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El devastador diluvio que ya en la Edad Media 'alertó' de los riesgos de construir junto al agua

Empleados del emblemático bar Bosch de Palma, en 1962, achicando agua en una de las mayores inundaciones sufridas en la ciudad

Esther Ballesteros

Mallorca —

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Tras dos días de fuertes lluvias, un intenso aguacero se está encarnizando con la Ciutat de Mallorca. Es la madrugada del 14 al 15 de octubre de 1403. En esta nox terribilis, el gran diluvio que se cierne sobre la que tres siglos volverá a ser conocida como Palma tendrá consecuencias de inimaginable calibre para la población de la ciudad. Las aguas descontroladas del torrente de sa Riera, que atraviesa la urbe dividiéndola en la parte alta y la parte baja, devorarán todo cuanto encuentren a su paso y provocarán la que, con toda seguridad, se convertirá en la inundación medieval más devastadora de las registradas en España: la catástrofe destruirá unas 1.600 casas y causará entre 3.000 y 5.500 víctimas mortales (de un censo de 40.000 habitantes) cuyos cuerpos acabarán arrojados al mar y no serán hallados hasta décadas después a varios kilómetros de distancia. A quienes logren sobrevivir, la tragedia los abocará prácticamente a la miseria.

Las crónicas de la época relatan los trágicos momentos que se vivieron en una ciudad afectada entonces por profundas transformaciones y por las fuertes tensiones con la part forana, que dieron pie a la revolución más importante hasta entonces conocida en Mallorca, la revolta de les Germanies que, en paralelo a la rebelión de los comuneros en la Corona de Castilla, pondría en jaque a la nobleza y las clases más altas de la isla y, con ello, la estabilidad del Sacro Imperio Romano Germánico.

Lo deluvi de 1403 no fue, sin embargo, el único que vivió Palma, pero sí el de consecuencias más destructoras no sólo en pérdidas humanas, sino también a nivel urbanístico, social y económico. Además, fue un fenómeno clave para que las autoridades y la sociedad se concienciaran sobre el peligro constante que suponía que el torrente cruzara la ciudad, dado que no sólo estaba sujeto a desbordamientos descontrolados a causa del irregular régimen de lluvias que azotaba el Mediterráneo, sino que sus aguas arrastraban gran cantidad de sedimentos, escombros y basura de origen doméstico e incluso animales muertos, lo que en numerosas ocasiones provocaba importantes focos de infección. Consciente de los perjuicios que causaban tales acumulaciones de desechos, sobre todo en contacto con el agua, el papel del hombre a la hora de luchar contra la contaminación comenzó a ser clave.

“Hay hechos del pasado que deberían conocerse para prevenir situaciones como la de 1403, principalmente en relación con la suciedad de los torrentes provocada por el hombre y la edificación, muchas veces especuladora, de viviendas en torno a estos cauces”, asevera al respecto, en declaraciones a elDiario.es, la doctora y catedrática en Historia Medieval por la Universitat de les Illes Balears (UIB) Maria Barceló.

La ciudad, anegada por las aguas

Precisamente, ya durante ese siglo, las autoridades de Palma dictaron varias medidas pioneras para hacer frente a la problemática de la contaminación de las aguas, como consta en el Libre del Mostassaf de Mallorca, so pena, algunas de ellas, de severas multas e incluso de castigos corporales como los azotes, cuya aplicación era frecuente en la Baja Edad Media. Entre otras disposiciones, el 13 de agosto de 1484 se ordenó que negun hom ne neguna persona de qualsevol ley o condició sia no gos lençar ni fer lençar neguna bèstia morta ni allà lexar morta en la Riera (...). E qui contrafarà pagarà vint sous per cascuna vegada que trobada hi serà. E si fos catiu e pagar no·ls porà, reebrà vint açots e pagarà lo açotador, como documenta Barceló en su trabajo en su trabajo La problemàtica de la Riera al seu pas per la ciutat de Mallorca medieval: la riuada de 1403.

Hay hechos del pasado que deberían conocerse para prevenir situaciones como la de 1403, principalmente en relación con la suciedad de los torrentes provocada por el hombre y la edificación, muchas veces especuladora, de viviendas en torno a estos cauces

Maria Barceló Crespí Catedrática de Historia Medieval

La investigadora asevera que la presencia de sa Riera en plena ciudad suponía “un auténtico peligro” dado que el torrente se había convertido en un espacio “en el que iba a parar todo lo que molesta: escombros, desechos...”. Además, para unir uno y otro lado del cauce, varios puentes lo atravesaban y era necesario mantener limpias estas infraestructuras urbanas de toda la suciedad que llegaba a acumularse. Ante tal problemática, la sociedad optó por construir la entrada principal de sus casas no de cara al torrente, sino en el corral de la parte trasera de las viviendas.

Los residuos eran, sobre todo, generados por la industria del textil, principalmente en manos de los tintoreros y los de los pelaires o tejedores de lana, así como las curtidurías establecidas en las proximidades del torrente. Fueron precisamente estos negocios, junto a los de los astilleros, los que resultarían más afectados por el desbordamiento.

Como rezan las crónicas de la época, aquella noche todo quedó avasallado. A las cuatro de la mañana, el torrente se desbocó y las aguas lo inundaron todo, llegando a alcanzar una altura de ocho metros en la parte baja de la ciudad, derribando a su paso viviendas y puentes, embistiendo árboles e, incluso, echando abajo parte de la ya obsoleta muralla medieval que cercaba la urbe. Lo explica el investigador y doctor en Geografía Miquel Grimalt Gelabert en su trabajo Les inundacions històriques de sa Riera: “Cuando la muralla del muelle cedió al peso de la revenida, se formó una gran ola que hundió y arrastró bienes y vidas hacia el mar”. Los daños, explica, se vieron además incrementados por el tipo de construcciones que abundaban en aquel momento, con gran parte de las viviendas edificadas con 'tàpia', fango secado al sol que se reblandecía con gran facilidad.

El desvío del torrente

Como hizo constar el notario Mateu Salcet –y documenta Grimalt–, tal fue la magnitud de la catástrofe que numerosos cuerpos fueron hallados a varios kilómetros del punto donde se originó la tragedia y del recinto defensivo de Ciutat. “El impacto que produjo en la sociedad de su tiempo debió de ser muy fuerte, hasta el punto de que es tratado de forma repetida en todas las historias y descripciones de Mallorca como efeméride clave”, subraya el investigador.

Con todo, la literatura histórica habla de otras inundaciones de sa Riera, como la que acaeció el 30 de septiembre de 1444, cuando, de nuevo, las aguas anegaron la parte baja de la urbe y provocaron el desplome de varias edificaciones, además de varios fallecidos. No fue sino hasta el siglo XVII, entre 1613 y 1618, cuando, bajo el mandato de Felipe III y en plena decadencia del imperio español, decidió modificarse el curso fluvial de sa Riera y desviar el torrente fuera de las murallas. En una de las transformaciones que marcará otro hito histórico de la ciudad, esta medida proporcionó una mayor seguridad a la población mientras la ciudad ganó un espacio público que desde entonces vertebra el casco antiguo de Palma: el paseo de las Ramblas, la plaza des Mercat y el Born.

Comienza la obra más colosal de Palma

Los trabajos fueron llevados a cabo, además, coincidiendo con la construcción de la que se considera la obra más colosal de cuantas se han llevado a cabo en los dos mil años de historia de Palma: sus murallas renacentistas, un cinturón defensivo –el quinto que la ciudad veía nacer– de seis kilómetros proyectado ante las nuevas necesidades defensivas que trajeron los nuevos tiempos tras el abandono de la Edad Media.

La fortificación, ataviada con doce baluartes y reforzada con el tiempo con un hornabeque y varios revellines, fue impulsada absorbiendo la mayor parte del trazado que desde el siglo XI ocupaba la muralla árabe, que, compuesta por una sucesión de muros verticales y torres cuadrangulares, presentaba un estado precario a pesar de los remiendos puntuales a los que había sido sometida y apenas ofrecía ya resistencia: había sido construida con sillares de marés y segmentos de tapia, material que había resultado eficaz para resistir los proyectiles lanzados por las catapultas, pero obsoleto ante los últimos avances registrados en la artillería, principalmente con la invención de los cañones.

El desvío del torrente de sa Riera coincidió con la construcción de la que se considera la obra más colosal de cuantas se han llevado a cabo en los dos mil años de historia de Palma: sus murallas renacentistas

Como señala Barceló, las consecuencias del desbordamiento de 1403 fueron tan “funestas” que años después la población aún acusaba las secuelas y entre los siglos XVI y XIX los eruditos continuaban hablando del tema. “El agua entró tan poderosamente que subió hasta diez y seis palmos en la iglesia del Carmen; llevóse muchos edificios, la carnicería vieja, todas las casas del Mercado y las del barrio de San Nicolás, donde subió el agua ocho palmos: hizo también notable daño en la calle de los Pelaires que se llama lo carrer Nou, y llegó hasta la lonja de los placentinos, que estaba entonces delante de la iglesia a San Felipe, que llamamos San Feliu, obligando á muchos á desamparar sus casas por mucho tiempo, por la amenaza ó sucesiva ruina de ellas, escapando con sola la última mas preciosa hacienda del hombre, la vida”, escribieron en el siglo XVII los cronistas Joan Dameto i Cotoner, Vicenç Mut i Armengol y Jeroni Alemany i Moragues en su Història general del Reino de Mallorca

Un siglo después, el pavorde de la catedral de Palma Guillem Terrassa i Pons ofrecía su visión del suceso: “Quedaron con estas ruinas damnificados en muchos bienes y personas; y sobre estas desgracias habia la mas particular de hallarse el reyno con gran desunión de voluntades: algunos decían que este daño de la Riera era un castigo de Dios”.

Los riesgos del desarrollismo y el afán constructivo

Como expone Grimalt en otro de sus trabajos, Inundaciones en la ciudad de Palma de Mallorca: distribución de los episodios y tipos de tiempo asociados, elaborado junto al doctor en Geografía Física Joan Rosselló, si desde el siglo XIV las inundaciones afectaban esencialmente a las ciudades cuyo casco urbano estaba cruzado por un torrente o bien a llanuras aluviales con elevado valor agrícola, desde la segunda mitad del siglo XX se han identificado nuevos espacios vulnerables a los desbordamientos, sobre todo en la costa o en zonas suburbanas del interior, y que son “el resultado del proceso urbanizador ligado a la terciarización de la economía insular”.

“El desarrollismo de finales de los años 60 promovió un ensanche altamente densificado, generador de desigualdades sociales y de graves deficiencias urbanas a nivel de equipamientos e infraestructuras”, abundan Grimalt y Rosselló, quienes señalan que la falta de control durante esta etapa, unida a un periodo de ausencia de episodios de inundación, llevaron a la construcción de nuevas zonas urbanas residenciales y de servicios que ocuparon los lindes de los torrentes de la zona e, incluso, parte de los cauces, provocando con ello una impermeabilización de grandes superficie, un incremento de los coeficientes de escorrentía y la concentración de caudales en algunos puntos torrenciales.

El desarrollismo de finales de los años 60 promovió un ensanche altamente densificado, generador de desigualdades sociales y de graves deficiencias urbanas a nivel de equipamientos e infraestructuras

Miquel Grimalt y Joan Rosselló Doctores en Geografía

Los dos investigadores apuntan así que, como consecuencia del fuerte aumento de la presión humana sobre el territorio, se generaron nuevas zonas urbanas inundables, situadas a menudo en puntos de desembocadura de cursos fluviotorrenciales y en sectores ligados a llanos de inundación, con la expansión de núcleos urbanos mediante áreas de residencias unifamiliares y la consolidación de sectores turísticos próximos a marismas y albuferas. Y todo ello, aseveran, en un contexto de “desconocimiento del riesgo derivado de la sensación de falsa seguridad que provoca la ausencia de escorrentía continua y combinado con el afán constructivo”. Una situación con la que Maria Barceló se muestra severamente crítica al lamentar que “se continúe construyendo allí donde no es aconsejable y se deje llevar por la especulación”. “El ser humano no aprende de los desastres”, sentencia.

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