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Fornalutx, el pueblo-postal mallorquín con un airbnb por cada siete habitantes

Puede que todo empezara con Lady Sheppard. La aristócrata inglesa llegó a Mallorca a principios de los años 20 cuando encontrar “una casita bajo el sol del sur” se convirtió en su “ambición”, según escribió. Recorrió la vall de Sóller a pie de punta a punta y, según recoge Jaume Bernat Adrover –quien relata su historia en Dones viatgeres a Mallorca-, cuando preguntó por aquel lugar que figuraba en los mapas con el nombre de Fornalutx, los sollerics le dijeron que no fuera, que la gente allí arriba, en las faldas de la Serra de Tramuntana, era tan diferente que parecía “de otra raza”.

Pero Lady Sheppard subió y descubrió un pueblo que era “como si hubiera retrocedido a través de los siglos a un rincón olvidado de la Edad Media”. La enamoraron sus calles empedradas, sus casas también de piedra, y acabó comprando una vivienda a la que llamó Son Dichosa. “Fue de las pocas viajeras que llegó a principios de siglo dentro de esa especie de prototurismo de lujo con el que desembarcaron extranjeros adinerados, algunos de los cuales acabaron por asentarse. Por entonces, Fornalutx no era un pueblo turístico, ni lo ha sido durante mucho tiempo”, explica el archivero de Sóller, Toni Quetglas.

Aun así, antes de convertirse oficialmente en residente -y de que sus vecinos la llamaran “sa senyora rica”-, Lady Sheppard consiguió alojarse en una de las pocas fondas que había. La dueña, Francina, “renunció a su propia habitación, que era la mejor, para ofrecérsela”, afirma Adrover. Algo así como el germen del generoso hotelero mallorquín. Hoy Fornalutx tiene poco más de 700 habitantes y un airbnb por cada siete, aunque esta sea únicamente la punta del iceberg de la turistificación que padece el municipio desde hace décadas.

Lo cierto es que en las 287 páginas de A Cottage in Majorca –el libro en el que años después contó su periplo de mujer viajera-, Lady Sheppard se encargó de no mencionar el nombre de aquel pueblo que la había acogido. Era un intento, subraya Adrover, de no dar pistas de dónde estaba aquel lugar “genuino”. Y la verdad es que durante décadas Fornalutx continuó como un lugar prácticamente desconocido fuera de la isla, que vivía principalmente de la agricultura, sobre todo de olivos y naranjos. “No tenía más industria que cuatro artesanos porque Sóller, localidad a la que siempre ha estado muy ligada por la proximidad, suplía todo eso. De hecho, para muchos de los primeros viajeros Fornalutx era un complemento a Sóller, un pueblo pintoresco al que se iba de excursión en un día pero no en el que alojarse”, asegura Quetglas. 

El ‘descubrimiento’ de Fornalutx

Cuando el boom turístico estalló en la isla, también pasó de puntillas por aquí. “Era uno de los pueblos más aislados geográficamente de la Tramuntana, y en aquella época no se consideró un lugar atractivo para la inversión turística”, señala el doctor en Geografía por la UIB y autor del estudio El malestar de la turistificación, Iván Murray. Sin embargo, todo aquel turismo de masas acabó por descubrirlo. Seguramente comenzaron a dispararse las primeras fotografías en sus escaleras zigzagueantes. Pero el pueblo, dicen los que aún lo recuerdan, estaba lejos de ser el que hoy protagoniza miles de imágenes en Instagram.

“En los años 50 y 60 Fornalutx era una ruina. De niña yo jugaba por la montaña y recuerdo que muchas casas estaban en un estado pésimo hasta que llegaron los primeros extranjeros, comenzaron a comprarlas y a restaurarlas”, recuerda Magdalena. La suya es la historia de una testigo de excepción que vio cómo se transformaba su pueblo desde detrás del mostrador de Can Benet, la tienda de ultramarinos que sus padres regentaron en la plaza durante muchos años. Después de bajar la persiana por jubilación en 1996, fue ella quien decidió ponerse al frente y reconvertirlo en el Bar Sa Plaça. 

Fue precisamente a mediados de los 90 cuando Fornalutx dejó de ser el lugar ignoto que Lady Sheppard había soñado. Un poco antes, su arquitectura tradicional de casas de piedra y bancales –conservada en gran parte gracias al aislamiento y la orografía- comenzó a ser reconocida. Primero, en 1972, el Estado declaró la Serra de Tramuntana paisaje pintoresco. Según algunos, ante los incipientes desmanes de su urbanización. “Aquello otorgó una protección urbanística y patrimonial muy importante para el municipio. Aunque también es cierto que, a diferencia de otras zonas, no existía una gran demanda para vivir allí porque faltaban muchos servicios”, destaca Quetglas. Ya en 1983 Fornalutx recibió la Placa de Plata del Fomento de Turismo en Mallorca por la Defensa y Mantenimiento de la Villa y el II Premio Nacional de Pueblos Embellecidos y Mantenidos de España por parte de la Secretaría General de Turismo. Un currículum de galardones al que en 2017 sumó su inclusión en la lista de los Pueblos Más Bonitos de España. 

A las casas que encontraron en la ruina aquellos extranjeros de los años 50 y 60 –entre los que estaban el fotógrafo inglés Tom Weedon y su mujer Veronica More- se sumaron las que los ancianos del pueblo iban abandonando. “Muchas estaban en la parte de la montaña o en zonas sin acceso en vehículo y los mayores ya no podían subir las cuestas y las escaleras y las vendían. A los extranjeros, en cambio, les parecía viviendas encantadoras. Sobre todo porque muchos venían a retirarse, escapaban de Europa, de la metrópoli y buscaban la naturaleza”, rememora Joan, otro de los vecinos.

Muchas casas estaban en la parte de la montaña o en zonas sin acceso en vehículo y los mayores ya no podían subir las cuestas y las escaleras y las vendían. A los extranjeros, en cambio, les parecía viviendas encantadoras. Sobre todo porque muchos venían a retirarse, escapaban de Europa, de la metrópoli y buscaban la naturaleza

Del túnel de Sóller al nuevo boom

En 1996 la inauguración del túnel de Sóller supuso un hito también para Fornalutx. Sus tres kilómetros de longitud permitían por fin evitar la antigua carretera del Coll de Sóller y salvar el paso de montaña. “Hasta entonces el Coll y las propias montañas habían conseguido protegerlo. Le habían permitido gozar de ese ‘retraso virtuoso’ en el desarrollo turístico, pero la construcción del túnel facilitó enormemente el acceso”, explica Murray. Fue en esa misma época cuando se inauguraron algunos de los primeros hoteles como Can Verdera, ya lejos de las antiguas fondas.  

Sin embargo, el verdadero boom llegó con el alquiler vacacional. En 2007 se concedieron las tres primeras licencias para alojamientos turísticos. Al año siguiente ya fueron siete. Y la fiebre airbnb no dejó de crecer hasta el punto de que este 2024 se contabilizan 102 viviendas de alquiler vacacional en un municipio que apenas supera los 700 habitantes. Es decir, Fornalutx tiene un airbnb por cada siete residentes. “Con ello, y sobre todo después de la crisis de 2008, ha pasado de ser un pueblo en el que el turismo era algo anecdótico a un pueblo muy turístico. De hecho, ahora es prácticamente un decorado”, lamenta Murray. El número de plazas turísticas alcanza ya las 536 y, en años anteriores, ha logrado sobrepasar al de empadronados. 

El verdadero boom llegó con el alquiler vacacional. En 2007 se concedieron las tres primeras licencias para alojamientos turísticos. Al año siguiente ya fueron siete. Y la fiebre airbnb no dejó de crecer hasta el punto de que este 2024 se contabilizan 102 viviendas de alquiler vacacional en un municipio que apenas supera los 700 habitantes. El número de plazas turísticas alcanza ya las 536 y, en años anteriores, ha logrado sobrepasar al de empadronados

Antes –pero también después- de que esta turistificación fuera evidente en sus calles, empezó por acaparar viviendas e incluso antiguas explotaciones agrícolas. “Los antiguos porxos de los olivares se adaptaron y alquilaron a turistas como una forma de mantener la tierra y los bancales, porque los margers son muy caros. Aunque muchas de estas reformas estaban en el limbo legal. Con el tiempo han pasado a enriquecer a sus propietarios, y en lugar de arreglar los porxos lo que hacen es construir encima casas del siglo XXI, con sus piscinas y todo”, critica Joan. 

La rentabilidad del alquiler turístico acabó por disparar el precio de la vivienda. En el escaparate de la única inmobiliaria que sigue abierta la casa más barata que se anuncia está a la venta por 495.000 euros. Según Murray, esto ha supuesto una expulsión poblacional hacia Sóller, donde la situación, reconoce, no es mucho más halagüeña. 

Después de la crisis de 2008, ha pasado de ser un pueblo en el que el turismo era algo anecdótico a un pueblo muy turístico. De hecho, ahora es prácticamente un decorado

Entre el ‘bristro&grill’ y el Aperol Spritz

Cuando cae la tarde en Fornalutx, no sólo se palpa la turistificación, sino también la existencia de dos zonas claramente diferenciadas: la de antes y la de después de la plaza. En la anterior, la calle Arbona Colom, desfilan los vestidos de satén, los bronceados imposibles y los dorados. Es, o al menos parece, la evolución de aquel prototurismo de lujo buscando siempre lo chic. Aquí la panadería es la Sourdough Bread, el último restaurante que ha abierto es un ‘bistro&grill’ de origen húngaro con hamburguesas a 19 euros. Incluso la carpintería que aún resiste –a diferencia de la herrería, que echó el cierre hace unos años-, ha perdido la mitad de su local para verlo convertido en el Moxie, donde se promociona el Aperol Spritz y la hora “gin o’clock”. “Te sientas y eres el único mallorquín entre un montón de turistas. No sientes que sea un sitio para ti. Somos como Mónaco o la Costa Azul”, lamenta Biel. 

Aquí la panadería es la Sourdough Bread, el último restaurante que ha abierto es un ‘bistro&grill’ de origen húngaro con hamburguesas a 19 euros. Incluso la carpintería que aún resiste –a diferencia de la herrería, que echó el cierre hace unos años-, ha perdido la mitad de su local para verlo convertido en el Moxie, donde se promociona el Aperol Spritz y la hora 'gin o’clock

Los que se atreven a pasar de la plaza encuentran una versión casual de la turistificación que se escribe en terrazas abarrotadas por turistas en chanclas y vestidos veraniegos. De hecho, la cantidad de mesas hace que cruzar la calle Sa Plaça se convierta casi en una carrera de obstáculos. Cerca, el Bar Sa Plaça y el Deportivo aún consiguen mantener a locales entre sus parroquianos. “Hemos tenido que cambiar nuestros hábitos. Ahora muchos fornalutxers no se sientan en la terraza del Deportivo, se acodan en una de las ventanas laterales y charlan allí subidos a taburetes”, afirma Joan. Basta enfilar la carretera Ma-2120 de bajada a Sóller para comprobarlo. 

Otro de los actos ya casi prohibitivos es hacer la compra en el colmado del pueblo. “Los productos han cambiado, ahora están pensados básicamente para turistas, y los precios han subido muchísimo”, dice Biel. Maria asiente: de ser el supermercado de todas las casas ha pasado a ser el lugar en el que comprar el ingrediente olvidado cuando no hay más remedio. 

Los productos han cambiado, ahora están pensados básicamente para turistas, y los precios han subido muchísimo

En esa encrucijada de cervezas de media tarde y cenas en horario europeo se cruza una familia alemana que pide al fotoperiodista que les inmortalice en mitad de esa postal de calles sinuosas y macetas en las puertas de las casas. “Es fotógrafo”, dice el marido, que también lleva una cámara colgada al cuello. Es la primera vez que pisan Fornalutx. “Nuestro anfitrión en Porto Cristo nos dijo que teníamos que venir por la luz y la verdad es que es precioso”, elogian.

Algo más de experiencia como turista tiene Noel, que apura con prisa los últimos metros hasta su alojamiento. “Los padres de un amigo heredaron una casa aquí y cada verano intentamos reunirnos. Yo es la cuarta o la quinta vez que vengo”, explica. Fornalutx, dice, sigue siendo el pueblo “espectacular” que le atrajo la primera vez, pero la tranquilidad de entonces ha mutado. También los precios. “Ahora es un caos total, hay mucho turismo, mucha más gente que otros años. Ahora mismo vengo corriendo después de pasarme media hora para lograr aparcar. Y los precios han subido muchísimo. De hecho, este año mi amigo nos ha alquilado algo porque era imposible encontrar un alquiler normal”, lamenta. 

“Vivimos del turismo y eso no lo podemos evitar”

Muchos coinciden en que el nuevo Fornalutx es una fuente constante de “tensiones internas”. “Los cambios en los hábitos y la dificultad en conseguir vivienda asequible u otros empleos conviven con el hecho de que muchos viven del turismo”, reconoce Murray. Para la resistencia que decide no ceder sus casas al alquiler vacacional la situación también es complicada. “Existe una presión social muy fuerte. Si no lo haces, eres el tonto. Y lo peor es que muchos propietarios de esas casas vacacionales también van luego a las manifestaciones contra la masificación turística y te dicen que a sus clientes no los toquen porque son ‘turismo de calidad’”, añade Joan.

Hace años que la principal actividad aquí es la hotelería y la restauración, que suponen cerca del 37% de la economía del municipio. “Vivimos del turismo y eso no lo podemos evitar”, afirma Toni, sentado en la terraza del Bar Deportivo. “Aquí el que no trabaja en hostelería tiene un hijo o una mujer que lo hace. Y que dure”, añade Maria. Eso sí, reconocen la molestia de la masificación de coches y el cierto enfado porque los extranjeros se hayan sumado a lo de comprar casas en las que no viven sino que, simplemente, alquilan a turistas. “Y el beneficio se lo quedan todo ellos”, critica Gori.

Para Joan –que reconoce que a su llegada al pueblo en los años 80 se entretenía hablando con la dueña del souvenir porque entonces no compraba prácticamente nadie-, Fornalutx es una versión en miniatura de lo que ocurre en toda Mallorca. La turistificación que todo lo devora y para la que no existen planes decrecentistas. En gran parte porque, con una población tan pequeña, muchos, incluidos cargos políticos del Ayuntamiento, están metidos en el negocio. “No es que queramos volver a la Arcadia del lugar idílico o que no queramos el progreso, es que aquí el progreso sólo va en una dirección”, critica.