Bosques llenos de pulgas, furgonetas y colchones en las playas: así malviven los trabajadores de Ibiza
Eivissa, el paraíso para los que abarrotan la isla en temporada, se convierte en un infierno para muchas personas, cada vez más, que trabajan para dar servicio al turismo en hoteles, restaurantes, mercados, tiendas, parkings, aeropuerto… La situación no hace más que empeorar año tras año dada la falta de vivienda asequible y la no disponibilidad por parte de las empresas de suficientes recursos habitacionales para acoger a sus plantillas.
Así las cosas, cada vez más personas que acuden a la ‘Isla Bonita’ a ganar un buen sueldo, como está ocurriendo también en Mallorca con las caravanas, tienen que tirar de imaginación, de dotes de explorador o simplemente se las apañan como pueden para llevar un sueldo muy necesario para su supervivencia y la de sus familias durante todo el año.
Si usted se da una vuelta por Eivissa no tardará en encontrar parkings, los más escondidos y muchos de ellos cercanos a los centros de trabajo, llenos de coches que hacen las veces de vivienda, furgonetas camperizadas, caravanas viejas y de última generación, campamentos improvisados en zonas boscosas, edificios a medio construir repletos de colchones, personas durmiendo en la playa… cada una o uno se las busca como puede para aguantar, si es que lo consigue, toda la temporada. En este reportaje hemos hablado con algunas de las que se encuentran en esta situación y que amablemente han querido contarnos su historia.
“Todavía me merece la pena venir”
Victoria, nombre ficticio, lleva viniendo a Eivissa desde hace 10 años, durante muchos ha estado trabajando esporádicamente. Los dos últimos se ha animado a hacer toda la temporada. “Siempre he venido con mi vehículo y he estado en el camping si venía por poco tiempo, pero están tan caros, alrededor de 900 euros al mes y, como estoy sola, no me lo puedo permitir, además, tienes que reservar en abril o marzo y, encima, lo tienes que poner tú todo. Mi opción ha sido venir, desde el año pasado, con mi coche, que es un coche grande. La verdad que me lo monto muy bien, lo hago como muy compacto todo y llevo una vida muy sana. He sido furgonetera y me gusta el monte, aunque esto es distinto”, asegura esta mujer morena y menuda que trabaja por su cuenta en uno de los mercadillos hippies más famosos de la isla. “Esto es necesidad porque la vivienda es totalmente imposible. Te lo quitas de la mente directamente. Prefiero aguantar así”, añade.
Mi opción ha sido venir, desde el año pasado, con mi coche, que es un coche grande. Esto es necesidad porque la vivienda es totalmente imposible. Te lo quitas de la mente directamente
Y, para aguantar, Victoria tiene sus trucos: un buen colchón de látex, comprar la comida ya cocinada, todo ecológico, verduras fermentadas, semillas, sobres de miso, y sobre todo, tener todo compacto para que esté todo ordenado. “El orden es fundamental para mí”, asevera. “En cuanto al aseo –nos explica– te tienes que apuntar a un gimnasio e ir allí a ducharte. Además, me doy muchos baños en el mar, me hago mi peeling, me va bien. Para la colada voy a la lavandería y procuro encontrar un sitio donde tender porque la secadora te estropea mucho la ropa. Me las apaño”.
Te tienes que apuntar a un gimnasio e ir allí a ducharte. Además, me doy muchos baños en el mar, me hago mi peeling, me va bien. Para la colada voy a la lavandería y procuro encontrar un sitio donde tender porque la secadora te estropea mucho la ropa
“Lo que sí fue duro fue una vez que me puse enferma durante tres días, menos mal que estaba en la finca de un payés, una maravillosa persona que me dejaba a mí y a otras estar en su terreno y utilizar el agua, pero el Ayuntamiento le obligó a echarnos. Pagábamos muy poco. Menos mal”, explica. La situación se complica, relata a elDiario.es, si en alguna ocasión enferma: “Si estás enferma es un rollo, lo pasas fatal. Menos mal que el año pasado cuando me ocurrió tenía sombra, mi intimidad y el bosque para lo que fuera, espero que no me ponga más enferma porque ahora no tengo un sitio como ese. Espero que no me pase este año porque no sabría qué hacer”.
“Alguna vez he estado en una caravana que he alquilado en un parking y no me han dicho nada. Depende del parking, depende de la patrulla que venga. No hay nada seguro. Igual vienen y te dicen que cambies el coche de sitio o te pueden multar. También me voy a alguna playa”, relata. Eso sí, la mujer, que está entre los 30 y los 40 años, siempre procura estar en lugares bonitos y con buenas vistas, aunque asegura que algunas veces no lo pasa bien porque está sola y teme por su seguridad. “No lo quiero pensar y más en un sitio como Eivissa, pero te viene a la mente. Cierro siempre el coche con seguro pero siempre te da un poco de inseguridad. A veces me quedo un rato pensando ¿a dónde voy?, ¿dónde duermo hoy? a ver si van a venir unos locos… Nunca me ha pasado nada, lo que sí me ha pasado es que viene alguien a hacer ruido, fiesta…”.
Victoria explica que psicológicamente está siendo duro: “Aunque te lo tomes con filosofía, porque estoy trabajando en lo que me gusta, es inhumano, algunas veces pienso qué hago aquí. Es incomodidad, es incertidumbre, es inseguridad… le pones el cartelito de aventura pero esta no es la realidad. Así no se vive. A partir de la segunda semana de agosto ya empiezo a petar y cuando llego a casa, a la península, alucino. Tengo baño, fuentes, un mostrador de cocina, todo me parece enorme; pero en realidad no lo es. Es el contraste”.
Aunque te lo tomes con filosofía, porque estoy trabajando en lo que me gusta, es inhumano, algunas veces pienso qué hago aquí. Es incomodidad, es incertidumbre, es inseguridad… le pones el cartelito de aventura pero esta no es la realidad. Así no se vive
La mujer se pregunta por qué no habilitan en la isla una zona de “tiny houses” para las personas que vienen a trabajar: “Hacemos falta en la isla para que todo funcione, para dar servicio al turismo. No lo entiendo. Es una realidad, no venimos aquí a pasar el rato. La gente viene atraída por los servicios que hay aquí. La isla no sería la misma con hoteles y barcos de lujo. Lo que aquí se creó se lo están cargando. Esto no es plan. Se quejan siempre de que vivimos en nuestros coches. El año pasado una chica me dijo que compartía un estudio con otra persona y, además, la cama. Estaba muy agobiada. Normal, ¿Cómo no lo iba a estar?, es inhumano. Yo por lo menos estoy sola y no doy cuentas a nadie. Me sigue mereciendo la pena hacer temporada porque tengo aquí a mis mejores amigas, un clima que me gusta, una libertad e idiosincrasia que en el norte de España no lo tengo. Yo siempre me inspiro aquí con las personas que veo. Me abre la mente”.
Económicamente también le merece la pena, pero pone de manifiesto que todas las personas que trabajan, que mantienen los servicios turísticos, tendrían que poder acceder a una “calidad de vida normal”. “También le pasa a la gente que vive aquí todo el año, tengo una amiga que trabaja en el mismo sitio que yo y que vive en su furgoneta todo el año. Esto no puede ser”, añade.
“No aguanto las condiciones de vida”
“Con 14 años entré en España en patera desde Marruecos. Tengo 23 y llevo dos años haciendo temporada en la isla, pero no se si voy a volver. ¡Mira como estoy de picaduras de insectos!”. Nos encontramos en medio de una zona boscosa en un punto de la isla de Eivissa. El calor reúne a moscas, mosquitos y pulgas alrededor de un campamento improvisado con una tienda de campaña nueva y de grandes dimensiones en las que hay varias camas con sábanas blancas donde duermen varios hombres. Al lado, otro compañero vive en su coche. Tienen varios utensilios de cocina y un pequeño camping gas donde cocinan, la ropa está tendida en una cuerda atada entre dos árboles.
Uno de los hombres que tiene el día libre accede a hablar con nosotras, los demás están en el trabajo, en un hotel muy cercano al campamento. Mohamed -nombre ficticio- es un chico muy amable y procede de una familia de clase media marroquí del centro oeste del país, de Kenitra, cerca de Rabat. Su familia nunca entendió por qué decidió embarcarse en un viaje tan peligroso: “Ellos tienen negocios e intentaron quitarme la idea de la cabeza. Pero yo lo tenía claro, quería buscarme la vida por mi cuenta y a los 14 años me subí a una patera donde viajábamos 72 personas. Estuvimos 3 días en el mar hasta que conseguimos llegar. Primero estuve en Granada y de allí me cogí un autobús a Barcelona. Estuve en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) y, luego, cuando cumplí los 18, me trasladaron a un piso que me ofrecieron. Parlo una mica de català també. Más tarde, cuando dejé esa casa, me trasladé a València, donde vivo ahora y trabajo toda la temporada de invierno. Desde el año pasado vengo a Eivissa en abril y estoy hasta octubre”.
En una zona boscosa, llena de moscas, mosquitos y pulgas, hay un campamento improvisado donde duermen varios hombres. Uno de ellos es Suuhail, que viene a la isla a hacer la temporada
El joven gana alrededor de 1.600 o 1.700 euros de camarero en un hotel, pero el alojamiento no está incluido; no le queda más remedio que vivir así. “En València –asegura– tengo mi casa con todo y trabajo de mantenimiento”. “Aquí te piden 1.200 euros al mes para alquilar una vivienda y tienes que pagar dos meses por adelantado. Esto es imposible. Por eso estamos así. Hace mucho calor. Podemos lavar la ropa en el hotel, nos duchamos allí y nos dan la comida aunque por la noche cocinamos aquí: verduras, macarrones… algo para todos”, asegura.
El muchacho explica que viven con tranquilidad, aunque saben que estar en este bosque está prohibido y se arriesgan a una multa. Mohamed asegura que este es el último verano que hace temporada en la isla. No quiere volver a dormir en su coche, “en la calle”, porque “hace mucho calor”. Asegura que le gusta más cómo se vive en España que en Marruecos. Este año no ha ido a celebrar la fiesta del cordero con su familia, que es la fecha en la que se reúnen. “No pienso volver a vivir en Marruecos, solo en verano para ver a mi familia. Me siento un poco raro cuando voy. Es como si hubiera nacido aquí. Es que me he criado aquí”, explica. Nos despedimos de él con el bochorno en el cuerpo y una nube en la mente.
Nos dirigimos a consultar esta situación con la Federación Hotelera de Eivissa. Su gerente Manuel Sendino nos cuenta que cada establecimiento soluciona el problema como puede “habilitando habitaciones en el mismo hotel, alquilando apartamentos o edificios enteros..,.”, cualquier casa que pueda surgir. Sin embargo, a la vista está que no encuentran los recursos suficientes. En las zonas cercanas a los hoteles es donde podemos encontrar concentraciones de vehículos en parkings aledaños en los que viven los trabajadores a los que no les han facilitado un lugar digno. Algunos cuentan que prefieren vivir en su vehículo que en una habitación compartida o en un sótano, tal y como nos asegura Martín, joven de veintipocos años que ya trabajó la temporada pasada en uno de los hoteles más famosos de la isla.
Los trabajadores de un hotel de Cala de Bou nos aseguran que a las personas que trabajan directamente para el establecimiento se les está dando alojamiento. Sin embargo, a los que están contratados por una empresa temporal no se les da esta opción: “Están durmiendo en los coches, los que tienen, y los demás donde pueden. Hay muchos que duermen en la playa cercana. Después de unas jornadas de trabajo agotadoras, ¿cómo es posible que no tengan ni un sitio donde descansar?”, dice indignada una empleada del hotel que no quiere desvelar su identidad.
Están durmiendo en los coches, los que tienen, y los demás donde pueden. Hay muchos que duermen en la playa cercana. Después de unas jornadas de trabajo agotadoras, ¿cómo es posible que no tengan ni un sitio donde descansar?
Sin embargo, esta situación no siempre ha sido así. Nos lo cuenta Rafa Sánchez, activista y experto en temas laborales: “Cuando empezó la reconversión hotelera, los hoteles de 3 estrellas pudieron acceder a más categoría y, por lo tanto, tenían más necesidad de espacio, que restaron al alojamiento que tradicionalmente se les daba a los trabajadores que venían de fuera. CCOO, UGT y la patronal firmaron este acuerdo. Luego yo hablé con los representantes de UGT y aceptaron que esto había sido un error, pero que en aquella época se daba una situación de bonanza económica y, además, la vivienda no era cara, con lo que se alquilaban un piso entre varios o algunos, incluso se compraban su vivienda. Ahora esto es impensable”.
Y así lo asegura también Enrique Represa, director por muchos años de un hotel en el Puerto de Sant Miquel, en el Periódico de Ibiza: “En aquellos tiempos, el hotelero proporcionaba alojamiento y manutención a los trabajadores. Venían familias enteras con sus hijos desde Andalucía para trabajar la temporada al hotel. En los pueblos de Andalucía solo se quedaban el cura y el guardia civil (ríe). Yo, como era jefe de recepción, tenía incluso mejores comodidades que los demás. Hasta había un equipo de mantenimiento de las habitaciones de los trabajadores, incluida la lavandería de la ropa de trabajo. Con el tiempo, los hoteles se quitaron de encima estos gastos y, para mí, esto fue un error. Solo hay que ver que hoy en día se ven obligados a buscar bloques de apartamentos enteros para poder alojar al personal que, si no encuentra vivienda, no va a venir”.
El viajero incansable expulsado del paraíso
Wilson tuvo que abandonar la isla en la que había vivido durante más de 10 años, y donde tiene a su hijo pequeño que nació en Eivissa, porque ya no aguantaba más la presión de los precios del alquiler. Se trasladó a Barcelona, donde le ofrecieron un trabajo y casa, pero no se acababa de acostumbrar a estar en Catalunya; aguantó un poco tiempo más porque allí tiene a la otra parte de sus vástagos, pero esta primavera le ofrecieron trabajo en la isla y decidió volver. Invirtió todos sus ahorros en comprar una furgoneta grande y con la ayuda de amigos la camperizó y se hizo un pequeño apartamento donde poder alojarse durante toda la temporada y poder viajar.
Es un viajero incansable desde que con 20 años salió de su país de origen a conocer el mundo. El primer lugar que visitó fue España. Estuvo en Eivissa a principios de los 70 cuando el turismo aún era futuro y la isla era un sitio tranquilo donde llegaban los primeros hippies y alquilaban las hermosas casas payesas donde vivían y compartían anécdotas de sus viajes; un lugar de libertad.
Nos encontramos con él en una zona boscosa, uno de los sitios dónde sitúa su vehículo. Nos asegura que está muy contento con el resultado de la “furgo”: “Me ha quedado muy bien, aunque he tenido que invertir mucho tiempo y dinero, pero no hay otra alternativa. Tengo de todo gracias a unas placas solares y estaré aquí todo el verano con mi perro”. La “casa” de Wilson es muy agradable, toda de madera por dentro, muy bien aislada, con una cama confortable, los armarios necesarios, una pequeña cocina y una salita. No le falta detalle y su compañero, el perro, tiene un lugar confortable donde descansar. La primera idea era utilizar este vehículo para viajar, pero primero había que hacer dinero y qué mejor sitio que en Eivissa donde tiene a parte de su familia y muchos amigos que ha hecho durante toda su vida a lo largo y ancho del planeta y que ahora residen en esta isla.
Nos habla de Eivissa: “Siempre ha sido un sitio que atraía a gente de todo el mundo. La primera vez que vine fue en los años 70, cuando llegué con mi primera mujer desde América. Luego seguí viajando. A principios de este siglo me instalé con uno de mis hijos aquí. Siempre ha sido un sitio muy abierto. Pero ahora la cosa ha cambiado. Mucha de la gente que conocía de entonces se ha marchado a otros sitios porque no pueden pagar lo que se pide aquí por una casa. Lo mismo que me ha pasado a mí”.
Wilson trabaja de jardinero, aunque él lo que estudió es Bellas Artes en su país natal. Nos cuenta que se siente decepcionado con la isla y en lo que se está convirtiendo: “Un sitio para ricos, pero sin ninguna onda. El atractivo que antes tenía Eivissa de lugar de encuentro de ciudadanos del mundo, de todas partes del mundo, ya no lo tiene”. El hombre tiene que moverse constantemente de sitio para no tener problemas con la policía: “Me han dicho que ponen multas de 700 euros. Es lo que me faltaba, que me pusieran una multa. No entiendo por qué yo no puedo estar con mi vehículo y dormir dentro cuando me dé la gana. Es mi propiedad”, explica enojado. “Yo no soy ningún delincuente, soy un padre de familia que necesita ingresos que consigo con mi sudor. Es una situación realmente desagradable”.
Me han dicho que ponen multas de 700 euros [por dormir en la furgoneta]. Es lo que me faltaba. Yo no soy ningún delincuente, soy un padre de familia que necesita ingresos que consigo con mi sudor. Es una situación realmente desagradable
Wilson ha buscado varios sitios donde poder descansar y hacer su vida en una sombra porque el calor aprieta y no siempre es fácil. “Te encuentras con muchos vehículos que están igual que tu, dando vueltas, e igual vas a un sitio y ya está ocupado. Mi trabajo es duro y necesito descansar, asearme y comer bien. Por el momento aguanto así. Pero es increíble que yo que he formado familia aquí, que mi hijo es ibicenco y está escolarizado aquí, tenga que pasar esta serie de inconvenientes. La Eivissa que yo conocí y que amábamos tantas personas ya no está”, puntualiza. Se despide de nosotros mientras se va paseando con su hermoso perro por el bosque: “Esta noche toca cena familiar. Hasta pronto”, se despide.
Ninguna solución a la vista
A pesar de que el problema de la vivienda afecta a residentes, personal de temporada y en todos los niveles, los partidos políticos consultados no ofrecen ninguna solución a corto plazo que pueda aliviar los problemas de las cientos de personas que están viviendo estas situaciones con mejor o peor suerte en estos momentos. El PSOE de Eivissa asegura en conversaciones con elDiario.es que la solución pasa por la recién aprobada Ley de Vivienda y su limitación de precios, por construir más vivienda de protección oficial (VPO), ayudas al alquiler y “temporalmente, que las grandes empresas ayuden a facilitar la vivienda a los trabajadores como lo hacen algunos hoteles”, nos explican fuentes socialistas.
“Además de acuerdos con el sector privado para favorecer la vivienda de protección oficial (VPO) privada, que ya está dando resultados, y de la compra pública a través de tanteo y retracto, y otras fórmulas. Desde el PSOE seguiremos defendiendo las políticas públicas que hemos llevado a cabo y las leyes de vivienda aprobadas, tanto la balear como la estatal, que es la primera de la democracia”, puntualizan. Sin embargo, no nos ofrecen ninguna solución a corto plazo porque aseguran que a quien hay que preguntarle es al PP, que en las últimas elecciones municipales y autonómicas arrasó en Eivissa y en Balears.
Desde el PP nos ofrecen una serie de propuestas “genéricas” que aparecen en su programa electoral en cuestión de vivienda: “Incentivar el alquiler dando seguridad al propietario. Incentivar la promoción de suelo urbano en alquiler asequible mediante convenio con promotoras. Atacar con herramientas ágiles el alquiler turístico ilegal”, nos enumeran fuentes de la dirección insular del partido, que nos remiten al Consell. Allí los portavoces del gobierno insular aseguran que la vivienda es competencia del Govern balear y de los ayuntamientos, pero no del Consell: “Pese a ello, en la última reunión de alcaldes se acordó que los ayuntamientos prepararían un censo de solares donde, ya sea a través de la iniciativa pública o privada, podría promoverse vivienda a precio tasado. Así como de aquellas construcciones que, por el motivo que fuese, quedaron sin concluir, para estudiar la viabilidad de 'rescatarlas' como vivienda de alquiler a precio tasado. Aunque podamos, no podemos hacer nada, porque no tenemos la competencia. La competencia es del Govern balear y de los ayuntamientos”.
Desde el Govern, por su parte, se ha anunciado la intención de no aplicar la Ley de Vivienda, de no declarar zonas tensionadas. La solución la han presentado en las 110 medidas que han acordado con VOX y que el partido de ultraderecha vigilará para ofrecer su apoyo al PP en la aprobación de los presupuestos. En estas medidas, se asegura que se va a acabar con las políticas intervencionistas, en clara alusión a la declaración de zonas tensionadas y el tope a los precios prevista en la actual Ley de Vivienda, y se aboga por políticas de rebajas fiscales para los propietarios, que, por cierto, también se incluyen en el texto de la normativa actual, además de la creación de una agencia pública intermediadora de alquiler o la construcción de más vivienda, entre otras medidas. Lo dicho: palabras y más palabras, pero ninguna solución para el calor, las moscas, la incertidumbre, el miedo…
Multas de hasta 600 euros
Nos dirigimos al Ayuntamiento de Santa Eulària des Riu, municipio donde se concentran muchos hoteles de turismo familiar, y preguntamos sobre los problemas a los que se pueden enfrentar las personas protagonistas de nuestro reportaje. Nos relatan que el procedimiento habitual es el siguiente: “Cuando se observa una de estas situaciones, hablar con la persona o personas allí presentes. Se les informa sobre la prohibición y que si se encuentran en una situación de necesidad pueden recurrir a los Servicios Sociales que evaluarán su caso y le ofrecerán las medidas de ayuda que les correspondan, si es que les corresponden, claro. En esa primera entrevista se les avisa de que se les conceden 24 horas para abandonar el lugar y que deben retirar los restos de la zona para evitar situaciones de riesgo potencial de incendio o de vertidos que puedan afectar al entorno. Si cumplen, no se les multa, a no ser que aunque hayan abandonado el lugar de la acampada, se hayan desplazado a otra zona dentro del municipio para volver a hacer acampada ilegal”.
El Consistorio dispone de una ordenanza que regula toda esta situación cuyo objetivo principal es preservar el patrimonio natural y cultural del municipio estableciendo la prohibición de la acampada libre en todo el término municipal fuera de los establecimientos acreditados para ello. Las sanciones según la ordenanza municipal son de entre 300 y 600 euros. Eso sí, si se paga voluntariamente en el momento, la multa se rebaja en un 30%. Todo un detalle.
En el oeste de la isla, en Sant Antoni de Portmany, las multas son de hasta 500 euros y no se permite ni pernoctar ni pasar el día fuera de campings o alojamientos legales. Su ordenanza no permite acampar, hacer vivacs, aparcar furgonetas, caravanas…… en los lugares públicos, tal y como se informa en la cartelería. “El Ayuntamiento de Sant Antoni instaló en 2019 un total de trece señales que indican la prohibición de acampar o pernoctar en diferentes puntos del municipio con el objetivo de hacer cumplir la ordenanza municipal de medidas para fomentar y garantizar la convivencia”, nos concretan desde el Consistorio, “desde febrero se han interpuesto 41 denuncias”.
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