La historia de la cultura hippie en Ibiza: “Había mucha represión por Franco y la isla nos daba libertad”

Nicolás Ribas

Ibiza —
14 de junio de 2022 22:37 h

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Cuando los primeros hippies llegaron a Ibiza, ca n'Anneta, un bar situado en el centro del pueblo de Sant Carles, era un lugar al que acudía la gente local para tomarse una copa de hierbas ibicencas (un licor elaborado a base de anís y diferentes hierbas mediterráneas, siguiendo la receta tradicional) y echar unas partidas de cartas. Pocos se podían imaginar entonces que la guerra de Vietnam, que había empezado unos años atrás, iba a traer a la isla a un nuevo tipo de visitante, que encontraría en ca n'Anneta uno de sus principales puntos de encuentro.

Sin embargo, al régimen de Franco no le gustaban los hippies: una nueva cultura –o contracultura– que suponía una amenaza para los valores del nacionalcatolicismo. Y aun así, hubo una cierta desidia a la hora de perseguir las costumbres que los nuevos lugareños traían porque venían con mucho dinero. O mejor dicho, lo que para los ibicencos era mucho dinero.

Ca n'Anneta, punto de encuentro hippie

“En esa época un refresco podía costar una o dos pesetas pero estos hippies te pagaban con un dólar. La gente que trabajaba en la hostelería podía cobrar 200 o 300 pesetas, pero se sacaban un bote de propinas de 800 o 1000 pesetas al mes”, explica Vicent, empresario que regenta el bar en la actualidad. Vicent, que era un niño cuando los hippies llegaron a la isla, explica que los vecinos de Sant Carles no saben exactamente por qué escogieron este punto de la isla como una de las principales zonas en las que se asentaron. Pero sí tenía sentido por qué escogieron ca n'Anneta. “El bar era la oficina de Correos. Ellos recibían las cartas y el dinero que les enviaban sus padres”, asegura.

Ángela es una hippie asturiana que llegó a la isla por primera vez en 1973, cuando tenía 26 años. “Porque en aquel tiempo había mucha represión en España e Ibiza era una isla de libertad y un sitio en el que nos podíamos expresar en todos los sentidos”, argumenta. Aquel año empezó a funcionar el mercadillo de Es Canar, el más antiguo y grande de la isla. “Unos amigos nos dijeron que iban a empezar a vender en el mercadillo. El primer día ya estábamos allí”, recuerda.

Ángela, como muchos jóvenes de su tiempo, vino en busca de libertad, armonía y música. Ibiza, al ser isla periférica, parecía un lugar menos asfixiante que la España de la dictadura. Noelle, francesa de origen polaco, vino por primera vez en 1969. “Ibiza era muy salvaje”, cuenta, riéndose. Era un lugar “generoso, muy cosmopolita, al que venía gente de muchos países. Se podía vivir y eso atraía”, explica. Para ella, representaba una oportunidad para vivir de manera diferente, una búsqueda de lo espiritual. “Y hemos encontrado aquí esa manera alternativa de vivir”, sostiene.

Ibiza era muy salvaje. Era un lugar generoso, muy cosmopolita, al que venía gente de muchos países. Hemos encontrado aquí esa manera alternativa de vivir

Dirk, pintor y batería de origen alemán, pisó suelo ibicenco por primera vez en 1975, a sus 32 años. Estaba en Barcelona y su intención era viajar hasta Marruecos, pero al viajar en autostop, resultaba muy caro llegar hasta su destino, así que finalmente se fue hacia Dénia, desde dónde cogió un billete en barco hasta Ibiza que le costó 250 pesetas. Al principio no le gustó, pero después de algunas idas y venidas, se instaló en Ibiza definitivamente en 1977.

Este pintor alemán recuerda que cuando visitó la isla por primera vez asistió a una gran fiesta hippie en una casa payesa de la zona de Can Curreu, entre Santa Eulària y Sant Carles. “No había electricidad en la casa, estaba todo iluminado con velas, pero era preciosa”, explica. En esa época, cuenta Dirk, los ibicencos no daban valor a las casas payesas, así que para los extranjeros era muy fácil alquilar una. “Estaban muy contentos y nos tomaban por idiotas porque les parecía que pagábamos mucho dinero, pero eran muy baratas”, dice.

Después de haber vivido en varios sitios, acabó residiendo en esa misma casa, en la cual sigue, por casualidad. Ocurrió durante un día en la playa de s'Aigua Blanca, en la que los hippies solían hacer nudismo. Allí se encontró con el inquilino de la casa que buscaba a alguien que ocupara su lugar: un hippie francés que tenía que dejar la isla. A lo largo de casi 50 años, Dirk ha pintado unos 300 cuadros. Puede tardar varios meses en terminar el trabajo. Un trabajo que, explica, le da para vivir “si sigues la fórmula hippie, es decir, no consumir”.

Comienza la década de los 80, el auge del movimiento hippie llega a su ocaso y a Ibiza, igual que a otros muchos puntos del país, llega el boom de la construcción. Fue en el verano de 1981 cuando llegó a la isla María Angeles, más conocida como Pelush. Ella trabajaba en la Escuela de Arte de Florencia dando clases de diseño de vestuario teatral. Al principio quería irse a trabajar a San Francisco, pero finalmente decidió irse de vacaciones con unas amigas a Ibiza.

“Sant Antoni ya no era lo que me dijeron que era: la bahía era preciosa, pero ya había edificios gigantescos. Se respiraba algo que yo sigo respirando aunque ahora cuesta más”, explica en referencia a esa Ibiza salvaje de los 70 y al clima de libertad que los hippies buscaban. Con 24 años y 10.000 pesetas, empezó a trabajar como camarera en un agroturismo, donde también le daban alojamiento. Más tarde, empezó en la discoteca Es Paradís, en Sant Antoni, donde preparaba el vestuario de las fiestas que se hacían. “Cosía todo a mano porque no tenía máquina. Cuando terminaba la fiesta, el dueño me permitía dormir allí”, recuerda. En lugar de volver a Italia a estudiar unas oposiciones para trabajar en la Escuela de Arte de Florencia, se quedó en Ibiza, donde más tarde, terminó diseñando su propia marca de ropa.

Desde el primer día, “la música sonó en Las Dalias”

Cuando Juan Marí Juan (Sant Carles, 1927) abrió el bar de Las Dalias en 1954, sus clientes eran principalmente ibicencos, gente del pueblo de Sant Carles. Carpintero y agricultor, anteriormente había intentado construir un hotel en Es Canar (actualmente Hotel Panorama), pero algo no funcionó. “Nunca me aclaró qué pasó realmente. Tenía un socio, no sé si es que no se entendieron, pero al final les ofrecieron dinero, muy poco, aunque a ellos les debió parecer una millonada y lo vendieron”, explica su hijo, también, Juan Marí, más conocido como Juanito de Las Dalias, actual propietario.

Por este motivo, cuenta Juanito entre risas, su padre tenía mucho miedo de perder también el bar, así que mientras lo construía, engañaba a vecinos y curiosos asegurando que aquello que estaba montando no era un bar, sino una alfarería. En aquella época, había muchas dalias frente al bar (flores con infinidad de variedades), que terminaron poniendo nombre al negocio que unas décadas después acabó siendo famoso por las jam session que se hacían. “A finales de los 70, sobre todo con la música, Las Dalias se empieza a convertir en un sitio multicultural, muy cosmopolita”, narra Juanito.

Por Las Dalias también pasaron, aunque nunca tocaron, los miembros fundadores de Pink Floyd (Nick Mason, Richard Wrigth, Roger Waters y Syd Barret), que veraneaban, sobre todo, en Formentera. De hecho, su estancia sirvió como inspiración para rodar la película More, en la Ibiza de 1969, dirigida por Barbet Schroeder, en cuya portada aparece el Molí d'en Teuet, molino del siglo XVIII situado en el pueblo de Sant Ferran de Formentera. Más tarde, entre otros muchos, llegaron Robert Plant y Jimmy Page, de Led Zeppelin, Ron Wood de los Rolling Stones y en los 80, los integrantes de Queen.

A finales de los 70 y principios de los 80, Juanito empezó a tener relación con la galerista inglesa Helga Watson-Todd, quien le propuso abrir una galería de arte en Las Dalias. “Yo no tenía ni idea”, reconoce Juanito. Tenían cuadros de un montón de artistas de la época: Erwin Bechtold, Penelope Fulljames, James Taylor... Sin embargo, económicamente, la idea no funcionó y la galería cerró.

Pero Juanito, empresario inquieto, tuvo una nueva idea. En 1984 contactó con los recién creados Estudios Mediterráneos, que empezaron a traer grupos como UB40, Nina Hagen, Barón Rojo, Medina Azahara, Obús o Barricada, entre otros. En 1985, junto a Helga Watson-Todd, tuvo la idea de abrir un mercadillo hippie, parecido al de Es Canar, con cuatro o cinco puestos (ahora hay más de 200). Una idea que no gustó nada al padre de Juanito. “En mi casa me querían colgar. Mi padre me decía que estábamos locos, que esto solo eran ideas de peluts (melenudos, como llamaban los ibicencos a los hippies) fumando porros”, cuenta entre risas. En el pueblo también estaban enfadados, consideraban que esa idea iba a arruinar Las Dalias. “Pero, de momento, no hemos arruinado a nadie”, concluye Juanito, con cierto orgullo.

El cura “indignado”

Una de las anécdotas curiosas que dejó el paso de los hippies en Sant Carles fue la indignación que aquellos visitantes generaban en el cura del pueblo. Al lado de ca n'Anneta está la iglesia, cuyo porche era frecuentado por los hippies. “El cura nos mandaba a despertar a los hippies que dormían en el porche con sacos de dormir para que la gente pudiera ir a misa. Se cabreaba mucho. Los escuchábamos cantando y haciendo música con los tambores. También comían allí y, a veces, la imagen por la mañana era bastante impresentable”, recuerda Vicent, que era monaguillo en aquella época y vivió durante dos meses con el cura. Iban con sus guitarras, bebían cerveza y fumaban marihuana y hachís. “El cura, harto de los peluts, puso un cartel que decía: ”Prohibido cantar, comer y dormir bajo estos porches“, explica Juanito, que también cuenta el mismo relato cuando se le pregunta por una historia que le quedará grabada en la memoria.

El cura, harto de los hippies, puso un cartel que decía: 'Prohibido cantar, comer y dormir bajo estos porches'

El cura, además, estaba enfadado también con el padre de Juanito. Él se dedicaba a hacer cine de la época de Franco, mientras que en Las Dalias había música, la gente iba para bailar y divertirse y aquello no entraba en los cánones de la moral católica. Un día, cuenta Juanito, el cura le dijo a su padre que tenía que dejar de hacer música. Como no lo consiguió, le exigió que firmara por escrito que nunca iba a haber cine en Las Dalias. El padre de Juanito, cuenta su hijo, simplemente le dijo que él iría a ver su cine y que el cura era bienvenido en el bar cuando quisiera visitarlo. Pero el cura estaba enfadado. Tanto, que durante un par de años, cuando llegaba la Semana Santa y realizaba la salpassa (una tradición en la cual cada familia del pueblo esperaba la bendición del cura), no se presentó en casa de la familia Marí. “Mi madre y mi abuela estaban preocupadas. Se cogieron un buen disgusto. Pero el cura estaba realmente enfadado: para él, Las Dalias eran un foco del demonio”, explica Juanito.

Menorca, a diferencia de Ibiza, “se rebeló contra el turismo masivo”

En este último medio siglo, Ibiza ha cambiado mucho. España también. El turismo vino de la mano del desarrollismo franquista, luego llegó la transición española y la primera etapa de la modernización. El auge de la construcción de los 80, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, en el 92. Continúa la borrachera constructora durante las siguientes décadas y en 2007 estalla una crisis inmobiliaria cuyas consecuencias todavía estamos padeciendo.

“Ibiza ha cambiado tanto...”, explica Ángela, visiblemente emocionada. Para ella, se ha caído en un consumismo desenfrenado: interesa hacer negocios, en detrimento de la naturaleza y la identidad de la isla. Por eso, está pensando en abandonar Ibiza y llevar su tienda en la que vende productos aloe vera a otro sitio. “Ya no me identifico con todo esto”, lamenta. Pelush habla del acceso a la vivienda para ejemplificar ese cambio. “Conozco algunos de los auténticos hippies de esa época, pero cada vez somos menos. Si ahora ser hippie es vivir en una casa de campo, en Ibiza tienes que ser millonario para poderla pagar”, argumenta. Por su parte, Dirk contrapone la evolución que ha hecho Ibiza con la elección que hizo Menorca: “Ellos se rebelaron contra el turismo masivo. Querían mantener sus pequeñas industrias del queso y los zapatos”.

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