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Galapagar como símbolo

9 de octubre de 2020 22:38 h

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Creo que tiene razón José Luis Moreno Pestaña cuando afirma que el acoso -personal, mediático, judicial y político- contra Pablo Iglesias e Irene Montero es un acoso contra todos nosotros. ¿Todos nosotros quiénes? Ese nosotros difuso que se reconoció en el 15M y después votó por un cambio, aun teniendo mil distancias con respecto a Podemos (como es mi caso).

Ese acoso lanza un mensaje: “no se va a tolerar nada a la izquierda del PSOE”. Léase: nada más popular, más social, más igualitario, contra los privilegios blindados de los de arriba. Ya se puede ir olvidando Errejón: llevar a cabo políticas más igualitarias, pero con un tono distinto al de Pablo, obtendría la misma respuesta. Porque lo que se cuestiona aquí son los límites férreos del régimen del 78, heredados en buena medida de la dictadura. 

Recordemos: nuestra democracia fue abierta desde el terror y no desde el deseo. ¿Qué significa esto? Muy sencillo: Franco muere en la cama. La Transición no rompe, sino que reforma el aparato estatal franquista. Es un proceso “de la ley a la ley”. Los privilegios de los poderes fácticos -políticos, económicos, judiciales, etc.- quedan de ese modo blindados a la vez que aggiornados a la nueva situación. Hay límites que no se pueden cuestionar ni tocar: límites económicos, límites políticos, límites en la ordenación territorial. Límites que son aceptados -entonces y ahora- por la fuerza del miedo. 

El relato que se cuenta a sí misma la Transición -un pacto libre por el cual pasamos de la dictadura a la convivencia de libres e iguales- sólo es un mito. La democracia y la paz se abren como un nuevo espacio social desde el terror y la guerra, donde el vencedor impuso su ley al vencido. La ley y el estado de derecho no son un marco de reglas de juego neutrales, sino la codificación y la formalización de un equilibrio inestable entre fuerzas desiguales. 

Esta es entonces la paradoja actual: Podemos ha asumido muchos de los límites del 78 como propios para cogobernar con el PSOE, pero a la vez es percibido desde la derecha y la derecha extrema -representación política de los poderes de hecho- como un elemento anómalo a eliminar. 

En el juego trucado de la democracia hay que jugar. Pero, ¿de dónde puede extraer su fuerza la opción que quiere un tipo de representación política más pegada a las aspiraciones y necesidades de abajo? Los resortes no se encuentran en el statu quo -sistema político, mediático, judicial, garante de esos límites heredados de la dictadura, el famoso “consenso”- sino en el apoyo popular. Pero es justamente ese apoyo popular lo que se ha alienado Podemos en su deriva. 

Tomemos ahora el caso del acoso que sufren Pablo Iglesias e Irene Montero en su casa desde hace semanas. Podemos imaginar perfectamente que en otro momento -pongamos, 2014, 15 o 16- ese acoso habría sido contrarrestado por concentraciones y mil gestos de apoyo. Igual a los brutos que se reúnen desde hace dos meses frente a la casa se les hacía más cuesta arriba la broma si alguien se les plantaba enfrente o sentían una presión social en su contra. 

Pero claro, hay que irse hasta Galapagar. Hablo en términos a la vez literales y simbólicos. Pero lo que quiero decir es esto: con mil comportamientos y decisiones, la cúpula de Podemos se ha ido alienando la simpatía de mucha gente, que finalmente les vota con resignación y como mal menor. Pero el apoyo activo de la gente -que no es sólo ni principalmente el voto- es el principal resorte de fuerza de un gobierno que se pretende popular. No habría que recordar esto a nadie que haya leído a Maquiavelo, pero la cúpula de Podemos lo ha olvidado. 

Se han encerrado en una casa lejana (la política de los políticos) y ahora nadie se acerca a defenderles. Esa apatía general debilita su posición que aún representa algo -aunque sea una barrera de contención frente a las políticas de lo peor- del deseo de cambio. Este es el círculo vicioso en el que estamos. En él perdemos todos, ellos y nosotros (ese nosotros difuso de que hablaba al principio).

Hay que estar muy alerta. Por aquí y por allá se experimentan nuevas formas de golpe de estado que no suprimen exactamente sino que funcionan desde los “mecanismos democráticos” (Brasil, Bolivia). Una fuerza que puede frenarlos es la capacidad de respuesta de la gente. La “calidad democrática” de un sistema político no reside sólo -ni principalmente- en sus instituciones Pero, ¿qué tipo de relación debe haber entre los gobiernos y la gente para que esa capacidad no se adormezca? 

Por arriba: no olvidar nunca que el sistema político no es “igual para todos”, sino un tablero inclinado y que la fuerza que puede hacer de contrapeso está fuera de él

Por abajo: no olvidar nunca -como pasó tras el 15M- la diferencia entre arriba y abajo, el “no nos representan”. Una fuerza popular debe ser capaz de intervenir en el tablero -si la partida se pone mal para la variante más social y menos neoliberal-, pero manteniéndose siempre autónoma

Todo esto requiere una nueva concepción de la política. 

Creo que tiene razón José Luis Moreno Pestaña cuando afirma que el acoso -personal, mediático, judicial y político- contra Pablo Iglesias e Irene Montero es un acoso contra todos nosotros. ¿Todos nosotros quiénes? Ese nosotros difuso que se reconoció en el 15M y después votó por un cambio, aun teniendo mil distancias con respecto a Podemos (como es mi caso).

Ese acoso lanza un mensaje: “no se va a tolerar nada a la izquierda del PSOE”. Léase: nada más popular, más social, más igualitario, contra los privilegios blindados de los de arriba. Ya se puede ir olvidando Errejón: llevar a cabo políticas más igualitarias, pero con un tono distinto al de Pablo, obtendría la misma respuesta. Porque lo que se cuestiona aquí son los límites férreos del régimen del 78, heredados en buena medida de la dictadura.