El escurridizo rastro del 'Doctor Muerte' de Hitler: de la supuesta guarida de Ibiza a su muerte convertido al islam

Una Ducati rueda por caminos estrechos con dos hombres a bordo. Ninguno es ibicenco, pero viven desde hace algunos años en la isla. Pilota un veinteañero alemán de padre español y de paquete va un extremeño que acaba de cumplir los 40. Son fotógrafo y periodista, han hecho bastantes reportajes juntos en la prensa local. Esta es una excursión en moto algo extraña; no se han traído la cámara, ni el cuaderno ni el boli. El único documento que llevan encima es un croquis para encontrar la casa que están buscando. Los sistemas GPS y los móviles son todavía un recurso de la ciencia ficción y las películas futuristas. No es fácil orientarse en la primavera de 1984.

Entre campos de almendros y algarrobos, llegan a su destino. La casa está al borde de un acantilado, tiene unas vistas impresionantes al Mediterráneo y, en el interior, después de haber sido conducidos por un servicio uniformado, los visitantes descubren la colección de cuadros. Picasso, Monet, Modigliani, Degas. Varias pinturas firmadas por algunos de los artistas más cotizados de las vanguardias cuelgan de las paredes de la biblioteca. De ser auténticos, el valor de los cuadros podría ser muy alto; cuatro años antes, en Londres, se ha vendido una cabeza de mujer del Picasso cubista por 50 millones de pesetas. 

El anfitrión muestra una extrema vitalidad. Ronda los 70 años, camina apoyándose en un bastón de empuñadura de plata –aunque no cojea– y chapurrea castellano con fuerte acento alemán. Se presenta, sin embargo, con nombre francés: Jean Durand. Quiere conocer la opinión del extremeño –José Vicente Serradilla, poseedor de un carné de crítico de arte internacional– sobre su fondo artístico. Tasar la colección es, precisamente, la razón de esta visita. El alemán de padre español –Leonard S. Hoffman, que es licenciado en Bellas Artes– traducirá los tecnicismos. 

–Primero, nos sentamos a comer, y a mí, que ya no me cuadraba que un médico dispusiera de semejante patrimonio, me extrañó más aún que viviera atendido por tantos sirvientes. Había hasta un maître para servirnos el champán. Luego vi la colección y aluciné. Fui muy directo: para certificar la autenticidad de las obras, podían tratarse de muy buenas falsificaciones, había que reconstruir la historia de cada cuadro. A quién habían pertenecido antes y cómo habían llegado a las manos del médico. Eso ya le hizo un poco de mella. Después de aquel almuerzo se enteró de que, aunque tuviera el carné de crítico, a lo que me dedicaba era a trabajar de periodista cultural en Diario de Ibiza. Entonces, se esfumó, no lo volví a ver más. Cuando salimos de la casa, Leonard me confesó lo que ya sospechaba cuando nos vimos por primera vez, en una exposición, y nos invitó a su casa: Jean Durand era realmente Aribert Heim, el Doctor Muerte de Mauthausen.

Recuerda, 40 años más tarde, José Vicente Serradilla. El periodista está sentado en el porche de un agroturismo a las afueras de Sant Miquel de Balansat, en el noroeste ibicenco. Viste una camisa blanca de manga corta, bebe agua y se protege de la luz de septiembre con unas RayBan enormes que no habrían desentonado en los ochenta, cuando para entrevistar a estrellas de la música como Julio Iglesias bastaba con cruzárselas en el puerto y sentarse en una terraza a compartir una botella de vino.

Hace 35 años, Seradilla volvió a la comarca de La Vera, donde nació en 1943, plena posguerra española. A la isla regresa a menudo de vacaciones, pero esta visita es distinta porque va a presentar su último libro: Doctor Muerte. La sombra de un nazi en Ibiza (Melqart Editorial), una novela sobre sus supuestos encuentros con Heim. Aunque cita a personajes por su nombre real, como Paul Wertheimer, el galerista que le presentó a Jean Durand, ha utilizado pseudónimos para proteger las identidades de los personajes que siguen vivos, empezando por el del fotógrafo hispanogermánico. Pese a todo, Serradilla sostiene que la narración se basa en “hechos que ocurrieron de verdad”: “No me invento nada. He tenido la novela guardada durante mucho tiempo porque me daba algo de miedo sacarla. Sigue habiendo más gente de la que parece que comparte la mentalidad nazi. Mi intención al publicarla es que no caigamos en la trampa que crearon personajes como Heim”. 

Las torturas de 'El banderillero'

En el libro de Serradilla se reserva bastante espacio para narrar las atrocidades que el médico y coronel de las SS cometió en los apenas cincuenta y dos días que estuvo destinado en Mauthausen-Gusen. Entre el 8 de octubre y el 29 de noviembre de 1941, usó como cobayas a unos trescientos deportados. A varios les extirpó innecesariamente el apéndice; a otros, directamente, los mató abriéndolos en canal, antes de decapitarlos y hervir sus cabezas para sumarlas a su colección de cráneos. Los republicanos españoles que pasaron por aquel campo de exterminio le pusieron un apodo bien merecido: El banderillero. La inyección de gasolina directa al corazón era la tortura fetiche de Heim. Tras el pinchazo, cronometraba la agonía. Esas prácticas lo equiparan al médico más sanguinario de las SS: Josef Mengele, el Ángel de la Muerte de Auschwitz-Birkenau. 

Aribert Heim, médico y coronel de las SS, cometió atrocidades en los apenas cincuenta y dos días que estuvo destinado en Mauthausen-Gusen. Usó como cobayas a unos trescientos deportados. A varios les extirpó innecesariamente el apéndice; a otros, directamente, las mató abriéndolos en canal, antes de decapitarlos y hervir sus cabezas para sumarlas a su colección de cráneos. Los republicanos españoles que pasaron por aquel campo de exterminio le pusieron un apodo bien merecido: El banderillero. La inyección de gasolina directa al corazón era su tortura fetiche

Un hospital militar en el círculo polar ártico finlandés sería el siguiente destino de Aribert Ferdinand Heim (Bad Radskerbug, Imperio Austrohúngaro, 28 de junio de 1914). Durante la II Guerra Mundial, como oficial de las SS, también sería agasajado por la familia Thyssen. Fue huésped de estos nobles, fervientes coleccionistas de arte y fundamentales en la ascensión de Hitler al poder que reventó desde dentro la República de Weimar en enero de 1933. Tras la derrota alemana, pese a ser capturado por el Ejército de Estados Unidos en la primavera de 1945 y pasar por un campo de prisioneros, Heim quedó libre y eludió los tribunales, a diferencia de otros sanitarios de Mauthausen. Se casó, tuvo dos hijos y vivió, plácidamente, a lo largo de quince años –de 1947 a 1962– en Alemania Occidental. Residía en Baden-Baden, una pequeña ciudad cercana al Rin y a la frontera francesa, y se dedicó a la ginecología junto a Frield, su esposa. Hasta que la caza de nazis desatada por Simon Wiesenthal, un judío que sobrevivió a Mauthausen, y sus colaboradores hizo huir a Heim. 

Ya en 1959, un tribunal de Linz, Austria, su país de nacimiento, había empezado a investigarlo. Varios testigos empezaban a señalarlo y el tiempo corría en su contra. El 13 de septiembre de 1962, la Justicia estatal de Baden-Baden emitió una orden de detención. Heim se borró del mapa y nadie consiguió encontrarlo. Cuando las presas más codiciadas por Wiesenthal y sus cazanazis fueron cayendo –Adolf Eichmann, Buenos Aires, 1960; Klaus Barbie, Bolivia, 1983–, el Doctor Muerte acabaría convirtiéndose en uno de los asesinos del Holocausto más buscados. 

Como afirma Serradilla en su libro, ¿fue la Eivissa del boom turístico la guarida del sádico médico?

Durante la II Guerra Mundial, como oficial de las SS, Aribert Heim fue agasajado por la familia Thyssen. Fue huésped de estos nobles, fervientes coleccionistas de arte y fundamentales en la ascensión de Hitler. Tras la derrota alemana, pese a ser capturado por el Ejército de Estados Unidos y pasar por un campo de prisioneros, Heim quedó libre y eludió los tribunales

La llegada de los nazis a España

“En los documentos que he revisado su nombre no aparece en absoluto”, contesta el historiador José Luis Rodríguez Jiménez. Profesor e investigador de la Universidad Rey Juan Carlos, doctorado con una tesis sobre la evolución y transformación de la extrema derecha española desde el tardofranquismo hasta los primeros años de la restauración democrática, en marzo de 2024 publicó Bajo el manto del caudillo (Alianza Editorial). En este libro Rodríguez Jiménez recoge las historias de las decenas, “puede que fueran cientos, se desconoce la cifra exacta”, de nazis, fascistas y colaboracionistas que encontraron un hogar en la España de la dictadura de Francisco Franco huyendo de la justicia de los países que dejaban atrás: Alemania, la Francia de Vichy, Bélgica, Italia, el Estado Independiente de Croacia...

“No hubo organizaciones para traer en grupo a peces gordos y enviarlos a Argentina, Chile, Brasil o Uruguay, como sí ocurrió a través del puerto de Génova”, la conocida como ruta de las ratas, donde contaron con la colaboración de miembros del alto clero vaticano. Añade el historiador: “En España fue diferente. Léon Degrelle [el líder de los fascistas belgas] o Pierre Laval [presidente del consejo de ministros francés en la zona controlada por los colaboracionistas; devuelto a su país semanas después, donde lo fusilaron] llegaron en avión. La mayoría de las personas que cruzaron la frontera fueron internadas en los campos de concentración (muchos, en el de Miranda de Ebro) que se hicieron después de la Guerra Civil para prisioneros republicanos y de las Brigadas Internacionales. La mayoría de los alemanes que atravesaron los Pirineos fueron repatriados; eran simples soldados, no tenían importancia. Una parte tendría sus influencias y contactos y los utilizaría para salir de los campos y quedarse en España, pero desconocemos el número. Sí sabemos que el régimen de Franco utilizó a algunos de esos nazis como espías en Marruecos o en otros países europeos para controlar a los izquierdistas españoles exiliados”.

No hubo organizaciones para traer en grupo a peces gordos y enviarlos a Argentina, Chile, Brasil o Uruguay. La mayoría de las personas que cruzaron la frontera fueron internadas en los campos de concentración que se hicieron después de la Guerra Civil para prisioneros republicanos y de las Brigadas Internacionales. Sí sabemos que el régimen de Franco utilizó a algunos de esos nazis como espías en Marruecos o en otros países europeos para controlar a los izquierdistas españoles exiliados

Los personajes que reconstruye Rodríguez Jiménez en su libro se asentaron en España justo después de la derrota de las fuerzas del Eje. Una década después, justo en los años previos a que desaparezca Aribert Heim, Franco dará cobijo a los dictadores latinoamericanos: Perón (1955), Batista (1959) o la familia de Rafael Leónidas Trujillo (1961). En ese momento ya vivían en España –o habían vivido– miembros del Partido Nacionalsocialista que, bajo el sol del Mediterráneo, habían visto la caída del III Reich, que debía durar mil años y apenas duró doce. Suficiente, no obstante, para matar a 18 millones de personas.

Tras el rastro del Doctor Muerte

La recepcionista deriva la llamada y en una mesa de la redacción del Mallorca Magazin una mano levanta el teléfono. La de Alexandre Sepasgosarian. Entre los periodistas germánicos que informan desde la isla que, oficiosamente, se considera el decimoséptimo land de Alemania, Sepasgosarian es una referencia. Mallorca bajo la cruz gamada es la traducción del título de un libro, todavía por publicar en catalán y castellano, donde dibuja la presencia nazi en la isla antes de la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. “Aribert Heim no aparece en mi libro, pero apunta el teléfono de Holger Weber: es un colega que trabajó unos años en Alicante e investigó sobre los nazis que vivían en Dénia durante el franquismo”. 

El 5 de noviembre de 2006, el diario Levante El Mercantil Valenciano publicó un extenso reportaje sobre la estancia (1940-1951) de Johannes Bernhardt en el Tossalet de Girona, la propiedad que compró cerca del límite provincial entre València y Alacant. Este empresario fue una figura clave para que Hitler pusiera los aviones y las bombas de la Legión Cóndor al servicio de los sublevados durante la Guerra Civil. Curiosamente, para bombardear zonas del levante republicano como la que eligió Bernhardt para establecerse en Dénia. Gerhard Bremer, también oficial de las SS, conquistador de la ciudad soviética de Mariupol, promovió la construcción de un complejo de bungalows donde se formó una corte de jerarcas nazis. No estaban demasiado lejos de Eivissa. En los amaneceres y atardeceres de cielo despejado, desde la isla se ve el Cap de la Nau, la punta más oriental de la Marina Alta, y viceversa.

Casi dos décadas después de haber publicado aquel reportaje, Weber descuelga a la primera la llamada de WhatsApp. El prefijo +49 precede su número porque volvió hace dos años a Alemania. Reside en Hanau, no muy lejos de Fráncfort del Meno, y conserva un excelente castellano. 

–Estoy intentando confirmar si, entre los 70 y los 80, estuvo en Ibiza un médico nazi…

–¿Heim? ¿Te refieres al doctor Heim? Lo busqué también en Dénia, pero no pude encontrarlo entre los nazis que se quedaron después de que Bernhardt escapara a Argentina cuando vio que lo podían cazar pese a la protección del régimen. Conozco a un fotógrafo mallorquín que, muchos años antes, creo que en los ochenta, me dijo que se encontró a Heim en Ibiza haciendo un reportaje para Interviu. Llámalo y dile que vas de mi parte. Se llama Sebastián Terrassa.

Y Doctor Gausmann huyó en coche

Los reporteros pasaron una quincena en Eivissa durante el invierno de 1981. No lo sabían, pero apenas unas semanas después se iba a producir el fallido golpe de Estado de Armada, Tejero y Milans del Bosch, el 23-F. Los reporteros estaban a otra cosa. Ya conocían el terreno. Tres años antes habían contado en un reportaje titulado Nazis cara al sol que en distintos lugares de la isla vivían alemanes que, con más o menos disimulo, simpatizaban con el nacionalsocialismo y levantaban el brazo derecho para honrar al Führer. En esta segunda visita tenían un único objetivo: localizar al Doctor Muerte. Les acompañaba otro colega, un alemán que colaboraba con el semanario Stern. En la cartera llevaban una fotografía, antigua, de Aribert Heim, que fueron enseñando por aquí y por allá. Un taxista lo relacionó con la colonia de alemanes de Sant Carles de Peralta, un pequeño pueblo situado en el noreste de Eivissa. Allí el turismo de masas había tardado más tiempo en llegar y lo había hecho con una intensidad diferente. Pocos hoteles y restaurantes, calas casi vírgenes, minifundios habitados por familias de isleños que procuraban llevarse bien con los extranjeros y no hacer preguntas comprometedoras. Parecía un buen lugar para esconderse. 

Las pistas condujeron a los reporteros hasta el Bungalow Park, una de las más antiguas entre las pocas urbanizaciones que había en la zona. Sus habitantes eran casi todos alemanes. Una de esas vecinas, fräu Schymeinda, viuda de un nazi que había trabajado como periodista durante el III Reich, identificó al tipo de la foto como el Doctor Gausmann, el vecino del chalé número 21 del Bungalow Park. Era alto (Heim medía 1,90), atlético (había practicado el hockey sobre hielo en su Austria natal), tenía unos pies enormes (calzaba un 47) y una cicatriz en forma de uve en la comisura derecha del labio (su rasgo más característico). El problema es que a Gausmann no lo iban a encontrar disfrutando de la playa porque estaba pasando consulta… en Múnich. Hasta allí viajaron los reporteros para comprobar que el médico que trabajaba en la capital de Baviera le tenía alquilada su casita ibicenca a otro alemán, que en la isla se hacía llamar, también, Doctor Gausmann. Según los reporteros, el inquilino era Aribert Heim. El mismo sexagenario al que vieron subirse a un coche y escabullirse cuando volvieron al número 21 del Bungalow Park.

Santiago Miró firmó este reportaje, publicado en Interviú, y mucho tiempo después, el 29 de agosto de 2008, publicó una entrada en su blog (Diario de un periodista jubilado) donde cuenta su versión de la historia. Sebastián Terrassa, su compañero gráfico en aquella cobertura, la corrobora. 

Muerte en El Cairo y conversión al islam

La supuesta presencia de Heim en Eivissa cayó después en el olvido por un largo tiempo. La operación Last Chance, una ofensiva lanzada por el Centro Simon Wiesenthal, dirigido entonces por Efraim Zuroff, discípulo del fundador, para atrapar a los criminales del III Reich, ya unos ancianos, tiró otra vez del hilo. Curiosamente, Wiesenthal murió, a los noventa y seis años, el 20 de septiembre de 2005, pocas semanas después de que medios españoles (TV3, El Mundo) e internacionales (Der Spiegel, la BBC) volvieran a situar a Aribert Heim en la isla. Esta vez hubo algo más que ruido periodístico. 

Según publicó Diario de Ibiza, dos agentes de la Unidad de Drogas y de Crimen Organizado de la Policía Nacional tomaron declaración a varios residentes de es Figueral (la cala junto a la que se construyó el Bungalow Park) que decían haber reconocido al Doctor Muerte. La pista se desechó porque el retrato que dibujaron de Heim no casaba con sus facciones. En ese momento, la brigada de investigación criminal de Baden-Wurtemberg ofrecía 130 mil euros a quien aportara información concluyente que permitiera la detención de un fugitivo que, de estar vivo, habría tenido noventa y un años, y que ya había sido condenado, en ausencia, por los tribunales alemanes a finales de los setenta.

El fallido rastro ibicenco desató unos años locos. A Heim se le situó en Uruguay, Argentina y Chile, donde vivía una hija biológica, concebida en 1942 con una pareja previa a su matrimonio, a la que nunca llegó a conocer. En 2007, Danny Baz, un antiguo militar israelí, publicó un libro (Ni olvido ni perdón. A la caza del último nazi) donde afirmaba haber capturado –en Canadá– y ejecutado –en California– al Doctor Muerte capitaneando una organización conocida como La Chouette (La Lechuza). Baz situaba la vendetta en 1982. El Centro Wiesenthal calificó esta tesis como “inverosímil”. 

La Policía tomó declaración a residentes alemanes que decían haber reconocido al Doctor Muerte. La pista se desechó porque el retrato que dibujaron no casaba con sus facciones. La brigada de investigación criminal alemana ofrecía 130 mil euros a quien aportara información que permitiera la detención de un fugitivo que, de estar vivo, habría tenido noventa y un años, y que ya había sido condenado, en ausencia, por los tribunales. El fallido rastro ibicenco desató unos años locos en otros países

Dos años más tarde de estas afirmaciones, en 2009, Rüdiger, el hijo menor de Heim rompió su silencio en la ZDF, la televisión pública alemana, para cambiar, también, el relato familiar: en 1993, habían informado, sin que les dieran mucha credibilidad, de la muerte de Aribert Heim en Argentina. Algunos lo consideraron una estratagema para acceder a las cuentas bloqueadas del médico.

En 2009, el hijo menor de Heim rompió su silencio en la televisión pública alemana para cambiar el relato familiar: en 1993, habían informado, sin que les dieran mucha credibilidad, de la muerte de Aribert Heim en Argentina. Algunos lo consideraron una estratagema para acceder a las cuentas bloqueadas del médico

El nuevo testimonio resultaba más veraz. El fugitivo nazi habría vivido en El Cairo entre 1963, cuando escapó de la justicia, y 1992. El 10 de agosto de aquel año, mientras la televisión emitía la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, murió a causa de un cáncer de colon en el hotel donde se ocultaba. Terminaban tres décadas en las que llegó a convertirse al islam para adoptar una nueva identidad bajo el nombre de Tarek Hussein Farid. El cuerpo nunca apareció. En 2013, la justicia alemana, después de haber recibido un paquete de cartas escritas en clave y remitidas por Heim desde Egipto a sus familiares entre finales de los setenta y mediados de los ochenta, dio carpetazo oficialmente a su persecución y, a los descendientes de Heim, la posibilidad de cobrar la herencia. Un millón de euros. Adibert, el primogénito de su segundo matrimonio, la rechazó. Rüdiger, en cambio, la aceptó. 

“La huida a Egipto la cuentan muy bien en un libro [Dr. Muerte. La larga cacería del nazi más buscado] que se publicó en Alemania en 2014 y que para mí es la obra más rigurosa que se ha escrito sobre Aribert Heim. Sé que hay periodistas que dicen haberlo visto en Ibiza, pero en el libro no se nombra la isla”, explica Holger Weber en referencia a esta investigación conjunta de Souad Mekhennet, la periodista de la ZDF que reveló la muerte del médico en El Cairo, y Nicholas Kulish, reportero de The New York Times.

La historia más verosímil es que el Doctor Muerte vivió en El Cairo entre 1963, cuando escapó de la justicia, y 1992. Mientras la televisión emitía la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, murió a causa de un cáncer de colon en el hotel donde se ocultaba. Terminaban tres décadas en las que llegó a convertirse al islam para adoptar una nueva identidad bajo el nombre de Tarek Hussein Farid. El cuerpo nunca apareció

La figura de Aribert Heim –su sadismo, su rastro fantasma– sigue alimentando la ficción. Por ejemplo, en 2021, apareció, con nombre y apellido, en El sustituto, una película dirigida y coescrita por Óscar Aibar donde, durante las semanas del Mundial ‘82, se recrean los vínculos de una de las comunidades de nazis alemanes que surgieron en el Mediterráneo español con la corrupción policial, el terrorismo ultraderechista, el tráfico de heroína en los poblados gitanos y la especulación inmobiliaria. Como en los reportajes de Weber, Dénia es el escenario de la acción. “El nazismo siempre ha tenido morbo. A nivel de regímenes criminales es el que más interés despierta en los medios de comunicación por las circunstancias, los mecanismos [que utilizaron] y porque tampoco nos queda tan lejos. Por eso se siguen haciendo películas, series y obras de teatro sobre el tema. En parte, ayudan al conocimiento. Lo que la mayor parte de la gente sabe de Historia les viene por los medios, el cine y la televisión, y no tanto por los libros de los historiadores”, explica Rodríguez Jiménez. 

La historia de Joan Servera Pons, víctima de Heim

Minutos antes de presentar su libro, José Vicente Serradilla camina por Vara de Rey, el paseo más emblemático de Eivissa. “Heim fue un pez escurridizo, resultó imposible darle caza. El consuelo que puede quedarnos es que este tipo de personajes nunca podrán dormir con la conciencia tranquila después de haber cometido unos crímenes tan atroces. Lo recuerdo como un tipo muy nervioso. Siempre en alerta”, dice el periodista, a pocos metros de distancia de unas stolpersteine. Literalmente, “piedras de la memoria” en alemán que recuerdan a varios de los republicanos ibicencos que se cuentan entre los casi 6 mil españoles que fueron deportados a Mauthausen. Las deportaciones ocurrieron hace más de ocho décadas. El pequeño memorial sólo tiene dos años.

El periodista Xicu Lluy dedicó gran parte de su carrera profesional a recomponer la memoria de estos hombres que perdieron, consecutivamente, dos guerras y, en muchos casos, no pudieron regresar jamás a sus islas. En Els nostres deportats, el libro póstumo que terminó de editar su viuda, Elena González, Lluy realiza un exhaustivo registro de los 71 baleares –veinticinco mallorquines, veintitrés menorquines, diecisiete ibicencos, seis formenterenses– que padecieron los campos de exterminio. La mayoría estuvo en el que se levantó alrededor de las canteras de Mauthausen, en la Alta Austria. Por el que pasó breve y cruelmente Aribert Heim, a quien Lluy también sitúa en Eivissa “durante los años sesenta” y “bajo la falsa identidad del doctor Gausmann”, citando el trabajo de investigación del periodista alicantino Enrique Cerdán Tato. 

Al menos uno de los republicanos que localizó Lluy, el mallorquín Joan Servera Pons, nacido en Sóller el 4 de marzo de 1910 y registrado en el lager principal de Mauthausen el 6 de junio de 1941 (recluso número 5.078), resultó víctima de la tortura que Heim enmascaraba como experimentación clínica. No murió, y el 5 de mayo de 1945, el solleric fue uno de los deportados que recibieron a las tropas estadounidenses, con el siguiente mensaje escrito en unas sábanas que colgaron en la puerta principal del campo de exterminio: “Los antifascistas españoles saludan a las fuerzas libertadoras”. Sin descendientes directos o indirectos en su pueblo, los historiadores que colaboran con la asociación Memòria de Mallorca no han podido coser las historias de Joan Servera Pons antes y después de Mauthausen. Se desconoce cualquier dato sobre su vida partida por los cuatro años que pasó en aquel infierno. Pese a las reticencias del alcalde, el popular Carlos Simarro, en el Port de Sóller, justo donde termina la vía del tren histórico que conecta este valle de la Serra de Tramuntana con Palma, desde septiembre de 2021 una stolperstein recuerda con su nombre y apellidos al republicano que fue obligado a tumbarse en la camilla del Doctor Muerte y sobrevivió.