La fotografía del niño ahogado en una playa de Turquía ha vuelto a encender el debate sobre si mostrar o no las imágenes que contienen una violencia atroz.
publica un texto de Rafael Sánchez-Mateos Paniagua —
La fotografía del niño ahogado en alguna playa de Turquía, muerto junto su hermano y su madre en el intento de alcanzar Europa, ha vuelto a encender el debate sobre si mostrar o no las imágenes que contienen una violencia atroz. Los argumentos son casi siempre los mismos: ‘¿es necesario?’, ‘¿es ético?’, ‘¿a dónde lleva?’; lo mismo con las acusaciones de aquellos que las muestran: ‘¡morbosos!’, ‘¡inhumanos!’. Al respecto de este debate, merece la pena recordar el dos ensayos de Susan Sontag, Sobre la fotografía y Ante el dolor de los demás, en los cuales, si se leen juntos, tiene lugar una de las reflexiones más serias y comprometidas que pueden encontrarse sobre esta discusión. Sontag admite que al principio ella también pensaba que esas imágenes no debían mostrarse, pues no eran necesarias para entender y hacerse con el dolor o la catástrofe y que eran más bien prueba de la ‘espectacularización’ del dolor y la tragedia. Su puesta en circulación anestesiaba más que movilizaba. Y es cierto que el dolor ha sido devorado en muchos sentidos por la absurda lógica del espectáculo, que sólo tiene sentido si convenimos que las imágenes no nos afectan, no nos mueven, no nos conmueven, nada pueden con nosotros. Que la percepción y la acción están separadas (gran éxito del capitalismo).
Pero entre los dos ensayos, Sontag vira completamente sus argumentos a favor de mostrar las imágenes de las tragedias de las que los hombres son responsables. El matiz fundamental de este viraje es precisamente la comprensión ‘política’ de la imagen. En nombre de la moral, del respeto, la compasión piadosa, o cualquier otra gran virtud, se higieniza o ecologiza el espectro de lo visual, borrando todas aquellas imágenes que nos rompen la cabeza, que se nos clavan en el corazón. El capitalismo querría que fuéramos insensibles a las imágenes en general (salvo las que el capital cree tener ‘controladas’) pero sobre todo a las que descubren sus diversos disfraces, sus verdaderos intereses. Sería terrible que en la sociedad del espectáculo las imágenes aún contuvieran algún tipo de potencia. Pero el hecho es que, como dice Sontag, la idea de que todo se ha convertido en espectáculo es de un “provincianismo pasmoso”, pues no todo el mundo, menos aún las personas que sufren el desastre de las guerras, se puede permitir el lujo de considerar el dolor como un problema de la representación. Las personas que no sufrimos este dolor o estas catástrofes, inscribimos el problema enseguida en esa dimensión y, en nombre de una moral despreciable, pretendemos silenciarlas, no queremos verlas, queremos comer tranquilos, dormir tranquilos, si acaso traducirlas a algún tipo de categoría de lo visual (un borrón, un difuminado, el ciego grosor del píxel) que no resulte ‘ofensiva’. Pero ¿ofensiva para quién? ¿Para nosotros? Qué egoísta resulta oír a alguien aludir a su propia moral (o dolor) ante la imagen de un niño inocente muerto sin razón alguna, simplemente porque la hospitalidad, verdadera ley de la tierra, no cotiza en bolsa. Decimos que el niño tendrá padres o familia que no querrían ver esas imágenes y nos creemos defensores de sus derechos, haciendo mención a la ‘ética periodística’ cuando este debate, en la era de la reproducción global de imágenes y las redes sociales desborda por completo el trabajo del periodismo. Pero lo cierto que los familiares de los niños muertos en este tipo de desastres (véase Palestina, Líbano…) no han dejado de propagar y difundirlas y se resisten a que sean ignorada, pues dan cuenta de la dimensión de la tragedia, de la bestialidad (humana, siempre humana) de los responsables del desastre.
Este debate surgió también durante los atentados en Madrid del 11M, y traté de aportar esta misma reflexión en un comentario en el viejo blog de Nacho Escolar. Entonces “no sólo la prensa evitó mostrar imágenes: durante el juicio, de las 500 fotos aproximadamente disponibles de los atentados, los jueces pararon, ‘por respeto’ a las víctimas, cuando se habían mostrado sólo una veintena. ‘Ya basta’ dijeron ante un auditorio conmocionado. Pero quizá por no haber visto esas 500 fotos, quién sabe, perdimos la posibilidad de comprender toda la dimensión de la tragedia del 11M y de este modo hacer justicia (porque era esa la obligación de los jueces) sentando no en una comisión de investigación, sino en el banquillo, a aquellos que por una guerra injusta, terminaron desencadenando el asesinato de civiles más grave desde hacía muchos años. Porque las víctimas no pueden ver la tragedia nosotros debemos de verla en su lugar. Pilar Manjón denunciaba con toda la razón a aquellos que la mandaban por correo fotos de los atentados. Una vez dijo que que su hijo había muerto por la sociedad. Entonces precisamente porque ella no puede contemplar la tragedia nosotros, la sociedad, debemos hacerlo”.
Pero siempre reaccionamos igual. Las imágenes de víctimas infantiles durante la guerra civil que aloja el Archivo Rojo, son aún desconocidas para la mayoría. Y deberían estar grabadas en nuestras mentes. El problema de la memoria histórica, comienza, antes que nada, por el olvido de estas imágenes. Ni siquiera eran, a pesar del archivo que las custodia, ‘niños rojos’, pero alemanes e italianos eran las fuerzas militares que los bombardearon.
En el caso de la foto del niño en la orilla, el debate parece más complejo por la cuestión de ser un menor. Niño muerto, que escapaba con su familia de las guerras que los privilegiados de occidente siembran en tierras cada vez menos lejanas, que pretendemos, en nombre de nuestra ética del ‘primer mundo’, instalar en el limbo de lo irrepresentable. Los menores, eternos apartados de la representación, de la sociedad en general y, sin embargo, nada en el mundo de los adultos en el que están obligados a vivir les es ajeno. Menos aún su violencia. Es intolerable que los que nos llamamos adultos pretendamos, creyendo defender la vida de este niño, no mirar su muerte. Por ella sabemos que somos pequeñísimos ante la barbarie del capitalismo. Este niño ha muerto por nada, pero esa ‘nada’, ese vacío de muerte, tristeza inmensa y horror, puede ser llenado de acción, de rabia, de deseo. Un periodista español que se encuentra con refugiados en la frontera de Hungría se asombraba de que los niños pudieran aún sonreír, jugar, cantar, después de la experiencia que estaban viviendo. No es cuestión de optimismo, ellos bien saben que la vida no siempre es bella. Sus gestos de niño parecen desplazar el desastre en el que andan metidos ('la catástrofe humanitaria’, dicen los periódicos) hacia un lugar en el que aún es posible la esperanza. Con una sinceridad y una sabiduría (desconocida ya para la ‘mayoría’ de los que abandonamos la infancia) parecen ser capaces de abrir posibilidades en medio del desastre o la ruina. Gran lección que los insignificantes, los pequeños, los que nada saben, los que se encuentran más abajo aún que los de abajo, dan al mundo.
Es por ello que debemos escuchar el ruidoso silencio de este niño muerto. Los morbosos son los que se niegan a contemplar estas imágenes, que aspiran a seguir viviendo un mundo horrible, del que no tenemos imagen, ni lucha. Tan sólo buenas intenciones para declarar en los telediarios o en las redes sociales.
Enseña tus heridas. Politiza tu dolor.
Rafael Sánchez-Mateos Paniagua investiga las relaciones entre infancia, estética y política. Aquí puede leerse De qué niños hablamos cuando hablamos de los niños De qué niños hablamos cuando hablamos de los niños
* 'Muestra tu herida' (Zeige deine Wunde) es una instalación que Joseph Beuys hizo en 1980: “Muestra tu herida, porque hay que revelar la enfermedad que se quiere curar […] Una herida que se muestra puede ser curada”.
** Visto en el Facebook de la Asociación de Sin Papeles de Madrid: “De la rabia y la indignación contra las fronteras y las políticas de la Unión Europea nace una convocatoria de reunión para pensar juntas qué hacer para que las gentes nos sintamos seguras y acogidas en el viaje y en los lugares a los que llegamos. Y se desborda y pasa esto. No cabíamos en el lugar de reunión habitual de la ASPM, así que nos fuimos a la Plaza de Agustín Lara. Y seguimos el próximo miércoles a las 20 horas para todos los que se quieran sumar. Bienvenidas todas!”
Sobre este blog
Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.