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Manuel Salas, el mayor refinador de petróleo de España que se enfrentó al todopoderoso Juan March

El empresario Manuel Salas

Esther Ballesteros

Mallorca —
1 de enero de 2023 21:30 h

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Cuando a finales del siglo XIX Mallorca se encomendaba a la industrialización y las calles de Palma, en plena crisis agrícola y manufacturera, se veían atestadas de talleres, fábricas y máquinas de vapor, un profeta vaticinaba, desde su céntrico despacho en la capital balear, la revolución de los combustibles. La clave estaba en el principal derivado del petróleo, el queroseno. La isla apuntaba hacia un modelo empresarial propio, con grandes inversiones en nuevas infraestructuras y ambiciosas obras en carreteras, ferrocarriles y energía, pero Manuel Salas Palmer (1834-1898), naviero y político, fue un paso más allá: propietario de barcos y avezado empresario, viajó hasta Nueva York para comprar petróleo y, fruto de su experiencia, en 1881 creó La Petrolera, considerada la primera refinería que se constituyó en España y posicionada como una las mejores factorías de Europa.

Sin embargo, sería su hijo, Manuel Salas Sureda (1880-1942), quien, tras heredar el negocio de su padre, expandiría a nivel nacional e internacional la visión empresarial de su progenitor, volcándose, al compás de la rápida evolución del automóvil y del motor de explosión interna así como el acelerado incremento de la demanda de gasolina, en el desarrollo de la industria petrolífera e influyendo notablemente, además, en la transformación de la agricultura mallorquina -fue el primero de los grandes propietarios en asumir la explotación directa- con la introducción de nuevas técnicas de cultivo y abonos químicos. Su destacado papel en el monopolio del combustible puso ojo avizor al magnate, contrabandista y posterior patrocinador del franquismo Juan March. Fue, de hecho, el gran adversario del banquero. La lucha entre ambos por la hegemonía económica y política de la isla se prolongaría hasta pocos años antes del estallido golpista de 1936.

“El ataque hacia él por los capataces de March (...) fue contumaz”, asevera su nieta, Sofía Rotger Salas, autora del reciente libro Manuel Salas Sureda, el mayor refinador de petróleo de España. Su constante lucha contra 'Melchor', Juan March Ordinas (2022, Lleonard Muntaner), en el que da cuenta de los logros cosechados tanto por su bisabuelo como por su abuelo. “Mi bisabuelo era un gran emprendedor. Es una época en la que la humanidad empezaba a acortar distancias con trenes y barcos cada vez más rápidos gracias al petróleo. El mercado internacional de personas y mercancías y este negocio, el de la refinería de petróleo, era para espíritus innovadores como mi bisabuelo. Hay que tener una gran intuición para los negocios”, remarca en la obra.

Sobre su abuelo, afirma que vivió un auténtico calvario debido a los feroces ataques de March, cuyo carácter califica de “beligerante e incluso violento”. Rotger, catedrática de literatura española y licenciada en derecho, realiza a lo largo de las páginas del libro un exhaustivo retrato de su abuelo gracias a las numerosas cartas que ha recopilado y se adentra en su geografía empresarial a partir de la creación, por parte de su bisabuelo, de La Petrolera, refinería a la que los historiadores Ferran Pujalte y Gabriel Tortella se refieren como la que posiblemente fue la primera construida en España. Como documenta Pujalte en Els pioners de la industrialització a les Illes Balears i altres escrits (2008, Editorial Documenta), la factoría contaba con surtidores de gasolina en todas las islas y con una marca propia de este innovador producto energético: Águila.

Comienza la expansión

Los periódicos de la época recogen las bondades de La Petrolera, erigida, entre chimeneas, depósitos y molinos de refrigeración, en la barriada palmesana de Es Molinar, que dejaba atrás el curtido de pieles para abrirse al mercado del petróleo, las centrales eléctricas y la producción de jabones y aceite. Formado por el edificio de las oficinas -conocido popularmente como Can Salas-, un conjunto de viviendas destinadas a los obreros y las instalaciones, en el complejo se refinaba el petróleo que llegaba por el Moll de la Riba. “Fue mi bisabuelo quien instaló la electricidad en dicha fábrica en el año 1885 y su independencia energética se mantendrá para siempre”, subraya. Sin embargo, no todo fueron luces en los inicios: los diarios comenzaron a publicar que la fábrica estaba contaminando las aguas del Portixol, por lo que en 1882 el Ajuntament de Palma obligará a Salas a destruir la acequia de salida al mar de la factoría.

Pese a los contratiempos, la imagen de factoría moderna se mantendrá con el paso de los años y, de inmediato, Salas Palmer vislumbrará la necesidad de abrir más refinerías y expandirse más allá de la isla, una realidad, sin embargo, “escondida para la inmensa mayoría de los españoles”, lamenta Rotger. La filóloga asevera, de hecho, que su bisabuelo se situó en la élite de la actividad refinadora “sin que haya eco de esto fuera de Mallorca”.

Tras la muerte de Salas Palmer, su hijo se hace con las riendas del negocio. Los cambios se suceden. La producción de máquinas a vapor, bebidas alcohólicas y conservas de alimentos, calzado, hierro y textil otorga a Palma un papel fundamental dentro del proceso de incorporación de Mallorca a los mercados internacionales y, con una de las bahías más navegables del Mediterráneo, la capital balear se consolida como gran centro exportador. La red ferroviaria de la isla se refuerza y la concentración de actividades productivas impulsa el crecimiento demográfico, que provocará importantes impactos sobre el espacio y el medioambiente. Un fenómeno que el discurso higienista que atraviesa Europa utilizará para impulsar, además, el derribo las murallas renacentistas que cercan la ciudad.

La revolución del automóvil

En medio de este escenario, el petróleo adoptará un rol esencial. Salas Sureda aprovechará la revolución de la automoción y la consolidación del uso de la energía eléctrica para potenciar los negocios de su padre y crear la primera red de surtidores de gasolina de Balears, a la que denominó Águila. “Mi abuelo era un hombre al que los negocios le iban muy bien y si en un momento dado no daban suficiente, los cerraba y empezaba otros”, asevera Rotger en declaraciones a elDiario.es, en las que afirma que Salas “nació en un ambiente acaudalado; su padre era muy rico y su abuelo también y esto es algo que a March le debió de inquietar, porque March era un hombre dispuesto a tapar los logros de todo el mundo”. “Creo que el inicio de los recelos de March vino a raíz de la posición tan importante que tenía mi abuelo en la economía mallorquina”, remarca.

En 1920 la sombra del que se había erigido como uno de los mayores contrabandistas de tabaco comenzó a acechar a Salas. En los terrenos próximos a la zona en la que vivía el industrial, el fundador de Banca March ponía en marcha su propia refinería junto a la torre de Peraires de Palma, Petróleos Porto Pi, que años después lograría una modificación arancelaria que le permitiría importar petróleo procedente de Rusia, logrando en exclusividad la venta del crudo en España, Portugal y Marruecos.

Salas, que también heredó Salinera Española, con fábricas en Eivissa y San Pedro del Pinatar (Murcia), se expandió, entre otros lugares, a Sevilla y a Barcelona. En la provincia andaluza, donde su padre ya había creado en 1881 la pionera fábrica de Camas, puso en marcha varias refinerías, pero la competencia no tardará en aparecer. El monopolio petrolífero que ostentaba Salas llevó a March, apunta Rotger, a desplegar una conducta de “acoso absoluto” hacia su abuelo. En 1926, el magnate compró el terreno adyacente al que Salas había adquirido en Tablada para la descarga de vapores tanques. Tres años antes, el banquero había intentado hacer lo propio con una finca en Puntales, en el puerto de Cádiz: “Llevaba cuatro meses detrás de un terreno. Había que tirar mucho de la cuerda y los propietarios no quisieron vender. Pero mi abuelo en tres días lo adquirió e instaló ahí almacenes de petróleo”, explica Rotger.

Sobre este episodio, la nieta de Salas señala que, cuando su abuelo solicitó el permiso del Ayuntamiento para la instalación de los depósitos, March se opuso alegando que estos supondrían un riesgo de incendio para su fábrica Tabacalera, que se hallaba en las proximidades. “Al final, el alcalde se puso del lado de mi abuelo porque se dio cuenta de que la fábrica de refinamiento iba a dar mucho trabajo”, recalca la autora.

La pugna por el monopolio marítimo

Una de las mayores pugnas entre ambos empresarios, sin embargo, se produjo en el ámbito naviero. Junto a los armadores Damián y Jaime Ramis Mut, Salas fundó en 1924 La Naviera Mallorquina. Para entonces, March era propietario de la mayor parte de las acciones de Trasmediterránea. El conflicto estaba servido, teniendo en cuenta que ambas mercantiles competían en varias de sus rutas. Como relata Rotger, desde París, ciudad que concentraba prácticamente toda la actividad del negocio de la refinería, llegaron instrucciones para que su abuelo cesara los trayectos que entraban en disputa con los de Trasmediterránea. La estupefacción de Salas fue notable: “Pocos asuntos habré tenido que me hayan puesto en una confusión de decisión tan grande, ya que por todos lados hay inconvenientes y causó perjuicios a unos y otros”, señala en una de las misivas que escribió a uno de sus hombres de mayor confianza, Manuel Oromí, el 6 de septiembre de 1927.

El industrial puso sobre la mesa dos alternativas: una entente exclusiva para March y para él por la competencia entre ambas mercantiles o, de no ser posible, ser indemnizado por la eliminación de las rutas de La Naviera Mallorquina. “Mi abuelo decía: 'Que March se entienda conmigo y seamos nosotros dos los que solucionemos el problema'. Pero él sabía perfectamente que esto no se iba a producir nunca, por lo que la primera opción era papel mojado”, afirma Rotger. En la misma carta, Salas se muestra inflexible: “Estoy resuelto y decidido a mantener íntegras mis dos proposiciones tal como las presentamos; o aceptan la primera o la segunda, pero en toda su integridad”. Y sentenciaba: “Para la fijación de la indemnización no acepto arbitraje de ninguna clase, ni discusión”.

“Mi abuelo se negó de forma contundente a suprimir alguna travesía de La Naviera Mallorquina; hizo caso omiso a lo que se le pedía desde París. No solo esto, sino que tenía la batalla preparada contra March”, subraya la filóloga en su libro. “¿Qué hizo mi abuelo? No hizo nada, no se movió, mantuvo todos los trayectos, no eliminó ni uno solo de ellos. Y cuando desde París le pedían información sobre los barcos y rutas, jamás les pasó ningún dato. A los enemigos nunca hay que darles información”, asevera. El final de la trifulca fue “sorprendente”, a juicio de la autora: “Al final, mi abuelo no obtuvo ninguna indemnización y a March le pagaron un millón de pesetas para que no siguiese con la contienda. Lo callaron porque le dieron el dinero. Era tremenda la manera en que se movía, pero mi abuelo había sido mucho más inteligente”.

Mi abuelo se negó a suprimir alguna travesía de La Naviera Mallorquina. Tenía la batalla preparada contra March. Y cuando desde París le pedían información sobre los barcos y rutas, jamás les pasó ningún dato. A los enemigos no hay que darles información

Sofía Rotger Salas Autora del libro 'Manuel Salas Sureda, el mayor refinador de petróleo de España'

Nace CAMPSA

Entre medias, un nuevo escollo emergía en el camino. Con un sector ampliamente atomizado, el 28 de junio de 1927, el Gobierno decretaba por ley el monopolio estatal del petróleo con la creación de la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo, S.A. (CAMPSA). En una carta enviada al Rey Alfonso XIII, el entonces ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, le exponía las necesidades de la creación de la empresa petrolífera en el marco de la política de protección industrial con la que Miguel Primo de Rivera pretendía reforzar la industria española: “El petróleo es un factor industrial básico; es, así mismo, elemento sustantivo para la defensa nacional (...). El petróleo en España está monopolizado de hecho por dos grandes trust industriales, la Standard Oil y la Shell, que desde 1925 se reparten amigablemente los beneficios del mercado español”.

La norteamericana Standard Oil y la británica Shell controlaban el 80% del mercado mundial del petróleo y el impulso de CAMPSA acabó provocando un boicot en la venta de crudo a España. Tan solo Rusia se mantenía al margen. En este contexto, Rotger explica que March “era el que tenía el negocio de la exportación del petróleo ruso”. “Pero mi abuelo lo hizo muy bien, empezó a vender y además consiguió la distribución de gasolina en Sevilla y en Balears”, añade. Salas se había convertido en uno de los mayores accionistas de CAMPSA. March, por su parte, perdió la batalla por controlar la distribución de crudo durante la dictadura -Petróleos Porto Pi acabó absorbida por el gigante petrolífero- e inició un largo litigio contra la que fue la empresa monopolística del petróleo hasta la liberalización del sector en 1992.

Si para algunos investigadores el impulso de CAMPSA supuso un hito eminentemente positivo, principalmente por su gran eficacia recaudatoria -el economista Juan Velarde se refirió al mismo como “un punto evidentemente luminoso” dentro del marco “un tanto negativo” de la política industrial y comercial de la dictadura-, para otros, como Gabriel Tortella, la irrupción del monopolio ignoró la necesidad de dotarlo de condiciones de competencia para asegurar la eficiencia y el crecimiento económico del país. En el caso de Salas, la iniciativa de Calvo Sotelo acabó cebándose con sus empresas. Como su familia le transmitió a Rotger, la expropiación de las fábricas de petróleo supuso para el industrial “el mayor revés económico de su vida como empresario; se sintió arruinado”. “Pocas veces se le vio tan hundido como durante la tramitación de las expropiaciones y de la incautación de Barcelona; el mejor negocio de mi abuelo se había desvanecido”, lamenta.

La explotación agraria

Para cuando llegaron los años treinta, como refleja el Registro de la Propiedad Expropiable -y documenta el investigador Francisco Feo Parrondo-, Salas y March se encontraban entre los mayores propietarios de tierras de Mallorca, en el caso del primero con un total de 3.057 hectáreas de terreno repartidas en hasta seis municipios (Alaró, Bunyola, Marratxi, Palma, Sant Llorenç y Santa Maria). Salas se convirtió, además, en el primero de los grandes tenedores en asumir la explotación directa en materia agrícola, con la creación de numerosos bancales para contener la erosión, paredes para dar mayor facilidad al pastoreo y nuevas plantaciones de almendro, higueras y algarrobo en tierras pobres y de olivar en zonas montañosas. Por su parte, entre 1933 i el 1974, los March pasaron de poseer 4.846 a 9.626 hectáreas, duplicando así sus propiedades a lo largo de la dictadura franquista.

Con el fallecimiento de Manuel Salas en 1942, La Petrolera se vio abocada a reinventarse, centrándose, hasta los años sesenta, en la fabricación de perfumes y jabón de lavanda. En 1985, el Ajuntament de Palma protegió el edificio de Can Salas, incluyéndolo en su catálogo de elementos de interés arquitectónico y artístico, y en la primera década del siglo XXI adquirió el inmueble. En 2006, el Consistorio firmó un convenio con la Conselleria de Medio Ambiente del Govern para restaurarlo y destinarlo a uso público. De estilo neoclásico y planta cuadrangular, compuesto por tres ejes y tres plantas, el edificio que se mantiene en la actualidad en recuerdo del pasado industrial de Es Molinar es que el que, en sus años más prósperos, albergaba las oficinas de la refinería, hoy reservadas al Aula de la Mar y al Centro de Recursos de Educación Ambiental.  

¿Cuáles fueron las claves para que Salas “sobreviviese a March”?

Han pasado varias décadas desde que las pugnas entre March y Salas llegaron a su fin y Rotger lanza una pregunta: “¿Cuáles fueron las claves para que mi abuelo sobreviviese a March?”. No lo duda a la hora de responder: “Primero, porque era inteligentísimo, de una inteligencia descomunal, pero es que además era vivo y sabía moverse perfectamente bien. La segunda causa por la cual se pudo defender es porque era rico. Por lo tanto, accedía a todos los abogados, a todos los juicios. Y además tenía un cuñado que era hermano de Antonio Maura [presidente del Consejo de Ministros hasta en cinco ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII], con lo cual accedía fácilmente a las Cortes”, señala.

Y añade: “March, en cambio, iba dejando muchos cadáveres y muchos enemigos por el camino, por lo que muchas de las personas a las que se acercaba mi abuelo eran gente que se había enemistado con March. Y a mi abuelo le ayudó mucho la Justicia: acudió muchas veces a los tribunales y le fue mayoritariamente bien. Nunca complicaba los problemas. La filosofía de March era 'a río revuelto, ganancia de pescadores' mientras que mi abuelo decía: 'Vamos a simplificar los problemas, a separarlos para que así puedan solucionarse mejor”.

Durante sus investigaciones, a Rotger le extrañó que su abuelo y sus hombres de confianza mencionaran tan a menudo en sus misivas a un tal Melchor. “Cuando empecé a investigar no sabía quién era ese Melchor, porque nunca aparecía con apellidos. Su nombre salía muchísimo en las cartas. Cuando le pregunté a mi padrino, que fue el que me dejó investigar en todos los archivos de la familia, me lo aclaró todo: 'Melchor es Juan March, es el apodo que le puso tu abuelo porque decía que, como los Reyes Magos, todo lo conseguía”.

A los dieciséis años le hicieron bullying en París. Sin embargo, mi abuelo no se amilanó; un día colocó una navaja de Albacete sobre su escritorio y todo el mundo lo tuvo claro: con Salas había que ir con cuidado

Sofía Rotger Salas Autora del libro 'Manuel Salas Sureda, el mayor refinador de petróleo de España'

Una de las anécdotas que relata Rotger sobre su abuelo fue la que tuvo lugar durante su estancia estudiantil en París: “A los dieciséis años, parece ser que le hicieron bullying. Era un españolito y además no muy alto de estatura, así que el plato para las burlas estaba servido. Sin embargo, mi abuelo no se amilanó; un día colocó una navaja de Albacete sobre su escritorio y todo el mundo lo tuvo claro: con Salas había que ir con cuidado”. “Creo que fue claro y contundente y esta actitud será la que le llevará a poder defenderse de March sin miedo, porque demostraba que podía encarar los problemas con resolución”, sentencia.

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