S’Arenal es conocido hoy por las exaltaciones alcohólicas y los esperpénticos actos de los turistas alemanes y británicos, como aquel que hace poco defecó sobre la cara de otro abatido ya por la sangría. Pero antes de todo esto, aquella zona de Mallorca era un paraíso de dunas, pinares y aguas cristalinas. Por entonces lo idílico era lo real. Es decir, un sitio realmente fantástico para construir una urbanización. Bueno, varias. Una de ellas se acabó llamando Los Sometimes. Su historia y la de este curioso nombre fijo que tienen que ver con el turismo, podría pensar el lector. Pero, ¿y si no fuera así?
Si la isla de Mallorca tiene forma de cabeza de cabra, Palma es la nuez del animal. Bajando por el cuello, hay un primer tramo que fue (hoy solo hay trazas) una extensión costera de arena con salpicones de roca. La piedra se consolida a medida que vamos descendiendo, y se hace dominante donde está situado el gran aeropuerto de Son San Joan (Palma). Pasada esta arteria aérea, y tras una primera zona residencial, llegamos al gran arenal. Unos 5â¯km y algo sin interrupción. Justo en el centro está Los Sometimes.
“Mi abuelo fue el que trajo los alemanes a Mallorca, o sea, que no se apunte nadie ese tanto”, comenta Rafa Cerero Bejarano, nieto de Luis Bejarano Murga. Lo dice en tono jocoso, con un marcado acento vasco. El abuelo, Luis Bejarano, es la pieza olvidada que explica gran parte de la historia de la zona. Y del nombre. Él es el creador de Los Sometimes.
Los terrenos que compró eran parte de un pinar de una finca agrícola llamada Son Sunyer y los obtuvo “a peseta el metro cuadrado”, dice Rafa. Eso sí que es una inversión. Lo que adquirió Luis Bejarano Murga era parte del Pinar de Son Sunyer. He aquí el nombre primigenio. Ahora, en boca de cualquier local, Sometimes se pronuncia tal y como se lee en castellano: So-me-ti-mes. Y con el tiempo ha perdido el artículo de delante. Ni rastro tampoco de nadie que lo diga fino y en inglés. Aunque los más mayores dicen Sometines.
En boca de cualquier local, Sometimes se pronuncia tal y como se lee en castellano: So-me-ti-mes
Según el filólogo y investigador local Dídac Martorell, Los Sometimes se hizo siguiendo “el mismo patrón de otras urbanizaciones construidas antes en esta la zona, las ciudades jardín”. Martorell es un estudioso de s'Arenal porque creció justo ahí, en Les Meravelles (Las Maravillas, en castellano), otra urbanización con nombre curioso. Desde pequeño quiso saber por qué vivía rodeado de hoteles, conocer “lo que había pasado allí”. Su tesis doctoral, en desarrollo, va de eso, de conocer s'Arenal antes del boom y como se transformó. Lo estudia a través de los trencadors de marès, fundadores de los pueblos de Son Sunyer.
Antes de la Guerra Civil, se urbanizó Las Maravillas y en los 50 empezaron con Los Sometimes. La lógica creadora era así: “Construían el hotel, hacían casas de veraneo alrededor y lo vestían con servicios: bares, tenis, una zona ajardinada, etc.”, explica Martorell. Realmente estaban “destinadas a la burguesía de Palma”, eran casas de veraneo que “no se pensaron para los primeros extranjeros que empezaban a llegar a mediados de los 50”. S'Arenal se anticipó al boom turístico, que suele datarse en los 60. Algo sabían los promotores. Que Los Sometimes se construyera tan tarde -o tan a tiempo para el boom- puede tener más de una explicación. Sin poder preguntar al protagonista, fallecido en el 83, solo nos queda su vida para intentar entenderlo.
Luís Bejarano Murga, motero y empresario
Hay que imaginarse en los años 50 a un vasco nacido en el 1900, pelirrojo, de apenas metro 70 y tuerto, probando las primeras motos españolas —a toda hostia— en esa carreterita entre las dunas de S’Arenal. Lo de tuerto, no es por faltar. Luis Bejarano se quedó tuerto en uno de sus accidentes de moto; los brazos, el cráneo y las piernas que se fue rompiendo se disimulaban mejor. Casi todo lo que se encuentra escrito de él está relacionado con la empresa que llamó con el acrónimo de su nombre y apellido: LUBE. La primera fábrica de motos del estado, junto a Montesa, y que inició en 1947 en Bilbao. “Las motos eran su pasión y la carretera de s'Arenal era una recta casi perfecta donde probar los prototipos”, confirma su nieto.
Venía de familia con posibles. De aquellos linajes de un lado de la ría de Bilbao, que hizo fortuna con las vetas de metal que explotaban en el otro margen fluvial. A él le dio por las motos. En el 27 empezó a distribuir las más famosas del momento: FN, Rudge, Veloccete y luego las inglesas Duglas. Precisamente en la empresa Duglas, de Bristol, estuvo trabajando antes de la guerra. Durante la Guerra Civil sus planes se ralentizaron, también Los Sometimes. “Básicamente, en la guerra se escondió de unos y otros”, su apodo “Rojo Bejarano”, referencia exclusiva a su pelo, le salvó de un encontronazo con los milicianos, cuenta el nieto. Después “su única prioridad fue la fábrica”, dice Rafa, que describe a su abuelo entregado a la causa de motorizar el país.
El creador de los Sometimes fue un famoso empresario vasco dedicado a las motos. Nacido en 1900, pelirrojo, de apenas metro 70 y tuerto: así era Luis Bejarano
Antes de abrir la fábrica, Bejarano había participado en muchas carreras, pero en esta faceta de empresario también fue padrino de grandes corredores y montó su propia competición: “Los 2.000 km Lube”, Bilbao-Málaga-Bilbao. “¡En esa época, imagínate las carreteras! Y tardaban unas 72 horas sin parar nada más que a repostar”, dice el nieto. En los 50, LUBE se consolidó como líder del mercado. Entonces ya pudo ponerse con los terrenos en Palma.
Si la figura de Bejarano es un recuerdo muy lejano, aquí, y fuera de las motos, imaginen la del constructor local que tenía que poner calles encima de las dunas. Dídac Martorell tiene un arsenal de documentos que, vistos en su totalidad, señalan lo importante. Nos hace consultar un libro de la historia de s'Arenal, escrito por el hotelero Pere Canals. Allí leemos que Josep Ignaci Mayol Estévez, constructor, fue socio del vasco. Josep Mayol, de raíces mallorquinas, nació en México y luego volvió. Según el libro, cada uno compró 10.000 metros cuadrados de aquel Pinar de Son Sunyer. Por eso hay calles con nombres de sitios vascos (Algorta) y calles Mexicanas (Veracruz, Acapulco). El señor Mayol prosperó en la otra pata jugosa de la economía balear. Construyó tanto que llegó a tener 500 personas trabajando para él.
Bejarano era el presidente del Hotel Cristina, el más importante de la zona, y lo llamó así por su hija más pequeña. Pero eran tres socios propietarios. Un vasco, un mallorquín/mexicano y un alemán. No hay chiste. Cada uno era dueño del 33% del hotel, según el mismo libro.
Ahora solo nos hace falta presentar al alemán: Gerd Stieler von Heydekampf, presidente y director de la NSU, fabricantes alemanes de bicis, motos, y bajo el régimen nazi de aquello que les pidieron, aunque todas las biografías aclaran que no compartían su ideología. NSU es, hoy, la empresa Audi. En 1952, LUBE llegó a un acuerdo con la empresa, montaban algunas NSU en Bilbao y usaban sus componentes. El nieto recuerda este señor por el Hotel Cristina, de ahí que su abuelo sea el que introdujo los alemanes en Mallorca, “no el primero”, aclara, pero alguien importante que “sí que tuvo algo que ver en eso, claro”.
Además del vasco, había otros dos socios: un mexicano y un alemán. El germano era presidente y director de la NSU, que es hoy la empresa Audi
El hotel fue de los más importantes de la zona. Tanto, que se celebró allí la primera edición del Festival Internacional de Canción de Mallorca. Cuando el “all in” al turismo ya estaba más que hecho, eventos como estos eran gasolina para el sector. En las próximas ediciones de este festival saldrían hits como uno que dice así: “Será maravilloso viajar hasta Mallorca”. Una canción que, por cierto, ni es popular en Mallorca ni suele agradar a los locales porque poco tiene que ver con la isla o sus gentes, al contrario de lo que creen los peninsulares.
Hoteles, peces que comen pieles muertas y 'guiris'
El actual Sometimes tiene una calle principal con forma de herradura. Los extremos dan al paseo marítimo. Antes, el paseo era la única carretera de la zona y partía las dunas, que no eran algo fijo y contenido detrás de un murito de hormigón; perfecto para sacudirse la arena de los pies.
Si hay una forma de empezar a conocer la zona, la primera parada deber ser el citado Hotel Cristina. El corazón de la urbanización. No está frente a la playa, porque delante hay una manzana Frankenstein con un establecimiento de comida rápida, un restaurante saludable, otro hotel que se llama “Selection Platja de Palma” y, por no alargar la lista, un sitio de pececitos que comen piel muerta de los pies. Detrás de todo esto, se ve el hotel. Ahora lleva el nombre de una cadena hotelera, pero Cristina sigue siendo el apellido.
El Hotel Cristina actual es una mole sobria, blanca, en forma de letra “k” sin el palito diagonal de abajo. Tiene los balcones a los lados; vamos, que no dan al mar. Pero tienen piscina propia, pistas de pádel y tenis. Y está rodeado, casi escondido, por pinos imponentes. Aunque este Hotel Cristina es falso. El verdadero, inaugurado en 1961, explotó. En realidad, lo hicieron volar por los aires con dinamita en 1986 y lo retransmitieron por la tele. Así lo pudieron reconstruir y ampliar. El antiguo hotel parecía una escalera al cielo, y en cada peldaño había terrazas y balcones, ahora sí, mirando al mar.
Este Hotel Cristina es falso. El verdadero, inaugurado en 1961, explotó. En realidad, lo hicieron volar por los aires con dinamita, en 1986, y lo retransmitieron por la tele
¿Una iglesia encima de una duna?
Detrás del Hotel Cristina hay, según dicen, una iglesia. Sin Google Maps es difícil de encontrar, porque está metida dentro de una manzana de casitas residenciales contigua. Para llegar hay tres senderitos que son, realmente, los huecos entre las casas. De pura chiripa nos metemos por el que tiene un baño portátil festivalero o de obra en la entrada. Igual no hacen falta indicaciones para llegar a Dios. Parece que se está cometiendo un allanamiento de morada, pero hay que tener fe. Enseguida se ve. Ahí está.
La iglesia está elevada sobre un montículo lleno de pinos titánicos y desde atrás parece más una ermita: cuatro paredes de piedra y un techo a dos aguas. Es como si la hubieran soltado ahí encima con una grúa moderna. O bien fue así, o bien es un vestigio histórico que ha resistido al invasor constructor quedando rodeada. “La iglesia fue cosa de mi abuelo”, dice Rafa.
Sin la confirmación posterior del nieto y la bendita hemeroteca, que dice que se puso la primera piedra el 24 de mayo de 1956, uno creería que esto es antiquísimo. Si no se visita en domingo también se cae otro prejuicio: que aquí alguien se dejó esto olvidado. Pero justo hoy, a medida que nos acercamos por detrás, se escucha un canto celestial de voces femeninas en una lengua desconocida. Como de banda sonora de película de fantasía. La luz, que se cuela entre los pinos mecidos por el viento, refuerza la escena.
La parte delantera de la iglesia no es solo de piedra, también tiene marès. Arena fosilizada. Miles de conchas comprimidas y pegadas por la cola del tiempo en un conglomerado duro. Sedimentos formados durante siglos, extraídas en un pestañeo geológico a no muchos metros de aquí. No nos desviemos. Hay una escalera para entrar a la iglesia. Lo que pasa es que hoy está llena de gente que mira hacia donde salen los coros. Llevan casi todos camisas blancas, con cenefas rojas y verdes. Hay muchos niños vestidos de domingo que corretean aleatoriamente.
Abajo de las escaleras, en una zona más plana hay un buen tinglado: mesas con comida, un paellero a punto, una neverita de bar, globos y guirnaldas amarillas y azules. Están montando un pequeño equipo de música y con el trajín de los trastos se llega a ver que estamos encima de la arena. ¿Y si este montículo es la última duna del s’Arenal? ¿O son escombros de las casas?
“Hoy celebramos los 20 años de la iglesia ucraniana en Mallorca”, explica desde aquí abajo Yuryí Zubko, presidente de la asociación de familias ucranianas. Antes estaban en otro sitio, ahora celebran la misa aquí “los sábados y domingos, desde hace unos 5 años”, explica. La iglesia de Los Sometimes sirvió de almacén para los productos del primer camión que mandaron como ayuda a Ucrania el año pasado. Subieron las donaciones, y cuando fueron suficientes las volvieron a bajar y las llevaron en furgonetas a un camión del polígono. No era óptimo el montículo, así que les cedieron una nave que lo hace todo más fácil.
Habrá un centenar de personas. “Desde que empezó la invasión en febrero, porque la guerra ya existía, la comunidad creció; llego mucha gente aquí y algunos se quedaron”, dice Yuriy. La asociación nació en 2014, cuando Rusia invadió Crimea. Su objetivo era juntar a los ucranianos residentes en la isla y dar a conocer el conflicto, explicando a los ciudadanos lo que estaba pasando, “luchando así contra la propaganda rusa”, dice Yuryi. Usaron sus bailes, canciones y gastronomía. Querían enseñar que tenían su propia cultura. “Mucha gente se pensaba que éramos lo mismo”, comenta. Siguen haciendo estas cosas, porque además “sirven para enseñar a nuestros niños sus raíces, su historia”, añade.
Durante el franquismo las iglesias jugaba un papel fundamental en cada barrio. Hay una entrevista en la hemeroteca del Diario de Mallorca al socio de Bejarano. ¿Se acuerdan del mexicano? En el papel sale como “Don Pepe” Mayol. Y se confiesa como ideólogo de la iglesia, “culminación de aquella gran obra” de Sometimes, escribía el redactor, que antes lo describe como “un verdadero paraíso para los que tienen la suerte de poder pasar el verano en aquella risueña urbanización”. El periodista le preguntó quién pagaría la iglesia. “Don Luis Bejarano”, responde sin añadir más. Él la construyó, bueno, sus obreros. La primera piedra de la iglesia fue el pistoletazo de salida para ir engordando Los Sometimes.
Habiendo dado la vuelta entera a la calle ya volvemos a ver la playa. Esta zona es alemana. Pisos altos y apartamentos decadentes. Todos los carteles de comercios están en inglés o alemán. Si de tanto andar a alguien le ha entrado hambre, por lo visto, aquí lo que se lleva son las Baguettes. Tras preguntar a los restauradores podemos concluir que son bocatas sin aceite. Eso sí, llevan lechuga. A los alemanes les flipa, dicen. También hay pizza, hamburguesas y schnitzels. Este caos identitario de la zona lo tendrá que valorar un antropólogo.
Cambio de nombre: de Bilbao a un hotelero mallorquín
Saliendo por el sendero de arena que da a las escaleras, estamos de nuevo en la calle principal, la de forma de herradura. Aquí hay otro lío con los nombres. La calle se llamaba, hasta 2011, Arenas de Bilbao. “Arenas era la zona donde veraneaba la familia en Bilbao”, cuentan los nietos. La Playa Arenas, en Getxo. Ahora se llama Bartomeu Xemena. Los vecinos saltaron.
Una década después, hay dos casas que aún mantienen carteles reivindicativos en las persianas. Las entrevistas que hicieron a los residentes en aquel entonces dejan claro la “disconformidad por el cambio”. Y en un primer momento no tenían nada en contra del hotelero Bartomeu Xemena, presidente honorario de la Asociación de Hoteleros de la Playa de Palma. Breve inciso, Playa de Palma fue como las élites quisieron renombrar la zona de s’Arenal. Así tenía más empaque para el mercado turístico.
A medida que avanzamos en la hemeroteca llegamos a un artículo en el que los vecinos explican que van a investigar el pasado militar de Xamena, que se acababa de desvelar muy por encima en un libro de memorias de otro hotelero bien conocido, Bartomeu Sbert. Al parecer, según Sbert, el señor Xemena llegó a “alférez provisional del ejército” sublevado contra la II República. Lo que vendría a ser como oficial, pero provisional y solo lo que durara la guerra. Querían ver si con ayuda de la ley de Memoria Histórica del 2007 podían recuperar las Arenas de Bilbao. La cosa quedó ahí, soterrada en la hemeroteca y en dos carteles perfectamente plastificados.
Sin salir de la calle Arenas de Bilbao, lo que queda de aquella urbanización son algunas casas. Las que son claramente de la época, casi ni se ven. Las yedras, ficus, buganvilias y otras delicias de jardín del siglo pasado han ganado espacio. Destaca el número de palmeras. En el paraíso no faltan dátiles ni cocos. Vistas desde la crueldad de ahora, lo que las une es el estilo arquitectónico veraniego un tanto hortera. Bueno, y que se decantaban por pintarlas de blanco, pero no se imaginen algo ibicenco. Salvo alguna renovación reciente, la zona no parece generar mucha atracción de los inversores.
Lo que queda de aquella urbanización son algunas casas. Las que son claramente de la época, casi ni se ven
La mayoría de chalets no pasan de las dos plantas de alto. Los únicos que parecen permanentemente habitados son más recientes y más tipo apartamento. Tienen menos floritura y los jardines son soleras de cemento embaldosadas. Se pueden tocar algunos timbres, pero aquí nadie abre la puerta. En un segundo se escucha una familia mallorquina comiendo. Es una zona tranquila, las cosas como son. Pero este glamour se ha quedado anticuado. Hay algunos caminos sin salida entre las casas. Ahí es donde se ve la arena. De que esto era para el veraneo no hay duda. No queda rastro visible del Club Lube, un espacio social donde se hacían actividades de todo tipo, desde vender algunas motos a jornadas de tiro al pichón.
Entre las casas se paseaba también un “garriguer” con un perro, que traducido sería algo como guardabosques, pero con una escopeta y una especie de banda de miss colgada junto con los poderes para proteger los chalets y bungalows de ocupaciones y hurtos de más. Dídac Martorell apunta que su contratación es otro ejemplo de que siguieron la filosofía de Las Maravillas, que tenía desde antes su propio segurata contratado “por parte de todos los vecinos, que crearon para ello la primera Asociación de Vecinos en Palma”, rara avis en pleno franquismo.
Por estas calles no hay ni una referencia visual al nombre de “Sometimes”. En cambio, en el portal de una casa -a medio eviscerar por una reforma integral- hay una plaquita cerámica con este nombre. Parece que la han intentado quitar de un dintelazo perezoso. Los Sometimes pudieron llamarse PINOMAR. “Todo apunta que igual Pinomar no cuajó, mira, fíjate”, dice Dídac, que tiene una foto del proyecto original de urbanización que encontró en el archivo municipal. El nombre es, efectivamente, “URBANIZACIÓN PINOMAR”, en grande, pero abajo más pequeño aparece (Los SOMETIMES). “Seguramente”, reflexiona el filólogo, “Pinomar era como querían llamarlo, o al menos de forma oficial”, pero Los Sometimes ya tenía tanta fuerza que no pudo no salir en la portada del proyecto.
¿Por qué se llama “a veces” en inglés?
Martorell afirma que sobre el origen del nombre las ha escuchado de todo color. Una tiene que ver con la base militar del Puig Major. Dos grandes bolas que plantaron los americanos durante el franquismo encima del pico más alto de la isla, un radar. Le contaron a Martorell que algunos tenían casas en esa zona de s’Arenal e iban a veces; es decir, “sometimes”. Poco convincente porque nadie lo pronuncia en inglés. Otra, viene del libro de historia del hotelero Canals y cuenta que una de las hijas de Bejarano fue a estudiar a Inglaterra, o bien estudiaba inglés, y se lo propuso como nombre al padre. Esta puede que fuera la teoría que más se extendió, poner un nombre en lengua extranjera, que sonaba mejor, para que se sintieran como en casa.
Luego hay otra que sale de una fuente difícil de cuestionar. Josep Mascaró Passarius buscó y quiso conservar, durante el siglo pasado, algo tan complejo como la identidad. Por eso fue arqueólogo, toponimista, historiador, editor y periodista. Hoy convertido en cita ineludible en cualquier trabajo de investigación por su extensa obra bibliográfica. En uno de sus libros, sobre toponimia, ya se fijó en la extrañeza del nombre Sometimes. Y dio con una explicación.
Tras molestarse por el mal gusto de nombres inventados sobre mapas turísticos vendidos en gasolineras, escribe que, según la “versión popular”, Sometimes era el mote de una amante de “cierto regidor del Ayuntamiento de Palma”. Aquí el menorquín fue elegante, o cauto, y no dio nombres. El apodo acabó “dando nombre a una casita de veraneo situada en este lugar, entonces solitario, alejado y escondido de miradas indiscretas”, donde el regidor y esta mujer “pasaban en parsimonia los entretenimientos del fin de semana”.
Ahora solo nos queda preguntar directamente a los nietos de Bejarano si ellos saben el origen del nombre inglés. Coinciden las versiones entre ellos. El abuelo llamaba cariñosamente a sus hijas “soletines”. Un diminutivo de sol, “solecitos”, vaya. De soletines a sometines (como lo dicen los mayores) y, finalmente, derivado a un correcto inglés pronunciado a la nuestra: Sometimes. Era Bejarano el que tenía dos socios, y no al revés. Él acabó nombrando aquello.
“Lingüísticamente es difícil de explicar que una ‘ele’ acabe en una ‘eme’, es raro, pero la historia de la familia parece la más veraz”, dice Martorell. “Descarto totalmente que venga de la palabra inglesa, porque nadie lo ha llamado así nunca”, añade. Cuando se hizo oficial el nombre le pusieron “Los” delante, haciendo referencia a alguien, a un “nosotros”. La derivación final será siempre un misterio porque en los últimos años han desapareció aquellos soletines.
La clave para que se generasen todas estas teorías fue que no quedó nadie para poder contar la historia. Dejaron el hueco ideal para que nacieran grandes elucubraciones, muchas mejores que la pequeña anécdota familiar. El hotel se vendió en el 76. El abuelo Bejarano estaba ya cansado o de retirada, “aunque eso él no lo habría admitido nunca, porque no dejo de andar en moto hasta que se murió”, dice el nieto. Desde entonces, la familia no volvió a poner un pie en la isla, o al menos con los que hemos hablado. Después de Mallorca hizo algunos negocios más en Canarias; hoteles y apartamentos. Murió en 1983 de un infarto en Tailandia. Puede que buscara ahí una nueva carretera entre las dunas, menos rodeada de cemento.