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La okupación de la base militar de Menorca que acabó en la construcción de hoteles de lujo

Santiago Torrado

Menorca —
1 de agosto de 2022 23:06 h

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El mediodía del 26 de junio de 1953, la batería de costa de cañones Vickers 38.1 situada en la entonces base militar de Llucalari (Menorca) debía realizar un disparo de ejercicio, como parte de las maniobras de quienes cumplían allí con el servicio militar obligatorio. Un fallo en la ejecución de la carga de munición provocó una deflagración de más de 300kg de pólvora negra. El resultado fueron 28 muertos y 8 heridos de diversa consideración. Poco después del desastre, el Ministerio de Defensa resolvió desmilitarizar paulatinamente los 147.000 metros cuadrados que ocupaban la base, ubicada en el término municipal de Alaior. Llucalari quedaría definitivamente abandonada y desierta en 1994.

A las 9 de la mañana del 17 de enero de 2002 –Día del pueblo de Menorca–, un grupo de jóvenes decidió impulsar una acción que buscaba hacer visible una larga lista de reivindicaciones sociales: okuparon Llucalari. El eco profundo de las luchas antiglobalización que florecían en esos años por todo el mundo, tuvo su expresión en la isla. Así nació el colectivo que daría vida a las viejas baterías militares. Vanesa, que por entonces tenía 31 años, cuenta a elDiario.es cómo fueron aquellos comienzos: 

“Algunos veníamos de otras experiencias similares como 'El Pati de Sa Lluna', un convento ubicado en Alaior donde funcionaba un ateneo y algunas casas de renta antigua que se alquilaban a precios bajos. Allí solíamos reunirnos para discutir la falta de acceso a la vivienda en la isla, la precariedad laboral, la falta de oportunidades... Si lo piensas, hoy está todo peor. Lluclari quiso dar impulso a una noción comunitaria de la vida, un intento de escapar de la lógica neoliberal, que pasaba no sólo por vivir allí sino, sobre todo, por ofrecer el lugar al conjunto de la sociedad”.

Un espacio popular

Con esta vocación de rehabilitar un espacio y hacerlo genuinamente público, Llucalari se fue transformando. Donde antes hubo cañones, botas y galones, ahora había avarcas, gallinas y huertos. Se pusieron en marcha talleres de guitarra y percusión, de idiomas, de circo, de teatro y de yoga. Un comedor popular llegó a repartir viandas para 40 personas dos veces por semana a precios populares. Se editó una revista llamada NYAS, que incluía cuentos, poemas, crónicas, ilustraciones y opiniones de todo tipo. En poco tiempo la comunidad fue creciendo y se fueron rehabilitando nuevos espacios para vivir.

Sin embargo, todos los procesos colectivos tienen contradicciones. Llegado el mes de abril, el sector más politizado de la asamblea, vinculado a partidos de izquierda, abandonó poco a poco la okupación. Llucalari comenzaba a ser cada vez más un barrio y menos un espacio público. En el libro 'Utopía, feina i realitat', publicado por el Instituto Menorquín de Estudios, uno de los primeros okupas, que firma como Copèrnic Capsanada, cuenta: “Cada vez más los espacios se usaban exclusivamente como vivienda privada. Esto cambió el carácter social y reivindicativo del lugar”. Allí se producen las primeras escisiones internas en la Asamblea de Llucalari que, no obstante, continuará existiendo tres años más.

Denuncias y desalojos

El bullicio generado por “los okupas” se extendió por toda la isla y llegó a oídos del Ejército. El Ministerio de Defensa, que mantenía la concesión del territorio, junto a los propietarios originales de la finca –la familia Esquella y Duque de Estrada, de origen noble y con mucho peso político–, instaron a las autoridades insulares a desalojar cuanto antes la okupación. Desde entonces, patrullas del SEPRONA comenzaron a visitar regularmente el espacio.

José “Bilbo”, de 53 años, nació en el País Vasco y durante seis años fue soldado en la 1 Bandera del Tercio de Paracaidistas “Roger de Flor”. Vino a Menorca aquel verano de 2002 para trabajar como artesano y se quedó a vivir en Llucalari: “Cuando el Ajuntament de Alaior se enteró de la okupación envió gente al lugar y nos empadronaron. Al principio hubo muy buena sintonía. Yo quedé como ”portero“ del lugar porque okupé la primera vivienda junto a la puerta de la vieja base, la llamamos ”la casa de la torre“ porque tenía una garita de guardia. La movida era tan diversa y abierta que se hizo rápidamente conocida. Incluso nos invitaron a dar charlas en los centros sociales de Nou Barris. Allí nos enteramos de que, por extensión territorial, la de 'Lluca' era la okupación más grande de Europa”, recuerda.

Las primeras denuncias fueron llegando de forma individual, a cada uno de los 25 integrantes de la okupación, a partir de 2003. Así lo cuenta Bilbo: “La familia Esquella recibió una oferta de Martín Varsavski, ex CEO de Jazztel, que tiene su casa todavía en Sa Torre Nova, muy cerca de Llucalari. Ofreció varios millones por el terreno. Al Ejército no le interesaba el lugar y nosotros molestábamos. Entonces nos denunciaron y nosotros designamos como abogado a Jaume (Asens), que estaba lejos de ser diputado por entonces”.

El desalojo de Llucalari y los hoteles de lujo

Una madrugada de marzo de 2005, un cabo de la Guardia Civil se presentó acompañado de varias patrullas y camiones. Allí comenzó, sin violencia y en orden, el desalojo de Llucalari. La experiencia había durado tres años y aunque no mejoró las condiciones de acceso a la vivienda de la juventud de Menorca, si tuvo la virtud de poner en el centro del debate cuáles eran –y en gran medida todavía son– las condiciones de precarización, falta de espacios públicos y falta de vivienda en la isla. En resumen, del modelo económico insular.

Tras el desalojo, la finca de Llucalari fue dividida en dos. En la zona norte se construyó en 2017 un agroturismo impulsado por la firma parisina Experimental Group, que tiene hoteles en Nueva York, París, Londres, Suiza y Eivissa. En la vieja casa del Comandante, donde funcionó el centro social okupa, hoy se alza el edificio principal del hotel, que incluye 43 habitaciones y hasta 9 villas de lujo –pasar la noche en él cuesta unos 927 euros–. El CEO del grupo, Benjamin West, declaró para Menorca Al Día: “Nos encontramos con una gran oportunidad, una gran propiedad, un gran edificio, una gastronomía espectacular y gente muy acogedora. Nos enamoramos de este sitio”.

Por otro lado, en la zona sur de la finca (donde se ubicaban las viejas baterías) está en marcha la construcción de un hotel de 5 estrellas, impulsado por la firma francesa Mare e Terra y cuyo presupuesto inicial es de 15 millones de euros. Este año se cumplen 20 años de la okupación de Llucalari, una experiencia que permanece en la memoria popular, no como una aventura loca de juventud, sino como un dispositivo de acción colectiva, para pensar otros mundos posibles.