Ecuador, tras la derogación del decreto que originó las protestas: “¡Viva la vida carajo!”
Memorias, imágenes, conversaciones y sensaciones de una lucha victoriosa. Cuarta crónica de Cristina Vega desde Quito y desde el levantamiento indígena en Ecuador.
Texto de Cristina Vega. Fotos: Jonatan Rosas - Quito
La primera crónica aquí. La segunda aquí. La tercera aquí.
Toca revivir y guardar firme en la memoria cada imagen poderosa, cada conversación, cada sensación. No han parado de sucederse, y ahora, todo lo que hemos contenido, se desborda. También le sucede a mi hija, que hoy necesita llorar por cualquier cosa y no le apetece nada regresar mañana al colegio.
La marcha encabezada por las mujeres hacia el norte de la ciudad fue realmente hermosa. Acabó, ese 12 de octubre, en la estatua ensangrentada de Isabel la católica. Este gesto de dar un paso adelante arrastró a muchas personas y también reveló algo triste, bueno, si no triste, muy particular sobre la lucha vivida. Algo que sin duda nos toca pensar.
Mucha gente mestiza de clase media, y desde luego de sectores populares, está en contra de que el FMI gobierne el país junto a la élite empresarial supeditando el bienestar de la población, en particular de los grupos peor parados, a los fines de la acumulación.
Al fin y al cabo, todo el mundo entiende lo que implica el encarecimiento del combustible, particularmente el de transporte pesado. Las mujeres saben lo que supone echar cuentas. Los campesinos comprenden que dicho encarecimiento favorece la producción de agrocombustible y monocultivos energéticos. Saben, como los ecologistas, que esto acelera aún más el acaparamiento de tierra, la contaminación y el daño al medio ambiente. También sabe la gente que reducir aranceles de tecnología beneficia a los grupos importadores y pone a unos cuantos a consumir más y más huevadas. El capital transnacional puede estar contento al vender maquinaria pesada para impulsar la agroindustria. Al fin y al cabo, nuestro destino va a seguir siendo la minería, el petróleo, la extracción, y eso lo saben bien las indígenas amazónicas. La bajada de salarios, porque eso es lo que significa regalar tiempo de trabajo y hacer contratos baratos no se le escapa ni a los sindicatos, ni a las personas jóvenes, ni a las mujeres, ni a nadie. Se intensifica la explotación, se promueve el endeudamiento doméstico, se genera incertidumbre, se expande el miedo, mientras la canasta básica sube. La espiral de despidos en el sector público no suscita tampoco dudas, como ocurre con la fragilidad de las pensiones. Y lo mismo ocurre con la reducción del impuesto a la salida de divisas, previo a condonar deudas a grandes capitales mientras se contratan con el FMI. Menos tributación para los ricos e impuestos indirectos para los demás. La crisis que todo esto crea la preteden paliar con un bono de a 15. ¡Ja!
La gente empobrecida de este país lo tiene claro, y los menguantes sectores medios tienen muchos ejemplos alrededor de lo que acarrea este tipo de políticas. El lenguajeo del emprendimiento, a pesar de su virtuosa alabanza a la ética del trabajo, el sacrificio familiar y el evanescente ejemplo de los que sí han podido, no deja de ser un modo de hacer que la gente trabaje más y corra con los riesgos.
El pueblo ecuatoriano no es cojudo, conoce de cerca el neoliberalismo, y el actual martilleo de la lucha contra la corrupción no alcanza a ocultar las miserias del gobierno, del Estado y del capitalismo dependiente.
Esto, como digo, es claro para todas y todos. La diferencia es cómo lo vivimos, cómo lo combatimos. Y en eso, hay una cesura enorme entre mestizos e indígenas, pensando también en términos de clase. Kichuas, shiwiar, shuar, saraguros, kañaris, Tsa'chila, kitukaras, chibuleos, puruhás… Nuestras formas, nuestras memorias, nuestros cuerpos, nuestros saberes y, al fin, nuestros modos de enfrentar la dominación expresan vidas bien distintas, bien desiguales.
Inocencio Tucumbí, Humberto Otto, José Chaluisa, Raúl Chilpe, Abelardo Vega Caizaguano son los nombres de algunos de los hermanos asesinados. Anoche, mientras recorríamos el Arbolito con una mezcla de profundo dolor, incertidumbre y alegría por lo que se presentó como la derogación del 883, escuche a un joven indígena que se quejaba de la mucha gente (mestiza) que asomaba al momento de festejar. Más allá de los juicios, esto es algo que nos recuerda la diferencia, la de mujeres, hombres, jóvenes y pequeños. Ayer mismo, estando en el albergue de la Universidad Central, lo pude ver de forma clara. Un grupo de Bolivar salía para el Arbolito; habían preparado unos precarios escudos de metal y madera. Entre ellos correteaba un niño chico con un escudo que el papá le había arreglado con unas cuerdas y cartones. También mi compañera lo escuchó. Caminaba una mamá con su nena de cuatro años, de Colta quizás. “Mami, le decía, ¿vamos a piliar?”, “sí, vamos a piliar”.
Toca asumir y pensar qué significa esta lucha para cada cual. Entender la centralidad indígena, su persistencia y resistencia en ese singular campo de batalla que fue El Arbolito, donde algunes aguantamos a duras penas con mascarilla, agua con bicarbonato, vinagre y leche para resistir los gases y entregar a quienes avanzaban. Repensar, pues, más allá del bien y del mal, las formas de la presencia; cuerpo colectivo que resiste, cuerpo que avanza y se repliega, cuerpo voluntario que atiende, cuerpo paramédico que rescata, cuerpo rezagado, cuerpo que coordina, cuerpo que habla sin apersonarse... Mujeres, hombres, estudiantes, dirigentes… Muchos lugares y maneras para estar, muchas interrogantes sobre nuestros estares.
“No somos su ejército”, dijo alguien. “No hemos venido a comer”, dijo alguien. “No queremos su ayuda”, dijo alguien. Mientras, una mujer muy humilde llegó al albergue de la UCE con unas funditas de bicarbonato, era una vendedora de la calle, había caminado tres horas para traerlas con la poca plata que había hecho en el día; “es domingo y no hay muchos carros”.
“Los runas, escribió un amigo en las redes, hemos dado luchando, dado muriendo, ahora ya toca dar gobernando. Ya de una vez”.
Mientras la marcha de mujeres buscada desplazar el cerco, el ataque a Teleamazonas y el incendio de la Contraloría, o quizás todo ello combinado, más cosas que estaban ocurriendo fuera de nuestro campo de visión en Quito, reinstalaron el toque de queda y una nueva escalada represiva. Esa tarde apenas logramos alcanzar nuestro destino, mientras camiones militares maniobraban de manera siniestra, volviendo a amenazar albergues y espacios de confluencia. Tocó dormir allí donde se pudo mientras escuchábamos bombas, sirenas, helicópteros al tiempo que la televisión mostraba escenas animadas y las redes no actualizaban la información. Me vinieron imágenes infantiles de la dictadura, con escenas de coros y danzas, misas y toros. Así funciona el estado de terror.
Quede de esa noche la cadena humana de paramédicos defendiendo el albergue en la Universidad Católica y la bella sinfonía de cacerolas que hicimos posible desde balcones, ventanas y terrazas en toda la ciudad. Que, por cierto, no era “por la paz” (y contra el vandalismo), sino por el fin de la represión y la militarización. Una vez más, contra las medidas del gobierno.
A día de hoy, podemos comenzar tan sólo a echar cuentas, a partir de lo recogido por la Defensoría del Pueblo, 1.192 personas detenidas en el país, 96% varones, jóvenes en su mayoría. Muchos fueron estudiantes quiteños arrestados en los primeros días. ¿Recuerdan? Doce días atrás. 1.340 personas oficialmente atendidas, la mayoría aquí, en Quito. Eso sin contar las innumerables que vimos asistidas en los albergues. En los hospitales hay pacientes críticos. Jaime Vargas, presidente de la CONAIE, habló ayer de más de 100 personas desaparecidas. Vamos a tardar un tiempo en recomponer la verdad de estas cifras, pero desde ya sabemos que la violencia ha sido mucha y que su peso no va a ser fácil de olvidar.
Por fin anoche, después de todos estos días, se logró sentar al gobierno. Una mezcla de estupor y esperanza nos embargó. Memes y memes recorrían las redes y los grupos de wasap, uno tras otro, mientras se producían las intervenciones y esperábamos, “toda una vida” que se retomara la mesa de diálogo tras una larga pausa. Presidente pelele, dirigentes locuaces. Miriam Cisneros, lideresa amazónica, brilla por siempre.
Llegamos a un acuerdo incierto con anuncio de derogatoria del 883; muchos silencios dolorosos, entre ellos, el que toca a las responsabilidades criminales de Romo, Jarrín y el propio Moreno. ¿Hemos ganado?
Mientras festejábamos, no podíamos dejar atrás el dolor. Ya tarde en la noche bajamos al Arbolito. Un auténtico campo de batalla, amasijo de neumáticos, piedras, palos, metal y jirones de tela. La gente bailaba sobre todo lo quemado, sobre todo lo destruido y construido.
Subimos hacia la Asamblea Nacional. Arriba estaban esos mismos policías que ayer disparaban. La gente les hizo espejo, frente a frente. Los miramos a los ojos. Algunos los apartaban. Les gritamos asesinos. Hay quien les recordaron que también ellos eran ecuatorianos. Santi tocaba el saxofón bellamente bajo una torre flanqueada por policías metalizados. En la bola del Arbolito ondeaban wipalas y banderas de El Ecuador. Estábamos muy emocionadas; yo pensaba en lo mucho que amo esta tierra y a su gente. Lo mucho que hemos vivido en tan corto tiempo y lo mucho que nos toca digerir.
Se armaron, ya esa noche, cadenas humanas para desmontar las barricadas mientras se colocaban adoquines. Ya vivimos la lucha, ya la asamblea, ya la minga y ahora, la fiesta y nuevamente la minga.
Hoy, en la resaca, después de buscar a mi hija retorné al Arbolito y al ágora, como quien no puede abandonar los lugares donde ha experimentado cosas tan intensas e inborrables. Muchas personas se habían afanado recogiendo todo, al margen del Estado, del municipio y sus agentes. La mayoría eran jóvenes y trabajadores de los barrios que habían llegado con palas y materiales de construcción. Encontré a un amigo pintando farolas mientras una reportera de TVE se apostaba ante el edificio quemado de la contraloría. Las amigas coincidían: ¡cuánta dignidad! El gesto es irreversible: el de quienes hacen la comunidad, en la pelea, en la fiesta y en la reconstrucción. Ni vándalos y ni sumisos. Pueblo, pueblos que luchan. Alguien gritó: ¡Viva la vida carajo!
Sobre este blog
Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.