Con este post inicio un poco convencional recorrido alrededor de los CIEs, Centro de Internamiento de Extranjeros. Como extraños espacios sin ley en este Estado de Derecho en el que se supone que vivimos, en la democrática Europa en pleno siglo XXI.
Me parece importante que todos sepamos como mínimo de su existencia, y obliguemos a nuestro Gobierno a que los regule. O a que los los cierre, vaya. Sea como fuere, los CIEs son bastante desconocidos y mediante esta serie de artículos voy a intentar humildemente acercarlos un poco más al público.
En este mismo medio ya encontráis excelentes informaciones sobre el tema. En los próximos meses iré abordando este mismo tema desde distintas perspectivas. Mi motivación es la siguiente: nunca se habla bastante de los CIEs.
Para empezar, aquí tenéis una conversación con Juan Diego Botto, en la que nos habla de su obra de teatro 'Un trozo invisible de este mundo', los CIEs, y más cosas.
La obra, 'Un trozo invisible de este mundo', está escrita por Juan Diego Botto y dirigida por Sergio Peris-Mencheta. Consta de 5 monólogos, todos en torno a temas de emigración, exilio, desarraigo, pertenencia, identidad,... Cuatro de ellos interpretados por el propio Juan Diego y el quinto por la cantante y actriz, Astrid Jones (en la foto de arriba) que debuta en teatro con esta obra. Aquí podéis ver algunas imágenes de la representación en un vídeo promocional.
Juan Diego Botto durante un ensayo
Sergio Peris-Mencheta, el director dándole indicaciones a Juan Diego Botto.
Os dejo también un extracto del monólogo del CIE, que lo hace la actriz. Leerlo no tiene nada que ver con disfrutarlo en la representación, pero nos puede dar una muy muy leve idea de la experiencia de pasar por uno de ellos, y del terrible caso de la muerte de Samba en el CIE de Madrid Aluche del que os habla Juan Diego en el vídeo de antes. Nos han cedido amablemente el texto para reproducirlo aquí.
[...] Me preguntaron mi nombre y me pidieron los papeles. Yo les di lo que tenía. Uno de ellos me empujó contra el coche y por atrás me puso unas esposas. Yo estaba muy confundida, no entendía nada. Estaba segura de que era un error. Se están equivocando, no sé qué pasa, pero se están equivocando, pueden entrar a la casa y preguntarle a la señora, yo trabajo aquí y tengo contrato. Por favor, entren y pregúntenle a la señora. Ella les dirá que yo no he hecho nada, tengo un contrato.. Ellos no dijeron nada. Al alejarme vi a la señora mirar desde la ventana de la casa.
Otra vez te alejabas, otra vez nada servía para nada. Empecé a golpear los cristales del coche. Me habían robado. Siete meses trabajando gratis, siete meses limpiando la mierda de esa familia con un cepillo de dientes a cambio de nada. Eran ya más de tres años de esperar algo bueno que no terminaba de llegar.
En la comisaría me preguntaron cosas que no entendí y me metieron en una cárcel. A la mañana siguiente alguien me sacó y me presentó a un señor: “Este es su abogado” me dijo. El abogado me preguntó mi nombre y entramos en otra sala. Allí un juez dijo cosas que yo no entendí y al final otro policía me cogió y me llevó a una furgoneta. De allí me llevaron a otra cárcel, una especial que tienen aquí para los que no tenemos los papeles.
La rabia se acumula en un lugar extraño del cuerpo y ocupa tanto espacio que te sientes llena. Y te da tanta fuerza que te siente nueva, pero te consume. Mi cabeza ya no soportaba una bofetada más. A ratos lloraba y a ratos golpeaba las paredes.
Entonces pasó algo que lo cambió todo. En esos días entró en aquella especie de cárcel una mujer de nuestra tierra. Se llamaba Samba. La vi llegar aferrada a una fotografía que de tanto apretar se había ido desdibujando. Lloraba mucho. Era evidente que tenía alguna enfermedad.
Por las noches nos cerraban la puerta de la celda a las 11 y no la abrían hasta las nueve de la mañana. Si querías ir al baño tenías que esperar porque en aquella habitación donde dormíamos unas seis mujeres no había water. Una noche Samba empezó a pedir a los guardias que abrieran la puerta. “Por favor por piedad, no puedo más, por piedad”. Yo entendía todo lo que decía, pero no me acercaba porque no quería meterme en líos. Esa noche, en medio de los llantos, de repente, se le aflojaron las piernas y se vomitó encima. Se la veía mojada de su propio vomito. Yo cerré los ojos y me di la vuelta en la cama. Una señora mayor, argentina o boliviana o de un país así, se acercó, le agarró la mano y le empezó a decir en español que no se preocupara, que iba a estar bien. Mientras hablaba la fue limpiando con una camiseta y una botella de agua. Parecía no importarle el olor ni la suciedad, ni siquiera contagiarse de lo que fuera que tuviera. Poco a poco Samba se fue calmando y a las horas, sin soltarle la mano, consiguió dormir.
Al día siguiente vi como esa mujer, Silvia se llamaba, hablaba con los guardias para que a Samba la viera el médico. No le hicieron caso. Esa noche nos dijo a todas las que compartíamos habitación que hiciéramos la misma petición. Algunas no hicieron caso y otras sí. Yo me mantuve al margen. Finalmente la llevaron y la doctora, o lo que fuera, le dio una pomada para el picor. Por las noches Samba se ponía la crema pero estaba claro que lo suyo no era un picor. Esa mujer tenía algo serio. A los pocos días Silvia se me acercó y me preguntó si yo entendía lo que decía. Allí no había traductores y cuando los médicos no te entienden te dan pastillas para los nervios o pomadas. Me dijo que era importante. Yo le dije que no, que no la entendía. Había aprendido con el tiempo a meterme solo en mis asuntos. Samba pasó 9 veces más por la enfermería y los últimos días le dieron cosas para la ansiedad. Pensaban que estaba loca. La última noche los gritos eran tan fuertes que nadie podía dormir. Decía: “Me estoy muriendo, me duele, dios mío, me duele, que alguien llame a mi hija”. Silvia trataba de calmarla, pero era imposible. Yo solo quería que se callara, me levanté de la cama y fui a ella para decirle que ya estaba bien, pero al ver a la mujer mayor a su lado sujetándole la mano, me dio vergüenza y en lugar de eso le pregunté en nuestro idioma si podía hacer algo. Noté las miradas de todas las demás clavándose en mi. Noté los ojos de Silvia mirándome como si fuera la peor persona del planeta. Me agaché y hablé con ella. Solo decía: Me muero, me estoy muriendo, que alguien llame a mi hija.
“¿Dónde está tu hija?”, le pregunté.
“Se la llevaron en un avión, me han separado de mi pequeña, mi pequeña, qué va a ser de ella sin su mamá.”
Iba traduciendo sus palabras y la mujer mayor me decía lo que tenía que decir. Le dije que su hija iba a estar bien, que gracias a ella tendría una vida mejor y un futuro, que los hijos nunca se olvidan de las mamás y que seguro que ahora mismo estaría pensando en ella. A mí se me caían las lágrimas pensando en ti y pensando en esa señora de la que no sabía nada y que parecía que me hablaba al corazón, que nos hablaba a todas.
A la mañana siguiente la policía se la llevó al hospital. La foto quedó en el suelo y yo la recogí para dársela cuando volviera. Era una imagen de una niña de unos nueve años con un vestido de primera comunión. Nunca volvió, murió a las seis horas. Tenía el SIDA. tenía SIDA y durante 20 días le habían estado dando pomadas para el picor y pastillas para la depresión. Nadie le hizo caso. Esa mujer murió sola, lejos de su casa y de su hija y si no hubiera sido por Silvia, su última noche no habría tenido a nadie que la agarrara la mano. Aquello lo cambió todo para mi. Hijo mío, lo cambió todo. Cuando te tratan como una rata, cuando todos los días te dicen que no vales nada, llega un momento en que tú misma te crees que no vales nada, pero yo sí que valía, yo sí que valía, yo era una persona y no un animal que se arrastraba por el suelo.
Tiempo después me contaron que su madre vino al funeral, vino a recoger el cuerpo de su hija. No le dejaron abrir el ataud. Me contaron que la madre se abrazaba al féretro y decía:
Yo que te traje al mundo no te puedo abrazar, yo que te crié no te puedo abrazar, ¿qué te ha pasado, hija mía?
Yo no quería morirme así. Yo no quería morir lejos y sola y sin nadie que me sujetara la mano.......y no lo hice.
Un día esa mujer, Silvia, me dijo que necesitaba que yo pidiera una visita. Imaginé que sería algún familiar suyo y que por algún motivo ella no podía solicitarla. Después de lo que habíamos vivido no podía negarme. Cuando entré en la sala de visitas me esperaba Pablo, un señor de unos treinta años muy blanco, grueso y con los labios gordos.
Trabajo en una asociación que ayuda a inmigrantes con temas de papeles. Estamos estudiando el caso de samba por si ha habido negligencia criminal, me dijo. Yo le conté todo lo que recordaba, los vómitos, los llantos, las cremas, la foto y antes de que me diera cuenta estaba hablando de mí. Del viaje, del campo, de la señora que me debía dinero, de ti. Él me escuchaba y hacía así con la cabeza y de vez en cuando apuntaba cosas en un papel. Me dijo que a lo mejor podía ayudarme solicitando no sé qué de un asilo. ...Y lo consiguió.
A los diez días salí de allí. Era muy temprano cuando abandoné el centro de internamiento para extranjeros. Aún no había desayunado y empecé a caminar hacia el metro. Antes de llegar me faltaba el aire y me detuve. Respiré fuerte y al hacerlo, miré hacia arriba. El sol estaba saliendo y manchaba las hojas del árbol que tenía enfrente. Me quedé mucho rato mirándolo. Me di cuenta de que no tenía dónde ir. [...]
salud!
[fotos y vídeo por Stéphane M. Grueso
(hechos con un teléfono móvil),
bajo licencia Creative Commons BY/SA]
p.s. Te incordio un rato: infórmate de lo que es un CIE. Aquí la “extensa y completa” información que ofrece el ministerio del Interior. La gente de Ferrocarril Clandestino lleva años trabajando para denunciar su existencia y acabar con ellos. A los compas de Redes Cristianas, tampoco les gustan los CIEs nada de nada. Internet está llena de información NO OFICIAL sobre los CIEs. Si tienes alguna duda sobre su funcionamiento, tal vez quieras consultar a los responsables. Puedes usar la web de Tu derecho a saber. ¿O tal vez prefieras escribir a tus Representantes en el Congreso para hablarles del tema? (en las pelis americanas funciona, oye...) Aquí más cómodo, por cierto.
p.s.2 Estos días estaréis viendo en las noticias imágenes de Melilla y subsaharianos saltando la valla e intentando entrar en la ciudad, en Europa. Habréis escuchado que allí los internan en el CETI, no en un CIE. En Ceuta y Melilla existen dos CETI, Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes donde se internan a estas personas que consiguen entrar en las ciudades. Estos centros son abiertos, a diferencia de un CIE, pero no olvidemos, en estos casos son las ciudades las que están cerradas. Ni de Ceuta ni de Melilla se puede entrar en la península sin pasar un control de identidad al tomar el barco o avión. En este caso, “la puerta del CIE” es la puerta de la ciudad. Con fecha de publicación de este post, el CETI de Melilla se encuentra casi al 200% de su capacidad.
p.s.3 No puedo dejar de recomendar a todo el mundo ir a ver la obra de teatro. Es una hora y media intensa. Dura, pero de aprendizaje y de emoción. La obra está en cartel hasta el 4 de noviembre en el Matadero de Madrid.
p.s.4 Para acabar, un comentario personal que tal vez solo comprendas si has visto la obra. En cualquier caso, se lo escribo y dirijo a Juan Diego y lo disimulo aquí en el cuarto post scríptum. Debería habérselo dicho en persona, pero ¡ey! ¿Para que están las nuevas tecnologías si no es para esconderse? Bueno. Para mi vergüenza, Juan, he de reconocer que muchas veces me he podido encontrar algo próximo, aunque sea de 'pensamiento, palabra obra u omisión' a esas posiciones relativistas, pragmáticas o cobardes más bien, de “dejar estar” o “no remover cosas”. Sí, esas posiciones de “diez está igual de lejos de infinito que dos”. Siempre pensando en el inacabable sufrimiento de las familias, en “lo mejor para ellos”, en “el futuro...”. Pero después de ver tu obra unas cuantas veces -pesadilla nocturna con el Turquito en el auto incluida- me he dado cuenta de que ¡una mierda! Cada caso, cada injusticia, cada individuo, la más mínima cuestión. La más antigua, la más nimia... Es importante. ¡Claro joder! ¡Qué egoísmo el mío! Y que soberbia, pensar que tú (yo) puedes saber lo que es mejor para ellos. Es lo que te pasa cuando el máximo sufrimiento y la frustración sólo los conoces por los libros y la tele. Te crees que lo sabes todo y te indignan muchísimo las fosas en las cunetas y tal. Pero no sabes una mierda. Cuando estuve en primavera en Buenos Aires y pase por delante de la ESMA y me la señalaron, sentí un escalofrío por la espalda. Y era sincero. Seguro. Me dio miedo, me indigné. Pero después como un imbécil vuelvo a mí país y a mi vida fácil sin violencia sin milicos sin problemas, y no pudo evitar mirar (casi) siempre la vida por encima de la mesa. Pero Juan, esto se ha acabado, o estoy en ello. Y algo ha tenido que ver el 15M, claro, que me ha dado la vuelta, pero te digo, ha sido también tu obra de teatro, que desde que la he visto no paro de pensar en ella una y otra y otra y otra vez.
Sí..., como me ha cambiado la vida en el último año. Y, sí... qué buen texto que escribiste.
Meses de emociones, estos.