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Los Harlem Globetrotters, el equipo de basket que rompió el racismo de la NBA y que encandila a los mallorquines

La música truena. Hip-hop duro y éxitos maravillosamente comerciales. El pabellón está lleno, pero se ven sillas vacías, porque la mayoría de los asistentes corre por todos lados en todas direcciones; son niños y niñas con incontinencia emotiva. Rojo, azul y blanco son los colores de los balones de básquet con los que juegan. Se los pasan, los botan, los hacen girar en un dedo, o lo intentan, y se les escapan escaleras abajo. El estruendo solo para cuando hay algún deslumbramiento. Speedy, tras varios intentos, encesta tirando desde la grada en el aro de la cancha. El estruendo se unifica en una ovación. Parecía ya imposible, pero este jugador americano de básquet, que tiene tatuado en su hombro derecho “Only the strong survive”, mira satisfecho a su público entregado. Esta tarde de mayo, en Palma, los Harlem Globetrotters han liado una buena para hacernos creer algo importante. El show está a punto de empezar.

Los inicios del equipo

Antes, se llamaban Savoy Big Five. Y el nombre les venía del mismo sito donde hacían sus primeras demostraciones: la sala Savoy Ballroom. Una sala multiusos de suelos de tarima que compartían con conciertos de jazz, bailes de domingo y patinaje sobre ruedas. El equipo nació allí, en el Chicago de 1924, entre música negra y, dadas la dimensiones de la sala, bajo la atenta mirada y aplausos de su comunidad. 

Durante dos años, los deportistas jugaban casi bailando, con un balón de cuero que parecía obedecerles por arte de magia. En 1926, el migrante británico Abe Saperstein tomo las riendas del equipo y como una premonición los renombró como los New York Globetrotters (trotamundos). Puede que simplemente estuviera manifestado un deseo que acabaría siendo una realidad: recorrer primero su país y de allí intentar sellar todas las páginas del pasaporte. Como cualquier historia de éxito tuvieron sus altibajos, pero allí, ya llegaremos. 

Ahora, en Palma, todo este caos feliz está coregrafíado. El contador gigante marca las escenas. Hay una cuenta atrás constante. En el calentamiento, a menos de 10 minutos de empezar, los jugadores se pasean por la cancha y animan al público. La mayoría son afroamericanos; y así ha sido desde sus inicios. De hecho, su primer nombre, New York Globetrotters, se cambió rápidamente a Harlem Globetrotters. Harlem, por el barrio y epicentro reconocible de la comunidad afroamericana, así no habría dudas de quiénes eran los jugadores. Si el marketing nació en algún sitio concreto, debió ser en alguna casa de madera norteamericana, de las que tienen porche.

En los inicios recorrían su país, jugando contra cualquier equipo dispuesto a ello, por pequeño que fuera. La mayoría estaban formados solo por blancos, con un juego menos fluido. Como todos los tiempos, eran tiempos difíciles y en este caso lo fueron por la crisis económica a raíz del crac financiero y por el racismo enraizado. Algunos dicen que su estilo cómico, lleno de gags y comedia puramente física, apareció para evitar problemas con rivales y seguidores a los que ganaban, sí, pero con una distancia prudencial en el marcador.

En los inicios recorrían su país, jugando contra cualquier equipo dispuesto a ello, por pequeño que fuera. La mayoría estaban formados por blancos. Eran tiempos difíciles por la crisis económica a raíz del crac financiero y el racismo

Así cambiaron los Globetrotters la NBA

Acaba la cuenta atrás. Los asientos del estadio municipal de deportes de Son Moix parecían arder, pero los críos están sentados, o al menos permanecen en su obrita. El equipo rival, los malos de la película, son los Washington General. Salen a la pista entre abucheos y con su acting de perdedores sin escrúpulos ya tienen las gradas en su contra. Su líder, el más mayor, dice unas palabras y acaba reventando un balón tricolor con las manos. Los perfectos villanos. Una marabunta de pequeñajos se abalanza a la barrera de los vestuarios y la hacen sonar como si aporrearan un gran tambor metálico. Los nuestros, los buenos, salen por allí mismo, chocando las manos a los peques como si fueran el equipo local, enérgicos y elegantes, perfectamente ordenados y todos con las zapatillas que parecen a estrenar. 

Este partido podría ser una recreación de lo que sucedió en 1948. Entonces la NBA solo permitía jugar a hombres blancos. Así que, Abe Saperstein, el avispado propietario inicial —que lo fue hasta los años sesenta—, retó a la NBA a que el ganador de esa misma temporada se batiera con ellos. A pesar de la poca fe de la mayoría, ganaron en el último segundo. Eso, la acusación de golpe de suerte, les permitió repetir el partido al año siguiente, donde demostraron tranquilamente su frescura e incluso hicieron su repertorio burlón al equipo rival. Más de 20 mil personas lo quisieron ver. Ganaron holgadamente y con eso cambiaron un poco su mundo. En el inicio de la siguiente temporada, la NBA ya contaba con el primer jugador negro: un Harlem Globetrotter llamado Sweetwater Clifton. El juego evolucionó y se nutrió de ellos, de su estilo fresco y más espectacular.

El primer jugador negro de la NBA fue un Harlem Globetrotter llamado Sweetwater Clifton

Speedy, el de las canastas, atiende una entrevista por videollamada desde Tenerife, unos días antes del show de Palma. ¿Cómo crees que han evolucionado los Harlem Globetrotters en toda su historia? “Desde 1926 hasta ahora hemos cambiado mucho. El equipo sobre todo ha abierto camino. En 1950 tuvimos el primer afroamericano en la NBA, en 1985 la primera mujer en viajar y jugar en un equipo masculino profesional de básquet, Lynette Woodard. Ahora nuestro equipo es más diverso. La tradición continúa creciendo, pero se expande y se mantiene vigente”, comenta.

El equipo sobre todo ha abierto camino. En 1950 tuvimos el primer afroamericano en la NBA, en 1985 la primera mujer en viajar y jugar en un equipo masculino profesional de básquet, Lynette Woodard. Ahora nuestro equipo es más diverso

Los años dorados del equipo

Fue a partir de entonces, en los años 50, después de esos partidos decisivos con los grandes de la liga, que llegaron sus mejores años. Se hicieron populares y el Gobierno de los Estados Unidos los usó de embajadores oficiales. Ahora, ya sí, hicieron honor a su nombre y cruzaron el charco: París, Japón, la URSS, Berlín oeste, Londres y cientos de países más. Viajaron allá donde pudieron, independientemente del dictador, rey o líder político que les recibiera, con audiencias con el Papa incluidas. De hecho, durante esa década, actuaron también en España.

Si de por sí los partidos de baloncesto pasan volando, los cuartos de 10 minutos de los Harlem parecen acelerar el tiempo. Combinan momentos de partido improvisado que van interrumpiendo cada poco para hacer un gag, o una hazaña deportiva. En pocos minutos son capaces de: levantar a un bebe como si fuera Simba, del Rey León, mientras suena la mítica canción del ciclo sin fin, sacar a bailar “Suavemente” a una mujer a la pista, y hacer lanzar una canasta a una niña. Los jugadores más valorados van microfononados porque la interacción con el público es constante, y siempre se compensa con algo: una camiseta, una muñequera, un balón. Todo tricolor. Chapurrean, incluso, algunas palabras en castellano.

Si de por sí los partidos de baloncesto pasan volando, los cuartos de 10 minutos de los Harlem parecen acelerar el tiempo. Combinan momentos de partido improvisado que van interrumpiendo cada poco para hacer un gag, o una hazaña deportiva

Todo está perfectamente marcado por la música, una banda sonora a manos de una DJ portuguesa que corta con la misma frecuencia de cambios que TikTok. Los imprevistos también están medidos. La canasta donde encestan los protagonistas cede tras un mate espectacular. Entonces, la música cambia y se anuncia un concurso de mates, con participación del público, claro. Mientras, la organización y varios operarios se afanan a solucionarlo: The show must go on

Llega el descanso y los más pequeños recuperan el control. Hay varios grupos de equipos infantiles locales, con sus camisetas azules, lilas o blancas. Miquel y su hermana pequeña Llucia juegan en el equipo de su pueblo, Felanitx, y les está gustando mucho. La pequeña tiene sus favoritas: “Las chicas”. “Es la primera vez que veo jugar a chicas en esta categoría y lo hacen muy bien, sobre todo la de las trenzas (Ace)”, dice. Miquel dice que le flipa “cómo se deslizan por el suelo”. 

Los dos siguen la NBA, pero no en directo, aunque una vez se levantaron “a las tres de la mañana y no lo daban en la tele”, cuenta Miquel, sin parar de juguetear con el balón entre sus manos. Se lo han comprado allí y llevan ya varios autógrafos; de quien les da un poco igual. Miquel hace girar el balón en todos sus dedos –“Para el pulgar uso la uña, ¿ves?”– y luego le repetirá lo mismo a otra niña que se le ha acercado para aprender. “La verdad es que no sé cómo lo he aprendido, me sale solo”, dice el chico. Trata el balón como si lo llevara siempre con él. La pregunta obligada es si se quieren dedicar a este juego. Lluci dice que seguirá jugando a básquet, pero que no tiene claro “lo que quiere ser de mayor”. Miquel sonríe como sonríen todos los jugones y dice que sí, “que él quiere ser jugador de básquet profesional”.

No todo es oro lo que reluce

A pesar de que esta es la historia de éxito de un equipo que consiguió luchar contra el racismo, no todo fue fácil. Los 60 en Estados Unidos fueron años de lucha por los derechos civiles. Ellos fueron acusados, por una parte del movimiento, de haberse convertido en un producto comercial para blancos. Les decían que estaban entreteniendo a aquellos que fuera de las canchas, los veían como algo con la que no se querían juntar. Y eso, también pasaba. En ocasiones no tuvieron dónde dormir porque los hoteles no aceptaban afroamericanos o tenían que repetir las actuaciones primero para los blancos y luego para los negros.

Fueron acusados, por una parte del movimiento, de haberse convertido en un producto para blancos. En ocasiones no tenían dónde dormir porque los hoteles no les aceptaban o tenían que repetir las actuaciones primero para los blancos y luego para los negros

Con la muerte del primer dueño, la franquicia cambió de manos y con ella se empezó a explotar comercialmente de todas las maneras posibles. Llegando a un punto donde la cosa incluso se puso delicada. Los jugadores exigieron en dos ocasiones mejoras laborales, porque las ganancias no se traducían en beneficios para ellos. Las reivindicaciones fueron escuchadas y la situación mejoró. El equipo entonces se convirtió en un buen lugar de retiro para estrellas de la NBA y también para jóvenes jugadores que se quedaban a las puertas de esta.

El cometa Harlem Globetrotters 

El espectáculo puede que tenga sus limitaciones, porque a pesar de su gran variedad en bromas, trucos y haber conseguido infinidad de Récords Guinness, el formato es un tanto rígido. Un partido con coreografías y situaciones cómicas que siempre acaban ganando. Será ese su éxito, quizá. Aterrizar en un país cada equis años, ilusionar a una generación de jóvenes aficionados y servir de vara de medir del paso del tiempo; como lo hacemos con los cometas. Hasta que el mundo de las suficientes vueltas para que esas generaciones lleven ellos a sus cachorros.

Sea por el formato, porque muchos jugadores o por los altibajos en su proceso de consolidación como franquicia comercial, a finales de siglo el show sufrió un cierto descenso de interés. Pero desde entonces y con una puesta a punto finalmente dieron con la tecla. El espectáculo ahora está hecho para cogerte de la pechera y no soltarte hasta el final, con un ritmo frenético digno del momento de las redes sociales. Pero no es, o no solo, trucos y risas. Hay espacio para juegos narrativos, como cuando después de una jugada dudosa se hace rebobinar unos segundos todo el partido y de la forma más analógica posible, actuando, recogen sus movimientos de forma impecable.

Con el trabajo hecho, y con un señor medio indignado y medio risueño porque le han tirado un cubo de agua encima, la cosa llega su fin. Después de ser acusados por sus rivales de ficción, de que esto “no es básquet” dice el capitán rival, el partido se decidirá al mejor de 8 y ahí la cosa se puso seria. Evitando el spoiler, elDiario.es no les desvelará el final. Entre los aplausos del público se anuncia el tiempo para los autógrafos, también marcado por el gigantesco contador. Se estira una cinta de seguridad para que el tumulto no engulla los jugadores.

Marc, de 11 años, ha esperado un buen rato con su madre para llevarse un balón firmado por uno de sus jugadores favoritos, Thunder. Lleva la equipación completa de pies a cabeza de los Golden State Warriors y su jugador favorito es Stephen Curry, juega con club de Calivà y dice, como otros niños y niñas, que le han entrado ganas de entrenar “tantas como para llegar a la NBA”. Su madre dice que estar en primera fila, a pie de pista, le ha gustado, pero “que se pierde un poco la visión global”. Tenían la entrada desde noviembre: “La vi y la compré enseguida porque es una de estas cosas que ves una vez en la vida”. Los Globetrotters firman tanto los balones tricolores que venden unas trabajadoras que se pasean con el datáfono, como zapatillas, camisetas básicas y lo que sea.

Otra Llucia, un poco más mayor, de 13 años, juega en el infantil del equipo Sant Josep y, como tantos otros, los reyes le trajeron la entrada. ¿Lo que más le ha gustado? “Los parones para las coreografías y bromas”. Un grupito de padres comenta que ya habían visto el show en Mallorca años atrás y que ahora han traído a sus hijas “para que lo vivieran también” porque ellos aún se acuerdan de la experiencia. 

Sin embargo, cuando los jugadores ya no están en la pista, lo que queda es lo importante y eso ya estaba antes de empezar: hay niñas y niños jugando con el balón. Algunos padres y madres haciendo pases imposibles. Un caos perfecto de patio de colegio. Para todos, un juego puro y para algunos quizá, en el futuro, por suerte o desgracia, algo más.