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Trump rescata a un veterano de las guerras sucias de los 80 para que se ocupe de Venezuela

Elliott Abrams en una conferencia en un think tank en 2011.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La ofensiva de Donald Trump contra el Gobierno de Venezuela ha permitido que salga a la luz un personaje de otra época, en concreto, de los años de la Administración de Ronald Reagan, cuando EEUU llevó a cabo una agresiva política contra los gobiernos de izquierda de Centroamérica. Elliott Abrams, de 71 años, ha sido elegido para dirigir la respuesta del Gobierno de Trump a la crisis de Venezuela en un nombramiento anunciado por el secretario de Estado, Mike Pompeo.

Al presentar su nombramiento, Pompeo dijo que Abrams será “un activo real en nuestra misión para ayudar al pueblo de Venezuela a recuperar la democracia y la prosperidad”.

Abrams es un neoconservador de primera hora, de los que trabajaron para el senador demócrata Scoop Jackson, un halcón de la guerra fría contra la URSS. Al igual que otros como Paul Wolfowitz, se pasó a los republicanos y tuvo su primer puesto político relevante tras la llegada de Reagan al poder. En ese Gobierno, fue secretario de Estado adjunto para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios –aunque los derechos humanos no eran realmente su prioridad– y más tarde de Latinoamérica.

Su función principal fue la de llevar la guerra fría a Centroamérica sosteniendo a los gobiernos derechistas de Honduras, Guatemala y El Salvador, y apoyando a los contras que combatían contra el Gobierno de Nicaragua.

Lo primero le llevó a encubrir las matanzas cometidas por los militares y los escuadrones de la muerte, especialmente en El Salvador. Lo segundo, a participar en la operación ilegal Irancontra para armar a los contras después de que el Congreso prohibiera la continuación de esa ayuda.

La matanza de El Mozote fue uno de los episodios más dramáticos de la guerra civil salvadoreña. Un batallón del Ejército, que había sido entrenado por militares norteamericanos, asesinó a 800 civiles en diciembre de 1981. Semanas después, aparecieron las primeras noticias sobre la masacre en la prensa norteamericana. Abrams afirmó a una Comisión del Senado que se trataba de propaganda comunista y de incidentes manipulados por la guerrilla. Era su respuesta más habitual ante cualquier información sobre violaciones de derechos humanos en Centroamérica.

Abrams presionó a los gobiernos de la zona para que apoyaran o permitieran la presencia de los contras en su territorio o les prestaran ayuda política o militar. En 1986 viajó a Costa Rica para amenazar a su presidente, Óscar Arias, con cortarle la ayuda económica si impedía que los contras utilizaran una pista de aterrizaje en la localidad costarricense de Santa Helena.

Salió bastante bien parado de la investigación del Irancontra. Sólo fue condenado por ocultar información al Congreso sobre la ayuda a los contras y recibió una pena suspendida. George Bush, sucesor de Reagan, lo indultó al igual que hizo con los demás condenados.

Años después, fue recuperado por George Bush, hijo, para un puesto de asesor en el Consejo de Seguridad Nacional en la época en que Abrams gozaba de una presencia privilegiada en los 'think tanks' conservadoras. “La decisión de la Administración de Bush supone apoyar el vergonzoso legado de sufrimiento y muerte causados por la política exterior de EEUU en Latinoamérica en los años 80”, dijo el director de la ONG School of the Americas Watch.

Su enfrentamiento con el almirante William Crowe, jefe de las FFAA con Reagan y Bush, a cuenta de Panamá deparó años después una frase reveladora del militar sobre Abrams: “Esta serpiente es difícil de matar”.

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