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Valeriano Weyler, el militar español que ideó los campos de 'reconcentración' en los que fallecieron miles de cubanos

Víctimas de la reconcentración de Weyler durante la insurrección cubana de finales del siglo XIX

Esther Ballesteros

Mallorca —
27 de septiembre de 2024 22:30 h

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Fue uno de los protagonistas de la crisis colonial española de finales del siglo XIX y el artífice de la creación de los primeros campos de concentración, concretados en la 'reconcentración' forzosa de la población civil para que ésta no pudiera dar apoyo a los mambises, los guerrilleros que luchaban por la independencia de Cuba y cuyo éxito dependía en buena manera del respaldo de las clases populares. Mediante la imposición de este método fallecieron miles de personas diezmadas por el hambre y las epidemias -el estadounidense Stephen Bonsal eleva la cantidad a 400.000, aunque la cifra es discutida-. La prensa americana llegó a tildarle como “el Nerón del siglo XIX” y “la figura más siniestra” de aquella centuria, aunque muchos lo consideran el general español más hábil de aquella época, un militar ampliamente condecorado que jamás quiso exterminar a nadie, pero que acabaría devorado por la leyenda negra.

Más de cien años después, el pasado 14 de septiembre, el alcalde de Palma, Jaime Martínez (PP), descubrió una placa para conmemorar las hazañas del mallorquín Valeriano Weyler. “Para el general Weyler, la pertenencia al Ejército y el servicio a su país se erigieron en los puntos de referencia de una trayectoria vital, que, además de fecunda, fue extraordinariamente larga”, destacó el primer edil durante el acto de homenaje. Los descendientes del que también fue ministro de la Guerra y de Marina encomiaron su figura y sus “77 años de servicio a la Patria”, además de su “fidelidad y un estricto cumplimiento del deber”. “En esto, el veterano soldado mallorquín es un caso singular en la Historia de España”, ensalzaron en presencia de las autoridades municipales.

Weyler, quien nació en la capital balear el 17 de septiembre de 1838, fue nombrado, por parte del Consejo de Ministros, gobernador general y capitán general de Cuba en sustitución de Arsenio Martínez-Campos. Transcurría el año 1896, la insurrección se había extendido por toda la isla y Cánovas del Castillo quería que la guerra se hiciese “hasta el último hombre y hasta la última peseta”. Weyler llegó a Cuba el 10 de febrero de ese año con un ejército de más de 200.000 efectivos. Sumados a los voluntarios y guerreros de la isla al servicio de España, el contingente llegó a sumar más de 300.000 hombres armados, como documenta Raúl Izquierdo Canosa, expresidente del Instituto de Historia de Cuba, en su obra Valeriano Weyler y la reconcentración 1896-1897.

Los campesinos, aislados de su medio natural

Tras el desembarco de Weyler, sus medidas no se hicieron esperar: con el objetivo de aplacar militarmente el levantamiento independentista cubano, encarnado en el movimiento mambí, el militar español comenzó a confinar a los campesinos en las ciudades con el fin de aislarlos de su medio natural y que los mambises perdieran fuerza. Unas medidas que también fueron implantadas por Reino Unido, con Horatio Kitchener al frente, en la Guerra de los Bóeres; por el ejército de Estados Unidos en sus Guerras Indias, así como por los generales Sheridan y Hunter al devastar completamente el valle de Shenandoah o Sherman al arrasar Georgia y Carolina del Sur.

La proclama del general Weyler decretaba que “todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días” y que “todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas será considerado rebelde y juzgado como tal”. Y añadía: “Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada”.

“Verdaderos infiernos de hacinamiento”

Tal como explica el historiador Eduardo Montagut, a pesar de que inicialmente las zonas de confinamiento contaban con condiciones razonables de habitabilidad e incluso con tierras próximas para que fueran cultivadas, estos espacios acabaron convirtiéndose en “verdaderos infiernos de hacinamiento”. La medida provocó que, debido a la ausencia de suministro de alimentos y a la insalubridad de estos 'campos de concentración', la población confinada muriera de hambruna y epidemias, además de resultar severamente afectada por la disentería y las infecciones gastrointestinales, lo que la convirtió en una solución altamente impopular. A ello se sumó la división de Cuba mediante las 'trochas' o murallas con puestos de vigilancia para aislar a los mambises.

Medios de comunicación cubanos, como Radio Rebelde, recriminan que “con este personaje -en alusión a Weyler- llegaba una nueva política que implicaba una guerra de exterminio, genocida” y señalan que “la imagen del 'Carnicero Weyler' ha quedado como representación de la política cruel y genocida de la metrópoli”, términos con los que también llegó a comulgar el historiador John Lawrence Tone, autor de Guerra y genocidio en Cuba. “Weyler ha quedado en nuestra historia como símbolo de lo peor de la política colonial aplicada en Cuba”, asevera. Algunos libros, como el del historiador antiimperialista cubano Emilio Roig de Leuchsenring, son vehementes en su título: Weyler en Cuba: un precursor de la barbarie fascista.

“Weyler no quería llevar a cabo un genocidio”

Sin embargo, otras voces desechan que la intención del mallorquín fuese estrictamente implantar una política de exterminio en Cuba. “Weyler no quería llevar a cabo un genocidio ni ser el 'inventor' de los campos de concentración. Lo que quería era controlar a la población civil porque sabía que ésta aportaba comida, caballos y ayuda a los independentistas. Y esa era su política. Aunque una política que siempre es peligrosa, porque si se concentra a mucha población en una zona, esta población puede sufrir penuria alimentaria y las enfermedades también pueden difundirse más”, señala, en declaraciones a elDiario.es, el profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de les Illes Balears (UIB) Antoni Marimon, cuyas principales líneas de investigación son la historia de la prensa contemporánea, los procesos migratorios, los conflictos coloniales y los debates políticos desde la Restauración hasta la Transición.

Sobre las bajas de civiles, todavía hoy se discute, aunque Marimon cree que las cifras están “muy lejos de lo que sería un genocidio”. El estadounidense Stephen Bonsal, citado por el historiador cubano José Manuel Cabrera, estimó en 400.000 cubanos no combatientes reconcentrados, aunque sus datos son difícilmente cuantificables al carecer de fuentes fidedignas. Por su parte, el historiador cubano Carlos M. Trelles y Govín apunta que la reconcentración causó el fallecimiento de “no menos de 300.000” personas, mientras que estudios más recientes como los de Andreas Stucki parten de unas 170.000 víctimas civiles, un 10% de la población total -1,8 millones de habitantes según los censos de la época-. “En todo caso, serían cifras de fallecidos por hambre y enfermedades, no por haber sido ejecutados”, apostilla Marimon, autor de numerosos estudios sobre la figura de Weyler. 

Los hechos fueron, además, “exagerados” por la prensa americana dentro de la feroz campaña que esta impulsó con el objetivo de conseguir la intervención estadounidense dentro del conflicto, explica el historiador, quien recuerda que los periódicos de la época hablaban de la “barbarie española” entre sus páginas. Algunas fuentes consideran que sobre Weyler recayó la primera campaña periodística de la historia. En España y especialmente en Mallorca, sin embargo, era considerado un héroe, entre otros aspectos porque, prosigue Marimon, “logró la muerte de uno de los principales líderes independentistas, Antonio Maceo”. “Fue un éxito enorme que acabó representándose en la plaza de toros de Palma y en páginas y páginas de la prensa”, añade.

Weyler, liberal y progresista

El historiador de la UIB asevera que la imagen de Weyler ofrecida por EEUU estaba muy lejos de la realidad, aunque reconoce que fue un militar “duro y muy estricto y eficaz”. “De hecho, el gobierno español lo envió a Cuba cuando sus antecesores fracasaron a la hora de eliminar el levantamiento de 1895 que había impulsado José Martí, el gran líder independentista. Durante un año, el gobierno español de Cánovas del Castillo no sabe qué hacer e intenta negociar. Intenta enviar a un político, un militar que era más pactista, pero no acaba de funcionar. Y en el bando independentista estaba Antonio Máximo Gómez, un partidario de la guerra a ultranza y de quemar todo lo que hiciera falta”, relata.

Finalmente, Weyler sería relevado en 1897 y sustituido por el general Ramón Blanco. Marimon destaca que el general mallorquín fue una persona “liberal, progresista y de mentalidades abiertas” que, en las últimas décadas de su vida, se opondría al banquero Joan March, financiador de la trama golpista de Franco, mantendría contacto con el socialista Indalecio Prieto y, durante la dictadura de Primo de Rivera, criticaría con dureza las dictaduras militares: “Para él, los militares no pueden acceder al poder político y, si lo logran, llevarían a España al desastre. Con Primo de Rivera no llegó a pasar, pero sí con Franco, aunque afortunadamente Weyler ya había muerto. La dictadura franquista nunca lo glorificó”.

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