1.- Un cine lleno carcajeándose de chistes machistas. Nagore escribía ayer en su muro de Facebook: “Ayer cometimos el error de ir a verla. Salvando la gracia de ver carteles de Derrota, Erantzun y Putzuzulo, algún par de bromas y las vistas de Getaria, la experiencia fue bastante bochornosa. Sobre todo porque la sala abarrotada, no dejaba de reír con un montón de chistes machistas y se dejaba seducir por una historia romántica llena de estereotipos, de las que casi ya cuesta ver en el cine Hollywood. ¿En serio?”. Hablaba del hype Ocho apellidos vascos, por si quedaba duda.
2.- Desahogo en un hilo de Twitter que se convierte en un flame contra alguien que probablemente nunca lo leerá. Otra conocida-desconocida de Twitter, Xisca The Warrior @xiscally, contaba como su madre le animaba a ceder y aguantar las bromas de esos simpáticos parientes misóginos que todas tenemos. Tranquila. Están mayores, hay que cuidarlos. Esos tíos suelen estar solos, ¿por qué será?, replicaba ella. Aguantarles. Complacer. Escuchar. Reirles las gracias. Los verbos. Nuestros verbos.
3.- Una usuaria en su perfil de Adopta un tío. Se describe así en su biografía: “Si me haces reir tienes media polla dentro”. El humor como palanca para la seducción. ¿En las dos direcciones? Lucía Litjmaer, al hilo del ciclo de humoristas Princesas y Darth Vaders apunta: “Una amiga mía dice que, tradicionalmente, a un tío con sentido del humor eso le aporta carisma y atractivo, y eso no pasa con las mujeres. Aunque sea una generalización, algo de eso hay. ‘Qué tía más divertida’ no es necesariamente el preludio de ‘qué sexy me resulta eso’”.
4.- El mismo día, un master chef como Mikel Iturriaga, trataba de sortear también en Twitter la polémica de un desafortunadísimo comentario que había usado en la entrada de su blog, El comidista, llamada Atún con salsa putanesca. Sí, os podéis imaginar. Putofobia fina, como la canela: otra forma de misoginia. Sutil. Le puede pasar a cualquiera. Pero cuando alguien le hace ver a algún tipo guay que quizá haya incurrido en un micromachismo cultural de tomo y lomo, sus reacciones suelen ser parecidas: reactivas y de protección. Tipo: “¿Ei, LOCAS Y AMARGADAS, ya estáis jodiéndonos otra vez con vuestra suspicacia?”, vienen a decir todas ellas. “Si yo soy guay. Es imposible”. Esa reacción defensa-ataque muestra muchas más grietas y explica casi mejor el origen del entuerto. Con lo fácil que era decir: “Sí, se me escapó. Vivo en una sociedad machista y heteropatriarcal hasta las trancas, misógina, putofóbica, lesbofóbica, gordobófica y falocentrista. Y, aunque no quiera y me lo curre, estoy hecho a base de esas bonitas mimbres. A veces soy un tío porque el mundo me ha hecho así”.
5.- Preparando una presentación de la cómica coreana-estadounidense Margaret Cho. Surge la pregunta sempiterna de por qué parece que apenas hubiera humoristas mujeres por estos lares. Lucía vuelve a hablar, esta vez en este elocuente artículo de Irene García Rubio sobre el humor y las mujeres (LEANLO): “Creo que en general en España hay falta de madurez en el humor. Lo políticamente correcto impera, el humor es muy blanco, muy facilón. Evidentemente, esto afecta a todo: a su sofisticación, pero también a sus referentes. Cómo va a haber una humorista como Margaret Cho, que toca temas como la bisexualidad, el racismo o el republicanismo de Bush, si aquí se considera que el humor femenino es que una tía hable de que se cabrea cuando le viene la reglaen general en España hay falta de madurez en el humor. Lo políticamente correcto impera, el humor es muy blanco, muy facilón”.
Todo lo anterior me lleva a pensar en la conexión entre la actitud que propicia el humor y la construcción de la subjetividad de las mujeres. Y en lo difícil que es encontrar una tía que destaque por su sentido del humor en el ámbito de lo público. Y a veces de lo privado. Claro, que el arquetipo de alguien gracioso in our country es un “cuñao” contando chistes en el centro de un corro.
6.- De todas las veces que he estado en el carnaval de Cádiz (¡vayan!), lo que más recuerdo son las chirigotas clandestinas. No son las que se dan en el Teatro Falla sino las que pasan en esquinas más insospechadas del barrio de La Viña. Recuerdo especialmente a Las Niñas. Y a Las Penélopes. Y pienso que quizá esa creencia de que no hay mujeres haciendo humor es un reflejo de su escasa representación en el mainstream. Que quizá por aquí, el humor hecho por mujeres aún haya que buscarlo en el underground. En lo que esa conexión tiene que ver con el aprendizaje del género. Entre ser criada para ser una oreja o ser un emisor hay una diferencia fundamental. Trato de pensar en cómo estos dos roles se han fraguado en mí, en mi historia. Gana la tendencia a ser oreja, con la que me peleo cada día.
Y esto es lo que tengo hoy para contar en este sentido: una historia.
Se titula así: Hombres. Sin más.
7.- HOMBRES
Pues a mí resulta que me tocó aprender bien pronto lo que eran. Lo aprendí porque lo experimentaba. Tengo dos hermanos, cinco tíos y ocho primos. No me imagino mi vida sin ellos.
Hasta los diez años creí que era un chico. Mis hermanos eran mis súper héroes. Yo quería hacer todo lo que ellos hacían. Vestía con su ropa, salvo cuando me ponían vestidos de lazo.
Mi primera idea de lo que es ser hombre viene marcada por la tensión que existe entre las imágenes de mis tíos maternos y mi tío paterno. Los cuatro hermanos de mi madre eran altos (dato ocioso, cuando eres pequeña, todo el mundo es alto) que se levantaban tosiendo y a mesa puesta, bebían café solo y mojaban churros, llevaban billetes en los bolsillos de los pantalones y percutían las llaves de su coche como instrumento musical cuando menos venía a cuento. Contaban historias muy divertidas de huidas en moto, gente del barrio (La Ventilla) que andaba jodida, leían el Víbora y discutían acaloradamente sobre personajes políticos que me sonaban a chino. Mis abuelos se murieron bastante jóvenes y mi madre pasó a ejercer naturalmente el papel de madre de sus hermanos. En especial de dos de ellos, el mayor, soltero de oro, y el más pequeño, que pasó a ser directamente su protegido. Hoy casi todos son family guys pero entonces, y en diferentes gradientes, eran lo que se conoce como “unos balas”.
Mi otro tío, el hermano de mi padre, a veces llevaba delantal cuando nos recibía en su casa, era un tipo que hacía deporte y se cuidaba mucho y compartía la conducción de su Citröen BX amarillo con mi tía. Él no blandía nada, salvo su estetoscopio, que ya es, para auscultarnos y cuidarnos siempre que nos poníamos enfermos. No daba órdenes, no se mantenía abstraído con el botellín en mano mirando el partido, mantenía casi siempre prendida la mirada periférica. Era poroso y acogedor sin connotaciones sexuales. Por lo tanto, deduje, no era un hombre.
El balance estaba claro, lo que aprendí: los hombres, en general, ríen estentóreamente espatarrados en el sofá. Fuman, beben alcohol y pican cosas que algunas mujeres satélite han portado desde la cocina. Alegran el cotarro, silban en la ducha, leen el periódico, dicen tacos y siempre andan yendo y viniendo de algún lado. Se levantan sin recoger la mesa, exigen favores. Son libres a costa de la asistencia de otras personas, por decirlo deliberadamente en género neutro.
Yo entonces, como he dicho, medía bien poco, llevaba obligada vestidos con babero para distinguirme de mis hermanos, no se me permitía gritar, me tragaba sin haberlo elegido horas de deporte televisado (me sabía alineaciones enteras y modos de puntuación de varios deportes) y eventualmente tenía que ayudar a servir y aumentar el nivel de escucha ambiente mientras ellos desplegaban sus historias. Si eres una persona de unos 30 kilos que mide alrededor de un metro treinta, calzas un 29 en los años ochenta y dedicas horas a observar a los hombres, pronto constatarás que el protagonismo es para ti algo así como un territorio lejano y, probablemente, vedado.
Sí, ellos eran protagonistas no sólo de su vida sino de “la vida”, así que pronto adquirí conciencia de ser una especie de personaje de relleno frente a semejante derroche de actividad y ocupación del espacio y el tiempo, subordinada y dependiente de los movimientos de esos seres altos, libres y de voz cascada. Así me recorté yo contra ese teatrillo de figuras definidas: como una sombra silenciosa que sonreía mientras ellos golpeaban expresivamente la mesa al contar anécdotas que casi nunca logré entender bien. ¿Mi papel? Sonreír. Sonreír es la gran pantalla que te aísla entre tu deseo de estar allí y tu aparente imposibilidad genérica de encaminarte hacia. Sonreír. Siempre. Es importante. Sonreír y ser una chica. Escuchar. Asentir. Sonreír. Y desde ahí dentro, dentro y detrás de tu sonrisa hipermullida, es desde donde aprenderás pronto también a evadirte y fantasear.
Se puede sonreír y fingir que escuchas mientras tu mente viaja a velocidades supersónicas y lugares accesibles. Os lo aseguro.
Porque entre ser criada para ser una oreja o ser un emisor hay una diferencia fundamental. Y precisamente ahí, puede que justo empiece lo bueno. Puede que comience tu personal camino hacia el sentido del humor. Primero te reirás sola. Luego compartirás impresiones Y, poco a poco, irás arañando posibilidades y contradiciendo todas las inercias, irás ocupando espacios públicos donde reirte a gusto y hacer humor.
8.- En la última mani del 8 de marzo. Desbordó los promedios de asistencia y de foco de todas las anteriores convocatorias en casi todas las ciudades gracias al esforzado empeño de Alberto Ruiz Gallardón y, en Madrid y Barcelona, gracias al curro de, entre otras, A por Todas y Feministes Indignadas, respectivamente. En plena Gran Vía atestada y rodeadas de banderas (???), algunas teníamos muchas ganas de reírnos y empezamos a soltar consignas como:
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, chochoooooo”.
“El género es vintage”.
“Vuestra igualdad nos toca el coño”.
“En este sistema de género marcado, las mujeres son así (voz pito) y los hombres son asá (voz machiruloway)”.
“Abortar no me supone ningún conflicto, es como fumarme un piti”, (esta última no pegaba nada, pero a partir de un momento nos daba igual todo, y eso era lo más divertido).
Algunas asistentes de la mani nos miraban como diciendo: ¿ya están aquí las locas? Porque parece que lo peor que puede ser una mujer es incorrecta, irreverente, gritona, incómoda. Física y verbalmente. Lo de las formas y la argumentación. Lo de la razón de la fuerza y la fuerza de la razón. ARGH. Sigue vigente. Y entre nosotras. Dentro de nosotras.
9.- A los biohombres (recientemente aprendí lo de cis hombres y me quedé picueta; de hecho, aún no lo pillo bien) se les presupone siempre que van en serio, hasta cuando hacen humor. Nosotras, para ir en serio, ¿lo tenemos aún que seguir demostrando? Me aburro. Y es que, y esto probablemente sea lo más perverso de todo, como decía Nacho Moreno en esta tweetentrevista el otro día: “Cuando las chicas se ríen, el heteropatriarcado se caga de miedo. Como en esta escena de A Question of Silence”.
Pues ocupemos el sentido del humor, señoras. Porque hacer reir es un placer. Y ya saben cuál es siempre nuestra mejor revancha.