Su hermana Pilar estaba convencida de que había sido asesinado por la masonería. Otras teorías apuntan a que fue víctima de un sabotaje por parte del bando republicano, de elementos próximos a los sublevados e incluso del propio Francisco Franco. Sin embargo, la historia rebate con contundencia cualquier ambigüedad que pudiera rodear a la muerte de Ramón Franco Bahamonde, hermano menor del que a la postre se convertiría en dictador de España durante cerca de cuarenta años. El militar perdió la vida durante una misión de bombardeo cuando el hidroavión que pilotaba se precipitó en barrena frente a las costas de la bahía de Pollença, en Mallorca, entonces convertida en punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas al igual que durante siglos anteriores lo había sido para las rutas comerciales del Mediterráneo. Era el 28 de octubre de 1938.
Su muerte a bordo del monoplano CANT Z.506 Airone desató todo tipo de rumores, pues la de Ramón Franco no había sido una vida cualquiera. Aviador puntero -en 1926 protagonizó junto a Julio Ruiz de Alda y otros dos tripulantes el histórico vuelo transatlántico a bordo del Plus Ultra, erigiéndose tras ello en héroe popular en los años veinte-, fue un personaje molesto para unos y otros. Controvertido y díscolo, en 1931 se sumó a las listas electorales de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), ayudó a Blas Infante en su utopía de convertir Andalucía en un Estado libre, amenazó con bombardear el Palacio Real de Madrid, compadreó con Buenaventura Durruti y otros destacados anarquistas y encabezó la sublevación contra la monarquía en el aeródromo de Cuatro Vientos. Pero el golpe militar de 1936 lo puso en un brete.
“Su carácter, a medio camino entre el loco y el iluminado, entre el héroe y el ruin, condensaba las dos Españas que se batían a muerte. En ninguna de las dos podía tener acomodo y la muerte se lo llevó para que fuera leyenda antes que olvido”, subrayaba sobre él el escritor y piloto de aviación José Antonio Silva en su obra Mi Vida con Ramón Franco.
El estallido de la Guerra Civil lo condujo hasta Mallorca. Su hermano lo había nombrado teniente coronel y comandante de la base de hidroaviones de Pollença, pero su pasado republicano condicionó su presencia en la isla y generó gran malestar entre los oficiales de la Aviación Nacional, fuerza aérea de los sublevados. La llegada de Ramón Franco motivó, incluso, que el comandante en jefe de la Aviación Nacional, el general Alfredo Kindelán, formulara por escrito su protesta, refiriéndose al hermano del futuro dictador como “masón” y “comunista” e informándole de que “hay quienes muestran unánime deseo de que su hermano no sirva en Aviación, a lo menos en puestos de mando activos” e incluso de que algunos “solicitan que sea fusilado”. â
Los inicios
Nacido en Ferrol en 1896, Ramón Franco contravino un día los deseos de su madre, quien quería que se volcara en la vida eclesiástica. Desde muy joven se decantó por la carrera militar, ingresando en 1911 en la Academia de Infantería de Toledo, en la que se licenció en el puesto 37 de entre un total de 413 alumnos, como explica el historiador e hispanista Stanley George Payne en su obra Los militares y la política en la España contemporánea. Durante los siguientes diez años, Franco fue enviado como oficial de infantería al Protectorado de Marruecos, ingresó en la escuela de pilotos de la Aeronáutica Militar, donde obtuvo el título de aviador, y acabó destinado a la Base Aeronaval de El Atalayón, en Sevilla. Sus aptitudes lo convirtieron de inmediato en uno de los pilotos más reconocidos de la aeronáutica militar.
Tal fue su destacada labor que el 22 de enero de 1926 se embarcó en la aventura que lo catapultaría en la cima de la aviación. Siguiendo los pasos de los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral, quienes en 1922 realizaron la primera travesía aérea del Atlántico sur entre Lisboa y Río de Janeiro, Ramón Franco, el capitán Julio Ruiz de Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán y el mecánico Pablo Rada partieron, a bordo del Dornier Wal Plus Ultra, desde Palos de la Frontera para poner rumbo a Buenos Aires. Tras 10.270 kilómetros y 59 horas y 39 minutos, el Plus Ultra se posaba en tierras argentinas, desatando una oleada de fervor entre ciudadanos y autoridades políticas y reforzando las relaciones entre España y Argentina impulsadas con la llegada al poder del general Primo de Rivera.
“Será una emocionante prueba de que en estas tierras todavía jóvenes y dueñas de un porvenir imprevisible de grandeza, se está fundiendo, en el crisol de la fraternidad argentina, una nueva y hermosa etapa en la historia de la raza. Italianos, españoles, argentinos, todos pertenecemos a ella, y todos por igual nos enronqueceremos, el día memorable de la llegada del Plus Ultra, aclamando la gloria de la raza, personificada en el heroico aviador y sus compañeros en el triunfo”, ponía de manifiesto, el 6 de febrero, la revista argentina Caras y Caretas. Era la expresión de euforia con la que recibían la hazaña en el país sudamericano. La expectación generada llevó a otros medios, como Crítica, a batir su récord de ventas con una tirada de 900.000 ejemplares. Y hubo quienes llegaron a equiparar la hazaña con las travesías de Cristóbal Colón.
El recorrido político
Con motivo del éxito obtenido en el vuelo del Plus Ultra, Franco sería nombrado gentilhombre de cámara con ejercicio del rey Alfonso XIII, contra quien, paradójicamente, conspiraría poco tiempo después al sublevarse contra la monarquía en el aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid, en diciembre de 1930. Tras el fracaso de la operativa, se exilió junto a otros aviadores rebeldes en Lisboa y posteriormente en París. Con la proclamación de la Segunda República, regresó a España, donde fue nombrado jefe de la sección de Aeronáutica del Ministerio de la Guerra del nuevo gobierno provisional, para, en 1931, concurrir en las listas de ERC en junio y ser elegido diputado por la circunscripción de Barcelona en las Cortes constituyentes. Mientras su hermano preparaba el golpe de Estado contra el gobierno democrático, el aviador proclamaba urbi et orbi sus postulados progresistas.
Pero todo cambió con el golpe fascista de julio de 1936. Pese a tener un puesto asegurado en la embajada de Washington, donde había sido nombrado agregado aéreo por el gobierno de Alejandro Lerroux, Ramón Franco decidió regresar a España y unirse a los sublevados. Los motivos que lo condujeron a ello han sido objeto de discusión a lo largo de las décadas: si bien unos apuntan a que, con el estallido del conflicto armado, los lazos familiares ganaron más peso que sus convicciones políticas, con su hermano Francisco liderando el bando de los rebeldes, otros creen que el detonante fue el fusilamiento de su antiguo amigo Ruiz de Alda, con quien años antes había compartido la hazaña del Plus Ultra, en la cárcel Modelo de Madrid.
“A mí lo que me interesa ahora es que se salve España”
De inmediato, el futuro dictador lo envió a Mallorca para comandar la aviación de la isla. En el libro Carmen. El testimonio novelado de la hija de Franco, nacido de una extensa entrevista con la periodista Nieves Herrero, se relata cómo un comandante del cuerpo de inválidos se dirigió en público a Ramón Franco para preguntarle si no era comunista, a lo que éste le respondió: “A mí lo que me interesa ahora es que se salve España. Poco me importa lo que haya sobre su escudo con tal de que sea honrado y haya alguien que mande”. A partir de ese momento, según el testimonio de Carmen Franco, ya no volvieron a decirle nada al respecto.
El papel de Ramón Franco fue determinante a la hora de dar el visto bueno a obras y proyectos convertidos en paradigma de los trabajos forzados a los que fueron sometidos en la isla los presos del franquismo.â Entre ellos, el concerniente al ferrocarril militar de la estación de Sa Pobla al Port d'Alcúdia. En 1938, el aviador se mostró de inmediato a favor del nuevo trazado, próximo al aeródromo de Pollença, convertido en la principal base de operaciones de la Aviazione Legionaria italiana desplazada a España para apoyar a los sublevados. Las obras del ferrocarril fueron presupuestadas en 1,9 millones de pesetas. Los trabajos, sin embargo, no verían la luz.
Y es que, después de que, el 19 de julio de 1936, el recién proclamado comandante militar de Balears Manuel Goded declarase el estado de guerra en las islas y asumiera el control absoluto de Mallorca y Eivissa, se desataba una dura represión que, como sostiene el historiador Bartomeu Garí Salleras, ya había sido planificada meses antes del conflicto y sería perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas. Fue en ese contexto cuando entraron en escena los campos de concentración y la utilización de los presos franquistas para erigir y acomodar las infraestructuras a los intereses de los golpistas.
El despegue mortal frente a la Bahía de Pollença
Un día, el 28 de octubre de 1938, Ramón Franco se preparaba para unirse a una misión: bombardear el puerto de València. Las condiciones meteorológicas no eran propicias y la tormenta arrojaba su furia sobre la bahía de Pollença, desde donde tenía previsto despegar a bordo de un CANT Z.506B. Pese a ello, el aviador decidió salir de puerto. “Despegamos: el tiempo era malo y había nubes aisladas que pasamos. Una vez encima de las nubes, y alcanzados los cuatro mil metros pusimos rumbo al Cabo Formentor, para no sobrevolar la población de Pollensa. Yo iba a la izquierda de Franco”. Quien así lo relataba fue el aviador del bando franquista Rodolfo Bay. Su avión y su tripulación estaban inicialmente destinados en ese vuelo a Ramón Franco, y viceversa. Sin embargo, como relató Bay en una entrevista a la revista Mach.82, finalmente se decidió que intercambiaran papeles: “La orden nos extrañó muchísimo por lo inusual, y así lo comentamos”.
Bay, futuro fundador de la aerolínea Spanish Air Taxi (Spantax), relata en estos términos qué sucedió después: “Cuando pasamos por encima de Formentor, el avión de Franco redujo mucho la velocidad y se quedó parado en el aire. Me vi imposibilitado para continuar a su lado. Intenté sacar flaps para no caerme y no pasarle, pero fue inútil. El avión de Franco se inclinó sobre el ala derecha e inició un picado que acabaría en el mar con el aparato estrellado y todos los ocupantes muertos”. Al día siguiente fueron recuperados todos los cuerpos, excepto el del cabo de radio José Canaves, que desapareció junto a los restos del avión.
Rodolfo Bay: “Para mí fue muy claro que fue un sabotaje”
Preguntado por las causas del siniestro, Bay se mostraba tajante: “Para mí fue muy claro que fue un sabotaje. Muy bien preparado pero un sabotaje, sin duda. Es muy difícil demostrarlo al cabo de los años, pero no me cabe duda de que el avión estaba preparado para que ocurriese lo que ocurrió”.
Varios días después, el diario republicano La libertad mencionaba el fallecimiento de Ramón Franco: “Ni la muerte puede imponer un respetuoso silencio, tratándose de un malvado y traidor, cien veces traidor, como Ramón Franco. Aventurero de la aviación, logró un éxito resonante más por audacia que por verdadero mérito, en el que le superaban sus acompañantes del 'Plus Ultra'”. Y proseguía el artículo: “Hombre inmoral, su vida pública fue una ignominia, y su vida privada, una depravación; malnacido militar, tuvo miedo de bombardear edificios públicos en diciembre de 1930; pero no ha vacilado ahora en lanzar toneladas de explosivos sobre ciudades indefensas y masas de mujeres y niños, y cuando ha encontrado la muerte no fue en lucha heroica con el enemigo, sino al ir a escupir cobardemente su carga de trilita sobre algún pobre poblado levantino. Todo en Ramón Franco era falso y mezquino y despreciable”.
Apenas unas escuetas palabras sirvieron al golpista Francisco Franco para recordar a su hermano: “No es nada la vida que se da alegre por la Patria, y siento el orgullo de que la sangre de mi hermano, el aviador Franco, se una a la de tantos aviadores caídos”. No acudió al velatorio, celebrado en el Ajuntament de Palma al paso de cientos de mallorquines, ni tampoco a su entierro en el panteón de los aviadores militares del cementerio de la capital balear. En sus memorias, el diplomático falangista Ernesto Giménez Caballero consignaba que se encontraba a solas con el futuro dictador “aquella mañana en Burgos, cuando le notificaron la muerte trágica y bella de su hermano, a quien quería mucho y admiraba”. “No se inmutó, retirándose tras saludarme. Tuvo el mismo gesto que cuando supo la muerte de Sanjurjo, la muerte de Mola”, añade.
El aviador Silva descartó, por su parte, la hipótesis de que Ramón Franco había muerto víctima de un sabotaje o del derribo por parte de un caza italiano dirigido a evitar un supuesto intento de fuga de Ramón, como también se barajó. A su juicio, el siniestro pudo ser motivado por el hecho de que el hidroavión iba cargado de cola por las bombas y que el CANT era un aparato difícil de manejar para el que el militar no estaba preparado. La destrucción del avión, hecho amasijos tras caer al agua, dificultó la investigación. El informe oficial apuntó a un “agarrotamiento de mandos”. Como dejó sentenciado Silva, “el héroe del Atlántico, el revolucionario republicano, masón, anarquista, diplomático y valeroso jefe de las Fuerzas aéreas de Balears” entraba en la Historia “envuelto en los velos del misterio”.