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De mítico cine a centro de crossfit: “Es una pena que se pierda la esencia de estas salas porque ayudan a crear barrio”

Estreno de la película 'Un cálido diciembre', de Sidney Poitier, en el cine Lumière

Esther Ballesteros

Mallorca —

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El cine Lumière está a punto de convertirse en un gimnasio. La mítica sala, que comenzó su andadura el 15 de diciembre de 1973 tras la bendición de un canónigo procedente de la Catedral de Huesca, acabará demolida. Unos inversores dedicados al ámbito del deporte la han adquirido para transformarla en un centro de CrossFit, en línea de lo sucedido con otros antiguos templos del celuloide, reconvertidos hoy en sucursales bancarias, salas de bingo y tiendas de ropa. Pero el Lumière no es un centro más: fue una de las míticas instalaciones cinematográficas que durante los años setenta hicieron las mieles de miles de espectadores ávidos por ver las últimas novedades en pantalla.

Tras casi veinte años en estado de abandono, esta añorada sala, situada en la avenida Sant Ferran de Palma, ha sido codiciada por varias empresas interesadas en sacar provecho de su privilegiada ubicación. En portales inmobiliarios de Internet aún figura el anuncio de venta del inmueble -aunque ya está traspasado, tal como confirma a elDiario.es su anterior propietario-: 900.000 euros por el local que, como reza la publicación, un día fue una “antigua sala de cine” y que consta de un “espacio diáfano con gran altura ideal para gran comercio, supermercado, gimnasio, etc.”. En los alrededores, pisos ofertados por entre 220.000 y 620.000 euros en una de las barriadas más afectadas por el grave proceso de gentrificación que atraviesa el extrarradio de la capital balear.

Desde que en 2005 cerrara sus puertas, la fachada, junto a su enorme letrero, permanece intacta para nostalgia de muchos de los transeúntes que pasan por delante. Otros apenas advierten su presencia. Nada les dicen esas históricas paredes de lo que un día albergó este inmueble de 1.265 metros cuadrados: una novedosa pantalla gigante de 11 metros de longitud y 5,5 de altura y más de 500 butacas anatómicas que nada tenían que ver con los asientos de estilo retro que habían adornado los cines en décadas anteriores. “Es una pena que se pierda la esencia de estos cines. El Lumière ayudó a crear barrio”, comenta a este medio Nacho Salas, arquitecto e integrante de una de las principales familias propietarias de salas de cine en Mallorca.

Desde entonces, la degradación ha ido consumiendo este histórico inmueble, cuyas butacas y elementos más característicos, como la decoración -obra de la desaparecida Galerías Preciados- que con tanto esmero le procuró su antiguo propietario, han ido desapareciendo de su interior. Ni rastro queda tampoco de los carteles que un día coronaron la sala. No en vano, son precisamente estas piezas las que en la actualidad se han convertido en anhelado objeto de deseo de coleccionistas y vendedores de segunda mano.

El esplendor del cine Lumière

Hoy, apenas queda ya nada de todo aquello. La decadencia se ha abatido sobre una sala que, de la mano de Antonio Servera Mestre, se inauguró por todo lo alto en 1973 y cuyo nombre rendía homenaje a los inventores oficiales del cine. 'Oficiales' porque, el 28 de diciembre de 1895, el cinematógrafo -aquella caja de madera con un objetivo y una película perforada de 35 mm- fue presentado por primera vez al público por los hermanos Louis y Auguste Lumière en el Salon Indien del Grand Café del Boulevard des Capucines de París. Cinco años antes, sin embargo, había desaparecido sin dejar rastro Louis le Prince, quien en 1888 había filmado La escena del jardín de Roundhay, considerada la primera película de la historia del séptimo arte. Y todo ello en medio de la encarnizada guerra de patentes que, a cuenta de las ansias monopolizadoras de Thomas Edison, marcó los inicios de la industria cinematográfica.

Palma fue la ciudad que en 1975 albergó el mayor número de salas de estreno y cines de barrio por habitante en España. Años antes de la puesta en marcha del Lumière había echado a andar el cine Rivoli, una de las pocas salas que en la actualidad permanece en pie. Como explican Joan Villafàfila y Pako Navarro en el libro Palma Grindhouse (2024, Nova Editorial Moll), un compendio de historia de las salas de cine que inundaron en su día las calles de Palma y que se suma a otros ambiciosos trabajos como El cinema a les Balears des de 1896 (2001, Documenta balear), de Cristòfol-Miquel Sbert, Servera Mestre quería repetir la jugada que tanto éxito le había reportado al Rívoli, también de su propiedad: trasladar los locales de exhibición del centro de la ciudad al extrarradio en busca de aquellos espectadores que no se desplazaban con frecuencia para acudir a una sala de estreno.

Bendecida por el canónigo de la Catedral de Huesca

“La idea que tenían era llevar el cine de estreno a los extrarradios. Porque entonces, en los barrios de Palma, lo que había eran salas de reestreno y de reposición, pero las de estreno se concentraban en el centro de la ciudad y, si alguien quería ver alguna novedad, tenía que desplazarse sí o sí”, comenta Villafàfila en declaraciones a elDiario.es. La 'descentralización' de estas salas permitió que vieran la luz el Metropolitan, el Rívoli y el Lumière. Para su inauguración, además de contar con el canónigo, el dueño del Lumière celebró una gala benéfica -y de alto copete- patrocinada por Julia Molina de Herrera, esposa del entonces capitán general de la Región Militar de Balears. Un Cálido diciembre, de Sidney Poitier, fue la película que protagonizó el primer estreno de la sala.

Lo cierto es que el dueño del Lumière acertó de pleno con su propuesta y el local se convirtió en una de las salas de referencia en Palma. “Su política era sobre todo el reestreno de películas que habían tenido mucho éxito en su momento”, recuerda Villafàfila. Entre sus proyecciones, filmes como Espartaco, de Stanley Kubrick, o Grease, de Randal Kleiser, que atraía a gran cantidad de espectadores a las salas. El cartel que anunciaba el reestreno de la cinta protagonizada por unos fulgurantes John Travolta y Olivia Newton John rezaba '¡¡¡Amor, alegría, juventud, música... y mucha marcha!!!'.

Era la época, además, en que el cine de destape clasificado en España como 'S' entró en escena. Como cuenta el autor, a diferencia del Rívoli o del Metropolitan, que no exhibieron películas de este género, el Lumière decidió apostar por ellas. “Era un tipo de cine que dejaba mucho dinero en taquilla y la empresa no tuvo ningún inconveniente en exhibirlo”, señala el investigador. El fantaterror español, con sus vísceras y cultos al satanismo, también tuvo su espacio en el Lumière con Los ritos sexuales del diablo y La invasión de los zombies atómicos, que fueron publicitadas como 'el mayor espectáculo de erotismo... y terror: sexo, depravación y aberraciones en una película que parece hecha por el diablo'. Ya en 1993, el esperado estreno de Jurassic Park, de Steven Spielberg, provocó que las entradas se agotaran de inmediato y numerosos espectadores se quedasen a las puertas de la sala.

Eran tiempos de esplendor cinematográfico en España -en 1965, hasta 8.193 salas de cine llegaron a estar en activo, la cifra más elevada registrada en su historia y una de las mayores a nivel europeo-. Las proyecciones se extendían, incluso, a los cafés, los teatros, las plazas de toros y los salones de bailes, los locales parroquiales y a los poblados mineros. Y en Palma no fue menos. En los setenta, como apuntan Navarro y Villafàfila, el régimen franquista, “deseoso de preservar a toda costa la fuente de ingresos que suponía el incesante flujo de turistas”, quería proyectar una imagen de normalidad, especialmente de cara al exterior, y lograr este objetivo pasaba por moderar la censura imperante durante la dictadura, que años atrás había prohibido la exhibición de multitud de obras cinematográficas.

Los multicines y la irrupción del VHS

En la actualidad, tan solo quedan en pie en la capital balear el Rívoli y otra de las grandes supervivientes de aquella época, la céntrica sala Augusta, en las avenidas de Palma. Las instalaciones echaron a andar a finales de los años cuarenta en el mismo espacio que, apenas una década antes, había albergado una de las prisiones más oscuras y trágicas de la represión franquista en Mallorca, la prisión de Can Mir, a la que se entraba por el mismo acceso que cada año atraviesan miles de cinéfilos.

La llegada de los multicines, la irrupción del VHS y el furor de los videoclubs, convertidos en los años ochenta en el nuevo refugio de los amantes del celuloide, obligaron al Lumière y a otras numerosas salas a introducir toda clase de reformas e innovaciones tecnológicas para poder sobrevivir. Otras, incapaces de competir con las grandes instalaciones, se vieron finalmente abocadas a bajar sus persianas. El Lumière, tras varias décadas de apogeo, acabó cerrando sus puertas en 2005. Villafàfila lo recuerda así: “A partir del año 2000, la asistencia a las salas fue cayendo en picado y en estas salas tan grandes los vacíos se notaban mucho más que en los cines de barrio o en las salas más pequeñas. Las sesiones no superaban el 10% de la sala. Hablamos de 50, 60 ó 70 butacas ocupadas y prácticamente toda la sala vacía”.

El Lumière, en el catálogo de cines con mayor valor patrimonial

El Instituto del Patrimonio Cultural de España incluyó el cine Lumière, de hecho, en su catálogo inicial de cines con mayor valor patrimonial, con el que busca reconocer y reivindicar el legado de estos espacios como actividad industrial, social y cultural estrechamente asociada a la historia y al patrimonio. “Aunque la tardía apreciación y protección de la arquitectura del siglo XX ha dejado a muchos locales expuestos a los intereses de la especulación inmobiliaria, para el conjunto del Estado se ha avanzado en las últimas décadas en la protección de los edificios cinematográficos que sobrevivieron a los cierres y derribos iniciados desde los años sesenta a setenta”, señala el organismo dependiente del Ministerio de Cultura.

En el inventario que llevó a cabo para elaborar el Plan Nacional del Patrimonio Cultural del Siglo XX, el Instituto subraya cómo, una vez superados sus titubeantes inicios, el espectáculo cinematográfico desplegó los indicadores “más elocuentes de su impacto social y económico, entre los que sobresalen unas cifras de asistencia a las salas que evidencian con rotundidad la posición de preponderancia que llegó a alcanzar entre todas las formas colectivas de disfrute del ocio”.

“Desde la escala de un barrio a la de toda una población, los cines fueron destacados referentes para una forma de vivir y compartir el ocio colectivo, la dominante en las décadas centrales del siglo XX”, subraya el organismo, que destaca el valor arquitectónico de estas salas, puesto que numerosos arquitectos y promotores “aprovecharon las posibilidades de experimentación formal que ofrecía este pujante negocio para proyectar ambiciosos inmuebles”. En ellos, incide, es posible identificar “una carga simbólica denotativa de las ideas de prestigio, progreso y modernidad, asimilando con rapidez los nuevos estilos y lenguajes que se abrían paso en cada etapa”. El Lumière, al borde de la completa desaparición, fue uno de aquellos cines cuya impronta aún sobrevuela en el imaginario de los ciudadanos.

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