Vivir del campo en Mallorca no es posible sin subvenciones

Jaume Rosselló

Mallorca —
24 de enero de 2023 22:59 h

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La Comunitat Autònoma de les Illes Balears cuenta con unas doscientas dieciséis mil hectáreas de superficie agraria útil, el 80% de las cuales se encuentra en Mallorca, la mayor de las islas. Estas tierras dan de sí a razón de unas cincuenta mil toneladas de cereales, otras tantas de tubérculos, treinta mil de hortalizas, nueve mil de cítricos, cinco mil de aceitunas, seis mil de uvas, y unos sesenta y cinco mil hectolitros de vino al año, entre otros cultivos. Con estas cifras cabe preguntarse si es rentable la profesión de pagès en Balears. Hay opiniones para todos los gustos: mientras los más pesimistas prevén un futuro más que negro para el campo mallorquín, la mayoría de expertos consultados afirman que la actividad agraria en Mallorca jamás desaparecerá aunque, eso sí, se deberá enfocar -ya se está haciendo- hacia el producto local, de calidad y ecológico. 

“Si hay un futuro para el mundo rural en Mallorca, este es el ecológico. Hacia aquí se dirigen las políticas europeas, hacia aquí va el consumidor y el turista centroeuropeo, que busca producto de calidad, y hacia aquí hemos de dirigirnos como sociedad si queremos mantenernos desde un punto de vista de sostenibilidad ambiental, económica y social”, asevera Nofre Fullana, coordinador de la Associació de la Producció Agrària Ecològica de Mallorca (APAEMA). 

Para lograr una soberanía alimentaria mayor que la actual, que representa en las islas el 15%, Fullana aboga por “la necesidad de mantener, paralelamente, una ganadería extensiva capaz de aprovechar los recursos de los que nosotros, como humanos, no podemos beneficiarnos, y que a su vez, aporte fertilizante natural a los terrenos de cultivo ya existentes y a los que deberán ponerse en producción para lidiar con la crisis global que se aproxima”.

Mateu Morro Marcé, quien fuera conseller de Agricultura del Govern (2000-2003) y director gerente del Fons de Garantia Agrària i Pesquera de les Illes Balears (FOGAIBA) durante los últimos tres años, reconoce que “desde la década de los sesenta del siglo pasado, pero sobre todo desde los noventa y lo que llevamos del siglo XXI, el campo mallorquín presenta un retroceso y un estado de abandono y crisis evidentes”. “Las tierras de secano, que son las mayoritarias, están prácticamente abandonadas y existe un proceso de urbanización que permite la construcción en suelo rústico en propiedades a partir de catorce mil metros cuadrados”, afirma.

Con este panorama como telón de fondo, Morro abre una ventana al positivismo: “La juventud se está acercando al campo, existen numerosos ejemplos de ello, y sobre todo se está dando, durante los últimos veinte años, un aumento de la sensibilización de la población hacia la importancia de mantener el suelo agrario y de replantear el consumo hacia el producto de proximidad, por una serie de valores cada vez más reconocidos”.

La juventud se está acercando al campo, existen numerosos ejemplos de ello, y sobre todo se está dando, durante los últimos veinte años, un aumento de la sensibilización de la población hacia la importancia de mantener el suelo agrario

En cuanto a la cuota de autoabastecimiento en Mallorca, se ha de tener en cuenta la diferencia entre producto fresco y envasado: si el porcentaje medio se sitúa en torno al 15%, el de productos como las hortalizas, fruta, verduras, leche y derivados y carne, se podría situar en casi un 30%. “Pero este dato va en descenso año a año, debido a la globalización alimentaria. Los grandes distribuidores apenas tienen en cuenta el producto local y sus compras van dirigidas al mercado internacional, desde el cual llega el producto más barato, pero de menor calidad”, afirma el exconseller. Fullana y Morro coinciden en la necesidad de que es aquí donde deben centrarse los esfuerzos para mejorar el futuro del campo mallorquín: producto de calidad.

Relevo generacional

El mayor reto al que se enfrenta actualmente el campo mallorquín es el del relevo generacional, unido a la necesidad de lograr la rentabilidad de las explotaciones existentes. 

Según datos de la Seguridad Social de 2021, en Mallorca son unos cuatro mil ciento cincuenta los trabajadores ligados al sector agropecuario, cifra que supone un descenso de más del 50% respecto a los datos de 1999, según la información que se desprende del Censo Agrario y del Instituto Nacional de Estadística. 

El joven ganadero Toni Seguí, de veintiocho años, lleva diez explotando la ganadería familiar junto a su hermana Margalida, de treinta y uno, y su padre Toni, del que ambos hermanos han heredado la pasión por su trabajo: “Mi madre, Margalida, nos echa una mano cuando hace falta para sacar adelante nuestras dos granjas, una de cabras y la otra de ovejas, en las que producimos leche de cabra, carne y, sobre todo, queso, el producto estrella de la Formatgeria Jover”.

El joven ramader mallorquín asegura que cada año se producen entre dos cientas y tres cientas incorporaciones de jóvenes a las tareas del campo balear, pero en un plazo de unos cinco años esas cifras se ven reducidas en más del 90%. Según Seguí, “la dedicación al campo debe ser vocacional”. “Los grandes problemas a los que nos enfrentamos son los bajos rendimientos económicos en relación a las horas de trabajo, las costosas inversiones a realizar, y los largos plazos de amortización de las mismas. Con esto, si no te gusta mucho lo que estás haciendo, acabas abandonando”, asegura. Este es el verdadero hándicap al que se enfrenta el relevo generacional en el sector agropecuario. “Esto pasa aquí y en todas partes”, acaba sentenciando el ganadero.

La dedicación al campo debe ser vocacional. Los grandes problemas a los que nos enfrentamos son los bajos rendimientos económicos en relación a las horas de trabajo, las costosas inversiones a realizar y los largos plazos de amortización de las mismas

La globalización comercial, el gran problema

La empresa de la familia Seguí es un claro ejemplo de hacia dónde se dirige el mercado. La especialización en un producto concreto, en este caso el queso, la venta directa al consumidor, la no dependencia de proveedores externos y la apuesta por el producto local y de máxima calidad, son los grandes caballos de batalla con los que la pagesia mallorquina se enfrenta a la guerra contra la globalización comercial. Pero el producto local, artesano, ecológico y de calidad, no es apreciado por las grandes cadenas de supermercados, que tienen sus compras centralizadas y buscan el producto de importación: más cantidad y menor precio, aunque también menor calidad.

El mercado manda y la facilidad con que un producto puede en pocos días viajar a cualquier parte del mundo es una realidad cada vez más patente, consecuencia del sistema capitalista, que arruina así las economías locales. Mateu Morro apunta, de todas maneras, que “también hay que saber ver el lado positivo y esperanzador: la sociedad, poco a poco, se va concienciando de la necesidad de valorar el producto de cercanía y de calidad, y el acto de comprar se va convirtiendo en un acto moral y ético, y este fenómeno va a más, repercutiendo, poco a poco, en la política comercial de las grandes superficies, por ejemplo, que lentamente se tendrán que ir adaptando a esta demanda social”. “De hecho, esto ya está sucediendo”, sentencia.

La sociedad se va concienciando de la necesidad de valorar el producto de cercanía y de calidad, y el acto de comprar se va convirtiendo en un acto moral y ético, y este fenómeno va a más, repercutiendo en la política comercial de las grandes superficies

El impacto del cambio climático

La producción agrícola mallorquina ya empieza a sufrir el zarpazo del cambio climático. Cultivos como la manzana, que necesitan frío durante largas temporadas, se han dejado de producir, y tampoco es fácil el trabajo cuando las temperaturas son excesivamente altas, hasta el punto que podría llegar el momento de tener que hacer uso de invernaderos para cultivar especies de temporada.

Los cultivos de verano se darán más en primavera y en otoño, y durante el cada vez más caluroso mes de agosto se hará imposible trabajar productos como por ejemplo el preciado tomate de ramallet. En este escenario, los productos de origen tropical podrían ir ganando terreno, aunque normalmente este tipo de cultivos suponen más gastos.

La unión hace la fuerza: el cooperativismo agroalimentario

Jerònima Bonafè, presidenta de Cooperatives Agro-alimentàries Illes Balears y de la Federació de Cooperatives de les Illes Balears, defiende a capa y espada este sistema de trabajo, que en Balears aglutina, en treinta y seis entidades, a cerca de 8.400 asociados, el 20% de los cuales son mujeres. 

“En Mallorca contamos con veintiseis entidades donde se trabaja desde la fruta seca, como la almendra y la algarroba, el aceite, las aceitunas, la carne de cordero lechal, los embutidos, productos hortícolas i frutícolas, producto ecológico, quesos, yogur, kéfir…”, explica.

La cooperativa más antigua de Mallorca es la de Sant Bartomeu de Sóller (1899), especializada en naranjas, aceite, aceitunas de mesa, confituras, frutas, verduras, embutidos y otros productos “fruto del trabajo, la sabiduría y el amor por la tierra”, presume Bonafè. Grup Fruit Secs SAT, con sede en Binissalem, es la entidad mallorquina más numerosa, con 1.047 socios.

“La importancia del sector agroalimentario de nuestras islas no debe analizarse desde el punto de vista económico, sino desde su multifuncionalidad -asegura la presidenta de las cooperativas- teniendo en cuenta el conjunto de bienes y externalidades beneficiosas que produce, ya que contribuye de forma muy positiva en el mantenimiento de la biodiversidad y del paisaje, en la lucha contra la erosión y la desertización, siendo un gran aliado en la lucha contra los incendios forestales, manteniendo tradiciones y raíces históricas y culturales, manteniendo y conservando el patrimonio genético, actuando como imbornal de CO2, y también, por supuesto, como productores de alimentos en un territorio en el que se debería garantizar la soberanía alimentaria”.

Las ayudas institucionales, un empujón imprescindible

En definitiva, procurar el éxito del relevo generacional, apostar por el producto de calidad, ecológico y de proximidad y fomentar el cooperativismo son las armas con las que el sector agropecuario balear se puede enfrentar al gigante de la globalización. Pero para ello son absolutamente necesarias las subvenciones institucionales.

Por si fuera poco, el campo se enfrenta además a las consecuencias de la pandemia protagonizada por la COVID-19. En este aspecto se ha puesto en marcha a nivel estatal el “Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia” para canalizar los fondos destinados por Europa a reparar los daños provocados por la crisis sanitaria.

De los 140.000 millones de euros de este plan, el Estado ha transferido 20.600 a las Comunidades Autónomas -de los cuales 856 han venido a parar a Balears-. Dentro de la convocatoria 'Grandes proyectos transformadores de índole científico-técnica para la promoción de la bioeconomía y la contribución a la transición ecológica 2021', del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, dotada con 20 millones de euros del Plan de Recuperación, se presentaron 132 propuestas y entre ellas se han seleccionado 14 grandes proyectos, que se desarrollarán en 37 provincias de 14 Comunidades Autónomas.

En Mallorca, la Associació de la Producció Agrària Ecològica de Mallorca (APAEMA) recibe 228.081,78€ dentro del proyecto ‘Pasture+: productos ganaderos que restauran el capital natural, mitigan el cambio climático y promueven el desarrollo rural’, que ya se inició en julio de 2022 y que finalizara en diciembre de 2025 y cuyo objetivo consiste mejorar la viabilidad económica, social y ambiental de las explotaciones ganaderas ecológicas de Mallorca.

Dentro de este proyecto se estudiará la implementación de un modelo de gestión ganadera que ayude a combatir el cambio climático y que permita también la diferenciación de sus productos en el mercado. Participan en él diez explotaciones de ganado ovino para carne y dos de bovino, todas ellas con certificación ecológica y socias de APAEMA. En conjunto, suman una superficie de casi setecientas hectáreas repartidas entre las comarcas de migjorn, tramuntana y llevant.