- Al final de la asamblea es un blog anónimo y colectivo que narra el 15-M desde sus márgenes y costados. Entre el ensayo, la crónica en primera persona y la hoja de agitación, allí puedes encontrar desde septiembre 2011 algunos de los artículos más emocionantes, de las reflexiones menos autocomplacientes y de los relatos más gozosos que ha parido el clima 15-M. En esa línea y a partir del 25S, el siguiente texto se pregunta por los riesgos que tiene entender la acción política bajo el imaginario clínico de la “intervención de emergencia” (puntual, épica, profesional). Son de nuevo los problemas de narrativa que nos interesan en “Interferencias”, porque repetimos: somos lo que nos contamos que somos.
La alegría es incompatible con la ansiedad. Y sin embargo desde aquel 15 de Mayo con frecuencia basculamos entre la ansiedad y la alegría. Ahora tras la osadía del 25-29S de apuntar directamente al Congreso y al secuestro de la democracia vuelve a ratos lo ansioso
El mundo grita cada día que hay una crisis, como un incendio, como la erupción del Vesubio, una calamidad catastrófica y urgente que no deja de arreciar y que lo devora todo. En realidad nosotros no vemos ningún incendio, ningún volcán arruinando las cosechas, vemos más bien que nos vamos quedando sin empleo, que nos quitan el paro, con el tapper en la mano y con las tasas de la guardería por las nubes. Eso produce ansiedad.
La alegría sin embargo suele provenir de la apertura, de lo posible abierto, del deshielo del mundo “político”, del cambio que supuso encontrarnos tantos juntos y poder hacer, vivir la tremenda emergencia de gentes que se rebelaban ante la máquina imparable de extracción económica, política y social. Resulta que vivimos una fuerte percepción de poder, de poder cortocircuitar los medios, de plantarnos en medio del telediario, de generar una llamada lo bastante fuerte como para que llegara a cualquiera, a los cualquieras de los sofás de las casas, una forma de disidencia y construcción que desbarataría el cepo tradicional de “no son de los míos”, de gente de bien Vs alborotadores. Alegría es la posibilidad de una sociedad que entra en fase, como ondas que de golpe son transmisibles por todos, que de golpe descubren lo mucho que tenemos en común.
Hay angustia mientras no hay política.
El mundo se nos ofrece angustioso. La imagen emitida desde las tribunas de poder es de emergencia. La prisa, la urgencia, pero también la eficacia pensada como utilidad, como un resultado de una cuenta de explotación, como un balance financiero, son características del lenguaje del poder, como lo son el sentido clínico y fisiológico de la realidad.
El poder emite siempre cierres de sentido. Los adjetivos paramédicos suelen representar la crisis: la economía está enferma y necesita doctores, gente que sepa, expertos. Estamos ante un problema técnico. La crisis es un shock urgentísimo que no nos deja respirar, ni pensar, una catástrofe natural, por lo tanto inopinable, por lo tanto determinada, cerrada. La realidad nos habla de las cosas “tal como son”. Y son urgentes.
Si el poder es lenguaje, la realidad es una narración de sentido, una sucesión de significados que implican obediencias, prácticas, verdades y obligaciones. El lenguaje ordena un mundo que termina en las tasas de la guardería.
El lenguaje de la subversión es el del cambio de sentido, es el de las cosas que “son de otra manera”, es el que recrea lo posible, el que directamente es otro posible.
La alegría radica en lo político, en lo que somos mientras podemos pensarnos y hacer, mientras los tiempos no son acuciantes, aunque ya no cobremos ni el paro.
Si aceptamos el lenguaje del poder medimos mal nuestras potencias y nuestra eficacia. Si comprendemos el mundo a través de su relato estaremos ante una urgencia y transformaremos la oportunidad y el reto político en un asalto técnico, en una solución clínica, como un electroshock, en una solución puntual para un problema mecánico, en un gesto épico y bélico en el que los héroes asaltan Troya o el Palacio de Invierno. Transformaremos la política en actos mágicos, supremos y transcendentes que lo cambiarán todo… sin que nadie haya cambiado. Transformaremos la política en una guerra que quizás perdamos antes de empezarla.
Puede que tengamos que decirnos de qué hablamos cuando hablamos de revolución. Para completar el dibujo y no resultar autocomplacientes quizás tengamos que decirnos que de forma inminente, a lo peor, no conseguimos derribar la máquina, no podemos interponernos directamente en el flujo de capital, a lo peor, inmediatamente no podemos hacer nada para bloquear el asalto financiero a la riqueza común. Quizás, sólo quizás no podemos hacerlo urgentemente, pero a lo mejor podemos intentarlo, podemos sabotear, podemos tratar de cortocircuitar, siquiera de alcanzar algún cable de la gran máquina de devastación material, pero podemos también seguir hablando de bienestar, y de qué idea de vida digna compartimos y tratar de que los gigawatios de potencialidad política acumulada sean determinantes. Quizás podemos abrir espacios de activación, de participación, de comunicación que vayan corroyendo el monolito, que vayan alumbrando un mundo de hecho, que permitan a cualquiera afectarse y activarse en un sentido común.
Una crisis social y política es una crisis de sentido tras la cual se estabilizará un mundo. Así pasó con la modernidad y el liberalismo democrático que sustituyó al Antiguo Régimen, pero también con los fascismos que generaron una imagen entera de mundo en pugna con las democracias sociales tras la crisis de los treinta. La minoría disidente con frecuencia genera un nuevo sentido o una nueva normatividad, incluso cuando “fracasa” o no alcanza el poder, como en el 68.
Que las mujeres sean tratadas como objetos o como ciudadanas de segunda o no depende de una larga y a ratos silente lucha, que cambia copernicanamente la sociedad. Algo parecido ocurre en las luchas de minorías raciales o de conductas sexuales.
Si no mantenemos la apertura y la ansiedad agosta la potencia corremos el riesgo de que la realidad se reordene y de que de un solo golpe de mano volvamos a la horquilla electoral, a la Diada en la que un president abandera el cambio, en la que el mundo se vuelve a recolocar cómodamente para que todo permanezca igual, para el poder.
Rescatar el reto político en contra de la perspectiva clínica de urgencia médica, de guerra, de ataque aéreo, de épica en el que no podemos generar lenguaje, ni mundo, ni comunicarnos, ni podemos siquiera pensar. De la perspectiva (con o sin paro), dependerá que podamos seguir siendo disidencia, construcción, política y alegría.
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Y aquí otro texto altamente interesante para pensar el 25-S en “Al final de la asamblea”:
“Después del #25S, vino el #26S y el #29S; y vendrán el #4O, el #13O y el #23O y el#1N… Mientras jugamos, tenemos que irnos inventando las reglas sobre la marcha. Lo de la Transición es un juego que ya nos sabemos, y el de los mercados es una ruleta rusa que siempre acaba mal. Pero tampoco nos creamos los reyes de la pista. Si no invitamos a jugar a mucha más gente, y que traigan sus juegos, para ver qué hacemos entre todas con esto, vamos a acabar por hacernos trampas al solitario”.