Las glorias y miserias de los acontecimientos que nos sobrevienen, o que ponemos en marcha con mayor o menor éxito, son los que van marcando la historia pasajera de una humanidad imprevisible, en ocasiones catastrófica y en otras excepcional.
Hace ocho años uno de esos acontecimientos irrumpió en España con extraordinaria fuerza, desmontando el mito de la sociedad adormecida, conformista y consumista. Su propio acontecer vino a mostrar el significado más radical del verbo, como disrupción, aparición de lo inesperado, conformación de lo nuevo, concreción de lo intangible. De la noche a la mañana se había montado un campamento en la puerta del Sol bajo el lema “Otro mundo es posible”.
El 15M suponía varios verbos hechos carne, desde el protestar hasta el abrazarse, pasando por el cantar, el dialogar, el instalar todo tipo de ensamblajes materiales y simbólicos. La multiplicidad de agentes, de acciones, de signos, de discursos, de afectos y de potencias encontraba un espacio en común marcado por la energía colectiva y la expresión de una voluntad que reunía en sí a muchas otras. Lo visible de la puerta del Sol había cambiado: desde una biblioteca hasta una zona de creación de pancartas, desde un comedor hasta una comisión de espiritualidad, se conformaba una ciudad dentro de la ciudad, y varios muchos dentro de una plaza.
Sol se convertía así en una máquina de deseo en donde la multitud expresaba el descontento con la representación y articulaba la voluntad del poder-para y el poder-con. Había micrófonos abiertos a los que se podía encaramar cualquiera a denunciar la situación del país, mientras a todas horas funcionaban los distintos grupos y asambleas, discutiendo con fervor desde política internacional hasta medidas concretas para los barrios. Las escalas del ensamblaje discursivo eran variables, pero en cualquier caso daban rienda suelta a una pasión por la política y una política de las pasiones, recorriendo en fondo y forma variable los polos de la indignación y la ilusión, de la protesta y la propuesta.
Aunque, como todo elemento pasional, la inflamación del primer momento se fue apagando progresivamente, entre decisión y decisión, entre cada pequeño gesto a consensuar. Y al mes y medio se levantó el campamento de Sol, dejando tras de sí solo una virtualidad, como el rumor lejano de un elemento que había resultado tan provocativo: el campamento comunitario, frente al Mercado y el Estado. La experiencia salvaje, frente al capitalismo despótico.
Pocos tiempo después, en 2014, y actualizando la estela de aquella virtualidad provocativa, apareció Podemos. Ahora el ensamblaje de elementos múltiples y dispersos se tornaba en maquinaria de guerra electoral, mientras que la política de las pasiones se transformaba en razón populista. Ya no flotaban múltiples significantes por la plaza, sino que aparecía un signo dominante: la gente. Ya no se articulaban diversos verbos en infinitivo, sino que se proclamaba una consigna de actualidad: Podemos. Tampoco circulaban ya afectos diversos por una masa informe, sino que todo se concentraba en la ilusión de ganar una mayoría. Y ya no se articulaban puntos heterogéneos sin un centro definido y con una horizontalidad definitoria, sino que se definía un eje incuestionable: los de abajo contra los de arriba. El movimiento había mutado en partido, y la propuesta, en programa.
En términos políticos, el anarquismo implícito del 15M había mutado en Podemos hacia un populismo explícito, mediante la formulación de una dialéctica simplista pero efectiva. La espontaneidad de la calle daba lugar a todo un aparataje teórico de apropiación, donde el partido vendría a resolver la brecha aparentemente insalvable entre la calle y el Congreso. Se trataba así de resolver el elemento faltante de la política asamblearia mediante un aparato de proyección institucional, aunque ello supusiera la renuncia a una producción espontánea e impredecible.
Además, la pasión por la política ya no se expresaba como arte de organizar los encuentros, sino como producción industrial de consignas orientadas a objetivos concretos. Es cierto que se conservaba un elemento idealista para “asaltar los cielos”, pero se formulaba de manera prometeica (robarle el fuego a los dioses) y maquiavélica, no con la candidez dionisíaca de la plaza, según la cual los cielos se bajarían al cuerpo de la tierra. La fiebre de emancipación se iba a vencer al proyecto de Pueblo, en una tarea que se pretendía hercúlea pero que pronto vendría a mostrarse como un Sísifo imposible, por su abstracción y su inconsistencia. Y por el camino se iría perdiendo la alegría de lo nuevo, la celebración de lo distinto y la potencia de lo libre.
Igualmente, en el plano organizativo se dejó de lado el carácter de multiplicidad ensamblada y se articuló un aparato de partido. Con la evolución posterior de Podemos, se perdió la oportunidad de producir una herramienta capaz de aunar distintas voluntades, desde sindicatos hasta asociaciones vecinales, desde ONG's hasta plataformas ciudadanas, desde la materialidad de los barrios hasta la extravagancia singular de un ideal impreciso: “Otro mundo es posible”.
Ya en mayo de 2016, el programa El Objetivo de Ana Pastor se emitió desde la Puerta del Sol, convirtiendo la plaza en un enorme plató de televisión. Si con Podemos la lógica estatal había vencido a la comunitaria, con este acto el Mercado había vencido a la plaza. El 15M quedaba definitivamente desarticulado, y a partir de entonces la pasión por la política volvería a los cauces predeterminados. Una vez más las lógicas de lo actual se imponían a las potencias de lo virtual, y habría que esperar a 2018 para contemplar la irrupción de una nueva máquina deseante, aunque esta vez, reaccionaria.
La aparición de Vox viene a completar el círculo de la degradación del espíritu del 15M para mostrarse como su absoluto antagonista. Si las potencias emancipatorias de este afirmaban con fuerza que la posibilidad de un mundo distinto, las potencias fascistas y autoritarias de aquel vienen a defender que ningún otro mundo es posible que no sea la España del “Dios, Patria y Rey”. Se contraponen así dos modelos del devenir social: uno activo, abierto, creador, igualitario y por asociación; otro reactivo, cerrado, conservador, supremacista y por imposición. Y mientras tanto, ganan los de siempre, con lógicas de apropiación y privatización cada vez más sofisticadas.
Ocho años después, cabe preguntarse: ¿es recuperable el 15M? Seguramente, no. Aunque sí quedan sus enseñanzas: el ensamblaje de elementos múltiples, la pasión por la política, las potencias de la emancipación, el devenir social activo. Invirtiendo la fórmula de Eagleton, y proclamando un optimismo sin esperanza, cabe pensar que el eterno retorno de lo diferente nos traerá, más pronto que tarde, nuevas manifestaciones que celebrar. La juventud por el clima y el movimiento feminista así lo constatan.