranjeros (no tanto los ibicencos) tenían libertad para abrir bares, alquilar una casa payesa en el campo, desplegar su arte y vivir conectados a la naturaleza. En este contexto, además, ya habían empezado a llegar a Eivissa los beatniks desde Estados Unidos, un movimiento contracultural muy importante. “La isla es un lugar en el que nadie los persigue, pueden vivir tranquilamente, consumir marihuana y LSD e incluso alquilar casas y abrir bares. El puerto de La Marina (zona antigua de Eivissa) está lleno de bares regentados por beatniks”, sostiene Cuesta.

Con la llegada de los beatniks primero y de los hippies después, la configuración del mito de Ibiza como isla de libertad y placer llegó a su punto de inflexión: este es el mito que posibilitó lo que a día de hoy es la poderosa marca ‘Ibiza’, que ofrece una oferta turística con amplias connotaciones hedonistas. Un fenómeno que siempre estuvo ligado a la industria cultural. En 1969, parte de la película More, dirigida por el cineasta francés Barbet Schroeder, se rodó en Eivissa, con el sello de Pink Floyd en forma de banda sonora: una historia de amor de dos jóvenes en un contexto de drogas, sexo y ‘comunas hippies’. “Sin duda, More es la consolidación de Eivissa –o mejor dicho 'Ibiza'– como mito hippie y destino de sexo y drogas”, destaca Rodríguez.

Esta libertad solo era real para los extranjeros, que estaban amparados por las libertades civiles garantizadas por las constituciones de sus países. Los ibicencos no podían votar, ni divorciarse, ni estudiar en su lengua propia (el catalán) y podían ser asesinados por razones políticas o ideológicas. Aun así, este mito también fue percibido del mismo modo por ciudadanos españoles, como el poeta catalán Miquel Martí i Pol, que fantaseaba con fugarse a Eivissa a vivir con una mujer de la que se había enamorado –pese a estar casado, teniendo en cuenta lo que suponía el adulterio durante el franquismo–. La materialización de este sueño le habría convertido –y también a su pareja– en autor de un delito a ojos del Código Penal.

Pese a que el movimiento hippie no supuso una amenaza real para el franquismo local –más allá de la molestia que suponía para la Iglesia, depositaria de los valores del nacionalcatolicismo y algunos hechos puntuales en los que se produjeron expulsiones–, a partir de 1968 y, sobre todo, del verano de 1969, empezaron los problemas, después de una serie de reportajes publicados por el periodista Alfredo Semprún en el diario ABC. Bajo el titular “El mito 'hippie’ en Ibiza. Miles de indeseables han invadido la bellísima isla”, el cronista desgranaba con gran lucidez, en algunas partes del texto, el contexto de la época.

“En este tiempo de indudable prosperidad, la no menos indudable herencia fenicia de las islas ha acogido, admitido y soportado, aun con indiferencia todas y cada una de las excentricidades propias de las distintas 'corrientes' creadas por el esnobismo de posguerra. Atraídos por su luz, artistas afectos a todos los -ismos conocidos vivieron por más o menos tiempo (muchos las viven todavía) las cálidas jornadas ibicencas. Y tras ellos acudieron también desde el 'ácrata', el 'existencialista' o el 'poeta pensador' hasta el joven y rebelde blouson noir... A todos ellos se les debe en gran parte –nadie lo ignora en las islas– el conocimiento que en el mundo existe de las bellísimas Pitiusas”.

En este tiempo de indudable prosperidad, la no menos indudable herencia fenicia de las islas ha acogido, admitido y soportado todas y cada una de las excentricidades propias de las distintas 'corrientes' creadas por el esnobismo de posguerra

Hippies definidos como ‘desechos humanos’

En esa misma crónica, sin embargo, se refirió a los hippies como ‘desechos humanos’, ‘ninfómanos y ninfómanas’ y ‘deformados mentales’, entre otros calificativos, lo que generó gran malestar en el alcalde de Eivissa, Joan Verdera Ribas, y otras autoridades locales no eclesiásticas. “Y, además de los ‘hippies’, están ‘ellos’. Nos referimos a unos cuantos desechos humanos, cargados de dinero y de vicios, que, desgraciadamente, han creado, bien en las blanquísimas casas de campo ibicencas o en los camarotes de lujosos yates anclados en el puerto, auténticos templos a Eros, en los que noche tras noche se sacrifican las más puras e ilusionadas mentes juveniles. Ninfómanos y ninfómanas, deformados mentales de toda especie son, en un trasfondo fácilmente sondeable, la fuente económica en la que bebe ese triste fenómeno llamado ‘hippies’, que, hoy por hoy, ensucia nuestras blanquísimas Pitiusas”, culminaba en su reportaje del 23 de agosto de 1969. Después de esta crónica llegaron algunas más, tras las cuales se produjeron expulsiones masivas de hippies.

Ninfómanos y ninfómanas, deformados mentales de toda especie son, en un trasfondo fácilmente sondeable, la fuente económica en la que bebe ese triste fenómeno llamado ‘hippies’, que, hoy por hoy, ensucia nuestras blanquísimas Pitiusas

El fenómeno hippie –y todo el panorama cultural que se empezó a fraguar durante la República– fue instrumentalizado por el régimen franquista, sobre todo, después de la II Guerra Mundial –en un contexto marcado por la devastación económica y moral del país–, que necesitaba recuperarse y proyectar una imagen más ‘amable’ de su dictadura de cara al exterior, una vez fueron derrotados sus aliados: el fascismo italiano y el nazismo alemán. 

De este modo, concluye Rodríguez, el franquismo local vio en los hippies una posibilidad de distinguirse de la oferta estatal de ‘sol y playa’, marcando las diferencias a partir de una supuesta libertad en cuanto a las formas, pero no respecto a los contenidos. Si el franquismo se sentía amenazado, actuaba y ponía en funcionamiento su maquinaria represiva. A día de hoy, la imagen turística de Ibiza está alimentada, en buena parte, por el mito que se fue fraguando desde los años veinte hasta los años setenta, lo cual fue aprovechado por la industria del ocio y las discotecas durante el boom final que tuvo lugar en los ochenta y noventa.