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La nacra, el 'mejillón gigante' del Mediterráneo, en peligro de extinción por un patógeno mortífero

Una nacra, especie endémica del Mar Mediterráneo.

Nicolás Ribas

Eivissa —
22 de octubre de 2022 23:14 h

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La nacra (Pinna nobilis) es un molusco bivalvo y una especie endémica del Mar Mediterráneo. Los más pequeños miden desde unos pocos milímetros a unos centímetros de largo, aunque los ejemplares de gran tamaño pueden llegar a medir más de un metro -hasta 120 centímetros-, lo que convierte a este bivalvo en uno de los más grandes del mundo. Con aspecto de mejillón, su importancia radica en que es un organismo filtrador (absorbe agua para expulsar desechos y adquirir nutrientes), lo que depura las aguas y garantiza su calidad, además de ser un generador de biodiversidad (dentro de la nacra vive toda su vida una pareja de gambas, macho y hembra, de la especie Pontonia pinnophylax).

“El hábitat prioritario de la nacra son las praderas de Posidonia oceanica. Es el más óptimo para ellas porque cuando se asientan en el lecho marino, miden desde pocos milímetros a un centímetro. Tienen una concha muy frágil y la pradera les ofrece protección”, explica a elDiario.es Maite Vázquez, doctora en Ciencias del Mar y científica investigadora del Instituto Español de Oceanografía (Centro Oceanográfico de Balears-IEO-CSIC). La nacra es un organismo muy transparente y delicado, que se puede romper fácilmente ante impactos físicos, lo que la convierte en una especie muy vulnerable para los depredadores y otras amenazas, sobre todo, cuando son más pequeñas. “Las rizomas de posidonia les ofrecen mucha protección y camuflaje”, detalla Vázquez.

Un patógeno casi extingue a la especie

Sin embargo, desde 2016, la nacra se encuentra en peligro crítico de extinción. Ese año, un patógeno protozoo de la familia de los haplosporidios (Haplosporidium pinnae) entró en el Mar Mediterráneo causando una mortalidad de casi el 100% de las nacras. Fueron los científicos del Laboratorio de Investigaciones Marinas y Acuicultura (LIMIA) de la Conselleria de Agricultura, Pesca y Alimentación del Govern quienes descubrieron de qué patógeno se trataba.

“Nos avisaron de lo que estaba pasando y nos enviaron una serie de muestras. Pedimos permiso al Servicio de Protección de Especies (del Govern) para recolectar algunos individuos más y vimos que (las nacras) estaban débiles y en muy mal estado. Vimos lo que parecía un haplosporidio, pero hay muchos tipos, así que empezamos a investigar de cuál se trataba”, explica a elDiario.es José María Valencia, doctor en Biología.

Mediante técnicas moleculares (empezaron a hacer PCR y secuenciaciones) y microscopía electrónica, vieron que había suficientes diferencias genéticas con todos los haplosporidios que se conocían como para saber que se trataba de una especie nueva. “Hemos intentado averiguar de dónde sale (cómo llegó al Mar Mediterráneo) pero todavía no lo sabemos”, especifica el biólogo. “Ha pasado de ser una especie vulnerable que estaba recuperando sus poblaciones a haber decaído drásticamente en todo el Mediterráneo”, asegura Vázquez.

Usada por la industria textil

Especie protegida por los convenios de Berna y Barcelona y desde 1992 en todo el Mediterráneo, antaño sufrió también los efectos nocivos de la industria textil. “La nacra es una especie que tiene un biso (una especie de pelitos como tienen los mejillones, que es con lo que se agarra al sustrato arenoso), que antiguamente, ya desde la época de los romanos, se utilizaba para confeccionar diferentes prendas (el tejido se llama seda de mar). En Italia existía una fábrica que recolectaba la nacra para ese tipo de finalidades, incluso venían desde allí a por nacras a la bahía de Pollença (Mallorca)”, explica la investigadora.

Por tanto, antes de que el parásito Haplosporidium pinnae amenazara con extinguir a esta población, las nacras ya habían sufrido las consecuencias negativas de la industria textil que trabajaba con el biso, pero también los efectos del daño que sufre la posidonia, los resultados nefastos de los vertidos en el mar y el impacto del fondeo de embarcaciones, remarca Vázquez.

“La posidonia es su hábitat más natural, pero también puede haber en medio de arena, incluso agarradas a rocas. En cuanto a los barcos, el punto de fondeo es el ancla. Luego llevan (los barcos) una cadena, que va dando vueltas y que es lo que realmente les hace daño porque está arando el fondo (marino)”, afirma Valencia. “Las nacras también se han pintado y vendido en las tiendas de souvenirs y se ha usado su concha como plato para comer”, añade el científico. “A raíz de su protección se empezaron a crear paralelamente muchas reservas marinas y áreas marinas protegidas y la población de nacras se fue recuperando bastante. Tenía un buen estado de conservación en muchos sitios, hasta que en 2016 apareció esta nueva amenaza que ha resultado fulminante”, lamenta la científica.

Las nacras tenían un buen estado de conservación en muchos sitios, hasta que en 2016 apareció esta nueva amenaza que ha resultado fulminante

Maite Vázquez Científica del Instituto Español de Oceanografía

Resisten en el Mar Menor y en el Delta del Ebro

Donde se encuentran poblaciones actualmente es en el Mar Menor y en el Delta del Ebro, aunque por motivos totalmente opuestos. En el primer caso, se trata de una laguna costera hipersalina y estas condiciones de salinidad afectan y limitan la propagación del patógeno. El Delta del Ebro, en cambio, que es la desembocadura de un río con agua dulce, tiene unas salinidades muy bajas. “En estas dos circunstancias parece que el patógeno no puede entrar y no se propaga. Está más o menos a salvo (la nacra)”, afirma la doctora en Ciencias del Mar.

Más o menos a salvo, matiza Vázquez, porque no son ejemplares resistentes y “cualquier oscilación en las condiciones de salinidad que fomenten la entrada del patógeno conllevaría la muerte de estas poblaciones”, argumenta. Asimismo, se encuentran en zonas muy vulnerables, en lagunas costeras y deltas, afectadas por eventos climáticos catastróficos como la borrasca Gloria, la DANA o los episodios de “sopa verde” del Mar Menor, “que también han matado a un porcentaje alto” de nacras. “Son zonas muy vulnerables e impactadas por acciones humanas variables y diversas”, sostiene Vázquez.

El fenómeno de la “sopa verde” se desencadenó por un aumento de materia orgánica, calor, falta de oxígeno, etc. Aunque en Balears se dan en zonas muy concretas procesos similares a pequeña escala (por ejemplo, en una playa o en lugares cercanos a las desembocaduras de emisarios o vertidos urbanos), en el Mar Menor “este fenómeno se eleva a la máxima potencia porque estos vertidos han resultado tener unas consecuencias catastróficas”. “Antes del episodio de ‘sopa verde’ en el Mar Menor había un millón seiscientas mil nacras. Después de eventos como este o la DANA (también conocida como gota fría), apenas quedan unos mil ejemplares”, lamenta.

Antes del episodio de ‘sopa verde’ en el Mar Menor había un millón seiscientas mil nacras. Después de eventos como este o la DANA (también conocida como gota fría), apenas quedan unos mil ejemplares

Maite Vázquez Científica del Instituto Español de Oceanografía

Pese a esta situación, todavía quedan algunos ejemplares resistentes, que no forman poblaciones en lagunas costeras, sino que viven de manera dispersa y aislada. Asimismo, hay un tercer grupo de nacras que son las que están en cautividad. “Hay distintos grupos de investigación (dentro y fuera de España) que están trabajando en la cría en cautividad de la nacra, porque como se encuentra en una situación muy delicada, sin acciones de conservación y recuperación es muy difícil que pueda recuperarse por sí misma”.

“De momento, no ha ido del todo bien porque en instalaciones artificiales se debilitan bastante y les afectan mucho parásitos más oportunistas, tipo micobacterias o vibrios, y se acaban muriendo”, afirma Valencia. “Todavía están buscando la fórmula para mantenerla en buenas condiciones”, añade. El investigador mantiene la esperanza de que los más resistentes se reproduzcan entre ellos. Para ello, considera que la mejor opción sería criarlos en laboratorio con el objetivo de crear una selección genética que permita que puedan aguantar mejor al haplosporidio.

Investigación, recuperación y conservación

Estos trabajos de investigación, análisis, conservación y recuperación empezaron en 2016, cuando los científicos se dieron cuenta de las altas tasas de mortalidad, cercanas al 100%, que estaban afectando a las poblaciones de nacras en el Mediterráneo. “Empezamos a llevar a cabo una serie de acciones encaminadas a distintas tareas como la cría en cautividad, la búsqueda de resistentes o el diagnóstico de las poblaciones resilientes”, afirma Vázquez.

Al principio lo hicieron sin financiación, apoyados en la ayuda de la ciudadanía, bajo el proyecto Nacra de la plataforma Observadores del Mar. Gracias a que mucha gente se involucró de forma totalmente altruista consiguieron georreferenciar y hacer seguimiento de muchas nacras resistentes. Más tarde fueron llegando proyectos específicos, con financiación. El rescate que se hizo en noviembre de 2017, con fondos del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, fue el primer paso hacia la cría en cautividad.

“Actualmente, estamos involucrados en el proyecto Life Pinnarca, que tiene como objetivo restaurar y promover acciones de conservación y recuperación para las poblaciones de nacra. Hay que seguir estudiando y monitorizando las nacras en estas poblaciones resilientes del Mar Menor y del Delta del Ebro, la cría en cautividad, la búsqueda de ejemplares supervivientes, la reagrupación de los mismos...”, asegura. Mientras tanto, investigadores franceses están estudiando las causas genéticas de los que resisten e investigadores italianos están centrados en el estudio del patógeno que causa su mortalidad. Asimismo, en Balears, algunos moluscos han sido trasladados a la isla de Cabrera para protegerlos. “Se les ha puesto una estructura de protección para que no puedan atacarlos los pulpos u otros animales que se los quieran comer”, cuenta el doctor en Biología.

Enorme pérdida para la biodiversidad

La extinción definitiva de las nacras supondría una enorme pérdida para la biodiversidad del ecosistema del Mar Mediterráneo. “Que hubiera un millón seiscientas mil nacras en el Mar Menor suponía una gran capacidad de biofiltro en cuanto a la depuración de aguas”, afirma Vázquez. Además, son un generador de biodiversidad, ya que en su interior, durante toda su vida, vive la citada pareja de gambas (Pontonia pinnophylax), que se quedarían sin hábitat si la nacra desapareciera por completo.

“Tener una pradera de posidonia con muchas nacras facilitaba la colonización de las conchas de las nacras por otros organismos. Hay estudios que demuestran que son colonizadas por más de cien especies diferentes. Por tanto, son un generador de biodiversidad en los hábitats en los que estaban”, prosigue. Si se extinguieran, el ecosistema perdería esta funcionalidad, volviéndose menos resiliente. “Esta pérdida convertiría al ecosistema en más vulnerable frente a futuros impactos y modificaciones, ya sea por cambio climático, entrada de especies invasoras o competencia en el espacio con otras especies”, advierte. Pese a los esfuerzos de la ciencia, la nacra se encuentra en un estado muy crítico. “Hay muy poquitos ejemplares que hayamos visto que aguanten la enfermedad”, reconoce Valencia.

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