Lleva camisa azul y fuma sobre el teclado. Tiene el pelo muy negro, recogido en una coleta, y barba. Su mesa marrón está rodeada de kilos y kilos de melones, sandías, galletas, pan, generadores eléctricos, decenas de garrafas de agua. Estamos en la zona de logística de la acampada del parque Gezi. Hay varias áreas de trabajo. En una, hacen sandwiches para toda la acampada, en otra hacen té, en otra desempaquetan lo que va llegando, acumulan papel higiénico y mantas. “Hemos dado más de 2.000 tiendas de campaña en 24 horas”, nos cuentan. Es un pequeño círculo en el centro del parque, en el que cientos de personas que llevan una semana acampando y al que decenas de miles de personas acuden cada noche a reafirmar su resistencia, a dar continuidad a un espacio donde el tiempo no pasa. Todavía.
Damos un paseo:
La mesa marrón donde Eset Accilad escribe, con su camisa azul, su pelo negro, su coleta, es punto minúsculo en esa inmensidad. Pero mira con tanta intensidad esa pantalla, con tanta intención, con tanta tranquilidad, que sus ojos transmiten que algo se está gestando en este pequeño trozo de madera, en silencio dentro de una inmensidad ruidosa.
- ¿Qué escribes?
- Estoy redactando un manifiesto
- ¿Cuántos manifiestos hay ya en esa acampada? Todos los grupos presentes en la acampada no solo han hecho manifiestos, sino que hacen mítines, reparten propaganda, difunden sus consignas.
- Pues por eso. Este manifiesto tiene la intención de buscar la intersección de todos esos grupos, cuál es ese punto en común que nos mantiene unidos, para poder trabajar juntos en el futuro.
- Pero estás en la zona logística, ¿aquí no os dedicáis a recibir y repartir comida, bebida, mantas?
Resulta que la zona logística no era solo la zona logística. Aquí se han puesto a trabajar desde el primer día personas que querían echar una mano para supervivencia de la protesta, sí, pero además mucha gente sin una militancia concreta, que prefiere dejarla apartada por el momento o que no se siente cómoda en el resto de espacios que abarrotan de pequeñas carpas, banderas y siglas el resto de la acampada. “Si te fijas, esta es la única zona de todo el parque donde no hay banderas ni siglas”. Echamos un ojo alrededor. “Solo está la bandera de Turquía”.
Eset no está solo ni es el jefe. “No tenemos jerarquías, solo que cada uno aporta lo que mejor sabe hacer y yo soy escritor, me toca hacer el primer boceto”, nos dice. Efectivamente, en los taburetes que rodean la mesa se van sentando hasta 20 personas diferentes para debatir con él uno u otro aspecto del manifiesto. Hay sensación de gravedad, de importancia. Pasan las horas alrededor de la mesa.
“Es muy complicado porque cada palabra tiene que estar medida, y hay cosas que queremos decir de manera implícita...”, explica Eset tras horas de intercambiar opiniones, enseñar textos y volver a revisar. “Bueno, las revoluciones de la clases formadas son así, que la gente le da muchas vueltas a todo”, dice entre risas.
Van a proponer un nombre: Iniciativa Ciudadana. La idea central del grupo que ya empieza a conformarse alrededor es que “hay una generación de personas que hemos sido criados al margen de la política, y ahora queremos participar”. Y entonces Eset habla de “proceso constituyente”. Sí. Del manifiesto pretenden que salga una corriente “para que seamos los ciudadanos los que nos involucremos en la elaboración de una nueva Constitución”.
Y van a proponer que “todo el mundo en Gezi lleve un trozo de bolsa de basura amarrado como brazalete”, como único símbolo, “y que todo el mundo abandone sus banderas y sus siglas por ahora”. La bolsa de basura simboliza esta zona de logística y gestión de residuos. Eso les va a valer para hacer juegos metafóricos: “con una bolsa de basura amarrada en el brazo, vamos a hacer limpieza en la política, en la sociedad, en las ciudades, en los equipos de fútbol... Lo vamos a limpiar todo”, dice Eset.
Confian en que su posición de legitimidad absoluta dentro de la acampada -están currando muy intensamente para que la gente coma y beba gratis- les haga tener éxito entre las decenas de grupos que hay en Gezi. “Lo mejor ahora es que suelten sus banderas y sus siglas, que luchemos todos juntos por esto. Luego, con la nueva Constitución, que cada uno vuelva a coger su bandera y luche por el poder”, explica Eset.
Este grupo no es el único que trabaja en intentar organizar algo mejor la vida de la plaza para poder luego establecer debates políticos que sirvan para construir una agenda común. Hablamos con Olcay Bingol, que participa en varios grupos de investigación y activismo de protección de los bienes comunes, fundamentalmente en el distrito donde está el parque Gezi. Damos un paseo y va saludando por todas partes; es una persona popular.
“Con esta falta de organización del espacio, con tanta gente, tantas tiendas de campaña... Es muy complicado intentar que la gente se organice”, nos dice Olcay. Pero lo están intentando. Cada mañana, a las 10, se reúnen personas que representan a muchos de los grupos ideológicos o culturales de Gezi. Intentan tomar decisiones, pero la puesta en práctica es complicada con tanta gente y tantos grupos actuando por su cuenta. “En mi grupo por ejemplo estamos en contra de que se hayan hecho barricadas, porque es algo que atrae a gente violenta”, dice.
La acampada del parque Gezi de Estambul ha superado dos barreras psicológicas a la vez: cumplir una semana de existencia y haber resistido hasta entrar en el sábado, que asegura al menos dos días más de asistencia masiva y desafío a la autoridad de Tayipp Erdogan, que retiró a la policía de la zona en cuanto se dio cuenta de que estaba perdiendo la batalla de la imagen internacional. Ahora, juega a dar una de cal y otra de arena, para no cabrear más a los que simpatizan con las protestas y para contentar al ala dura de sus votantes.
Por el camino quedan al menos tres muertos, un millar de detenidos y escenas de violencia en varias zonas del país. La presencia de la mayoría de los medios y periodistas en Estambul hace que la verdadera batalla se esté dando en ciudades menos pobladas, menos cubiertas informativamente. La detención de 24 personas por difundir y alentar protestas en Twitter ha hecho además una muesca en la valentía de los jóvenes turcos; algunos se replantean su visibilidad en las redes sociales y son más desconfiados con las fotos.
No es el caso de Aisha, una estudiante de 20 años que, simplemente, ha hecho crac. Su experiencia frente a la policía durante la primera carga con gases lacrimógenos ha cambiado su forma de ver su lugar en el mundo, probablemente para siempre. Hizo un intercambio en México e intenta explicarse en español:
Aisha dice estar preparada para más violencia. Por ahora Gezi es una gran balsa de aceite, con un enorme problema metafísico: si no se van el domingo, ¿aguantarán de manera tan masiva hasta el domingo siguiente? ¿Es mejor irte como ganador que permanecer cueste lo que cueste? Son los debates que se producen en las pocas esquinas de Gezi donde se respira pensamiento a medio plazo. El resto, son mítines, bailes y globos de fuego llenando las noches de Estambul.