“Ni Las Vegas, que tanto suena en el mundo de la diversión, puede presumir de un mayor número mayor de bailes en marcha cada noche”. A finales de los sesenta, Mallorca contaba con 117 salas de fiesta –más que Madrid y Barcelona juntas– mientras se erigía en paradigma de la modernidad y en escenario de profundos y acelerados cambios sociales. A la par que la isla veía consolidarse el turismo de masas, la noche mallorquina era testigo de la aparición ininterrumpida de locales de ocio nocturno. Y en medio de este panorama, el diario Baleares hablaba de la llegada de un nuevo verano y, con él, su “racha loca” de inauguración de discotecas: “Lo de cada año, y siempre con más fuerza, hasta el extremo de que uno, como tantos, se pregunta a dónde iremos a parar”. “Hay miles de turistas que han visitado Mallorca y conocen las salas de fiesta por encima de sus monumentos. Eso demuestra que se necesita de este tipo de local y del espectáculo que ofrece”, proclamaba el periodista Pau Llull en las páginas del mismo rotativo.
Nombres como los de Tito’s, Barbarela y Tagomago forman parte de la memoria colectiva de una Mallorca entregada de lleno a las influencias internacionales que despuntaban en la época. Veinte años antes, en la década de los cincuenta, la isla se había convertido ya en uno de los principales motores del desarrollo económico, social y cultural de aquella España sumida hasta entonces en la autarquía política y cultural y, en medio de ese totum revolutum, no solo presenció los primeros bikinis y las primeras minifaldas al abrigo del boom del turismo, forjador de una nueva fisonomía isleña, sino también las primeras discotecas. Desde entonces, la mayor de las Balears ha visto aparecer y desaparecer locales de fiesta, ha visto alternar periodos de éxito y decadencia y, setenta años después, la oferta de ocio de la isla continúa transformándose con la creación de nuevas salas.
No en vano, en breve prevé abrir sus puertas Lío Mallorca como muestra de que la isla nunca es ajena a los nuevos avances. En el mismo edificio del Paseo Marítimo de Palma desde el que durante décadas reinó Tito's, Lío, que cuenta con locales en Mykonos, Londres y Eivissa, mezclará espectáculos estilo cabaret y shows con cantantes, bailarines, acróbatas y artistas internacionales con un restaurante de alto standing a cargo del chef mallorquín Andreu Genestra, poseedor de una estrella Michelín.
“Lejos de pensar que la isla es, necesariamente, sinónimo de aislamiento, [numerosos acontecimientos] refuerzan de nuevo la idea de que Mallorca es una tierra abierta, activa y dinámica, permeable a unas influencias externas en constante renovación”, subraya el historiador Tomeu Canyelles en su estudio Nous estils musicals i canvis socials a Mallorca (1960–1975), en el que recoge el testimonio de gran parte de quienes presenciaron aquella vorágine. No en vano, señala cómo, a finales de los cincuenta, la costa mediterránea y Balears “se convierten en un auténtico negocio” y en los grandes catalizadores de la modernización cultural española mientras que en los sesenta Mallorca devino en uno de los máximos paradigmas de aquella renovación económica, cultural y social.
Gomila, el gran centro de ocio de Palma
“En poco tiempo, Mallorca se convirtió en foco importador y exportador de una serie de elementos, propios de una sociedad de consumo en pleno crecimiento”, abunda el investigador, autor de numerosos trabajos sobre los procesos culturales, los impactos sociales del turismo, la represión franquista, la marginalidad o la escena musical isleña.
Si en los años veinte Tito's ostentó la hegemonía de la noche mallorquina, en los años cuarenta nuevos locales comenzaron a atraer la atención de residentes y turistas: Trocadero (1942–1976), Salón Ibiza (1949–1979) y Salón Trébol (1942–1956) son sólo algunos de ellos. A partir de los años cincuenta, esta primitiva red comenzó a ampliarse con la inauguración de salas como Jack el Negro (1950–1980) y La Cubana (1955–1971). Y entre tanto, la icónica plaza Gomila, en Palma, se convertía en uno de los escenarios más representativos y cosmopolitas de aquella Mallorca del boom turístico.
Si en los años veinte Tito's ostentó la hegemonía de la noche mallorquina, en los años cuarenta nuevos locales comenzaron a atraer la atención de residentes y turistas: Trocadero, Salón Ibiza y Salón Trébol fueron tan sólo algunos de ellos
“Gomila no habría sido lo que ha sido sin Tito's. Todo el verano llegaban taxis uno tras otro continuamente. Los extranjeros que bajaban de estos vehículos iban elegantísimos. Al llegar, un portero vestido de rojo con botones dorados y gorra, les abría la puerta. Entraban reyes, príncipes, condesas, duquesas, estadistas, actores y actrices de Hollywood (...) Tito's dio prestigio internacional a Mallorca”, subraya el músico Toni Morlà y recoge Canyelles en su tesis.
Erigida en 1923 como el primer dancing night club de Mallorca, la silueta de Tito's coronó durante décadas las noches del Paseo Marítimo, con variopintas personalidades como Marlene Dietrich, Ray Charles o Charles Aznavour dejándose atrapar por el complejo acristalado con vistas a la Bahía de Palma.
Según recoge Canyelles en boca de Ernest Felani, componente de la orquestra Los Transhumantes, el local recibe su nombre de quien fue uno de sus numerosos propietarios, “un enigmático empresario italiano llamado Tito”. “Y antes había sido propietario un inglés que dejó la llave en la cerradura y que se fue sin pagar ni a un solo acreedor. ¡La que se armó!”, añade. Una vez finalizada la Guerra Civil, Tito’s comenzó a distinguirse por una ambiciosa programación que mezclaba la música en vivo y la danza.
A principios de los cincuenta, de la mano de su nuevo director, Jaime Camino, el templo nocturno organizó los primeros espectáculos de grandes dimensiones que a menudo incluían a más de una veintena de artistas sobre el escenario, lo que acabó repercutiendo en el precio de la entrada: 25 pesetas, una cifra que la convertía en la sala de fiestas más cara de la isla y que iría subiendo de forma progresiva con la afluencia de turistas, cada vez más numerosa, y el aumento del poder adquisitivo de la juventud mallorquina. Tras un nuevo cambio de propiedad y ambiciosas reformas, Tito's daba comienzo en 1957 a un periodo de absoluto esplendor que se prolongará a lo largo de las siguientes dos décadas.
En los ochenta, el mayor imperio del ocio de las islas, el grupo Cursach, se haría con las riendas de Tito's. Bajo su batuta, galas internacionales, ambiente vanguardista, champán a raudales, glamour por todo lo alto y artistas de primera fila continuaron en el nuevo siglo traspasando el umbral de la catedral del ocio nocturno privilegiadamente situada a menos de cincuenta metros del mar. Tras la venta del edificio en el que en breve se ubicará Lío, Tito's continúa ofreciendo nuevos espectáculos, fiestas y congresos en Magaluf (Calvià), donde comparte edificio con BCM.
Trébol, Rosales y Trocadero
En paralelo, otro de los locales con mayor concurrencia y prestigio en Palma fue Trébol, inaugurada en 1946. Situada en la calle Benet Pons, abría cuatro noches a la semana hasta que, a partir de 1950, se ampliaron a cinco. “Trébol ofrecía una programación basada en las actuaciones en directo de orquestas como la Bolero, Trocantes y Musilandia, las más habituales en sus escenarios, además de incluir otras actividades alternativas, como concursos de cante o baile”, explica Canyelles, quien recuerda que, muy próxima a ésta, se encontraba otra de las salas históricas del ocio nocturno en Palma: el Salón Rosales. Fundado en 1946, abría todas las noches y destacó, sobre todo, por reunir en su programación a las mejores orquestas mallorquinas del momento como la Brasil, Ritmo y Melodía, Ángeles Negros o Los Suiners, además de contratar atracciones de prestigio internacional como la de los mexicanos Trío Calavera.
La creciente demanda de ocio por parte del turismo provocaba que todas estas discotecas estuvieran diariamente rebosantes de gente. “Tito’s sigue llenando. La Posada de Jack el Negro, abarrotada. En el Club Palma, de bote en bote. En el Hostal Bonanova no se cabe. En Trébol, no se puede dar un paso. En Rosales faltan mesas. En Olimpia, un exitazo. En Villa Rosa, lleno absoluto. Pero... ¿Es que de verdad, hay tanto público para todos?”, se preguntaba entonces el periodista Emilio Moreno en la revista Cort.
El historiador musical asevera que la posibilidad de hacer negocio aprovechando que el turismo era un fenómeno cada vez más intenso queda reflejado en la aparición de nuevas salas de fiesta en Palma como Calipso o Sésamo e incluso en la incorporación, en la oferta de los hoteles, de servicios night–clubs a menudo improvisados para atraer no sólo a sus propios clientes, sino también a los propios residentes de la isla. En este contexto, cadenas y establecimientos como Meliá, Playa de Oro, Costa Azul o San Francisco inaugurarían sus propias salas de fiesta, unos espacios que, puntualiza Canyelles, “si bien consiguen hacer la competencia a locales como Tito's, La Cubana o Jack el Negro, en ningún caso conseguirán alcanzar la fama y prestigio que estos últimos tenían”.
En definitiva, subraya el investigador, la Mallorca de finales de los años cincuenta poco tenía que ver con la isla que era una década antes. El boom de sus salas de fiesta coincidió, además, con la visita de estrellas de Hollywood como Errol Flynn, Lex Barker, Ava Gardner o Diana Dors, haciendo que la noche mallorquina disfrutase de un glamour especial como pocos lugares tenían. El músico Pep Alba habla del contraste que se produjo entre una y otra época: “Aquellos momentos en los que, cuando la Guardia Civil entraba en un bar y se hacía, de repente, un silencio sepulcral, iban quedando atrás. Nuestra vida había pasado de ser en blanco y negro a ser una vida en color”.
Llegan los años sesenta
La llegada de los añorados años sesenta no detuvo la actividad de las discotecas. Todo lo contrario. “A pesar del atraso cultural y musical existente en el Estado español respecto al resto de países europeos, en Mallorca el lustro 1960–1965 fue un período de exploración, gestación y, finalmente, eclosión de una primera generación pop; unos años en los que el engranaje de la industria turística experimentará con las diferentes posibilidades que ofrecía la música en directo, haciendo que, en poco tiempo, aparezcan numerosos conjuntos musicales en la isla”, explica Canyelles.
A pesar del atraso cultural y musical existente en el Estado español respecto al resto de países europeos, en Mallorca el lustro 1960-1965 fue un período de exploración, gestación y, finalmente, eclosión de una primera generación pop
En Desviaciones del espíritu moderno, Juan Rey señalaba que, en la nueva década, se dio paso “a una vida excesivamente activa y agitada. Una vida de efusión al exterior; nada de introspección. La vida moderna es vértigo, es frenesí”. Y a pesar de que la copla, el pasodoble y el folklore seguían formando parte del imaginario de la época y el Porompompero de Manolo Escobar se convertía en 1960 en el disco más vendido en España, el fuerte impacto turístico provocó una clara renovación en los gustos del público. Acababa de aparecer un nuevo concepto a la hora de entender la música popular, el pop, mientras en Mallorca esta búsqueda constante de nuevos estilos y tendencias provocó que, en poco tiempo, comenzasen a popularizarse nuevos sonidos como el twist, el rock and roll, el beat y la canción francoitaliana.
“Dentro de este contexto cultural, Mallorca jugaba con una clara ventaja respecto a otras capitales españolas: la fuerte presencia de turistas provocó que los gustos de los jóvenes mallorquines quedaran alterados, lo que se manifiesta en el surgimiento de nuevas tiendas de ropa, night– clubs, festivales musicales y todo tipo de iniciativas culturales”, incide el historiador. El locutor e histórico presentador José María Íñigo lo tenía claro: “Lo importante, lo que realmente vale, es no detenerse, no quedarse quietos, hay que ganar la frenética carrera frente al estatismo, hay que derrotar a la inmovilidad de los mayores”. Una frase que resumiría la esencia y espíritu del movimiento generacional que, definitivamente, marcaría la década de los sesenta: el fenómeno ye–yé, con la fiebre por nuevas voces como las del Dúo Dinámico.
Tiembla la hegemonía de Tito's
En cuanto a las discotecas, Tito’s continuó imperando en la noche. Hasta que el 17 de marzo de 1964 vio tambalear su hegemonía. Acababa de inaugurarse Tagomago, una nueva sala de fiestas en Palma que daría inicio a una rivalidad que se agudizaría con el paso de los años pero que, a su vez, provocaría directamente que buena parte de las grandes estrellas de la música internacional pasaran, en un momento u otro, por Mallorca. Tagomago, cuya inauguración se convirtió en un evento social sin precedentes, contaba con un aforo de unos 800 espectadores, permanecía abierto todo el año y puso en práctica una fórmula efectiva donde se mezclaba la música, la danza y el humor: a lo largo de esa década, los Valldemossa, la vedette Margaluz y el cómico Xesc Forteza formarán un equipo infalible que protagonizará buena parte de las noches de Tagomago.
Pero, sin lugar a dudas, fue en los setenta cuando llegó la consolidación de las discotecas en Mallorca, un fenómeno difícil de entender sin un contexto de turismo masivo. Como señala Canyelles, la industria musical era de vital importancia para seguir explotando, con efectividad, el boom turístico iniciado prácticamente una década atrás. De forma progresiva, el concepto de sala de fiesta o night–club había dado paso a locales de cada vez más grandes, modernos y espectaculares. “Las discotecas de estos momentos reunían dos rasgos esenciales: por un lado, debían mantener un escenario para poder realizar actuaciones en directo; por otro, necesitaban un espacio donde almacenar los singles, EP's y LP's, así como un equipo de sonido con los que poder reproducirlos a todo volumen”, abunda.
En medio de ese panorama, la figura del disc–jockey, encargado de reproducir en directo una selección de hits de moda en sustitución de los conjuntos musicales que, hasta entonces, habían sido intocables, verá incrementado su protagonismo, mientras las gogós se convertían en esa época en otro de los elementos esenciales de los locales nocturnos de ocio.
La industria musical era de vital importancia para seguir explotando, con efectividad, el boom turístico iniciado prácticamente una década atrás. El concepto de sala de fiesta o night-club dio paso a locales de cada vez más modernos y espectaculares
Comienza la decadencia (y abre Barbarela)
Con la crisis del petróleo de 1973, sin embargo, parte de la industria musical de la isla y las noches por todo lo alto iniciaron el camino de su decadencia. Algunas discotecas lograron sobrevivir al hundimiento, como Tito’s, “pero ya nada era igual: lejos quedaban los días en que Armstrong, Hendrix y Aznavour hicieron vibrar al público local”. Y mientras desaparecía buena parte de los locales dedicados al ocio nocturno, otros abrían sus puertas, como Barbarela. “Barbarela no sólo fue la discoteca líder en la Mallorca de los primeros años setenta, sino también la más visionaria: las numerosas novedades que incorporaba, sumadas a una espectacular programación de actuaciones destinadas a los jóvenes, hizo que no tuviera rival entre 1969 y 1973. Un Tagomago cada vez más decadente había ido quedando desplazado en la carrera por la hegemonía absoluta de la noche mallorquina, mientras que Tito's, pese a quedar eclipsado por aquel nuevo fenómeno, seguía conservando un gran prestigio tanto a nivel nacional como internacional”, afirma el investigador.
Mientras artistas de gran fama internacional como Jimi Hendrix, Louis Armstrong, Tom Jones, Maurice Chevalier o The Animals consolidaban el prestigio de Mallorca y surgían nuevas formas de entender la música, como la psicodelia o el soul, locales como Malvaloca, Babels y Aloha se sumaban a la lista de las discotecas más importantes en la Mallorca de los años setenta: la primera estaba situada en La Ribera de Can Pastilla y, a lo largo de los años, actuaron en ella conjuntos internacionales como Johnny Johnson & The Bandwagon y algunos de los artistas líderes de la escena mallorquina, como Lorenzo Santamaría, Los Condes, Zebra, Aquarius y Union 70.
Por su parte, Babels, situada en los bajos de uno de los molinos de la barriada de Es Jonquet, se convirtió, pese a sus reducidas dimensiones, en uno de los referentes de la noche palmesana. Aloha, en la planta baja del antiguo hotel Fiesta, en s'Arenal, concentraba a público de todas las edades y a grupos de distintos estilos y principalmente locales, como Los Javaloyas o Los Ros. En la misma zona echó a andar Match, de la que era director y propietario el empresario Bartolomé Cursach. Mientras tanto, otro de los molinos de Es Jonquet fue testigo de la apertura de locales como La Demence, que con el tiempo se convertiría, entre otros, en Luna, If, Clan, Cerebro y Griffins.
En el levante de la isla el ritmo de crecimiento era más lento. Entre los que abrieron la persiana en los setenta se encuentran Pago–Pago Club (Can Picafort), inaugurado con un concierto de los Z–66 y un joven Lorenzo Santamaría como vocalista; Maniquí, en los bajos del Hotel Playa de Port d’Alcudia; El Dorado, en Llucmajor, El Molino, en Santanyí, y Caballito Blanco, en Capdepera. “Lejos de estancarse o empezar a disminuir, el número de negocios de estas características aumentó en 1972”, señala Canyelles, quien apunta que, con ello, se reforzaba aquella red de oferta de ocio nocturno que, en proporción a la densidad de población y límites geográficos, “era altísima”.
En el levante de la isla el ritmo de crecimiento era más lento. Entre los que abrieron la persiana en los setenta se encuentran Pago-Pago Club (Can Picafort), inaugurado con un concierto de los Z-66 y un joven Lorenzo Santamaría como vocalista
La feroz competencia desata las alarmas
No en vano, la continua proliferación de discotecas en Mallorca provocó que comenzaran a encenderse las alarmas y comenzara una época de receso motivado por la feroz competencia generada entre los locales. De este modo, para poder atraer el mayor número de clientes, los precios de las entradas y las consumiciones se abarataban hasta tal punto que se generaban ingresos menores en comparación con los que, perfectamente, se podían ganar en años anteriores. La situación llevó a los principales directores de las salas de fiesta a debatir acerca de lo que estaba ocurriendo: un claro desequilibrio entre la excesiva oferta y la demanda, teniendo en cuenta, además, que los turistas preferían gastar cada vez más su dinero en locales más baratos que en discotecas o night–clubs de renombre y prestigio. Pese a ello, abrieron sus puertas nuevos establecimientos como Génesis o Divas, en Palma, Barrabás, en Magaluf, o Playman, Don Andrés y Alfa, en Santanyí.
Por encima de esta situación de incertidumbre, Tito’s, avalado por el prestigio acumulado a lo largo de las últimas décadas, logró sobrevivir imponiéndose sobre Tagomago al materializar su compra en abril de 1974, poniendo fin así a una rivalidad empresarial que se había iniciado diez años antes. Por su parte, Barbarela, que con su sonido y su juego de luces psicodélicas había causado furor entre los jóvenes había acogido artistas de la talla de B.B. King, Wilson Picket, The Hollies, James Brown, The Marmelade, The Animals, Frank Pourcel, Demis Roussos, Barry Ryan, Sara Montiel y Juan Pardo, comenzó a presentar alarmantes síntomas de crisis hasta el punto de especularse con su posible demolición, algo que acabaría finalmente sucediendo en los años noventa.
El cierre de Sgt. Peppers, el final de una época
No corrieron mejor suerte la emblemática Trocadero o Sgt. Peppers, la primera gran discoteca mallorquina, que en 1975 cerró sus puertas dando paso al night–club Alexandre. “De forma simbólica, el final de Sgt. Peppers fue el preludio de una serie de cierres de buena parte de los locales que habían protagonizado la crónica musical y cultural de aquellas últimas décadas”, incide Canyelles, quien alude a una tendencia recesiva que iría agudizándose hasta finales de los setenta.
De forma simbólica, el final de Sgt. Peppers fue el preludio de una serie de cierres de buena parte de los locales que habían protagonizado la crónica musical y cultural de aquellas últimas décadas
De hecho, en las décadas siguientes, ya nada volvería a ser igual. En los ochenta, nombres como Bananas, Atlantis, Manhattan o la icónica Palma Palma se ponían de moda mientras el punk despuntaba en Mallorca con nombres como Cerebros Exprimidos. Durante los noventa, Calvià se impuso en el panorama del ocio nocturno con discotecas como BCM, considerada una de las más grandes de Europa, alcanzando su zénit y convirtiéndose en referente internacional de las macrodiscotecas. En los 2000 llegaron las fiestas al aire libre, como las de Cala Viñas, y con el paso de los años continuaron abriendo sus puertas locales como el Kali Beach y el Buddha Sundays, pasando por el Ness Club y por el Wave House Magaluf.
En la actualidad, nombres como los de Kaelum, Lunita, Sabotage, Backstage, Time Square o Shamrock forman parte de una interminable oferta de ocio nocturno para residentes y turistas a la que próximamente prevé sumarse Lío Mallorca. Mientras tanto, un complejo en forma de abadía gótica continúa dominando la Bahía de Palma. Es el Megapark, la mayor cervecería al aire libre de Europa. Enfocada principalmente al público alemán, llegó a ser protagonista de una campaña de bienvenida a Mallorca con carteles por todo el vestíbulo de llegadas del aeropuerto de Son Sant Joan.