Era en 1972 cuando una persona misteriosa, aparentemente semianalfabeta, escribía una carta en el Diario de Mallorca defendiendo el mallorquín por delante de un estándar del idioma catalán ‘abarcelonizado’. Ese fue el inicio de una lucha dialéctica y sociolingüística entre ‘Pep Gonella’ y Francesc de Borja Moll. La base de las reclamaciones de Gonella eran claras: se debía respetar más la variante mallorquina. Esa idea, que los estudiosos dicen que en principio no cuestionaba la unidad de la lengua catalana, ha acabado por ser una punta de lanza utilizada por un sector de la sociedad y un amplio abanico político para confrontar a la sociedad isleña.
‘Pep Gonella’ adoptó su nombre a partir de la palabra ‘gonella’, que es una pieza indumentaria de los payeses. Su elección no es casual, ya que con ello acababa representando el folclorismo en su raíz más pura en la isla. Pero detrás de esta persona anónima y que –en teoría– apenas sabía escribir se encontraba ni más ni menos que uno de los editores del diario donde se publicaron las cartas. Lo desveló IB3 Televisió 45 años más tarde: la persona detrás del seudónimo de 'Pep Gonella' era Josep Zaforteza, también magistrado del Tribunal Superior de Justicia de las Illes Balears.
“Su objetivo, dejemos ahora si con buena o mala intención, es deshacer buena parte de lo que se ha conseguido en la construcción del estándar relativamente unitario que tenemos y que, a pesar de algunas dificultades, permite al catalán funcionar como las lenguas de cultura normales, todas dotadas de un estándar potente”. Así lo detalla en un artículo de su web personal el filólogo Gabriel Bibiloni.
Por su parte, el ilustrador y artista Xavier Canyelles condensó toda la historia del gonellismo en el libro ‘Gonellismo: análisis del fenómeno sociolingüístico mallorquín’. Explica que el movimiento nació con la idea de eliminar el “purismo” y que hasta Antoni Maria Alcover, el primer presidente de la sección filológica del Institut d’Estudis Catalans (IEC), “en su momento también defendió esta idea”. No la del gonellismo, sino que “todas las variantes forman parte de una misma lengua”. De hecho, Canyelles insiste en que el mismo Alcover escribía con el artículo literario –el que se utiliza en el catalán estándar– en vez de con el salado –el propio del dialecto balear– cuando se debía. Esto es algo que los 'gonelles' rechazan en absoluto: ellos defienden que se debe escribir siempre en salado y hasta incluso cambiando algunas otras palabras, como por ejemplo el término ‘llengo’ (sic) en vez de ‘llengua’.
Los ‘gonelles’ basan gran parte de su argumentario en Alcover, aunque a partir de “reseñas malinterpretadas o descontextualizadas”, explica a este medio Canyelles. Es decir, esta corriente que se generó a partir de las cartas y la opinión de Zaforteza moldeó los conflictos que Alcover acabó teniendo con el IEC para poder defender sus ideas. Pero nada más lejos de la realidad: si Alcover decidió elaborar el diccionario catalán-valenciano-balear, por ejemplo, no fue con una intención normativa, sino descriptiva. “Dicen que Alcover pidió perdón por vender a los mallorquines al catalanismo, pero no era así. Eran conflictos internos que tenía él con el IEC, nada que ver con que fuera anticatalán”, comenta Canyelles.
Los ‘gonelles’ basan gran parte de su argumentario en Antoni Maria Alcover, el primer presidente de la sección filológica del Institut d’Estudis Catalans (IEC), aunque a partir de reseñas malinterpretadas o descontextualizadas
La evolución del gonellismo
El autor asegura que “se puede comparar el gonellismo con el conspiracionismo de la plandemia, el 5G y los microchips”. De hecho, la idea de que el gonellismo ‘simplemente’ defendía las variantes mallorquinas por delante de las más ‘abarcelonizadas’ –una idea similar a la del blaverisme valenciano– ha quedado marginada. Es Bibiloni quien resume en uno de sus artículos que “el uso ordinario de gonellismo se aplica hoy a cualquier posicionamiento contra la unidad de la lengua o contra la unidad básica de la normativa, o incluso a las posturas visceralmente antiprincipatinas –en referencia a Catalunya–, que suelen ser regularmente expresión de un provincianismo bastante primario”.
Lo cuenta en otras palabras Canyellas, quien expone que “por un lado existe el gonellismo originario, que reivindica la validez de las palabras, de las formas propias de Mallorca, de luchar por el artículo salado –que ya es un error–, y de luchar por un balear de uso formal” y que, después, apareció el que es secesionista. Es decir, aquel que dice que el mallorquín es una lengua diferente, como lo es el italiano del español. De hecho, el propio Zaforteza, que fundó la Fundació Jaume III (Sa Fundació, hoy), cambió de parecer con los años. Fue en 2013 cuando mandó una carta a la entonces presidenta del Parlament, Margalida Duran (PP), en el que era bastante claro sobre la no unidad de la lengua: “Ojalá [nuestros dialectos] logren pervivir independientes y no confundirnos con la lengua catalana”.
De hecho, Zaforteza solicitó la modificación del Estatut de Autonomía y de la Llei de normalització lingüística: “Se hace absolutamente necesario y urgente modificar el Estatuto y legislar desde nuestro Parlamento todo lo conveniente para la conservación de nuestro dialecto mallorquín”. También puso en evidencia que esa cuestión surgía a partir de una confrontación territorial: “Máxime ahora que ha aflorado el tanto tiempo larvado soberanismo catalán”.
De hecho, el sentir gonellista tuvo dos intentos de arranque más con los años. Uno, este que tiene que ve con el conflicto territorial. Y otro, cuando el expresidente del Govern de les Illes Balears, José María Bauzá (PP), intentó reducir al máximo el catalán –con la aplicación de un sistema trilingüe en las escuelas que desbancaba al catalán como lengua principal de la enseñanza, por ejemplo– e incluso ordenó la implantación del artículo salado en la televisión autonómica sin consultar a la Universitat de les Illes Balears (UIB), la máxima autoridad competente en materia lingüística del archipiélago.
La extrema derecha y un idioma inventado
Dentro del secesionismo existe una “teoría extraña”, en palabras de Canyelles, con una versión nueva de la historia y del origen de la lengua catalana: el mallorquín no se implantó en Balears por la llegada de Jaume I a Mallorca, sino que ya existía de antes. En concreto, defienden que fueron los cristianos que consiguieron quedarse durante la época musulmana quienes “continuaron un latín degenerado siguiendo con la lengua ancestral que existía aquí para hablar entre ellos”. Estos grupúsculos han llegado a inventar una gramática ‘baléà’ [sic], con una serie de acentos y normas que se alejan de la normativa.
De hecho, durante los últimos días, la Falange ha suscitado una nueva polémica en torno a la lengua. La delegada del partido en el municipio mallorquín de Llucmajor, Maria Garau, colgaba un vídeo en las redes -de cara a las próximas elecciones del 28 de mayo- en el que asegura que el topónimo del municipio se escribe 'Lluchmayor', defendiendo un supuesto origen que poco tiene que ver con la realidad. Las reacciones no se han hecho esperar, con mofa incluida de filólogos como Gabriel Bibiloni o Nicolau Dols. En realidad, lo que defiende Garau es precisamente todo esto que la ultraderecha pretende resucitar: el gonellismo.
Otro de los defensores de esta “extraña” teoría sobre el origen de la lengua es el líder de Vox-Actúa Baleares, Jorge Campos, quien fue fundador de la asociación Círculo Balear. El político de extrema derecha, que directamente solo se expresa en castellano, ha sido uno de los diputados que más ha intentado hacer de la lengua una arma política para confrontar a la sociedad.
Dentro del PP también hay gonellismo. Era un ‘gonella’ el expresident José Ramón Bauzá, como también lo era un Gabriel Company, hoy ya desaparecido de la esfera política. Sus líderes, asiduamente, escriben por las redes sociales usando el salado y dentro del partido se encuentra de todo: de los que no dudan de la unidad lingüística hasta los que piensan como Jorge Campos, su futuro necesario aliado si quieren llegar al Govern en las próximas elecciones, según las encuestas publicadas.
Son ‘gonellas’ también las organizaciones –algunas ya desaparecidas– que nacieron para defender estas ideas, como la Acadèmi de sa Llengo Baléà [sic], l’Acadèmi d’Estudis Històrichs Baléàrichs [sic], la Plataforma Cívica en Defensa de sa Llengo y Costums Poropias [sic] o el Grupo d’Acció Baléà [sic]. Y lo eran partidos que aparecieron en su momento como la Agrupación Social Independiente, el Partido Renovador de las Illes Balears, Unió d’es Pobble Baléà [sic] o el Proyecto Liberal Balear, entre otros.
“Esto siempre ha tenido altibajos. Si se necesita el nivel de catalán por un puesto de trabajo, ya no se habla de su importancia, sino del catalanismo y de criticar al Govern”, dice Canyelles, quien cree que en el futuro el gonellismo “desaparecerá porque los jóvenes pasan de todo”. Canyelles considera que el “folclorismo” está muy ligado al gonellismo “porque piensan que ‘lo nostro’ es esto, ignorando que muchas cosas han sido introducidas”.
Además, según se lee en uno de los artículos publicados por Bibiloni, grupos como ‘Sa Fundació’ tienen “pocas posibilidades de alterar los referentes lingüísticos de los isleños”. “Ahora mismo no pasan de ser un grupúsculo al margen del sistema, como un programa rechazado por la gente educada y más fiel a la lengua, y con una conexión mínima con la sociedad que se sustenta sobre la ignorancia, huelga decir que normalmente acompañada de buena fe”, añade el filólogo.