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Cómo Robert Graves anticipó con su poesía la deriva tecnológica

Robert Graves

Esther Ballesteros

Mallorca —

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“Además de producir cosas hermosas, la pasión rectora de mi vida ha sido y sigue siendo el odio a la civilización moderna”. Diseñador textil, artesano, novelista, poeta, fundador de las Arts & Crafts, activista socialista, amante de la belleza y el arte y ferviente apasionado de la Edad Media, William Morris (1834-1896) desató implacable su ira contra las miserias del capitalismo industrial, el comercialismo masivo, la vulgaridad del progreso y el adocenamiento espiritual y volvió la mirada hacia nuevos –en realidad, antiguos– espacios de vida más próximos a la naturaleza, la justicia social y la plenitud. No sería, sin embargo, el único ni el último que apelaría a la recuperación de la armonía del hombre con el entorno. Una nueva investigación ha arrojado luz sobre el apego vital que experimentó el afamado poeta Robert Graves –quien fijó su residencia en Mallorca en 1929–, fruto del trascendental papel que las montañas y el paisaje jugaron para despertar en el autor británico este amor por la vida.

De ello se ha encargado Eduard Moyà, traductor de Graves al catalán, escritor y profesor del Departamento de Filología Española, Moderna y Clásica de la Universitat de les Illes Balears (UIB), quien se sumergió en las inquietudes del escritor en el marco de sus investigaciones sobre la imaginería proyectada por la mayor de las Balears en los viajeros ingleses del siglo XIX.

En este contexto, una de las piezas clave es Robert von Ranke Graves, “una pieza totémica”, remarca Moyà en declaraciones a elDiario.es, en las que señala cómo el poeta, a raíz de dos “experiencias iniciáticas” que le marcaron en su juventud, dedicaría su vida a establecer un permanente contacto con la naturaleza, alejado con ello del progreso tecnológico. Primero entre las escarpadas laderas del norte de Gales, más tarde entre los olivos y el anfiteatro rocoso de la mallorquina Serra de Tramuntana.

A raíz de dos "experiencias iniciáticas" que le marcaron en su juventud, Graves dedicaría su vida a establecer un permanente contacto con la naturaleza, alejado con ello del progreso tecnológico, primero en Gales y más tarde en la Serra de Tramuntana

La visión de Graves en este sentido se plasma en el poemario recientemente traducido por Moyà, El crestall rost (2023, Nova Editorial Moll), en el que conjura la guerra y la muerte mientras invoca a la Diosa Blanca y el magnetismo de las montañas. En sus poemas, Graves traza paralelismos entre el amor y las montañas, llegando a bosquejar al amante como un viajero que se aventura en el encanto y los peligros del amor del mismo modo que un montañero que enfrenta los desafíos de un ascenso traicionero.

Entre la vida y la muerte, entre el riesgo y la seguridad

“La montaña es un elemento recurrente en su poesía, que está muy marcada por un sentido vital muy fuerte”, ahonda el investigador, quien sostiene que fueron dos experiencias trascendentales en la vida de Graves las que le impulsaron a concebir la montaña como un refugio emocional: las escaladas que practicaba desde muy joven en Gales y su participación como teniente y después capitán en la I Guerra Mundial, acontecimientos que, según Moyà, le colocaron “entre la vida y la muerte, entre el riesgo y la seguridad”.

De la mano de una de las grandes leyendas del himalayismo mundial, George Mallory, quien en 1924 desapareció a más de 8.000 metros de altura cuando se proponía a ascender hasta la cumbre del Everest, Graves se introdujo en el montañismo. El novelista conoció al expedicionario en la elitista Charterhouse School, donde gracias a una beca Graves cursó cinco años de sus estudios. Como apunta el traductor, Mallery lo guio en las montañas. “Eran unas escaladas muy definidas, muy potentes. Y el riesgo de la escalada le hace aferrarse a la vida como le hace aferrarse a la pared”, subraya. Además de la amistad que ambos se profesaron, Mallery era el profesor de literatura de Graves, quien en su autobiografía Adiós a todo eso (1929) dedica buena parte de su relato a su experiencia con él: “Me habló de la existencia de autores modernos. Siendo mi padre dos generaciones mayor que yo y mi único vínculo con los libros, nunca había oído hablar de personas como Shaw, Samuel Butler, Rupert Brooke, Wells, Flecker o Masefield, y el descubrimiento me emocionó”.

Años después, Graves escribirá en traducción de Eduard Moyà:

Caminar pels tossals és emprar les cames (Caminar por las colinas es emplear las piernas)

com a portadores del cap i del cor (como portadoras de la cabeza y del corazón)

en aventures conjuntes cap a (aventurándose conjuntamente hacia)

potser una equanimitat real. (quizá un equilibrio auténtico).

Caminar pels tossals és veure vistes (Caminar por las colinas es ver paisajes)

i sentir sons poc familiars (y oír sonidos desconocidos)

(...)

El cor dobla el seu deure (El corazón cumple una doble función)

tant de cor, com de cap, (como corazón, y como cabeza)

amb futilitats portentoses (con portentosas nimiedades).

Estalla la Gran Guerra

Tras ello, el estallido de la Gran Guerra abrió una brecha y trastornó lo cotidiano. Fue entonces cuando Graves se enroló en el regimiento de los Royal Welch Fusiliers y vivió los momentos más duros tras las trincheras, lo que le hizo desarrollar un sentido muy claro de la vida y la muerte. “El hombre ya no lucha con la bayoneta frente a frente, sino desde las trincheras. El gas mostaza se precipita sobre ellos, les caen bombas no saben de dónde. Para Graves, el siglo XX ya no es el siglo XX, sino toda la civilización occidental. Él la siente como un fracaso. Su idea es que, tras 4.000 años de civilización occidental, el progreso tecnológico sólo nos ha servido para matarnos unos a otros de la forma más efectiva”, explica Moyà.

La desolación y la devastación provocadas por la contienda no dejaron indiferente a Graves, quien, sin embargo, nunca renegó de las montañas. “En tu quehacer vital y diario, tú puedes elegir entre vivir apegado a la vida o vivir apegado a la muerte”, sostiene el traductor, quien apunta que ese sentimiento nació primero en las alturas de Gales y fue instigado después con la experiencia de la guerra, de tal forma que, cuando finalizó el conflicto bélico, el poeta británico buscó “refugio espiritual en la montaña para escapar del progreso tecnológico que se materializa en la guerra”. Como escribió en 1962:

La violència ja no t'amenaça: (La violencia ya no te amenaza):

fou la teva temeritat innocent (fue tu temeridad inocente)

la que ens va fer tremolar: veterans alliberats (la que nos hizo temblar: veteranos liberados)

de les guerres brutes de la vida. (de las guerras sucias de la vida).

Perdona'ns aquesta altivesa: estem avergonyits, (Perdónanos esta altivez: estamos avergonzados)

com quan una al·lota jugant a la vorera del precipici, (como cuando una chica jugando en la acera del precipicio),

pregunta als seus germans de cares pàl·lides: (pregunta a sus hermanos de caras pálidas):

“Em preneu per una ninota petita?” (¿Me toma por una niña pequeña?”) 

Fue entonces cuando Graves decidió dejar atrás el mundo industrializado y viajar a Mallorca. “Se va a un sitio aislado, donde no hay política ni tecnología y se puede vivir todavía con unos ritmos naturales”. A 34 kilómetros de Palma, Deià, en cuyo cementerio descansan los restos del autor de Yo, Claudio, es el pueblo que lo acogió. Fascinado por los recovecos de un lugar que décadas atrás había inspirado a intelectuales, pintores y viajeros de toda índole.

La “lectura radical” de los poemas de Graves

Sin embargo, más allá de la explicación biográfica, Moyà acude a la metáfora y aporta la “primera lectura radical” que en su opinión ofrece Graves y “la primera razón” por la que en la actualidad cree que debería ser leído: “En cierta manera, lo que Graves nos está diciendo con su poesía es que estamos perdiendo nuestro contacto con la naturaleza y nuestra capacidad de nombrar las cosas naturales. Como él expresa, durante siglos la civilización, los hombres y las mujeres hemos sido capaces de entender nuestra vida reflejada en la naturaleza como si fuera una metáfora de nuestra vida. Y aquí viene la montaña. La montaña como experiencia del amor”.

El investigador subraya que el viaje del amor “no es un viaje cómodo ni un viaje que el siglo XX te pueda vender como un producto empaquetado. Es la antítesis de Tinder. Y el viaje de amor es un viaje duro. Es un viaje en el que no sabes adónde vas. Es un viaje con riesgos y es un viaje que hay que hacer de manera valiente. El amor es como una cresta inalcanzable por la cual tienes que caminar de manera valiente y de manera honesta. Si tú no estás dispuesto a a emprender el viaje con estos valores, tampoco estás dispuesto a llegar a la cima”. Y, en esta línea, como si fuese el escritor británico quien tomara la palabra, prosigue: “Estamos perdiendo un diálogo con la naturaleza que al final es lo que nos sostiene, vivir en armonía con nuestro entorno. Lo que nos cuenta Graves es que el progreso y la tecnología nos están distanciando cada vez más. No sólo perdemos el diálogo, sino también la capacidad de nombrar el paisaje y es entonces cuando nos descarrilamos y nos perdemos como entes naturales”.

La tecnología “nos ha separado”

En este contexto, Moyà cita a William Morris y a los prerrafaelitas, críticos de la decadente y corrompida sociedad moderna e idealizadores de una armoniosa Edad Media, al igual que en el siglo XX un nostáligico Lewis Mumford volvería la vista hacia la solidaridad y la cooperación como los valores fundamentales –y ya perdidos– que encarnó la media tempestas: “Para Morris, la naturaleza es su templo. Entonces irrumpe la máquina y rompe con los ciclos de equilibrio que nos han mantenido como civilización sostenible y, de repente, todo se acelera, todo se destruye. Primero con la experiencia de la I Guerra Mundial, después con la experiencia de Auschwitz, ahora con la experiencia de Gaza. La civilización tecnológica no nos ha ayudado para nada a unirnos, sino a separarnos”.

En medio de esta “lectura radical”, el investigador indica que, aunque el poeta británico “ni se declara feminista ni ecologista, su mensaje sí lo es”. Y abunda: “No es que tengamos que volver al taparrabos y al hacha y vivir en tribus, pero sí recuperar unos valores sostenibles, naturales, de comunicación con la naturaleza” en comunión con los dioses que los griegos continuaron invocando tras poner fin a la civilización prehelénica: “Uno de esos dioses eran las musas, y las musas tuvieron que buscar un refugio inalcanzable. Ese refugio eran las montañas. Graves cierra el círculo y nos dice: 'Yo encontré las musas de joven escalando y las encontré después de mayor en las montañas de Mallorca'”.

Las musas tuvieron que buscar un refugio inalcanzable. Ese refugio eran las montañas. Graves cierra el círculo y nos dice: 'Yo encontré las musas de joven escalando y las encontré después de mayor en las montañas de Mallorca'

Eduard Moyà Traductor de Robert Graves

En Deià, donde Graves buscó la tranquilidad que le alejara de los horrores de la Gran Guerra y le permitiera evocar, entre montaña, mar y bancales de olivos, las antiguas gestas de Roma y Grecia, el poeta encontró el ejemplo perfecto de amor, “trabajado durante generaciones para vivir. Siempre es el mismo producto, el mismo aceite. Él ve en una olivera a dos amantes unidos y enrollados entre ellos, en formas extrañas, que se aman y que van creciendo con el tiempo el uno con el otro”.

El traductor precisa que Graves tampoco era un poeta naturalista ni del medio ambiente, pero sí un poeta del amor, un poeta que escribe a la Diosa blanca, la Luna, “materialización de la naturaleza y sus ciclos”. “Nos dice que necesita aferrarse al amor como motor de vida, aferrarse a Eros en contraposición a Tánatos, que es la muerte, tener la sensación de esta pulsión vital, de sentirse joven, de sentirse atraído a Eros. Y una manera de sentirse vivo es enamorarse. Porque cuando uno está enamorado, parece que se puede comer el mundo, no tiene ni hambre ni sueño, y para él ésta es una manera de fomentar esa pulsión vital”. O como Graves escribió:

Quan vaig sortir aquella tòrrida nit (cuando salí esa tórrida noche)

vaig sentir el toc de la Una. (sentí el toque de la Una).

La lluna, coronada en la seva plenitud, (la luna, coronada en su plenitud)

es va erigir radiant com el sol: (se erigió radiante como el sol):

exorcitzava el blat fantasmal (exorcizaba el trigo fantasmal)

i assentia muda i rendida a l'amor, (y asentía muda y rendida al amor),

la cita amb el qual ja havia començat. (la cita con el cual ya había comenzado)

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