Los fondos coralígenos constituyen una de las bioestructuras más complejas e importantes del Mar Mediterráneo debido a que son clave para conservar la buena salud de nuestros mares y océanos. Esta riqueza submarina forma el hábitat de muchas especies que lo necesitan, además, para alimentarse. Su forma y consistencia dependen de las especies de algas que las conforman. Se estima que más de 300 especies de algas y unos 1.300 animales habitan en estos fondos, es decir, el 20% de las especies presentes en todo el Mediterráneo.
Un ejemplo de estos hábitats coralígenos es el Canal de Menorca, un corredor marino de al menos 36 kilómetros de ancho, situado entre la isla menorquina y Mallorca. En él podemos encontrar desde bancos de arena, formados por sedimentos de arena fina, incluyendo cantos rodados y guijarros (más conocidos como còdols en Eivissa y Formentera y macs en el resto del archipiélago balear), hasta praderas de Posidonia oceánica (a profundidades de 40 metros), una planta protegida por la legislación balear debido a su carácter muy sensible y que crece únicamente en aguas limpias y claras. Esta zona también destaca por la presencia de cetáceos y tortugas marinas.
Las poblaciones de coral, en peligro
Las poblaciones de coral, sin embargo, sufren el impacto y las consecuencias de la explotación en determinadas zonas costeras, la presión por la masificación turística que se produce en determinados meses del año, especialmente entre junio y septiembre, la pesca furtiva o de arrastre, etc. Tanto las poblaciones de coral como la posidonia se ven afectadas por el aumento de las temperaturas del mar, ligado a esta nueva etapa de ebullición global en la que hemos entrado en el contexto de la crisis climática.
Entre las especies más afectadas por episodios de mortalidad masiva en el Mediterráneo, el presidente de la Fundación Blue Life, Óscar Caro, recuerda que en el caso de las poblaciones de coral, la gorgonia roja se encuentra sobre fondos rocosos o coralígenos y puede llegar a los 130 centímetros de altura en el equivalente a 100 años de edad. En cuanto a la gorgonia blanca, que se encuentra en una situación igualmente delicada, como el caso de la gorgonia roja, alcanza los 55 centímetros.
Más reservas marinas
Entre las propuestas para mejorar su estado de conservación, Caro propone una mayor protección de las zonas marinas: por ejemplo, crear una reserva marina integral en las zonas de Es Vedrà, Es Vedranell y els Illots de Ponent, en la costa noreste de Eivissa. Los investigadores recuerdan que los fondos coralígenos son el hábitat de muchas especies tanto para refugiarse como para alimentarse. “Protegen la costa de la erosión de las olas. Además, son grandes indicadores del cambio climático porque les afecta gravemente el cambio de temperatura”, apunta Sandra Espeja, coordinadora del Programa de Ciencia Ciudadana en la Fundación Marilles.
La posidonia, considerada como el pulmón del Mediterráneo –es una de las principales fuentes de oxígeno y de captación de CO2–, es uno de los organismos vivos más grandes y longevos del mundo. En las Pitiüses, con una extensión de cerca de ocho kilómetros de largo y unos 100.000 años de antigüedad, la planta marina se sitúa en el interior de una pradera que se extiende unos 700 kilómetros cuadrados desde la zona de Es Freus, en Formentera, hasta la playa de ses Salines, en Eivissa, dentro del Parc Natural. Esta impresionante riqueza para la biodiversidad marina fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999. No solo es la responsable de las aguas limpias y cristalinas de las Balears: también actúa como una ‘muralla’ para evitar la erosión de la costa, especialmente, de las playas.
Los científicos siempre insisten en que lo más importante, en estos momentos, es paliar los efectos de la crisis climática, así como reducir la presión que los yates y embarcaciones generan sobre los fondos marinos, para conservar lo que ya tenemos. La posidonia puede ser dañada en unos pocos segundos, fondeando sobre ella, y arrancándola. Regenerarla, en cambio, a su estado adulto, puede llevar décadas. E incluso siglos. “Requiere muchísimos recursos”, reconoce Caro. Pero es una de las acciones que también se realizan para concienciar sobre la importancia que este organismo vivo tiene. En este sentido, los científicos e investigadores de la Fundación Blue Life y del CSIC-IMEDEA, en el marco del proyecto Restaura Posidonia, realizaron la semana pasada las primeras inmersiones de reforestación de la pradera de posidonia en las aguas de Eivissa.
Proyecto de regeneración de posidonia
Este proyecto fue presentado durante el mes de mayo, con una recogida de semillas de posidonia en la playa de Sant Miquel de Balansat (Sant Joan de Labritja, Eivissa). Los frutos recolectados, sumados a las aportaciones de los voluntarios, estuvieron durante tres o cuatro meses en unos acuarios controlados, en condiciones perfectas de salinidad y temperatura para que puedan germinar, de forma que empiezan a crecer sus primeras raíces y hojas verdes. Cuando las plántulas cogen suficiente consistencia pueden ser replantadas en el fondo marino.
Entre los voluntarios también participan turistas, cuya pregunta más frecuente es, explica Caro, si la posidonia se puede comer. “No conocen absolutamente nada sobre la planta”, indica el presidente de la Fundación Blue Life, a diferencia de la población local, que tiene “mayor conocimiento”. “Pero un conocimiento muy superficial”, matiza Caro.
El objetivo de esta fase del proyecto Restaura Posidonia es iniciar, a través de distintas metodologías, la restauración activa de las zonas impactadas por la actividad humana en la pradera de Puig des Molins, en el municipio de Eivissa. La experimentación de estas nuevas fórmulas y métodos para restaurar posidonia permitirán aplicar las técnicas, en un futuro, en otras zonas de interés. Las más de mil plántulas insertadas manualmente, una a una en la pradera, crecerán entre uno y tres centímetros cada año. “Es muy importante el inicio de este proyecto de restauración, ya que demostramos que es posible restaurar y plantar posidonia, pero también es interesante dar a conocer que es un proceso costoso, lento, que requiere muchos recursos”, asegura Jorge Terrados, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del CSIC-IMEDEA. “Debemos restaurar lo mínimo y conservar lo máximo”, añade.
Para conservar la planta, así como sus fondos marinos, la comunidad científica también apunta a que el objetivo para 2030 es que un mínimo del 30% de la superficie marina del país, integrada por áreas de alto valor ecológico, esté protegida. Actualmente, casi un 9% de la costa española está catalogada como Lugares de Importancia Comunitaria (LIC) y Zonas de Especial Conservación (ZEC), dentro de la Red Natura 2000.