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En un minúsculo sello de borde troquelado, Sergio Monje estampa un hito: la ocupación del aeropuerto de Palma el 27 de septiembre –Día del Turista– de 2028. Una multitud de gente se agolpa entre pancartas con la torre de control al fondo. Lo que pretendía ser poco más que una pieza artística y reivindicativa le convirtió en un visionario cuando el pasado mes de mayo salió de la asamblea convocada por la plataforma Menys turisme, més vida (Menos turismo, más vida). Allí, entre otras conclusiones y medidas, se planteó organizar una movilización masiva precisamente en el aeropuerto para protestar contra la masificación turística. “Creo que quizá fui poco optimista”, bromea.
Su pieza se expone junto a otras en la muestra ‘Villa Babel’, gestada por la comisaria Aina Pomar en el espacio Babel Mallorca de Cala Figuera. Una exposición construida sobre un núcleo central, el habitar, pero que, al volver los ojos a su entorno, ha topado con un momento de ebullición social por las dificultades en el acceso a la vivienda y la turistificación del archipiélago balear. Durante la propia investigación del proyecto, Pomar encontró que, a finales de los años 50, algunos autores del quincenal Santanyí se referían a Cala Figuera como una suerte de “nueva Babel” donde había lenguas y gentes de todo tipo. Por entonces, explica, la zona era aún un lugar poco urbanizado y tranquilo para los veraneantes y los primeros turistas que la visitaban. Todo lo demás vino después.
En el perfil de aquel antiguo pueblo de pescadores las construcciones fueron multiplicándose cada vez más hasta la extenuación. “Todo el litoral de Mallorca se ha transformado y no se limita ya a una localización, toda la isla está afectada”, asegura Monje. Sobre una de las paredes de obra de la galería –creada en el mismo espacio que antes albergó una tienda de souvenirs– se proyectan imágenes de paisajes de costa, posibles e imposibles. Durante meses, Sergio Monje entrenó y alimentó a una IA con postales del archivo de Casa Planas –que atesora los fondos del fotógrafo Josep Planas Montanyà– para construir una “historia alternativa” de la isla. Una estampa a ratos distópica, donde el cemento ha llegado a rincones que aún siguen a salvo, y otra utópica plagada de costas vírgenes en la que uno cae en la cuenta de que eso ya no puede ser Mallorca.
Reimaginar el archipiélago
La obra –acompañada de una colección de postales de esa versión alternativa– surgió durante una residencia de investigación en Casa Planas por la “necesidad de reimaginar el archipiélago” y de aplicar la idea de “realismo capitalista” de Mark Fisher al “realismo turístico”. Esa “erosión” del litoral se convierte en un resumen de la transformación social, económica y urbanística que el desarrollo turístico ha tenido en Balears. “El entorno inmediato”, reconoce Aina Pomar, acaba por convertirse en “detonante” de esas reflexiones en torno al habitar que plantea la muestra.
Cuando Cala Figuera comenzó a cambiar el silencio por la bauxa y se transformó en un lugar de fiesta para locales y turistas, se levantó a las afueras uno de los castillos neomedievales que poblaron Mallorca desde finales de los 60. Una moda arquitectónica y kitsch que investiga la artista Marijo Ribas. “En el boom turístico se instauró la idea de crecer en todas direcciones, se construyeron estas fortalezas, la mayoría en vías de acceso a lugares turísticos, y se excavaron cuevas”, explica.
Entre la reivindicación y la apropiación de aquel pasado icónico, Marijo Ribas crea estalagmitas de estructura metálica y lana, y convierte el neocastillo de Cala Figuera en un enorme hule tendido sobre una antigua viga para reconectarlo con lo doméstico. “En este caso se construyó sobre los años 70 con forma circular para albergar un bar y una pista de patinaje”, señala. Un edificio hoy en pleno estado de abandono que una inmobiliaria tiene a la venta por 650.000 euros.
Qué pasaba con los lugares que habitaba el turismo cuando la temporada se acababa fue una de las preguntas que se planteó Biel Llinàs en su proyecto ‘Mallorca Dreaming’. En 2020, en plena era COVID, aquella idea tuvo una vuelta de tuerca: “¿Qué pasaba entonces con los espacios construidos para la industria turística en la temporada más baja de la historia? Se trataba de cuestionar la dialéctica entre temporada alta y temporada baja y ver qué ocurría cuando llegaba una crisis como ésa”. En su taller construyó un marco de madera del tamaño de una valla publicitaria que llevó a algunos de esos lugares.
“Buscaba ver qué papel tenían esas arquitecturas fantasmagóricas en la configuración del paisaje turístico y cómo modifican también el paisaje natural”, explica. Retrató, enmarcada, la famosa calle de Punta Ballena de Magaluf, los hoteles a pie de acantilado, los toboganes vacíos del Western Park, el silencio en Cala Ferrera o Cala Romántica, al tiempo que reconvertía un elemento “usado con fines publicitarios” en una fórmula para “poner la mirada en la cara B” de la isla.
De los paisajistas del XIX a la defensa del territorio
En el rastreo de los orígenes de esta sensibilización artística, las comisarias Aina Pomar y Pilar Rubí no dudan en mencionar a los paisajistas que llegaron a Mallorca entre finales del siglo XIX y principios del XX. Toda una nómina de creadores nacionales e internacionales –desde Sorolla a John Singer Sargent, pasando por Francisco Bernareggi o Santiago Rusiñol– atraídos por la naturaleza de la isla. “Aunque no fuera con un sentido de defensa porque no existía esa conciencia medioambiental, sí contribuyeron a referenciar y registrar el paisaje con un punto casi de admiración”, coinciden. Una atracción y una preocupación temáticas y estilísticas que también crearon escuela y dieron paso a pintores locales como Antoni Gelabert o Pilar Montaner.
El gran salto a nivel reivindicativo podría situarse a principios de los 70. “Durante esa década y ya en los 80 se desarrollaron toda una serie de iniciativas de movilización social contra la destrucción del paisaje y la defensa del territorio que tuvieron un paralelismo en la práctica artística ya de la mano de creadores locales”, explica Pomar.
Una de las más conocidas fue la okupación de Sa Dragonera en julio de 1977 para protestar contra los planes de urbanización del islote. Artistas como Gerard Matas, Margalida Escalas, Andreu Terrades o Miquel Barceló se sumaron no sólo a aquella invasión pacífica, sino que continuaron las acciones un año después cuando la plaza de Sa Llonja de Palma expuso toda una colección de obras creadas para denunciar los excesos urbanísticos. Al mismo tiempo la revista Neon de Suro recogió también parte de sus proclamas y creaciones, como la ilustración en la que Terrades unía a los diferentes estereotipos de visitantes de la isla bajo un mismo lema: “Please, don’t go to spend your holidays in Mallorca”.
“Cuando en los 70 hablábamos de ecología era casi una boutade, hoy es una evidencia”, reconocía Miquel Barceló hace unos meses en una entrevista a La Vanguardia. Su paso por Sa Dragonera no fue excepcional. “Su implicación ha continuado, muchas veces a través de colaboraciones con el grupo ecologista GOB”, señala Rubí. Lo hizo en 1988, cuando fue –junto a José María Sicilia, José Manuel Broto y Xavier Mariscal– uno de los encargados de diseñar los carteles en apoyo a la campaña Sa Canova contra Ravenna para impedir la construcción de un complejo urbanístico en la finca de Sa Canova, en Artà. También en 1989 con la obra Porto Colom, perill de mort en defensa de Portocolom, el núcleo costero de su municipio natal, Felanitx. También fue él quien pintó un mapa de Mallorca plagado de heridas abiertas en 2023 cuando la entidad ecologista Terra Ferida anunció un parón temporal.
Los hijos del ‘boom’
En esa vorágine reivindicativa de los años 70 y 80, y también ya en los 90s, nació la generación que ahora ha tomado el relevo. “Todos han nacido después del boom turístico y han vivido y sufrido sus consecuencias”, afirma Aina Pomar. Una ola de artistas que no comparten estéticas ni formas, pero sí la traducción del panorama que les rodea a lienzos, esculturas e instalaciones. “Creo que nuestro papel también es poner el foco en temas que nos afectan a todos, y aquí la saturación del turismo es parte de nuestra realidad”, coincide Marijo Ribas.
Para Biel Llinàs, esta conciencia dentro de la escena artística local ha crecido de forma exponencial “en los últimos diez o quince años”. Entre los motivos, apunta, está la mayor afluencia de viajeros al archipiélago balear, pero también el auge del alquiler turístico. “Te das cuenta que, de alguna manera, el turismo modula toda nuestra vida cotidiana, desde la precariedad laboral hasta el acceso a la vivienda. Y esto último ha sido muy determinante para muchos y ha llevado a tomar decisiones drásticas”, afirma.
Cuando en 2020 el museo de arte contemporáneo Es Baluard inauguró la muestra Enfoques bélicos del turismo: todo incluido, la artista Marina Planas se propuso precisamente analizar desde un punto de vista artístico “el uso o el abuso de los territorios que se convierten en destino turístico”. Una de sus piezas era la instalación Periferias del placer que no sólo recreaba la habitación de un alquiler turístico o un hotel low cost sino que además se podía alquilar como un airbnb durante las horas en las que estaba abierta la pinacoteca.
Tanto Pomar como Rubí coinciden en que esta mayor implicación por parte de los creadores ha tenido también respuesta por parte de galerías y centros expositivos, que se han convertido en cómplices de este nuevo movimiento, tanto dentro como fuera de Balears. “La turistificación es una cuestión que está sobre la mesa y ocupa y preocupa, sobre todo a los museos de arte contemporáneo”, asegura Pilar Rubí. Tres años antes de la muestra de Marina Planas, Es Baluard ya había presentado el proyecto Ciutat de vacances que exploraba el impacto del turismo en las identidades locales.
De la apropiación estética a los restos del naufragio
Pomar señala que esta protesta artística ha venido acompañada también de una “cuestión estética” que se ha inspirado o servido de la “imaginería del turismo” creada y difundida en los años del boom. También Neus Marroig, creó paisajes fragmentados e ilusorios a través de la intervención de postales y analizó la imagen de Palma que se promocionaba en diferentes libros y guías de viaje desde 1839 hasta la actualidad. Un planteamiento que conectaba con el que Pablo Roso desarrolló en 2022 en Binissalem, donde creó una oficina de turismo falsa para cuestionar “el (sobre)diseño de la tradición turística de este país de souvenir”, y en el que inventaba una nueva y ficticia narrativa para vender la localidad.
Mientras artistas como Laura Marte han puesto el foco en los protagonistas o damnificados de esta turistificación, como es el caso de las kellys, buena parte de esta nueva ola creativa ha resucitado algo de aquel paisajismo de principios de siglo para retratar las arquitecturas que ha dejado el turismo en el territorio: los “espacios domesticados” de Marijo Ribas, los fantasmagóricos de Biel Llinàs, pero también los resorts que fotografía Juan David Cortés o las discotecas abandonadas de Ibiza inmortalizadas por Irene de Andrés en su estudio de la evolución del ocio y el tiempo libre en la clase trabajadora. Un paso más allá se sitúa Julià Panadès, quien emplea el humor y lo absurdo para elevar a arte los restos del naufragio. Su obra parte de objetos y desechos encontrados en las playas que transforma en esculturas, instalaciones y tótems dando una nueva entidad a esos “residuos del turismo”.
Con Villa Babel –que puede visitarse hasta el próximo 27 de junio– como ejemplo, todos coinciden en que la turistificación es una temática que seguirá abriéndose caminos en el arte contemporáneo. “El consumo de territorio, la transformación social que ha producido, están aún poco explorados, no sólo desde un punto de vista negativo, sino puramente reflexivo”, plantea Rubí. A veces, añade, el “potencial de la creación artística” es capaz de anticipar problemas y soluciones justamente porque el arte “imagina futuros posibles”.
Cuando Sergio Monje –autor de la frase Si no tenen pa que mengin turistes, que pudo verse en algunas camisetas en la multitudinaria manifestación del pasado 25 de mayo y con la que espera lanzar el proyecto Cala Misèria– ponía fecha a la gran manifestación en el aeropuerto de Son Sant Joan jugaba con la idea de cómo una ficción puede construir la realidad. Conmemoraba una utopía o, quizá, una revuelta cierta. Lo mismo que cuando, en otro sello, imaginó el hotel Villa Sirena de Cala Figuera convertido en una cooperativa de vivienda social. Un cambio de guion en el curso de la voracidad turística.
* La exposición Villa Babel integra obras de Arantxa Boyero, Elisa Braem, Florence de L’Olivier, Biel Llinàs, Marijo Ribas y Sergio Monje.