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EN PRIMERA PERSONA

10 años del atentado de Boston: la hora interminable que pasé intentando contactar con mi familia

Rafa Vega en la línea de meta, apenas 16 horas antes del atentado en la maratón de Boston en 2013.

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Los dedos apenas consiguen acertar con las letras del teclado del móvil. Tiemblan por el frío. Del meteorológico y, sobre todo, del que recorre tu cuerpo por todo lo que está pasando. Desde hace una hora, Boston es la zona cero del terror. Y tú, aún incrédulo, formas parte de esta película. Quién te iba a decir que ibas a vivir un atentado en primera persona. Con lo lejos que parecen cuando los ves en las noticias. Esas que tantas veces has contado limitándote a leer las palabras escritas en el teleprompter, sin pensar realmente en lo que podrían sentir las víctimas. Es lo que hará ahora otro presentador para hablar de ti. Pero esto es mucho más que un titular que abre informativos: aquí hay dolor, miedo, incredulidad…

Las palabras salen a duras penas. Pulsas las teclas del móvil que te han dejado amablemente. Es en estas situaciones tan extremas cuando afloran las buenas personas. Un chaval a cargo de un stand promocional de AT&T (compañía de teléfonos estadounidense) toma la decisión de ceder los móviles expuestos para que los corredores podamos usarlos. Es justo lo que necesitas después de llevar un buen rato dando vueltas por los alrededores de la línea de meta. Como se suele hacer en las maratones, habías dejado tu mochila en la salida para recogerla al acabar. Entre otros enseres personales, el móvil está dentro. Tu objetivo es recuperarlo para contactar con los tuyos. Iluso. Buscando una mochila justo donde hace unos minutos han estallado unas bombas que estaban precisamente en una mochila. Es lógico que la Policía impida acceder a la zona de meta en cada uno de los intentos. Ni “por favor”, ni “necesito contactar con mi familia”, ni historias… Cada calle está acordonada. Es imposible acceder. Lo intentas por activa y por pasiva, pensando que puedes encontrar un hueco por el que acceder al lugar donde tendrías que haber recogido tus cosas. Pero no es así.

A cada minuto que pasa, crece tu desasosiego sabiendo que tu familia y tus amigos estarán preocupados por ti. Cómo no lo van a estar. Dos bombas han explotado en Boylston Street, junto a la línea de meta. Las sirenas de la Policía rugen. Las hélices de los helicópteros cortan el cielo de Boston como cuchillo en mantequilla. No paran de llegar ambulancias. Y resuenan los gritos de pánico. Todo esto te supera. Te puedes hacer a la idea de las imágenes que estarán llegando por televisión a España. Por eso necesitas contactar con los tuyos: para decirles que estás bien. Con miedo, pero bien.

Es lunes. El tercero de abril. El Día del Patriota en Massachussets, la fecha en la que habitualmente se disputa la Maratón de Boston. En Sevilla es también una jornada especial: noche de farolillos, arranca la Feria. Piensas en tu gente mirando continuamente sus teléfonos aguardando un mensaje tuyo. Te imaginas que el rebujito se les debe haber atragantado. Te han estado siguiendo durante toda la carrera a través del tracking que ofrece la organización. Puntualmente, cada 5 kilómetros, una nueva actualización con la que informar a tus seguidores de cómo va la carrera. Así, hasta el kilómetro 40. La siguiente debería ser en el kilómetro 42,195. La meta. Pero ya no hay paso por ese punto. Te quedas a 400 metros de acabar. Justo en el giro anterior a la recta de llegada. En ese momento es cuando escuchaste un estruendo metálico. Y, a los pocos segundos, otro. Conforme pasan los minutos debe ir creciendo la preocupación de tu gente, que no recibe información tuya. Se deben temer lo peor…

Por eso, este mensaje que estás enviando a tu madre es fundamental para tratar de tranquilizarles. Tus pulsaciones siguen altas. Tratas de mantener la calma, pero no es fácil. Lo intentaste para recordar su número de teléfono, pero la memoria te vuelve a jugar una mala pasada. De hecho, te das cuenta de que no te acuerdas de ninguno. En un chispazo de lucidez, piensas en entrar a tu Facebook para mandarle un privado. En la camiseta aún está vivo el sudor de los casi 42 kilómetros que has corrido. Tecleas pero hay veces en que no aciertas en la diana de la letra correcta, así que a cada una que escribes, tienes que borrar tres. Influye, además del frío, que el teclado está en inglés. Y que es un móvil al que no estás acostumbrado. 

Terminas de escribir el mensaje. “Estoy bien. No puedo coger Mis cosas, me Han  dejado el teléfono”. Le das al botón de enviar. Y te sientes aliviado.

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*Rafa Vega es periodista, presentador de televisión y profesor universitario.

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