Abraham Jiménez Enoa, periodista: “Salir de Cuba por primera vez con 33 años es como volver a nacer”
Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988) no recuerda la última vez que jugó al fútbol con sus amigos en Cuba. Cuenta que, en los últimos cinco años, ha tenido pocas ocasiones de practicar deporte, de divertirse, de evadirse de la grave crisis que atraviesa la isla. Como periodista independiente, asegura haber sufrido arrestos domiciliarios, interrogatorios arbitrarios, secuestros exprés y amenazas por parte del Gobierno cubano, además del acoso a su familia y amigos.
Aunque internet haga más difícil la censura, las autoridades del país siguen impidiendo el periodismo crítico, denuncia. “La prensa independiente es el principal enemigo del régimen cubano porque saca a la luz la realidad que llevan escondiendo más de seis décadas”, dice en una conversación telefónica con elDiario.es el columnista de The Washington Post y la revista Gatopardo, que asegura que en Cuba basta con salir a la calle “con un cartel o a protestar para acabar preso”.
En julio de 2021 el país vivió las protestas más multitudinarias de su historia reciente. Miles de personas se manifestaron al grito de “libertad” y “abajo la dictadura” para pedir cambios. A la escasez de alimentos, medicinas y productos básicos, se sumó una pandemia que dejó prácticamente paralizado al sector turístico, el principal motor económico de la isla. Las movilizaciones fueron reprimidas por el Gobierno que dirige Miguel Díaz-Canel, que atribuyó la crisis al embargo de Estados Unidos sobre Cuba.
El 15 de noviembre se convocaron nuevas movilizaciones, pero esta vez la policía impidió las protestas. Jiménez Enoa se encontraba entonces bajo arresto domiciliario y recuerda esos días, según explica, como un auténtico infierno. “Al estar prácticamente aislado por las represalias, llegó un momento en el que me sentí como muerto”.
Ahora respira un poco más aliviado, no porque la situación haya mejorado en la isla, sino porque ha logrado salir de ella. El pasado 9 de enero, a sus 33 años, este periodista dejaba Cuba por primera vez y se subía en un avión rumbo a España. Desde 2016, el Gobierno le impedía viajar al extranjero, pero hace unas semanas recibió una llamada en la que le informaron que tenía listo su pasaporte. Podía marcharse.
En este último mes, ha visitado Ámsterdam para dar unas conferencias sobre libertad de expresión y ahora se encuentra en Barcelona, donde trata de adaptarse a esta nueva vida, una en la que goza de mayor libertad, pero también desconocida y llena de obstáculos.
¿Cómo se encuentra?
Es la pregunta más difícil que me puede hacer. Tengo muchas sensaciones raras, aunque voy mejorando. Por un lado, siento mucho alivio, alegría y felicidad por salir de Cuba: no conocía otra realidad y estaba desesperado por ver el mundo, por ver la vida fuera de Cuba. Por otro lado, estoy abrumado por el cambio tan brusco de esa salida, de lo que significa caer en el mundo a los 33 años, todos los días me pasan cosas lamentables [risas], como equivocarme al pasar la tarjeta del metro, pero esa sensación va pasando. Voy de a poco, no quiero apresurarme mucho.
¿Qué se siente al salir por primera vez de Cuba?
Lo primero, tristeza y desolación. Uno se siente que le han robado su vida porque es inadmisible vivir como se vive en Cuba, de hecho en Cuba no se vive, se sobrevive. Es triste darse cuenta de cómo por el simple hecho de imponer una ideología, un modelo político, el país está en una situación lamentable, que va mucho más allá de la carestía y la escasez. Es como la sensación que tienes cuando te estafan.
Por otro lado, es como volver a nacer, siento que tengo que aprender a hacer todo, desde lo más sencillo como tomar el metro, pagar con tarjeta en una tienda o cuando subo a la guagua (autobús), hasta los códigos y formas de relacionarme con las personas. Estoy procesando mucha información, en el sentido de que todo es nuevo, es un aprendizaje. No me puedo relajar mucho porque no sé cómo funciona la vida. Estoy alerta, temeroso, y eso no me deja disfrutar. Acá todo es tecnológico, todo funciona con tarjeta, está lleno de publicidad… en Cuba todo es arcaico, no hay nada de eso. Eso te deja en otro sitio, no manejas esos registros.
¿Hay algo que le haya gustado en particular?
Viniendo de un lugar donde hay carestía, lo que más te gusta es la facilidad de la vida. Quieres comprar un pan o unas pilas para el mando de la televisión, bajas y lo tienes. La vida es mucho más fácil en ese sentido. Allá tienes que hacer una fila durante seis horas para comprar dos rollos de papel higiénico y ni te digo el esfuerzo para llevar un plato a la mesa, para comprar medicinas o pañales.
Venía de un momento complicado en mi vida personal. Estaba aislado, prácticamente. Mucha gente se había marchado del país y quienes estaban ahí no podían acercarse a mí por las represalias del Gobierno. Ver gente y quedar con alguien para tomar un café se agradece, te sientes de nuevo persona, porque llegó un momento en que en Cuba me sentía como muerto.
No recordaba cuándo fue la última vez que jugué al fútbol con amigos. Aquí en Barcelona volví a hacerlo el otro día y fue gratificante correr, tocar la pelota, sudar, hacer bromas y luego ir a tomar una cerveza. Para cualquiera puede ser algo normal, pero para mí no.
¿Cómo es ser periodista independiente en Cuba?
La prensa independiente es el principal enemigo del régimen cubano, más que los activistas y opositores, porque saca a la luz la realidad que llevan escondiendo más de seis décadas.
Tienes que lidiar con una serie de condicionamientos y represalias, todo el tiempo estás vigilado, te acosan, te llevan a interrogatorios arbitrarios, te amenazan con la cárcel, te dejan en prisión domiciliaria, presionan a tus familiares y los llevan al calabozo o los expulsan del trabajo. Es como vivir bajo un fuego cruzado sumamente intenso y eso afecta tu salud mental.
Mucha gente dice: “Bueno pero en Cuba no asesinan a periodistas como sucede en México o en Centroamérica”. Es que no hace falta. Sales a la calle con un cartel o a protestar y te meten preso. Es el control del totalitarismo. A mi madre la expulsaron de su trabajo, mi padre se tuvo que jubilar por la presiones del Gobierno, a mis amigos los llevaron al calabozo para sacarles información y decirles que se alejaran de mí... Es una guerra que va más allá de lo físico.
En un artículo en la revista mexicana Gatopardo, comenta que el “arma represiva” más utilizada por el Gobierno cubano contra la sociedad civil ya no era la regulación migratoria que le impedía viajar al extranjero, sino que ahora tratan de “vaciar la isla de inconformidad”. ¿Es así?
En 2013, hubo una reforma migratoria [que eliminó el permiso de salida para viajar al exterior] y es cuando los cubanos pudieron viajar por primera vez, pero en ese momento el pasaporte valía 100 dólares y yo no tenía dinero para sacármelo. Y cuando tuve dinero, ya estaba dentro de la “regulación migratoria”. Quienes por razones políticas resultamos incómodos al régimen entramos en una lista negra y no puedes salir del país.
Hace unas semanas, ellos [agentes de la Seguridad del Estado] me llamaron y me dijeron que ya estaba listo mi pasaporte y que me tenía que ir, que es lo que ha sucedido con muchos activistas y muchos periodistas independientes, de hecho prácticamente toda mi generación está en el exilio. Son destierros forzados. Me dieron el pasaporte porque querían que me fuera.
¿Las protestas de julio de 2021 han logrado algún cambio?
La gente se sacó de la garganta lo que tenía atragantado desde hace más de 60 años: la inconformidad de un Gobierno que no escucha a su pueblo. En el momento en el que estallaron las protestas había muchos cortes eléctricos, no había medicamentos en medio de la pandemia, las tiendas estaban vacía. La gente se cansó y salió a la calle a pedir un cambio.
El país ha cambiado porque desde entonces el terror ha aumentado. El régimen se vio sorprendido y metió en la cárcel a casi 1.000 personas [la Fiscalía ha acusado a 790 personas por “actos vandálicos y graves alteraciones del orden público” por las protestas]. Es gente inocente que no ha cometido ningún delito y han vuelto a imponer el miedo para que no vuelva a ocurrir.
¿Conseguirá esta generación cambiar Cuba?
Será muy difícil porque es un pueblo desarmado contra un Gobierno militar al que no le tiembla la mano para imponer represión y orden en el país. Es un Gobierno cerrado que quiere mantener a la fuerza un sistema político y una ideología, no le interesa cambiar.
El futuro de Cuba pasa por la muerte de Raúl Castro y una lucha interna de egos y de intenciones dentro de la nueva cúpula, una vez fallecido Castro. Esos problemas internos y las pequeñas reformas que llevan años haciendo a la economía, probablemente las empezarían a hacer al sistema político y eso haga que se tambalee el muro y que en un momento, como sucedió en la Unión Soviética, caiga al suelo, pero desde dentro. Las protestas y el empeño que ha puesto la sociedad civil son golpes que impactan, pero el régimen es tan poderoso que no se resiente tanto.
¿Cómo se ve Cuba desde la distancia?
Ha pasado poco tiempo y aún no la veo con distancia. Sigo leyendo las atrocidades que están pasando: juicios de personas que participaron en las protestas, la devaluación de la moneda nacional, la inflación, la carestía y la escasez. El país sigue en una debacle. Tengo a toda mi familia ahí y sigo en contacto con ellos. Es raro leer todas esas cosas y estar fuera.
Durante el Gobierno de Barack Obama hubo una apertura hacia Cuba, pero bajo el mandato de Donald Trump se produjo un claro retroceso. El actual presidente de EEUU, Joe Biden, prometió revisar las políticas impuestas por su antecesor, pero de momento no ha habido cambios. ¿Qué se espera de él en la isla?
Biden no ha hecho nada por el momento, aunque solo ha pasado un año de su Gobierno y habrá que ver, porque prometió que iba a recuperar la senda de Obama. Pero de momento, no se ha movido nada. Con Obama hubo una apertura enorme en la propiedad privada y eso hizo que la fisionomía del país cambiara completamente: la liquidez, el turismo hacia Cuba. hubo un esplendor en lo económico, aunque en temas de derechos humanos todo siguió igual.
¿Qué le gustaría hacer ahora que está fuera del país?
Quiero tener una vida, porque uno naturaliza el miedo en Cuba. Quiero volver a tener amigos y alguien a quien llamar, más allá de mi familia más cercana. A nivel profesional es una incertidumbre, mantengo las columnas en The Washington Post y Gatopardo, y tengo en mente un par de proyectos de libros, así que voy a trabajar en eso. Pero luego no sé qué vendrá y eso me da también curiosidad.
¿Volverá a Cuba?
Claro. Esto no es una salida definitiva. Volveré en algún momento, no sé cuándo, pero ahora necesitaba salir y conocer mundo. Necesitaba respirar.
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