¿Cómo pensar la violencia de este mundo de un modo no victimizante y despotenciador? El primer paso es no totalizarla. Es decir, no verla como completa y omnipotente, victoriosa y absoluta. ¿Y cómo? Haciéndonos sensibles a las prácticas de vida que deconstruyen la lógica de bandos incluso en la peor situación de guerra, poniendo en ellas el foco, dándoles visibilidad e importancia.
Es la propuesta de Juan Gutiérrez, tras una reflexión de largo aliento sobre la paz entrelazada con su trabajo de años como mediador. Una propuesta que hoy se concreta en el proyecto “Hebras de paz de vida”, que pone en valor los gestos de humanidad rebelde que subyacen siempre a las situaciones de conflicto.
Juan Gutiérrez fue invitado a México DF para explicar el proyecto por el Tecnológico de Monterrey en noviembre-diciembre de 2015 y allí coincidimos. Junto a mi amiga Amarela Varela Huerta, activista, profesora en la Universidad UACM e investigadora de las migraciones y los movimientos sociales, pensamos que podía ser muy útil compartir en el contexto mexicano, tan atravesado hoy por la violencia, las reflexiones sobre el concepto fuerte de paz que Juan trabaja y elabora. Esta es la entrevista que le hicimos entonces, con preguntas desde “los dos lados del charco”
Juan Gutiérrez estudió filosofía en Hamburgo y participó muy directamente en los movimientos estudiantiles alemanes. Fue director durante años del centro de paz Gernika Gogoratuz (“recordando Gernika”) y asesor entre 2004 y 2011 de la Asociación 11M Afectados por Terrorismo. De 1990 a 2000 actuó en una mediación informal de alto nivel en el conflicto vasco. Desde 2011 coordina en Medialab-Prado un proyecto de Memoria y Paz y actualmente es presidente de la Asociación de ámbito internacional Hebras de Paz Viva. La foto que acompaña al artículo es de Maxi Kohan.
Paz positiva y paz negativa
Paz positiva y paz negativaAmarela Varela Huerta: Dices que la paz está mal definida, ¿a qué te refieres?
JG: Bueno, creo que no importa tanto si la paz está bien o mal definida, sino por qué la paz es tan débil y yo respondo que es débil porque está mal definida. La definición dominante dice que la paz es la ausencia de guerra y violencia. La paz, definida así negativamente, sería algo de muy baja saliencia. Es decir, se quiere la paz, pero se quieren otras cosas más que la paz y para conseguirlas, en el choque con los que quieren distinto, se usa la violencia que es el medio más directo.
Los teóricos de la paz, como Johan Galtung, John Paul Lederach o Adam Curle, dicen que la paz tiene dos caras: la paz positiva y la paz negativa. La paz negativa es el no a la violencia y ese “no” se entiende muchas veces desde unos enfoques dialécticos, partiendo de que la violencia es la negación de la vida. Es algo que encontramos ya en Marx, por ejemplo, cuando afirma que el proletario encarna al género humano porque es la negación del privilegio y el privilegio es la negación del ser humano. Por el “pasodoble del no”, la negación de la negación, el proletario encarna el género humano. Y eso condujo a Marx a decir que los proletarios, cuando se rebelan, no tienen nada que perder salvo sus cadenas. Pero el proletario, por muy miserable que sea, incluso partiendo de la definición latina del proletario como quien no tiene más que su prole, no es verdad que no tenga nada que perder, porque todos sabemos que perder un hijo es una de las perdidas más terribles que pueda haber.
Amador Fernández-Savater: En esta definición de la paz como un Jano bifronte, además de la paz negativa está la otra cara de la paz, la paz positiva. ¿Qué sería la paz positiva?
JG: No encuentro que haya una definición consistente de lo que es. Parecería que es una distinción entre violencia de alta y de baja intensidad, pero el dolor y la destrucción humana que causa la violencia de baja intensidad es muchas veces tan grande como el que provoca la violencia de alta intensidad. No me parece que la diferencia interesante esté ahí.
Por eso, nosotros en Gernika Gogoratuz nos atrevimos hace ya mucho tiempo a dar una definición. No sólo hay que atreverse a pensar, sino que muchas veces creo que también hay que atreverse a redefinir las cosas. Entonces, redefinimos la paz positiva como el engarce de vidas. Algo muy amplio, porque se trata de una inmensa malla. Y para concretar esta imagen partimos de algo muy concreto: nos han dado la vida seres emparejados, nuestra vida ha nacido cobijada en el vientre de una mujer, eso lo debemos. Y cuando hemos salido de ese vientre hemos seguido unidos a esa mujer. La paz positiva no tiene por tanto que pasar por dos noes. Es directamente un sí a la vida. A una vida ancha, que quiere vivir y vive compartiendo con otros.
Recapitulando, diría que normalmente la paz positiva no se tiene en cuenta y resuena mucho más la dimensión de la paz negativa. Incorporar la definición de paz positiva como engarce de vidas ayuda a darle más saliencia a la paz. Pero también hay que añadir: la paz positiva, que nosotros hemos renombrado como “paz de vida” o “paz viva”, sólo tiene fuerza engarzada con la noción de paz negativa. Aislada, es puro buenismo. Niega que esas vidas se engarzan en una realidad que también está llena de violencia. Nuestras vidas se sostienen y tienen sentido gracias a que vivimos inmersos en la paz positiva, en la vida compartida, en la malla de engarces. Pero ese tejido se enfrenta constantemente a los tremendos desgarrones de la violencia. Y es en atención a los dos lados de la paz cómo creo yo que puede surgir algo interesante.
AFS: Los vínculos que se tejen en esa malla, esos engarces, ¿de qué tipo son?
JG: En el tejido de paz positiva, definiéndola por un momento en abstracto como algo separado de la violencia (aunque ambas están mezcladas en la realidad), podemos encontrar muchos tipos de engarces distintos. Voy a contar una historia dentro la cual podemos encontrar y distinguir algunos de esos engarces.
Es una historia que me contó como hace 15 años en Alberta, Canadá, un judío muy conocido en Israel. Me contó que él de niño vivía en Austria durante la ocupación nazi y que su padre tenía una tienda. Un día agarran al padre y le meten preso. Entonces, su familia contacta a los guardianes para sobornarles y que liberen al padre. Y lo consiguen: el padre se fuga disfrazado de mujer. En la tienda vigilada por las SS, al crío de 4 años, ya enterado de la huida de su padre, se le escapa inocentemente: “mi padre va a venir mañana”. Pero los SS allí presentes se echan a reír y no hacen ni dicen nada.
En esta sencilla historia hay engarces de todo tipo. Por un lado, el vínculo de la familia que es un vínculo de ayuda con alguien del propio grupo. Es el vínculo más evidente. Incluso el enemigo acepta a veces estos vínculos: por ejemplo, cuando se acusa a alguien de un delito, su pareja no está obligada a dar testimonio en su contra ante la ley, puede negarse. Otro de los engarces que encontramos en la historia es el soborno de la familia a los guardianes para ayudar a liberar al padre. Es un engarce negro de la familia que se salta las morales convencionales y funciona.
Por último, el gesto de los SS que hacen como si no hubiesen escuchado nada y desobedecen su deber que era denunciar. Este es el engarce que a mí me gusta llamar “hebra de paz de vida”: son las acciones de la persona de un bando que, rompiendo la disciplina que ese bando impone, echa una mano de ayuda, muchas veces salvadora, a una persona del bando enemigo en gran necesidad o peligro. Pueden ser acciones pequeñas e imperceptibles, o bien desafiantes y heroicas.
No siempre es fácil distinguir las hebras de paz de vida en la malla de la paz positiva. Los engarces que te unen a alguien del propio grupo pueden tener un borde duro con el afuera, ser excluyentes, como la camaradería entre los nazis o el terrible grito de “¡a mí la legión!”. Las “hebras de paz de vida” no se sabe siempre a ciencia cierta si lo son o no. Hay casos en que es clarísimo, pero no siempre. Hay toda una complejidad de la malla. Pero lo más importante es acercarse ahí: no reducir la paz a paz negativa, no ver la violencia como total. La realidad no es una mera sopa de violencias, sin ningún otro condimento. Quien te dice: “Desengáñate, sé realista: aquí lo único que cuenta es la violencia”, se está engañando a sí mismo y en vez de ser realista es un idealista negro.
Hebras de paz viva
Hebras de paz viva
AVH: ¿Qué efectos positivos crees que tiene ese rechazo a ver la violencia como total, ese rescate en el que te empeñas de la paz positiva o paz viva? ¿Por qué es tan importante?
JG: La paz viva desplaza la mirada, cambia todo el paisaje. Por ejemplo, durante una de las conferencias en las que participé en esta visita a México, en Puebla, un profesor desarrolló una ponencia muy interesante. Decía que el miedo es el principal arquitecto de la ciudad. Eso se ve muy claro en México DF o en Colombia: hay vallas, verjas, controles por todos lados. Pero yo le pregunté si la necesidad y el afecto no son también arquitectos de la ciudad y él me respondió que sí. Se suele presentar la violencia como arquitecta de todo, esa es la mirada dominante, pero en cuanto se señala la realidad de la paz positiva hay un vuelco en la percepción, la gente se abre.
Quiero decir que es preciso y muy necesario descubrir los mil pliegues de la violencia, pero si tenemos a la violencia como total, entonces percibimos una realidad que nos hace impotentes y adquirimos el síndrome de la indefensión (o de impotencia) aprendida. Hannah Arendt decía que el mal no es radical, puede ser extremo, pero si se presenta la violencia como total ya no es la violencia real que hay en el mundo, porque en el mundo real, y en el pasado que nos llega a través de la memoria, siempre hay una tecla más en el teclado del piano y es una tecla que cambia toda la melodía. Esa tecla es la paz viva.
¿Os acordáis de la historia del niño que grita “¡El rey está desnudo!” cuando todos los súbditos adulan sus vestidos en El conde Lucanor? El niño, aún pequeño como es, transforma toda una relación de poder. Las hebras de paz de vida hacen un poco el mismo efecto. Si se mete una hebra de paz de vida, que es como un embajador de toda la malla de paz viva, cambia toda la perspectiva. El tejido de los engarces de apoyo siempre parece encogido y rasgado, pero nunca lo está del todo. Lo que pasa es que en pasados marcados por la violencia y el trauma, los engarces de paz de vida desaparecen de la superficie. Pero siempre quedan un par de hebras en el tejido que parece roto. Señalar esas hebras hace que de pronto miles de ojos pueden ver algo que no se ve y que no se quiere ver.
AFS: ¿Nos puedes poner algún ejemplo concreto de ese desplazamiento de la mirada que provocan las hebras de paz viva?
JG: En el marco del proyecto “Hebras de paz de vida” conocí a Svetlana Broz. Svetlana es cardióloga y periodista serbo/croata, también la nieta del mariscal Josip Broz Tito. Cuenta que, tratando como médico a heridos de la guerra de Yugoslavia, una y otra vez se encontraba con pacientes que querían y necesitaban contar historias. Y para su sorpresa en muchos casos eran historias que hablaban bien de alguien que se encontraba en el bando enemigo. Un croata que narra cómo un serbio le salva la vida, un musulmán que cuenta cómo un croata le ayudó a escapar, muchísimas historias así.
Svetlana se puso a recoger este tipo de historias y pronto tuvo un montón de relatos de hebras de paz de vida. En 2006 los publicó en un libro con el título Gente de bien en tiempos de mal. Svetlana cuenta que el libro se ha difundido mucho en Serbia, en Croacia, en Bosnia y ha tenido efectos muy positivos. Por ejemplo, deconstruye la imagen de enemigo que tienen unos sobre otros: los serbios sobre los croatas, etc. Porque los testimonios hablan de tal serbio y de tal croata que ayudaron a una persona en apuros del bando contrario, a veces arriesgando la vida, a veces desplegando un ingenio maravilloso e increíble. Esa deconstrucción de la “imagen de enemigo” (la demonización completa del otro) ayuda a que sanen las relaciones entre los pueblos. Y favorece además la autoestima de cada cual, de cada grupo, porque esos testimonios te hacen ver a tu grupo como algo muy diferente de una simple banda de asesinos o criminales. En ese sentido digo que las hebras de paz de vida desplazan la mirada y cambian la perspectiva.
AVH: ¿Y qué pasa cuando no hay bandos definidos? Por ejemplo, pienso en México, donde no hay abiertamente una guerra declarada, aunque se llame así periodísticamente. Pero el Ejército Zapatista, por ejemplo, no podemos decir que sea un “bando”: rechaza la guerra como tal, rechaza constituirse en bando, ajustar cuentas, etc. Abundan en el mundo guerras con bandos definidos, pero también estas otras situaciones asimétricas de conflicto, como México.
JG: Me parece un poco esquemático definir los bandos en general y luego ubicarnos por bandos. A veces es la propia experiencia la que marca en qué bando estás y cuál es el bando distinto o el enemigo.
Cuento una historia mexicana: es un abogado que trabaja en una empresa de seguros y viene una mujer a reclamar el seguro de vida de su marido muerto. La empresa analiza y dictamina que el marido se quitó la vida y la mujer no tiene por tanto el derecho a la cantidad asegurada. El abogado se encuentra con la mujer y ella le dice: “mire, entérese de lo que ha pasado: mi marido se ha quitado la vida porque estaba con un cáncer terminal y sus últimos meses iban a ser un infierno de dolor. Entonces, de acuerdo conmigo, se quitó la vida”. Y el abogado responde: “vamos a hacer una cosa, yo voy a rechazar su solicitud, pero la voy rechazar con un argumento jurídicamente falso y entonces usted va a poder reclamar y ganar”.
Fijaos la astucia que desplegó el abogado para poder romper la fidelidad a su “bando” y echar una mano salvadora al lado contrario, arriesgando su misma profesión. Ahí hay una hebra de paz de vida clarísima. ¿Qué quiero decir? Pues que los bandos no son algo homogéneo: son heterogéneos, tienen mucha vida y cambio interno. Y muchas veces, como en este caso, los define la propia situación.
AVH: ¿Y cuando la violencia es estructural? Me pregunto por ejemplo qué hace que un niño sea sicario y pierda su humanidad. Creo que tiene más que ver con condiciones sociales, estructurales, de pobreza y violencia que llevan al niño a decir al final: “mejor vivir un ratito como rey que una vida entera como mendigo”.
JG: John Paul Lederach, que es una de las estrellas de la investigación sobre la paz, ha escrito un libro precioso que se llama La imaginación moral. Lo que hace es pensar la moral por fuera del cumplimiento del deber. La imaginación moral es por ejemplo la de alguien enamorado que ejercita su creatividad pero no para cumplir un deber, sino para alegrar a la persona que quiere. ¿Por qué digo esto? Porque la hija de Lederach, Angela Jill Lederech, ha estudiado antropología y también está muy metida en asuntos de mediación. Tiene como 25 años y ha estudiado el tema de cómo los niños soldados se reincorporan a la sociedad en África del oeste.
Ella cuenta que cuando acaban las hostilidades, los niños a veces no pueden volver a casa porque han asesinado y torturado a gente del propio pueblo. Entonces se quedan a las afueras, viviendo alrededor de un árbol al que le llaman el “árbol de la vergüenza”. Son zonas que permiten por el clima vivir al aire libre. Se quedan ahí en el monte, mirando al pueblo, con toda la pinta de niños soldados: con greñas, sucios, etc. Entonces las madres, las madres en general, no las suyas, van al árbol de la vergüenza y lo primero que hacen es lavarles y cortarles el pelo. O sea, reproducen la situación de cuando eran niños pequeños y les lavaban y peinaban. Luego se ponen a hablar con ellos y a cantar juntos las canciones de cuna de cuando niños. Y finalmente van juntos al pueblo, primero cantando canciones muy tristes y luego, según van llegando al poblado, canciones muy alegres.
¿Cómo se puede interpretar este proceso? Es verdad que los niños soldados han perdido la humanidad, pero recuerdan los actos de paz y cariño que han vivido como niños y el contacto con las madres aviva el recuerdo. Por tanto, de nuevo, la violencia no es total. Para reinsertarse como parte de la comunidad resuelven un pasado en el que han sido ejecutores de violencia evocando un pasado anterior, en el que eran niños queridos por sus madres. Van a otro pasado más lejano. Siempre se tiende a decir que todo es violencia. Pero la vida de estos niños soldados no ha sido sólo violencia. Han vivido experiencias que no eran de violencia pero que la violencia ha enterrado. Y en cuanto las descubres entiendes todo distinto. Lo mismo que pasa con el niño del cuento que gritó “El rey está desnudo”: muestra una verdad que estaba tapada por otra.
No se trata por tanto de “alcanzar la paz”, como suele decirse, ya vivimos en ella y hay que hacerla valer para derrotar a la violencia.
Librar a la memoria de la violencia del vencedor
Librar a la memoria de la violencia del vencedorAFS: La violencia se percibe generalmente como el medio más directo y eficaz para conseguir algo...
JG: El poder de la violencia es un mito. La violencia se ve poderosa por su capacidad destructora, pero nunca sirve para alcanzar los objetivos por la que se activa. Me explico: las armas nucleares pueden destruir mil veces a la humanidad, pero lo que pasa es que solo hay una humanidad, por lo que entonces son 999 veces impotentes.
Hay un gesto muy macho que es hacer ostentaciones de potencia que en realidad esconden la impotencia en la que se vive: “te parto la cara”, cuando en realidad nunca se le ha partido la cara a nadie. Y desde ahí se presenta la paz como impotente. Únicamente porque los caminos de la paz no son tan directos y rectos como los caminos de la violencia, sino oblicuos e indirectos.
Realmente, hay que analizar siempre qué relación de fuerzas hay de un lado a otro. Y es un fetiche entender que la superpotencia puede controlar todo. La pérdida de poder de Estados Unidos (EEUU) –después de las dos guerras de Irak– es una gran crisis que lleva según todos los investigadores políticos a sustituir a Bush por Obama, aunque sea para que haga lo mismo pero de otra manera. La pérdida de poder de EEUU es notoria. Hoy mismo, China va adquiriendo más poder que EEUU porque el poder de EEUU es poder militar de ejercer violencia y China lo tiene en su inmensa producción de mercancías. Hay que buscar otras dinámicas de poder para explicar lo que sucede en el mundo y no sólo la violencia.
AVH. ¿Y cuál es ahí el trabajo de la memoria? ¿Sirve la memoria en pleno enfrentamiento o sólo cuando el conflicto ha acabado? ¿Sirve la memoria como una llave?
¿Cuándo se ejercen las hebras de paz de vida? En el momento más duro del conflicto, eso desde luego. ¿Cuándo se perciben? Ahí entra en juego la memoria. La hebra de paz rompe con la violencia sobre la memoria que ejerce el vencedor. Me explico. Cuando los vencedores escriben la historia hay un lugar muy estrecho para sus víctimas. La víctima, históricamente, después de sufrir la violencia, ha tenido siempre que andar agachada. Y sólo cuando un general la sube a su carro y le dice “ahora puedes hablar”, entonces se convierte en persona pública. Sólo cuando su discurso le conviene a la causa del vencedor.
Lo que ahí se promueve es la totalización del horror y el dolor. Porque de un lado hay víctimas y del otro lado no emana nada humano. Sólo hay violencia en el otro lado, ninguna humanidad. Entonces la víctima es cautiva del vencedor que la sube a su carro. Y de ahí que las víctimas tengan tendencia a ser víctimas vengadoras. Sin embargo, en ámbitos de mayor libertad, donde el vencedor no tiene una fuerza tan totalitaria, puede haber una maduración de la víctima que dice: “ahora voy a hablar yo con mis palabras, no a decir el discurso que me marca el vencedor que me ha subido al carro”. Puede ser que ahí pase a ser una víctima más secundaria, menos escénica, porque los escenarios están preparados por el vencedor, pero también pueden dejar oír esa voz propia.
Un caso. En EEUU, hay un grupo maravilloso con el que yo he trabajado que se llama Peaceful Tomorrows (Mañana en Paz). Son 200 familiares de víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que tienen una memoria absolutamente distinta a la que pretende el vencedor, no son víctimas vengadoras para nada. Están en contra de Guantánamo, han viajado a Irak y Afganistán a hermanarse con otras víctimas de la guerra global, hacen cosas increíbles. No tienen un líder que marque lo que tienen que hacer todas las víctimas. Tienen una mesa de dirección que cambia constantemente para que salgan personas y discursos distintos.
Cuando en 2009 se dio esa gran discusión pública sobre si poner o no un centro islámico en la zona cero de Nueva York, la mayoría de víctimas expresaron un sentimiento anti-islámico, pero la gente de Mañana en Paz recordó que en el 11S habían muerto muchos musulmanes en las Torres Gemelas (varios de ellos tratando de salvar vidas) y que para ellos era un honor que se abriese ese centro. Así probaron que las víctimas pueden cerrar el círculo de la violencia o acelerarlo. La víctima tiene esas dos opciones y está siempre invitada desde el poder a acelerar el círculo de la violencia, definiendo el bien como lo contrario del mal que estamos recibiendo desde el otro lado.
Hay que buscar la violencia, perseguirla en todos sus pliegues y recovecos, pero no totalizarla, no hacerla pasar por el todo. Apenas conozco México, pero creo que aquí hay una riqueza de paz viva increíble, la intuyo en los gestos, en las miradas, en esa dulzura no servil que tiene la gente acá. Si se descarta todo eso, si la memoria no se nutre de la cara positiva, entonces la paz pasa a ser impotente. Cuando es todo lo contrario: la riqueza de la paz de vida es lo más potente.
Otras dos entrevistas con Juan Gutierrez:
“El 15M deconstruye las imágenes de enemigo”
“La paz no es sólo ausencia de violencia, sino vida compartida”