Del paraíso de los artistas al desenfreno urbanístico: la evolución turística de Mallorca e Ibiza
Intelectuales y bohemios se instalaron en las dos islas entre finales del XIX y principios del XX. El paisaje que plasmaron en sus pinturas y libros nada tiene que ver con la imagen actual de Balears, golpeada por la masificación, la sobreconstrucción y la degradación del entorno
“Mallorca es para los pintores uno de los más bellos paisajes de la tierra y uno de los más ignorados”. Quien así se refería a la isla es Aurore Lucie Dupin, mundialmente conocida como George Sand, quien, durante los 95 días que permaneció en ella (entre noviembre de 1838 y febrero de 1839), se deshacía en elogios hacia un paisaje (no así hacia sus gentes y sus costumbres) en el que “todo resulta pintoresco” y cuyo silencio “es más profundo que en ninguna otra parte”, una estampa que, casi doscientos años después, dista de la imagen actual de la isla, golpeada por la masificación, la sobreconstrucción y la degradación del entorno. A inicios del siglo XX, la actividad turística alcanzó a la idílica –aunque ya industrializada– Balears, y más en concreto a Mallorca y Eivissa, acostumbradas desde mucho tiempo atrás al comercio exterior y a la exportación, pero aún vírgenes cuando su turismo comenzó a despegar.
La tradición económica y de mercado de las islas, avezadas en capear los riesgos y las vicisitudes de las nuevas actividades, especialmente en materia agrícola y manufacturera –únicamente superada en el siglo XVIII por la industria textil catalana–, y su vocación exterior desde el primer tercio del siglo XIII fueron el caldo de cultivo perfecto para el impulso de un fenómeno que se presentaba como salida a la crisis agraria y a la baja industrialización que entonces comenzaba a arreciar, especialmente en Mallorca.
Mientras eso sucedía y la burguesía liberal clamaba por la creación de nuevas infraestructuras así como por el derribo de las murallas renacentistas de Palma bajo pretextos higienistas, el barrio de El Terreno, situado a orillas del mar y próximo al bosque que rodea al castillo de Bellver, se convertía a finales del siglo XIX en la primera urbanización turística, refugio de intelectuales y bohemios y lugar predilecto de veraneo para la clase alta de la ciudad.
Santiago Rusinyol, Gertrude Stein, Joaquim Mir, Rubén Darío, George Bernanos, Camilo José Cela... La lista de quienes allí se alojaron es extensa y gracias a ello el mundo pudo asomarse a una isla que, como entonces, puede ahora contemplarse en los libros y las pinturas de aquellos ilustres visitantes.
A lo largo del siglo XX, El Terreno quedaría aislado de la costa a raíz de la construcción del Paseo Marítimo de Palma y se reinventaría como zona residencial y de ocio, afectada en la actualidad, tras un periodo de marcado abandono y deterioro, por la gentrificación y las inversiones de lujo.
El Grand Hotel de Palma, “un designio, un ensueño”
“Mallorca en 1900 es famosa en toda Europa”, subrayan desde el colectivo PalmaXXI, integrado por historiadores, geógrafos, arquitectos y urbanistas. Tanto es así que en 1903 veía la luz, bajo el influjo del Modernismo, una de las obras de mayor envergadura de Palma y de primera categoría europea, el Grand Hotel, proyectado en la céntrica Plaza Weyler por el reconocido arquitecto catalán Lluís Domènech i Montaner, quien ya había hecho realidad el Hotel Internacional para la Exposición Universal de Barcelona en 1888. “Asistimos a uno de estos actos decisivos que separan y dividen radicalmente dos épocas. No es un templo dedicado al placer, se trata de algo más. Se trata de la realización de un designio, de un ensueño, de una revolución pacífica desde la cual Mallorca puede, desde hoy, ponerse en contacto con la Europa culta y entrar definitivamente en el comercio de la civilización universal”, proclamaba entonces el periodista y escritor mallorquín Miquel dels Sants Oliver.
Tan solo dos años después echaba a andar la entidad Fomento del Turismo de Mallorca, cuyos estatutos abogaban por promover la prosperidad mediante la mejora y el embellecimiento de las infraestructuras de la isla. Para ello, había que “proteger a los turistas y proporcionar información de noticias, guías, itinerarios e información gratuita, así como un plan de publicidad, con anuncios, carteles etc. Organizar excursiones, facilitar el acceso a caminos, indicadores, alojamiento y locomoción y otras formulas de seguridad en los puntos peligrosos” y “organizar espectáculos para entretener y prolongar las estancias”, como establecía uno de sus primeros artículos.
En contraposición con los recintos medievales que habían perdurado hasta entonces, el incipiente turismo llevaría, asimismo, a la proyección de las Ciudades Balneario. En 1912, el arquitecto Gaspar Bennàssar, quien impulsó hoteles emblemáticos como el Príncipe Alfonso y el Mediterráneo, abogaba por la creación de una ciudad turística en s'Arenal, situado a las afueras de Palma y hoy uno de los grandes focos del turismo alemán en Mallorca, en el marco de una reforma urbana que sería aprobada por el Ajuntament en 1917, creando las bases del futuro Parc de Bellver y, en parte, también del Paseo Marítimo.
El primer turismo de Eivissa
Mientras tanto, en Eivissa se estaban llevando a cabo procesos transformadores que darían paso al inicio de la historia del turismo en la isla. Así, en 1903 se fundó la Cámara de Comercio, asociación patronal de comerciantes, industriales y navieros, cuyo primer presidente fue Abel Matutes Torres, naviero y corresponsal de banca. Las primeras reivindicaciones de la Cámara, según recoge Felip Cirer, catedrático de Lengua Catalana y Literatura y divulgador de la historia de Eivissa y Formentera, en Historia de Ibiza y Formentera. Desde la prehistoria hasta el turismo de masas, fueron la finalización de infraestructuras como el puerto de Eivissa (1912) y las comunicaciones, con el establecimiento de una línea marítima directa con Barcelona. Con la finalización del puerto, se establecieron líneas regulares también con Palma, Valencia y Alicante, lo que permitió la exportación de productos frescos.
Sin embargo, no fue hasta los años veinte, en el contexto de la República de Weimar y el periodo de entreguerras, cuando algunos historiadores sitúan los inicios del turismo, al principio anecdótico y muy minoritario, en Balears. “Es gente que viene de entornos urbanos, con formación cultural, ideología progresista y con preocupaciones artísticas”, explica a elDiario.es Maurici Cuesta, investigador de historia contemporánea de la geografía y de historia del turismo de las Pitiüses. “Visitan Eivissa como un lugar de Europa, que hace frontera con África. Un sitio arcaico, que representa las esencias perdidas de una Europa que la industrialización ha hecho desaparecer de muchos lugares como Países Bajos, Bélgica o Alemania”, añade.
Eivissa era, además, una isla muy barata, muy poco exigente para un extranjero desde el punto de vista económico. Un lugar en el que podían pasar largas temporadas, alquilando una casa en el campo y con posibilidades de crear. Estaban muy interesados también, detalla Cuesta, en la arquitectura de la isla, “muy bien conservada” y con unas tipologías “muy atractivas” para la Escuela Bauhaus. Esto último va asociado también a los términos que acuñó Santiago Rusinyol, quien se refirió a Eivissa como “la isla blanca” y a Mallorca como “la isla de la calma”, lo que fue conformando un mito alrededor de la imagen turística de ambos territorios.
Los artistas y los refugiados del nazismo llegan a Balears
En esos años, en Eivissa solo había unas pocas fondas que daban alojamiento a turistas. Ni mucho menos llegaban a una decena. En la década de los treinta empiezan a inaugurarse los primeros hoteles, como el Hotel España, el Gran Hotel (después Hotel Montesol), el Hotel Buenavista y el Hotel Portmany. Al igual que, en Mallorca, el puerto pesquero de Cala Ratjada –hoy codiciado destino del turismo alemán– acogería a numerosos refugiados del nazismo como el novelista Franz Blei o el pensador Konrad Liesegang, Eivissa haría lo propio con intelectuales y artistas como Walter Benjamin, Raoul Hausmann, María Teresa León y Rafael Alberti, Albert Camus, Will Faber, Gisèle Freund y Elliot Paul.
“Eivissa es un lugar en el que te puedes perder una temporada, produciendo y en contacto con la naturaleza, cosa que no puedes hacer en Europa. Esto va creando una fama, una imagen turística”, afirma Cuesta. Algunos, como consecuencia del exilio nazi, se instalaron y abrieron negocios, como la familia de origen judío–alemán Hanauer, que en 1936 puso nombre a ca n'Alfredo, uno de los restaurantes más conocidos de la capital ibicenca. El turismo, sin embargo, era un fenómeno muy minoritario. Eivissa tenía unas quinientas plazas turísticas en 1936.
Mallorca, el taller de la España franquista
En Mallorca, tras los esfuerzos llevados a cabo por atraer al turismo elitista, nuevos viajeros de clase media recalarían en la isla una vez finalizada la I Guerra Mundial, consolidándose principalmente como destino del turismo peninsular, norteuropeo y norteamericano. Como apunta Alfons Xavier Méndez Vidal, del Institut Menorquí d'Estudis, en La eclosión del turismo en Baleares. El retraso de Menorca y los factores del éxito turístico, las economías mallorquina e ibicenca continuaron creciendo hasta los años treinta y e incluso la Guerra Civil afectó a la primera de forma positiva.
Al respecto, el investigador y catedrático de Historia e Instituciones Económicas Carles Manera explica, en declaraciones a elDiario.es, cómo durante el conflicto bélico Mallorca se erigió “en el taller de la España franquista”. “Era el único reducto industrial que tenía Franco. La industria mallorquina estaba muy desarrollada, con fábricas de calzado, tejidos, cuero y, sobre todo, fábricas metalúrgicas que se reconvirtieron en fábricas de armas que funcionaban prácticamente las 24 horas del día para proveer al bando nacional de uniformes, botas, correajes y balas”.
Tras la Guerra Civil y finalizada también la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento del turismo de masas en el Mediterráneo se alza como uno de los desarrollos sociales y económicos más característicos de la época, generando una rápida transición de sociedades agrarias a turísticas, y se convierte en uno de los símbolos de la reconstrucción de la Europa Occidental, como señalaría el sociólogo británico John Urry.
En clave sociocultural, apunta Méndez Vidal, esta transición también ha sido teorizada como 'Desmediterraneanización', un cambio desde las “policulturas” agrarias hacia la “monocultura” turística. Así sucedió en Mallorca, Malta y Chipre, que, en este sentido, comparten desarrollos turísticos similares en el marco de la expansión internacional de las playas globales/periferias de placer, concepto utilizado para designar el crecimiento turístico del capitalismo global aparejado a la pérdida de recursos y a un mayor deterioro socioecológico, fundamentalmente en el litoral.
A partir de los años cincuenta, en Palma, el Paseo Marítimo comenzaba a tomar forma bajo el impulso del ingeniero Gabriel Roca hasta convertirse, en la actualidad, en una vía rápida atravesada por vehículos privados y de mercancías y con la bahía de Palma atestada de barcos de lujo, grandes cruceros y muelles para la industria náutica.
Los ‘beatniks’ y los ‘hippies’ ponen de moda Eivissa
Desde el punto de vista social y político, se vivían momentos muy convulsos. Las tensiones entre los sindicatos y las patronales eran una constante en el Estado, y también en Eivissa y Formentera, en forma de huelgas, enfrentamientos y lucha obrera. Meses después de la victoria del Frente Popular de izquierdas en las elecciones generales, llega el golpe de Estado fallido, el 18 de julio, que conduce a la Guerra Civil. Durante la primera década de la posguerra (1939-1951) se perdieron todos los avances económicos logrados durante la II República relacionados con el avance del turismo y el desarrollo artístico-cultural. De hecho, durante los veinte años posteriores al final de la guerra, muchas familias emigraron a Mallorca, Argelia y América Latina, en busca de condiciones de vida dignas.
Durante la década de los cincuenta empieza a emerger otro nuevo fenómeno cultural–turístico en la isla. “En Estados Unidos aparece un movimiento contracultural muy importante: los beatniks, que descubren Eivissa. La isla es un lugar en el que nadie los persigue, pueden vivir tranquilamente, consumir marihuana y LSD e incluso alquilar casas y abrir bares. El puerto de La Marina (zona antigua de Eivissa) está lleno de bares regentados por beatniks”, asegura Cuesta. Cuando llegaron, se encontraron con una población local que les acogió bien.
“Ven que es gente tranquila, que va a lo suyo, no pide nada, paga el alquiler y los ibicencos les pagan con la misma moneda”, aclara Cuesta. Así se fue formando otro mito, el de la Eivissa abierta y tolerante. “No es tanto que los ibicencos quisieran entender la forma de vida de los beatniks, si no que les dejaban tranquilos porque los visitantes también les dejaban tranquilos a ellos. Las formas de vida de unos y otros no entraban en conflicto”, matiza. “Se trataba de una abundante afluencia de jóvenes, contestatarios y pacifistas, que llegaban atraídos por la sensación de paraíso que hallaron en Eivissa y Formentera, así como la tolerancia de sus habitantes”, coincide Cirer.
Los aeropuertos toman el protagonismo
El boom turístico registrado en Mallorca en los años cincuenta a raíz del aperturismo político del país, aún bajo la dictadura franquista, cambia el paradigma de los viajes. Frente al turismo de clase media y alta los trabajadores comenzaron a ahorrar e incluso a viajar, lo que provocó que el transporte aéreo se trasladase del aeródromo de Son Bonet al aeropuerto de Son Sant Joan. En Eivissa, su aeropuerto, que ya había funcionado como aeródromo militar durante la guerra, empieza en 1958 a acoger vuelos comerciales, abriéndose en 1966 al tráfico internacional, lo que supuso el inicio de la gran transformación económica y social de la isla.
El contexto europeo e internacional, con las protestas contra la guerra de Vietnam y las revueltas estudiantiles del mayo francés como telón de fondo, también tuvieron su repercusión en las Pitiüses, que empezó a recibir a un nuevo tipo de visitante, con una contracultura diferente a la de los beatniks: los hippies.
Pese a que el modo de vida hippie chocaba contra los valores de la dictadura nacionalcatólica, en Eivissa y Formentera encontraron un lugar donde sentirse libres. “Tienen un dress code: van descalzos (porque eso significa que están en contacto con la naturaleza) y los hombres con pantalones anchos de algodón, camisas desabrochadas y el pelo largo”, describe Cuesta, mientras que entre las mujeres predominaban los vestidos coloridos. El mundo occidental vivía el auge de la música rock, lo progresivo y psicodélico, época asociada al consumo de alcohol, la marihuana, el hachís o el LSD. Y en Eivissa, igual que los beatniks, encontraron un espacio en el que podían hacer todo eso y más: vivir en el campo y cultivar, practicar el sexo y el amor libre, el nudismo y todo ello con muy poco dinero. “La fama turística de Eivissa, en buena parte, está alimentada por el mito de los hippies, aunque no es que ellos lo hicieran voluntariamente”, afirma Cuesta.
El inicio del turismo de masas
La década de los setenta supuso la elección del turismo como “primera y única actividad económica de Eivissa y Formentera”, según Cirer. Esto implicó también el desarrollo de otros sectores relacionados, como la construcción. Este crecimiento se produjo sin ningún tipo de control, promoviendo un urbanismo desenfrenado, desordenado y sin planificación, fenómeno que se conoció en el archipiélago como balearización (un modelo turístico-inmobiliario que más tarde fue exportado por empresas de Balears al Caribe). Así comenzó una transformación inédita del paisaje natural, afectando, sobre todo, a las zonas costeras, cuyas calas y playas vírgenes quedaron desfiguradas por el hormigón. En esta época, abrían entre quince y veinte hoteles cada año. En 1970 había 113 hoteles y 182 hostales con 31.000 plazas, mientras que medio siglo después, Eivissa supera las 100.000 plazas turísticas.
“El crecimiento de esta nueva forma de alojamiento, ligado fuertemente a la especulación del suelo y la rentabilidad inmobiliaria, se inició en los setenta, pero es en los años ochenta cuando crece de manera vertiginosa. Esto fue generando fuertes concentraciones espaciales sobre el litoral y con formas asociadas a la masividad y estandarización propias de los patrones de producción fordistas”, explican, por su parte, los investigadores Enrique Navarro–Jurado, Daniela Thiel–Ellul y Yolanda Romero–Padilla en su estudio Periferias del placer: cuando el turismo se convierte en desarrollismo inmobiliario–turístico. Balears no será ajena a estos procesos.
“El big bang turístico que empezó en la década del 1960 fue expandiéndose progresivamente hasta la primera crisis sistémica internacional de 1973, una crisis que también afectó al turismo. Este primer impulso turístico y urbanístico se hizo en un contexto institucional plenamente franquista, al margen de las mínimas reglas democráticas”, subrayan, mientras tanto, desde PalmaXXI.
Con la excepción de Madrid, la estructura productiva se orientó hacia la terciarización mucho antes que ninguna otra región española y, gracias al turismo, una actividad muy intensiva en empleo, Mallorca sorteó mejor el período de crisis económica que otras regiones del país, como apunta, por su parte, Carles Manera en la obra Història del creixement econòmic a Mallorca, en la que asevera que, en paralelo, el turismo también ha sido una actividad muy extensiva en la utilización del suelo, provocando con ello externalidades negativas como la destrucción de los parajes naturales, el agotamiento de las reservas de agua y la saturación de residuos sólidos urbanos. Una situación que encendió las protestas de ciudadanos y organizaciones ecologistas contra el turismo de masas y la especulación urbanística, como las llevadas a cabo contra los intentos de una empresa de capital catalán de convertir la isla de sa Dragonera en una urbanización para veraneantes adinerados.
La evolución del archipiélago balear hacia el turismo de masas también se explica por la reconstrucción económica de la Europa de posguerra, la implantación del Estado del bienestar y la posibilidad de que las clases populares y trabajadoras pudieran disfrutar de vacaciones pagadas. En el caso de Eivissa y Formentera, además, durante las tres primeras décadas y prácticamente toda la primera mitad del siglo XX eran islas inmersas en la miseria, con tasas de mortalidad muy elevadas e índices de alfabetización muy bajos. Los ibicencos y formenterenses se dieron cuenta de que el turismo de sol y playa podría mejorar considerablemente sus expectativas económicas y su nivel de vida.
La última “transformación” turística: la apuesta por el lujo
En los ochenta, empiezan a cobrar protagonismo las discotecas, que darían todavía más fama internacional a Eivissa. Como en el resto del Estado, llegan drogas más duras, como la cocaína y la heroína. “Los hippies desaparecen: su movimiento estético, artístico y cultural. Pero queda un poso y cuando llegan las discotecas explotan bastante bien este laissez faire, laissez passer”, manifiesta Cuesta. Son los años de la transición y España quería parecerse a Europa. Para entrar en la UE había que crear sociedades libres y abiertas. Eivissa y Formentera, igual que Balears, lo apostaron todo a la apertura turística.
Ya en los noventa, frente a los cambios producidos en la demanda y los síntomas de agotamiento del turismo masivo y estandarizado, se inició una redefinición del destino caracterizada por el crecimiento y la diversificación de los alojamientos, con el negocio inmobiliario aún en la base del desarrollo del destino y el lanzamiento de ofertas complementarias principalmente asociadas a los campos de golf y los puertos deportivos.
Por un cambio de paradigma
Los empresarios del sector entraron en el siglo XXI buscando nuevos atractivos, también relacionados con el ocio. Especialmente en la última década, el sector ha apostado por el lujo y numerosos hoteles de dos y tres estrellas han pasado a ser de cinco. Algunos bares y restaurantes de playa, regentados por familias locales, se han convertido en beach clubs, es decir, locales de ocio diurno, con música electrónica en vivo y oferta destinada a la exclusividad. Y en el interior, durante este proceso de transformación, han aparecido hoteles rurales y agroturismos y muchas casas de campo pasaron a destinarse al alquiler turístico vacacional, mientras un creciente número de colectivos organizados exigen un freno al crecimiento turístico y una diversificación del modelo productivo frente al monocultivo turístico.
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