José Mansilla, antropólogo: “No existe el ‘derecho a viajar por ocio’ ni a ser turista”
José Mansilla (Sevilla, 1974) es doctor en Antropología social, ensayista y profesor en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y en la Universitat Ramon Llul. Experto en antropología urbana, estudia e investiga la relación entre el turismo, los conflictos urbanos y la exclusión social.
Autor de libros como Mierda de ciudad. Una rearticulación crítica del urbanismo neoliberal desde las ciencias sociales (Pol·len Edicions, 2015); Barrios corsarios. Memoria histórica, luchas urbanas y cambio social en los márgenes de la ciudad neoliberal (Pol·len Edicions, 2016); Ciudad de vacaciones: conflictos urbanos en espacios turísticos (Pol·len Edicions, 2018); La ciudad mercancía. Turistificación, renovación urbana y políticas de control del espacio público (Teseo Press Editorial, 2019) y La pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento (Edicions Bellaterra, 2020), Mansilla atiende a elDiario.es para hablar de los efectos dañinos del turismo de masas, como la gentrificación de las ciudades, la depredación de los espacios y recursos naturales en un contexto de crisis climática y su relación con el neoliberalismo en la actual fase del sistema económico capitalista.
¿Tenemos derecho a viajar a cualquier territorio del mundo?
Este es uno de los temas que se usó durante el famoso año de la “turismofobia”, que fue mucho más fuerte en 2017, y que después de la pandemia desapareció. Aparece y desaparece en función de los intereses materiales de las grandes empresas que están detrás del sector turístico. Siguiendo la línea Isabel Díaz Ayuso que ahora está tan de moda, se hablaba del “derecho a viajar”, “el derecho al turismo”, “el turismo como libertad de movimientos”... Es una cuestión tramposa porque tiene que ver con la idea de que “todos somos turistas”, que oculta todas las realidades de lo que hay detrás del turismo. Nosotros no tenemos derecho al turismo, ni tampoco derecho a viajar.
En el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos se especifica que tenemos derecho al ocio y al descanso. Se redactó en un mundo completamente diferente al que tenemos hoy día porque es de 1948. Se hace referencia al ocio y al descanso en un mundo fordista, previo a la aparición del neoliberalismo, que sirve de sustento al desarrollo posterior de la industria del turismo. El derecho al ocio y al descanso, que aparece en la Declaración Universal de Derechos Humanos y que después es trasladada a la legislación y al conjunto normativo de los diferentes países, sustenta las ocho horas de trabajo, ocho horas para dormir, ocho horas para realizarte como persona en prácticas de ocio individuales o colectivas y un mes de vacaciones.
A partir de ahí surge, después de la II Guerra Mundial, el sector turístico como una plataforma económica que mercantiliza ese derecho al ocio. Un sector económico que ofrece la posibilidad de realizar ese tiempo libre o vacaciones al año mediante una práctica turística. Pero eso no significa que tengamos derecho al turismo, tenemos derecho al ocio y al descanso. El turismo, en cierta medida, utiliza como trampolín esa posibilidad para ofrecerte un abanico de actividades y elementos a partir de los cuales se lucran como empresas.
El sector turístico mercantiliza el derecho al ocio. El turismo, en cierta medida, utiliza como trampolín esa posibilidad para ofrecerte un abanico de actividades y elementos a partir de los cuales se lucran como empresas
Otra de las cuestiones que oculta la afirmación del derecho a viajar o el derecho al turismo es que uno de cada cuatro barceloneses no puede cogerse vacaciones, según una encuesta que apareció después de la pandemia. Son discursos ideológicos que sirven de coartada a estos grandes sectores industriales. Además, ¿quién tiene derecho a viajar? Porque quienes vienen en patera desde el norte de África parece que no tienen derecho a viajar. Tienen derecho a que los intercepten en mitad del Mar Mediterráneo para pasar las ‘vacaciones’ en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). El turismo como sector económico tiene repercusiones, que están íntimamente relacionadas con algunos de los problemas sociales, económicos y medioambientales más graves que vivimos últimamente.
En el caso particular de Balears, una parte del sector hotelero exportó su modelo turístico al Caribe. ¿Qué influencia tiene ese turismo de masas en el proceso de acumulación capitalista en los países del sur global?
Macià Bláquez (catedrático de Geografía en la Universitat de les Illes Balears -UIB-) y otros profesores de Geografía de la UIB lo llaman la balearización del turismo, que consiste en trasladar el mismo proceso que se llevó a cabo en Palma, Eivissa y otras partes del Estado a otros territorios -a nivel mundial-. Joan Buades (profesor e investigador especializado en turismo, globalización y cambio climático) explica que lo que buscan los grandes sectores empresariales consolidados que tienen un exceso de ahorros (y, por tanto, tienen que invertir en otros lugares para evitar su depreciación) son países con condiciones similares a las que les permitieron llevar a cabo su proceso de acumulación. Buades dice que buscan “nuevos franquismos”.
Por eso, este tipo de dinámicas no se llevan a cabo en democracias muy consolidadas, como en la ribera norte del Mediterráneo, en EEUU o Canadá. Se lleva a cabo en islas del Caribe, Centroamérica y en otras partes de América Latina, que son países que han accedido a la democracia recientemente o cuyas instituciones y sociedades adolecen de la capacidad de responder activamente ante lo que esto supone. Es lo que David Harvey (catedrático de Antropología y Geografía en el consorcio de universidades de Nueva York -CUNY, por sus siglas en inglés-) llama “la solución espacial”, es decir, exportar capital y fijarlo en un territorio de diversas maneras para poder extraer rendimiento a largo plazo.
Las empresas mallorquinas se aprovechan, en un determinado momento, de la capacidad económica que tienen, de los flujos de capital que son capaces de atraer y de una situación internacional que conlleva la posibilidad de volar de una forma relativamente rápida y segura hacia otras partes del mundo, las subvenciones al combustible, la disponibilidad de compañías que llevan a cabo ese tipo de trayectos y la caída de la existencia de otro mundo. Por ejemplo, en Cuba este proceso se lleva a cabo porque cae el Bloque (comunista) del Este y necesitan la entrada de ingresos.
El turismo de masas aparece en los años 80 y 90 como un instrumento perfecto para conseguir el desarrollo en el sur global. Estos países buscan “venderse barato” atrayendo capitales turísticos que les permitan, a partir de su expansión, canalizar recursos hacia otros sectores de la sociedad y de la economía para desarrollarse. Soy andaluz y esto lo he escuchado toda la vida: “La modernización de Andalucía” siempre pasaba por aprovechar los recursos que teníamos para crear empleo, riqueza, etc. Es una cuestión ideológica: aprovechar que eres ‘la periferia del placer’.
Hay dos fases importantes para la evolución turística de España: la primera se da con los tecnócratas del Opus Dei de la dictadura franquista y la segunda durante la transición, con la entrada de España en la UE. Estos desarrollos han conducido, de una manera u otra, a que el mercado de compra de viviendas en Balears esté copado, en estos momentos, en más de un 50% por población extranjera que se compra una vivienda como segunda residencia o como producto especulativo. ¿Cuál es el papel que juega el capital extranjero en la gentrificación y mercantilización de ciudades como Palma o Barcelona o territorios pequeños como Eivissa, Formentera o Menorca?
Cuando España entra en la Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986, el presidente del Govern autonómico, Gabriel Cañellas (primero Alianza Popular y después PP), ya tenía la orientación política de transformar Balears (sobre todo Mallorca) en la segunda residencia de Europa. Eso era una determinación política: se pusieron en marcha instrumentos en cuanto a cuestiones normativas, regulación, leyes específicas vinculadas al suelo y al turismo y, sobre todo, proyección internacional de Mallorca, es decir, contactos en ferias internacionales de turismo para dar a conocer y presentar las Balears como la segunda residencia de Europa.
Estas segundas residencias, en principio, no tienen por qué competir en recursos urbanos con las ciudades. De hecho, los principales desarrollos de segundas residencias de estas urbanizaciones que se construyen, en Mallorca y otros sitios, no se hacen en Palma, sino en las afueras. La competencia entre los habitantes de la ciudad con la gente que viene de fuera, ocurre más tarde, cuando aquello que se pone en marcha en todo el mundo empieza a mostrar sus límites, porque el territorio y el consumo de espacio tiene un límite.
El turismo que devora territorio externo y “relativamente exótico” en forma de urbanizaciones pasa a devorar a las personas: se pone en marcha un pensamiento que dice “mantengamos esa línea de crecimiento territorial en base a urbanizaciones y construcciones de complejos, pero pensemos también en que las ciudades son potenciales sitios de expansión que te ofrecen un tipo de experiencia y oferta turística que no te ofrece la urbanización”, que tiene sol y playa. En la ciudad tienes la vida urbana: ser alguien del territorio, local. A partir del año 2000 y finales de la década, aparece la dinámica de plataformas como Airbnb que te ofrece “vivir experiencias distintas” porque ya no necesitas vivir el “exotismo” de las playas de Mallorca, pero tampoco de Jamaica, Cuba o la República Dominicana, sino que puedes experimentar algo, a nivel individual, marcando diferencias con el turismo de masas, en las propias ciudades. Las ciudades se convierten en un objeto de interés y atracción por el mundo turístico como un sitio donde se pueden ofrecer determinados productos.
En la ciudad tienes la vida urbana: ser alguien local. A partir del año 2000 y finales de la década, aparece la dinámica de plataformas como Airbnb que te ofrece 'vivir experiencias distintas'. Las ciudades se convierten en objeto de interés
Esto recibe una atención muy especial por parte de los gobiernos, sobre todo, a partir de la crisis financiera de 2007-2008, que en España se manifiesta de manera más cruda a partir de 2010, con la necesidad que tienen de reactivar la economía, precisamente por la crisis del 'ladrillo'. En ese contexto aparecen las golden visas, que empieza a dar el gobierno de Mariano Rajoy: si hacías una inversión inmobiliaria de más de 500.000 euros te garantizaban el permiso de residencia.
En Mallorca, el gobierno de Jaume Matas (PP), para que el turismo continuara expandiéndose, da marcha atrás a las medidas que había llevado a cabo el primer Pacte de Progrés (una coalición de izquierdas encabezada por el PSOE). En Barcelona, el gobierno municipalista de Xavier Trias (Convergència i Unió), muy business friendly, dio marcha atrás a las pequeñas limitaciones que se pusieron al crecimiento hotelero en la zona de Ciutat Vella, para intentar reactivar la maquinaria económica en base a la atracción de flujos internacionales de capital. Ocurre, sobre todo, a partir de las soluciones que se ponen en marcha en el contexto de la crisis financiera iniciada en 2007-2008.
En los años 80 y 90 no existían esos grandes fondos inversores, 'fondos buitre' o como se les quiera llamar, porque no se habían dado las condiciones ni se había reformulado el mercado. Las transformaciones que hace Bill Clinton (presidente de los Estados Unidos entre 1993 y 2001 por el Partido Demócrata) a finales de los 90 en Estados Unidos, que permiten esas grandes acumulaciones de capital que van viajando por todo el mundo “buscando los mayores rendimientos”, son aprovechadas después de la crisis económica de 2007-2008. Entonces, esas acumulaciones de capital se fijan en las ciudades: Palma, Barcelona o Sevilla, mi ciudad natal, son grandes ejemplos de ello. Todas las ciudades que tienen una mínima posibilidad de ser explotadas pasan a serlo.
Hace poco se generó una polémica porque el Ajuntament de Palma anunció que iba a promocionar con dinero público la llegada de 'nómadas digitales'. ¿Esto ahonda en el problema de la gentrificación de la ciudad?
El Ajuntament de Barcelona también tiene un programa sobre nómadas digitales. En Barcelona, el Consorci de Turisme es una entidad público-privada, donde el dinero es público porque lo pone la administración pública, mientras que los intereses son privados, son los intereses del Consorcio los que gestionan y deciden dónde va ese dinero. Es un ‘chollo’ impresionante porque los hoteles lo único que tienen que hacer es abrir las puertas. La administración pública pone el dinero, el sector privado organizado hace la promoción y el entramado turístico hotelero abre las puertas y deja que se llenen los hoteles.
En el caso de los 'nómadas digitales', viene a ser algo similar, es una forma de promocionar que vengan y que nosotros (los ciudadanos), en lugar de ser camareros un fin de semana, lo seamos todo el año. O que formemos parte de ese paisaje urbano que tanto gusta, que da 'vidilla'.
Siempre lo hablo con mis alumnos. ¿Por qué viene la gente a Barcelona, si realmente ‘no hay nada’? No tiene nada que te enganche particularmente o que sea particularmente atractivo, más allá de algo que puedas hacer un fin de semana, porque playas hay en otros sitios y las de Barcelona son horrorosas. Las obras de Gaudí (La Sagrada Familia, el Parc Güell, la Casa Batlló...) se pueden visitar en un fin de semana. ¿Qué hace la gente que viene a Barcelona? Viene a consumir la ciudad, a vivir el ambiente que hay en Barcelona, que somos nosotros, que eres tú cuando vienes, que es la gente que sale a trabajar, los niños que salen del colegio, los bares nocturnos, la gente que sale a tomar algo, la gente que se desplaza en bicicleta...
¿Por qué viene la gente a Barcelona, si realmente ‘no hay nada’? Playas hay en otros sitios y las de Barcelona son horrorosas. Las obras de Gaudí se pueden visitar en un fin de semana. ¿Qué hace la gente que viene a Barcelona? Viene a consumir la ciudad
Los 'nómadas digitales' vienen atraídos por ese ambiente, teóricamente a consumir ese paisaje (ese recurso 'simbólico') y a que la ciudad pueda seguir viviendo de ellos, pero en base a ofrecerles servicios que ellos no van a encontrar en otro sitio porque no existe otra Barcelona en ningún sitio. Es como una perversión que, teóricamente, parte de la idea de que su talento de alguna forma se nos ‘transmitirá’ y llegaremos a ser una ciudad o un territorio medianamente competitivo a nivel tecnológico, porque estas personas comparten y compiten entre ellas en dinámicas de innovación que al final acaban desbordando e inundando toda la ciudad. Esto está muy estudiado. Los 'nómadas digitales' se mueven en círculos muy cerrados donde tienen relaciones entre ellos, porque dentro de su construcción ideológica, que es el trabajo, mezclan trabajo y vacaciones, lo que llaman work vacation.
Ellos pueden hacer eso gracias a que nosotros estamos aquí, les ofrecemos el escenario y además trabajamos en malas condiciones para que ellos puedan vivir así. Quieren diluir la separación entre el trabajo y el ocio, pero nosotros no lo podemos hacer porque tenemos que ofrecerles a ellos los servicios que quieren. Y está muy estudiado que realmente no se producen olas de innovación ni grandes avances tecnológicos en ciudades simplemente por atraer talento extranjero.
Se produce normalmente, como ocurrió en Estados Unidos, por las grandes inyecciones de dinero por parte del sector público, en el caso de Internet y todo lo que está vinculado a ello, al sector militar y posteriormente el salto que hace desde ahí al sector privado y productivo. Pero no a base de atraer gente, que lo único que hace es, primero, continuar con la dinámica de 'venta' y mercantilización de la ciudad, y segundo, acabar por diluir incluso las cultura locales. Como la gente local no tiene recursos para competir con gente que viene cobrando 3.000 o 4.000 euros mensuales, que termina por crear como 'guetos' o áreas en la ciudad donde solamente aparece gente que se relaciona como ellos. Ni siquiera ponen un pie en los establecimientos que no forman parte de su propio circuito. El ejemplo de Palma no es único.
A nivel global se está debatiendo sobre que estamos llegando (o hemos llegado ya) al pico del petróleo (teoría que predice que la producción mundial de petróleo llegará a su punto máximo y después caerá tan rápido como creció) y que eso provocará una crisis en el sector de la aviación -sobre todo, en las aerolíneas low cost- ligada a un encarecimiento de los combustibles fósiles. Parece inevitable que el sistema económico acabe adoptando el decrecimiento.
Hay muchas cosas que parecen inevitables y luego no ocurren así. Durante la pandemia escribí La pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento (Bellaterra Edicions, 2020) y siempre pongo el mismo ejemplo cuando me preguntan por el decrecimiento. En general, durante la pandemia, la gente en su casa, en contacto con sus amigos, hablaba de que cuando superáramos la pandemia ‘nos volveríamos diferentes’, porque hemos visto lo importantes que son los servicios públicos (sobre todo, la sanidad pública), que tenemos que reorientar nuestras pautas de consumo y ser más cercanos y sociabilizar más... Sin embargo, salimos a la calle, y eso no ocurrió.
En mi libro hablaba de que mientras que mucha gente estaba pensando en eso, desde un punto de vista idealista y naíf, los intereses empresariales, que se habían quedado completamente parados, iban por otro lado. Directivos de grandes empresas y representantes de la patronal hotelera estaban ocupando ya 'casillas de salida' para ver cómo iban a recuperar el tiempo perdido o cómo podían acceder a determinadas líneas de ayudas públicas.
Con el decrecimiento pasa igual: no se va a dar solo. No hay nadie de quienes tienen la sartén verdaderamente por el mango (nadie que esté dentro de los grandes lobbies y empresas) que vaya a apretar el botón del decrecimiento por voluntad propia. Eso solo ocurre mediante la presión y la organización de diferentes colectivos, sindicatos y partidos políticos que fuercen la mano de los gobiernos para que pongan límites y sean capaces de hacerles ver a las empresas que 'por ahí no se puede ir'. De otra manera no se va a conseguir: nada apunta a que vayamos hacia el decrecimiento.
El CEO de Ryanair, si pudiera, aprovecharía hasta la última gota de keroseno para salir a volar con tal de cobrar. Esto lo que muestra es que las sociedades contemporáneas son conflictivas, que están basadas en la confrontación continua de diferentes intereses de base material, que se ponen de manifiesto en contextos así.
Nada apunta a que vayamos hacia el decrecimiento. El CEO de Ryanair, si pudiera, aprovecharía hasta la última gota de keroseno para salir a volar con tal de cobrar
Para explicar este tipo de cuestiones hay que tener en cuenta que hay gente con altavoces muy grandes (quienes tienen acceso al dinero y a los medios de comunicación) que dicen que todo lo que sea poner en duda el turismo de masas es turismofobia o que están por reformar el turismo para que sea de calidad. Y eso llega mucho más lejos que quienes dicen “No, nos estamos cargando el planeta” y que lo que hay que hacer es “fomentar el turismo de proximidad'. Que hay que racionalizar y planificar los recursos porque ya estamos viviendo las consecuencias del cambio climático. El resultado final será el resultado de una batalla, como todo. Todo se consigue a base de lucha y organización.
Hablar de decrecimiento turístico en Balears significa llevarse críticas desde muchos sectores, porque la economía de las islas vive mayoritariamente del turismo. ¿Qué alternativas hay? ¿La industria de las energías renovables puede ser una de ellas?
Yo soy antropólogo, sobre las alternativas económicas de las Balears puedo tener una opinión, pero no sabría decir cuáles son. Evidentemente, el turismo no va a desaparecer y no debe desaparecer. Pero hay formas de turismo que son menos perjudiciales medioambientalmente y, sobre todo, pueden llegar a ser beneficiosas socialmente. Como el turismo de proximidad. En el caso de una isla, limitar el acceso a ella y después fomentar la interrelación, es decir, el turismo entre mallorquines. Eso significa un cambio radical en el modo de entender el sector turístico, tal y cómo está planteado hoy en día. Mientras se diseña a medio y largo plazo un periodo de decrecimiento real, hay que apostar por un tipo de turismo social y medioambientalmente sostenible, o al menos que tenga una orientación no tan devoradora como la que hay actualmente en cuanto al consumo de espacio. No sé si otras alternativas pasan por las energías renovables u otras formas de pequeña industrialización, como la que había en su momento.
Recuerdo que antes de que se decretara el confinamiento, se estaba hablando de la cancelación del Mobile World Congress en Barcelona. Un periodista me llamó para preguntarme sobre ello y le dije que si en vez de 'vender la ciudad', que es lo que hace Barcelona, nos dedicáramos a producir cuadernos o chips, no tendríamos este problema. La libertad de movimientos de bienes y servicios siempre será mucho más fácil y no dependeremos de que venga gente, lo cual además es problemático en un contexto de limitación de movimientos por una cuestión sanitaria.
Entonces me acordé de otro momento en que ocurrió algo similar y además está cuantificado lo que pasó: cuando un volcán en Islandia entró en erupción, llenó todo el cielo aéreo entre EEUU y Europa de ceniza y los aviones dejaron de volar. Fue poco tiempo, pero eso supuso dejar de ingresar, tanto en cuanto a la facturación de las empresas como a las haciendas de los Estados mediante impuestos, muchos millones de euros.
Ya sabíamos que esto podía ocurrir, lo que no sabíamos es qué ocurriría en el caso de una emergencia sanitaria a nivel mundial. Lo único que sabemos a posteriori es que el PIB de las Illes Balears cayó un 23%, a causa de que la gente no visitó las islas. Quizá tengamos que pensar que en un momento dado la gente dejará de venir, no tanto por una pandemia, sino porque los recursos van a ser muy limitados. Habrá que pensar en formas económicas alternativas que pueden estar basadas en recursos endógenos, en la producción agropecuaria y agroindustrial, en las nuevas tecnologías, en las energías sostenibles, etc. Sabemos que el turismo terminará reduciéndose, de una forma u otra, y que, en circunstancias especiales, desaparece.
Quizá tengamos que pensar que en un momento dado la gente dejará de venir, no tanto por una pandemia, sino porque los recursos van a ser muy limitados
¿Y para que esto fuera posible sería necesario reconfigurar la división internacional del trabajo diseñada por la UE, en la que España, como periferia, fue relegada mayoritariamente al turismo y sector servicios?
Si Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid dice que detrás de propuestas para paliar el cambio climático hay comunismo, imagínate si dices que en cierto momento habrá que pasar por cierta planificación económica. Directamente nos recordarán a los soviets y a Stalin. Pero, evidentemente, no vamos a ir muy lejos si no empezamos a pensar que quizás, fiarlo todo al albur del mercado, como mecanismo capaz de absorber el volumen de capital dedicándolo y orientándolo a aquellos sitios donde es más rentable, no vamos a ir muy lejos.
Hay que repensar y organizarse democráticamente para, de alguna manera, introducir elementos de planificación económica que permitan que territorios que en estos momentos están sufriendo las consecuencias (nocivas) del turismo, puedan mediante instrumentos políticos y regulatorios-administrativos desarrollarse de otra manera. Esto a lo mejor es muy agosarat (intrépido, audaz), que se dice en catalán, pero es verdad que también lo parecía que la UE emitiera deuda conjunta entre los países miembros (como salida a la crisis del coronavirus).
Si no acabamos haciendo la planificación, se nos hará una planificación a nosotros. Pero eso no dependerá de la buena voluntad del sector que sea, sino que tiene que haber una concienciación y una presión a nivel general para que la política tome decisiones.
En Balears se están planteando a nivel social debates en torno al decrecimiento o que no es necesario que las instituciones públicas hagan promoción turística, pero una parte del sector hotelero suele tildar estas propuestas como “ideológicas” y reivindican la “moderación” o el “sentido común”, como si sus propuestas no fueran “ideológicas”, sino que forman parte del sentido común de la época, partiendo del concepto de hegemonía del filósofo Antonio Gramsci. ¿Cómo se le da la vuelta a este discurso a nivel pragmático?
Es muy fácil. ¿Cómo consiguió introducirse en el pensamiento hegemónico que esta (la visión neoliberal) era la única posibilidad? En este caso, en EEUU y en Inglaterra, llegaron al poder Ronald Reagan y Margaret Thatcher (años 80) y pusieron en marcha una revolución conservadora que beneficiaba, en cierta medida, a los grandes sectores, ricos y conservadores, de esos dos países, que muchas veces también están en posesión de los medios de comunicación y tienen la capacidad de trasladar un mensaje que acaba por sembrar un pensamiento común, que esto también lo decía Gramsci, que es el “sentido común”.
¿Cuál es el “sentido común”? El sentido común es que “no hay alternativa”, que decía Margaret Thatcher. ¿Cómo se revierte este discurso? Pues haciendo lo mismo, utilizando los mismos instrumentos, pero en sentido contrario. ¿Cuál es el problema? Que la gente que tiene un pensamiento contrario al sentir hegemónico actual no tiene acceso a los recursos ni a los medios de comunicación, ni a la capacidad de reproducir el mensaje de una manera tan potente como lo tiene el otro sector, la otra clase social, que se beneficia de la situación actual.
¿Por qué la CEOE tiene una cabeza única y nosotros tenemos una miríada de sindicatos? Porque los intereses empresariales se reúnen en torno a lo que les conviene a ellos y son capaces de articularse, porque en realidad son mucho menos las empresas (sobre todo, las grandes). Nosotros tenemos más dificultades porque vivimos en un mundo donde el trabajo, por ejemplo, ha dejado de ser el elemento principal de vertebración de la sociedad.
Los sindicatos cada vez tienen menos poder y además somos una miríada de personas, porque empresas hay miles, pero ciudadanos y ciudadanas son millones. Articular pensamiento común y acción colectiva cuando somos muchas personas, que además tienen intereses muy distintos, es un obstáculo que tiene que vencer la izquierda y que le cuesta mucho más trabajo que a la derecha, cuya única patria es el dinero.
Hay que vencer a la hegemonía con hegemonía y la falta de hegemonía con organización y presencia colectiva, como ayer en Madrid (el domingo 13 de noviembre), que se llenaron las calles de la ciudad en base a gente que veía verdaderamente cómo se está poniendo en peligro un sistema sanitario público que nos beneficia a todos. Pues esa es la única posibilidad.
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