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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

He preferido hacerlo

A ti, por ejemplo:

Te voy a contar una historia que sucedió anteayer, pero empezó mucho antes.

El pasado 11 de Junio, miércoles, tormenta y bajas presiones, pasaron varias cosas. Se aprobó una ley impaciente en las Cortes mientras trabajábamos y tuiteábamos la votación y algunos se manifestaban en las inmediaciones el Congreso y eran disuadidos. Por la tarde vinimos aquí al Conde Duque a escuchar a Germán Labrador dentro de las Jornadas Ajoblanquistas sobre las Transiciones (al parecer hubo más de una, algunas subterráneas). Paula cumplió 25 años. Cuatro personas fueron condenadas a tres años de cárcel: Carlos, María, Tamara y Ana. Se supo que, en la ciudad de Barcelona, se está cociendo una candidatura para las próximas municipales que amalgama partidos políticos y personas de movimientos sociales nunca antes interesadas en proceso electoral alguno.

Todas estas cosas tienen conexión. Porque la historia se cuenta así o no se cuenta: un rey puesto por arriba, cuatro detenidos por abajo, en medio un cumpleaños, el anuncio de una posibilidad que intenta superar ciertas lógicas y por la tarde, si tienes tiempo y cuerpo, vas a a ver una charla y cañas. Todo mezclado.

Recuerdo dos portadas de Ajoblanco (segunda época) que estuvieron años danzando entre mi habitación y la de mis hermanos. Una en la que salía Goytisolo y otra, la mítica del cultivo de marihuana. Yo no sé qué leí ahí. Eran los noventa. Paula está escribiendo ahora sobre los 90. Porque no se acuerda. Nació en Valdebernardo y tiene un poema brutal dedicado a su barrio hecho a a partir de titulares de periódicos. Paula es de 1989 y ayer llevaba una camisa transparente con mapaches pequeñitos. Porque esto también es importante: lo que la gente se pone para salir a la calle.

Yo el miércoles llevaba un jersey rojo y negro simulando estampado leopardo (animal print se dice, ¿no?) pero en 1989 estaba en el parque Zeta. En mi barrio las zonas se subdividían por polígonos. El parque Z estaba en el polígono Z. OK. Nos pasábamos la vida en el Zeta. Así que ese 11 de junio en que Paula nació yo estaba acabando octavo de E.G.B. en el colegio público cuya construcción los padres habían logrado con la lucha vecinal. Probablemente estaba revolcándome con mi primer novio hasta ensuciar de verde las rodilleras de los vaqueros, dándole una calada a un Fortuna de alguien o bebiendo un botellín. O quizá comiendo regaliz de espiral y jugando a Churro Va en la réplica de los Toros de Guisando. Si tienes suerte, a los 14 años en un barrio de clase media a finales de los ochenta puedes elegir por días si quieres jugar a adultos o seguir jugando a púber entre réplicas de monumentos celtas. Ese día de hace 25 años estaba en la calle, eso está claro. Mientras Paula chillaba por primera vez en algún hospital, posiblemente público, posiblemente al otro lado de la M-30. Dice Wikipedia que ese mismo mes de junio Milosevic auguraba la guerra de los Balcanes dando un discurso incendiario en Kosovo, se fundaba el PP a partir de una cepa muy agresiva de la disuelta Alianza Popular, unos biólogos italianos hallaban el modo de producir animales transgénicos y un chico paraba con su cuerpo un tanque en la plaza de Tianammen.

No hemos vivido esa transición pero esa transición nos ha vivido.

Paula y yo nos llevamos 14 años pero ahora bailamos juntas en las fiestas, habiendo habitado diferentes tramos de historia antes de llegar hasta aquí. O quizá las dos hemos estado antes en un mismo espacio mental antes de encontrarnos en esta carta en la que nuestros túneles se han cruzado. Y han emergido. Desde la primavera de 2011, y ya parece un lugar común, no han parado de cruzarse y emerger túneles a la luz. Encuentros, fogonazos y propuestas ciñéndose en una red, haciendo tejido, tupido, elástico, animal.

Ahora las dos vamos a tener una reina que vivió en Valdebernardo y es un fragmento más de una especie de pesadilla colectiva de la que quizá nos despertemos pronto y podamos beber agua y frotarnos los ojos. No sé. Es como una broma muy barata. No lo de tener de golpe una reina plebeya, que ni tan mal, sino haber asistido como si tal cosa al cierre de filas de las élites en menos de quince días. Haber visto el nivel ínfimo de la casi totalidad de la prensa, por no decir toda la generalista. Haber sentido en el aire la tibieza. Quizá también nuestra propia tibieza. Puesta sobre la piel como la ropa en que pensamos cada mañana antes de salir.

Ante el chiringuito de los que se enrocan arriba, nos habitan aún trazas de obediencia y otras cosas, algunas heredadas junto al miedo, otras son tics, supongo, por haber crecido con ciertos privilegios mínimos y muchas otras son sofocadas a hostias, directamente. Pero esas trazas se mezclan con otras formas de vida democráticas que ensayamos torpemente, como hicieron otras personas en otras transiciones previas. Se superponen, como los acontecimientos del miércoles, haciendo de la historia una lasaña donde todas las capas tendrían que ser igual de importantes y no sólo la bechamel del número de escaños o la carne institucional. (Perdonadme la metáfora de trazo grueso. OUCH).

“Nosotros no queremos cambiar las Cortes. Queremos transformar la vida.

Un graffiti fotografiado en un baño público en otoño de 1976, una de las múltiples menciones de ese lema (Rimbaud: “Il faut changer la vie”, hay que cambiar la vida), un subtexto lírico de toda una serie de experiencias que recorrieron la década de los setenta y que siguieron recorriendo las sucesivas y que llega en forma de pregunta hasta hoy y nos vuelve a dividir por la mitad como un melón“, dice la invitación a escribir esta carta. ¿Qué queremos cambiar? ¿Se llevará la pasión electoralista toda la imaginación política emergida desde los túneles? ¿Tendremos un 82 resultadista que nos volverá de nuevo tibios en las formas diarias del hacer? ¿Hay posibilidad de cocinar una lasaña buena que les quite de en medio pero no solo para ser el califa en lugar del califa?

Qué de preguntas para una carta. Dirás. No es una respuesta. Ya. Son preguntas concretas. Es lo que traigo. Desde el subsuelo. Cuando te mudas a otro lugar dejas de hacer las cosas que hacías. Yo me fui de Moratalaz. Paula se fue de Valdebernardo. Dejas de estar con la gente con la que estabas, dejas de ir por los atajos que solías, dejas de jugar a lo que jugabas. No sé si todas queremos salir de los túneles.

Ayer se supo que Ada Colau promovía una iniciativa ciudadana con la vista puesta en las próximas municipales, Germán Labrador aquí mismo cerró su charla con un “tenemos mucha tela que tejer”, Pepe Ribas recordó cómo la prensa tipo El País o Diario16 vendieron sistemáticamente a partir del 81 el meme del desencanto mientras se filtraba la heroína por todos los bancos del Zeta, en las Cortes, PPSOE se agarraban juntos al mismo clavo (tienen tanto miedo) mediante una votación apresurada y Paula nos invitó a cañas y patatas fritas al acabar la sesión. Hoy Carlos y María están oficialmente en busca y captura y, por lo tanto, aunque solo fuera por esto último, transformar la vida sigue siendo la pregunta válida, que es, en el fondo, la pregunta por las vidas que se pueden vivir, hasta dónde se pueden vivir, y cuánto cuesta vivirlas.

Ya me despido. Que quizá todo esta esta historia no era más que una excusa para poder preguntarte:

Y tú, ¿qué prefieres hacer?

Esta carta responde a esta invitación de María Salgado y Rafael Sánchez-Mateos Paniagua dentro de su proyecto Los Dosmiles a Destajo. Será leída junto con otras cartas recibidas, esta misma tarde, de 17 a 21h en el patio del Conde Duque (Madrid).

Es una improvisación y una remezcla por escrito a la pregunta:

¿Existe un vínculo vivo entre lo que queda y lo que podría venir?

Por lo que queda, la pregunta se refiere a lo que que pasó entre 1974 y 1981, que es el tiempo que abarca la primera época de la revista Ajoblanco, a la que está dedicada la exposición Ajoblanco: Ruptura, contestación y vitalismo, ciclo de conferencias y esta lectura de cartas. Y lo que pasó, dicen María y Rafa hackeando a Germán Labrador: “fue que mucha gente, más allá de la historia contada sólo en términos de éxitos y grandes movimientos de estado, hacian cosas, peleaban por cosas, tomaban algunas decisiones y asumían un coste. Un precio. Todas esas gentes, cientos de miles, prefirieron prefieren hacerlo. Toda esta amplia serie de actos se organizan entre sí, entran en conflicto, se reconfiguran y constituyen las formas de vida hacia las que los cuerpos tienden. Formas de vida democráticas frente a un país franquista que se derrumbaba y dura, como políticas de la vida democrática”.

Eso es preferir hacerlo.

PD.- Me hubiera gustado escribir esta carta a mano y franquearla a sus destinatarios.

A ti, por ejemplo:

Te voy a contar una historia que sucedió anteayer, pero empezó mucho antes.