“Los niños no deben ver esta tortura y asesinato”: el cambio normativo de PP y Vox alienta la tauromaquia en Palma

Este jueves, la plaza de toros de la capital balear, territorio que fue pionero en regular las corridas para evitar la muerte del animal, ha acogido otro espectáculo de tortura. “Han vuelto a entrar menores a la plaza, como cada año”, comentan los animalistas de Satya Animal, que denuncian que los aficionados no han esperado siquiera a que entre en vigor la modificación de la ley de toros impulsada por Vox y avalada por el PP que permitirá la entrada de menores de edad a los “espectáculos” taurinos de las Islas. “Este jueves en la corrida hicieron la vista gorda, dejando entrar a los menores que acudieron con sus familiares,” señalan los animalistas. La sensación impunidad, según ellos, vino motivada “por la proximidad del cambio de ley e informaciones falsas”. 

En abril, los ultraderechistas registraron la petición en el Parlament para quitar el veto a los menores y en junio contaron con el voto favorable del Partido Popular. Comenzó así el engranaje para posibilitar la modificación de ley de corridas de toros. Vox vendió esta aprobación como una victoria y el fin del veto, cuando la modificación se encuentra aún en periodo de enmiendas. No será hasta el 2 de septiembre cuando, finalizado el periodo de enmiendas, se inicien los preparativos para su votación final en la Cámara balear. Por tanto, los juristas apuntan que en la corrida celebrada este jueves en Palma la ley vigente aún prohíbe la entrada de menores durante “espectáculos” taurinos.

La empresa desmiente las acusaciones

“Sabíamos que volvería a pasar, esto ha pasado siempre”, cuentan varios de los manifestantes presentes en la concentración contra la corrida. Desde Satya, los organizadores de la concentración, aseguran que “han visto entrar a varios jóvenes menores de edad”. Están seguros de ello, pero “descartan tomar acciones legales” porque no ven el sentido a “denunciar ante unas autoridades que consienten y promocionan la tauromaquia”.

Sin embargo, la empresa promotora del Coliseo Balear niega tajantemente que hayan entrado menores a sus instalaciones: “Está prohibido y hasta septiembre no estará aprobada la ley que lo permite. La empresa de seguridad siempre cumple a raja tabla la ley establecida y nunca se incumplirá la ley. No había menores en ningún sitio. No se pueden dejar entrar”. “Deben ser testimonios falsos”, comenta en declaraciones a elDiario.es.

Adri, un joven manifestante, asegura sobre la entrada de menores a las corridas de toros que “es una medida desesperada para intentar salvar un espectáculo que se está muriendo” porque “sin adoctrinamiento desde pequeños, esto no tendrá continuidad”. Sofía, otra participante de la protesta pero de edad más avanzada, dice que está aquí por “empatía” y que no debería entrar nadie y “menos los niños” porque según ella “es una salvajada para cualquier edad”.

Enrique, miembro de Satya, opina que “a los menores se les educa alejándoles de cualquier tipo de violencia y no al revés”. Además, pone un ejemplo: “Nadie enseñaría a sus hijos a hacer daño sus perros”. Alexia y Soaya son madre e hija, son suecas y es su primera concentración en contra de la tauromaquia. El tema de los menores les parece especialmente grave. “Los niños no deben ver esta tortura y asesinato”, dice la hija. Como madre, Alexia apunta que los padres “deben aceptarlo, igual que aceptan que sus hijos no pueden beber alcohol hasta los 18 años”. También puntualiza que “es algo que no se cuestiona y esto tampoco debería cuestionarse”.

A los menores se les educa alejándoles de cualquier tipo de violencia y no al revés. Nadie enseñaría a sus hijos a hacer daño sus perros

Como cada año, no falla la concentración antitaurina a las afueras de la plaza. Este año, convocada por Satya Animal. El luto negro más o menos inconsciente vuelve a dominar entre sus ropas. El grito “tauromaquia abolición” rompe la calma tensa de los manifestantes y se inician cánticos y tambores a falta de una hora para que empiece. De pronto, y con “la tortura no es cultura” de fondo, aparece un joven vestido con un traje de torero, pero maniatado con cadenas. La asociación, explica Enrique, quiere renovar “un poco” los discursos animalistas “mediante el humor”. El torero fake atiende a los fotógrafos y entra en el cercado de plástico para subirse a una pequeña plataforma improvisada. Los taurinos que pasan por delante, ante la novedad en la protesta, o insultan o, como tres chavales que vienen de frente bien encamisados, le chillan con sorna: “¡Toreeeeeero!”

La cruzada de Vox

A la hora punta de entrada a la plaza se forma un buen embudo. La seguridad es similar a la de un pequeño concierto, unos siete u ocho trabajadores leen las entradas con una máquina. Están desbordados en este momento. Hay un cartel en la puerta que avisa de la prohibición de entrada a menores de 18 años y advierte que el espectáculo puede herir sensibilidades. En la web de venta de entradas también se advierte de dicha prohibición. Una vez dentro, y durante toda la noche, se verán a grupitos de jóvenes que, si no son menores, hace poco que lo dejaron de ser; apenas se separan de sus padres. No se verán bebés ni niños preadolescentes.

La corrida ha sucedido en medio de la enésima polémica legislativa. A la derecha no le bastó con que el Tribunal Constitucional, por un recurso del PP, acabase con la llamada “ley de toros a la balear” que impulsó el Ejecutivo socialista de Francina Armengol. Los magistrados anularon en 2018 aquellos artículos de la ley que ponían difícil la supervivencia de las corridas de toros en Balears. Además, en virtud del acuerdo de gobernabilidad entre PP y Vox en las Islas que ha aupado a Marga Prohens (PP) como presidenta de Balears, la ultraderecha ha conseguido aprobar en el Parlament una proposición para modificar la ley actual. Su intención es eliminar la prohibición de entrada a los toros de los “menores” -sin, de momento, poner edad concreta. La oposición, formada por los impulsores de la antigua ley, afean al Partido Popular que vote a favor de la antigua ley de 1992 que marcaba los 16 años como edad mínima para entrar.

Precisamente este jueves se han dejado ver en la corrida de toros de Palma dirigentes de Vox como el polémico presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, o el vicepresidente del Consell de Mallorca, Pedro Bestard. También estaba presente Toni Gili, secretario general del partido y objeto de una investigación reciente de elDiario.es sobre las condiciones laborales de una empresa de la que, según su versión, era socio hasta hace pocos días. También estaba presente el diputado nacional por Balears Jorge Campos, con una mujer y, como en los últimos años, sin sus hijos. No lo hace desde que en 2016 les llevó a la plaza de Inca siendo muy pequeños, y el resultado de la reivindicación fue una multa para el promotor.

El “espectáculo”

El inicio de la noche se precipita cuando aún está entrando la gente a la plaza. Salta al ruedo Zapata, el artista plástico mallorquín que trabaja también en Nueva York y Miami. Lleva dos años intentando vigorizar la tauromaquia en la isla. El aplauso al pintor es notable, pero sin exagerar. El año pasado pintó los burladeros de la plaza —donde se resguardan los toreros y sus cuadrillas si les viene el toro—. Este año ha instalado también unos paneles que forran todo el ruedo. Las ilustraciones son principalmente figuras que aparecen en el “Guernica” de Picasso, otros elementos taurinos y mucho color. En los burladeros se leen estas frases: “La cultura no es política. Los toros son pinceles con cuernos. ¡Viva España, viva el Rey, viva Zapata!”.

Durante la corrida, los que más se mueven por los pasillos traseros de la plaza son los jóvenes. Ocupan las filas superiores en grupos más o menos numerosos. Incluso se podría establecer un hipotético objetivo grupal en función de lo cerca o lejos que se encuentren del presidente de la plaza, quien va marcando el ritmo y concediendo las orejas o colas como premio a los matadores. Los jóvenes que se encuentran justo abajo reprenden al presidente con fuerza si no otorga ninguna oreja o solo una, agitando abanicos o pañuelos blancos: aquí predomina el olor a puro sobre el de tabaco, casi indistinguible del de la humanidad sudada, levantando alerones. “¡Comunista!” es, sin duda, el grito sin disimulo que más llama la atención; lo demás son improperios más habituales en el juicio eufórico del arbitraje. En cambio, los grupos que están más lejos de la presidencia, al menos vistos desde fuera, flirtean.

Si hay un silencio, obviando el ruido de las pipas, alguien chilla: “A ver si es que no hemos pagado a la banda” o “¡Música, cojones!”. Otros celebran movimientos de los diestros con “vivas” a la Policía Nacional, que sólo son respondidos por una persona, a diferencia del “viva España”, más popular y secundado por la marea azul y blanca de camisas y vestidos (con algún toque de color radioactivo aportado por camisetas técnicas). El insulto es constante: “¡Mátalo ya!”, “Cállate, hijoputa”, “Muévete”, “¡Shhht!”. Salvo en momentos contados, los reproches no paran; unos chavales llevan tres caretas con la cara de Carles Puigdemont, gritando 'Puigdemont a prisión' de vez en cuando, porque sí. Todos los iniciadores son hombres buscando, quizá, la satisfacción del segundo y medio de atención. La exaltación de lo (supuestamente) políticamente incorrecto como leit motiv de la noche.

Salvo en momentos contados, los reproches no paran. Unos chavales llevan tres caretas con la cara de Carles Puigdemont, gritando 'Puigdemont a prisión' de vez en cuando

Todo esto sucede mientras se da muerte a los seis toros de la noche, llegados desde Sevilla. Sus nombres, en orden de muerte, son Noctámbulo, Maniquí, Blando, Vocecito, Barbero y Pletórico. Pantomima y Valirejo están de reserva por si alguno de los anteriores falla. Todos, después de clavarles el estoque una o dos veces, serán arrinconados por los otros miembros de la cuadrilla con las capas. Cada vez que el animal intenta ir a un lado, lo detienen, llevándolo poco a poco hacia las maderas, hasta que o cae o pliega sus extremidades sobre sí mismo y queda tumbado, derrotado. Y ahí sí, lo rematan con un cuchillo.

El final de la noche es como de partido de fútbol empatado. Sin catarsis colectiva. Y sin empate. Si no se ha quitado la vista del círculo de la arena, se puede acabar con una especie de mareo. Tanto movimiento, tanto estímulo extremadamente impactante, y aún así el cerebro lo normaliza todo a una velocidad apabullante hasta la disociación.