El Mar Mediterráneo es un mar contaminado. El origen es, principalmente, humano: las actividades que desempeñamos en el mar y en las zonas costeras, ya sean turísticas, industriales o procedentes del tráfico marítimo. “El Mar Mediterráneo está semicerrado, lo que supone que la tasa de renovación de las aguas sea mucho menor que la que hay en el océano. Esto provoca que se vayan generando cúmulos de todas las basuras marinas, contaminantes, etc. En los océanos Pacífico y Atlántico, debido a las grandes corrientes marinas, se han generado grandes ‘islas de plástico’ y hay estudios que lo equiparan con la abundancia del plástico que hay en el Mar Mediterráneo”, afirma Beatriz Rios-Fuster, estudiante de doctorado en Ecología Marina por la Universitat de les Illes Balears (UIB) e investigadora del IEO-CSIC.
Muchos de estos microplásticos van a parar a la fauna y la flora del Mare Nostrum. Una investigación del grupo Impact@Sea del Centre Oceanogràfic de les Illes Balears (IEO), en colaboración con la Universidad Nacional a Distancia (UNED), ha demostrado que la ingesta de microplásticos en los organismos analizados en la isla de Cabrera es mayor en las especies de holoturias (el pepino de mar), que habitan en el fondo marino, que en los peces o mejillones que viven en aguas medias o cercanas a la superficie.
“Que haya más presencia de microplásticos y de ciertos plasticidas en holoturias que en mejillones o peces puede sugerir que haya más presencia de ellos en el sedimento marino o que las características metabólicas de estos pepinos de mar, junto a las características moleculares de estas sustancias contaminantes, provoque que esta especie acumule más que otras. Necesitamos más estudios antes de tener resultados más concluyentes”, explica Rios-Fuster, autora de un estudio que investiga cómo se ven afectados los organismos marinos de Cabrera ante la presencia de los microplásticos y sus aditivos (como los bisfenoles y ftalatos) que terminan en el mar.
El trabajo de Beatriz Rios-Fuster ha sido reconocido con el premio BIOBIDAL, otorgado durante las jornadas de Medio Ambiente de las Illes Balears, que contó con una comisión formada por la Dra. Laura del Valle en calidad de presidenta, el Dr. Damià Vicens, el Dr. Samuel Pinya, el Sr. Miguel McMinn y el Dr. Guillem X. Pons en calidad de secretario.
La hipótesis de este trabajo intenta desentrañar si hay una correlación entre la ingesta de microplásticos por parte de las especies de pepinos de mar, mejillones y peces y la presencia de los químicos que se utilizan durante la fabricación de ciertos plásticos. En concreto, se ha analizado la presencia de diferentes tipos de bisfenoles y ftalatos en estos organismos: el bisfenol A, F y S y los ftalatos de dietilo (DEP), dibutilo (DBP) y bis (2-ethylhexyl) (DEHP). “Durante su manufacturación (en el extenso uso que les damos), los plásticos necesitan modificar sus propiedades. Para eso se le añaden bisfenoles y ftalatos, que son químicos que, a diferencia de otros contaminantes que acaban adheridos a los plásticos, cuando terminan en el mar, acaban separándose del plástico”, detalla Rios-Fuster. “El Mar Mediterráneo acaba siendo una ‘sopa’ bastante compleja de contaminantes”, asegura la investigadora.
Durante su manufacturación, los plásticos necesitan modificar sus propiedades. Para eso se le añaden bisfenoles y ftalatos, que son químicos que, cuando terminan en el mar, acaban separándose del plástico
“Los altos niveles de bisfenol A y ftalatos de dibutilo cuantificados en holoturias sugieren una elevada capacidad de bioacumulación de estas sustancias químicas en el músculo de esta especie”, señala la investigación. Un estudio anterior ya informaba de que los niveles de algunos contaminantes emergentes eran más de cincuenta veces superiores en los pepinos de mar. “Es posible que estas especies sedimentívoras, que además tienen un comportamiento alimentario no selectivo, estén más expuestas a los contaminantes emergentes que las especies pelágicas (las que viven en aguas medias o cercanas a la superficie) y que las holoturias tengan una alta capacidad para bioacumular este tipo de contaminantes químicos”, añadía el informe.
Entre sus resultados, el estudio apunta a que fue entre los peces donde se encontraron los niveles más bajos de los microplásticos y derivados (solo los niveles de un tipo de bisfenol –A– fueron más altos en peces que en mejillones), mientras que los niveles de dos tipos de bisfenoles (S y F) y de un tipo de ftalato (DEHP) se cuantificaron en mayores proporciones en las especies de bivalvos. “Nos sorprendió la baja presencia de estos contaminantes (en comparación con los otros grupos) en los peces porque a mayor nivel trófico, mayor presencia de plásticos y sustancias químicas contaminantes. A medida que se van subiendo los escalones de la cadena trófica, hay ciertos elementos que se van acumulando. Los peces están en un eslabón más elevado que las holoturias y los mejillones”, precisa Rios-Fuster.
En el caso de los peces, la ingesta de microplásticos y derivados puede entrar por dos vías: la primera, por ingesta directa, cuando confunden estas sustancias con su alimento (como ocurre, por ejemplo, en el caso de las tortugas marinas que ingieren plásticos pensando que son medusas); la segunda, por ingesta indirecta, es decir, cuando capturan a una de sus presas, que a su vez ya tienen microplásticos en su interior.
Del mismo modo que la basura mal gestionada en las costas españolas puede afectar a otros territorios, en el caso del Mar Mediterráneo Occidental, parte de estos desechos contaminantes pueden llegar desde el norte de África, según atestiguan investigadores de diferentes ámbitos. Por ejemplo, en el caso de las tortugas, en la mayoría de las ocasiones llegan heridas como consecuencia de verse envueltas en enmallamientos por redes fantasma (que incluyen cualquier tipo de arte o equipo de pesca abandonado, perdido o desechado que enreda a las tortugas). Se cree que estas redes llegan desde el norte de África, ya que son usadas como método de pesca de subsistencia por parte de poblaciones pesqueras muy empobrecidas. “La cooperación entre los diferentes países es importante para reducir estos impactos”, concluye Rios-Fuster.