Las verjas que delimitan el campus de la Universidad de Columbia están cerradas desde que el pasado miércoles empezó la acampada de protesta contra la guerra de Gaza. Las tiendas de campaña se asoman detrás de los barrotes. Sólo se puede acceder enseñando el carnet de estudiante a los agentes de seguridad que están apostados en las entradas. “Es muy preocupante que la administración nos esté enviando correos amenazando con llamar a la Guardia Nacional”, explica a la salida del campus Meryem, una estudiante de segundo curso que prefiere ocultar su identidad, mientras se coloca la kufiya sobre los hombros.
El pasado jueves por la noche, la policía de Nueva York arrestó a un centenar de estudiantes que habían acampado en el campus de Columbia para protestar. A pesar de la presión policial y de que muchos de los detenidos fueron suspendidos, los jóvenes siguen plantando cara al rectorado de la universidad, que les ha pedido que se marchen este viernes. Se trata de una prórroga de 48 horas sobre la primera fecha límite, que era el martes.
La ampliación del plazo llega en mitad de las negociaciones entre los activistas y la universidad para llegar a un acuerdo y evitar el uso de la fuerza policial. Según expone en un comunicado la organización Columbia Students for Justice in Palestine, que está presente en la acampada, la dirección les ha avisado de que si no retiran las tiendas llamará a la Guardia Nacional para que intervenga.
Amenazas de desplegar a la Guardia Nacional
A diferencia de la policía de Nueva York, que ya efectuó las detenciones del pasado jueves, la Guardia Nacional es un cuerpo militarizado. “En las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam, la Guardia Nacional fue enviada al campus de la Universidad Estatal de Kent y [su intervención] acabó con la muerte de diversos estudiantes. Si ahora interviniera aquí sería algo histórico”, asegura a elDiario.es Meryem. La estudiante se refiere a las protestas de 1970 en esa universidad de Ohio, donde la Guardia Nacional abrió fuego contra los universitarios: cuatro murieron y nueve resultaron heridos.
Durante la oleada de manifestaciones contra la guerra de Vietnam, los alumnos de Columbia también se movilizaron. En el año 68 protagonizaron una de las marchas más importantes en Nueva York, en la que unas 700 personas fueron arrestadas. Más de cincuenta años después, el campus revive un escenario similar con la protesta por otra guerra. A diferencia de Vietnam, este no es un conflicto en el que esté directamente involucrado Estados Unidos, pero sí indirectamente: el país sigue suministrando armas a Israel y ha vetado varias resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU a favor de un alto el fuego y del reconocimiento del Estado palestino.
El campamento se sitúa en el corazón del recinto de la Universidad de Columbia. Es un rectángulo delimitado por setos, ahora poblados de pequeñas banderas de Palestina. Justo en la entrada hay un puesto improvisado con mesas y carpas donde se reparte comida, ropa, mantas y agua para todas las personas que participan en esta protesta. No faltan los carteles reivindicativos y las kufiyas –blancas y negras, blancas y rojas o tricolores– anudadas alrededor de las cabezas o los cuellos de los participantes.
El centenar de tiendas que han sido plantadas se ha convertido en el epicentro de las movilizaciones propalestinas que están sacudiendo el resto de universidades de todo el país como Yale, Stanford o la de California. Las imágenes de los activistas de Columbia siendo arrestados por la policía han echado más leña al fuego en lugar de desalentar a los estudiantes.
Una tela blanca preside la entrada del campamento. En rotulador negro están escritas las reivindicaciones que exigen los manifestantes para poner fin a la protesta: cortar todo vínculo económico con empresas que están relacionadas “con el genocidio de Israel” y una amnistía total para los estudiantes que han sido suspendidos a raíz de su movilización.
“Muchos de los estudiantes suspendidos duermen en los dormitorios de la Universidad y comen en el comedor de aquí porque están becados. Y ahora se han quedado sin nada”, lamenta Althea, que señala los edificios de ladrillo rojizo que se alzan detrás de las tiendas. Se trata de los dormitorios donde estaban alojados los estudiantes que han sido suspendidos. Gran parte de los afectados, relata la joven, provienen de familias con pocos recursos y “ahora la universidad los ha puesto en una situación de inseguridad habitacional y alimentaria”.
Althea lleva la cabeza cubierta por un pañuelo negro y una kufiya sobre los hombros. Usa una mascarilla negra, al igual que muchos de los activistas, para mantener el anonimato. Hay temor a que se les identifique y se les exponga en redes para ser atacados. Mientras habla con elDiario.es, Althea no para de acariciar la estrella de David que cuelga de la cadenita dorada que lleva al cuello. La joven forma parte de los estudiantes judíos que participan en la acampada, a pesar de que desde otros sectores se han tachado a las protestas de “antisemitas”.
La sombra del “antisemitismo”
“Creo que existe una narrativa falsa de que los estudiantes judíos se sienten inseguros en el campus. Probablemente, hay más estudiantes judíos en el campamento que fuera”, explica Althea. En los últimos días, algunos alumnos judíos han dicho que se sienten inseguros y que han sido acosados.
El pasado domingo, el rabino del Kraft Center para la vida estudiantil judía de la Universidad de Columbia y el Barnard College pidió a los estudiantes de esta comunidad que se quedaran en casa por su propia seguridad. Incluso desde Washington se está acusando a los manifestantes de antisemitas y se está presionando a la rectora de Columbia, Nemat (Minouche) Shafik, de origen egipcio, para que rápidamente ponga fin a esta situación.
“Me han llamado terrorista. Me han llamado enemiga de los judíos. Me han llamado enemiga de mi propio pueblo. Y esas afirmaciones son el único antisemitismo que hay por aquí”, afirma Althea.
Meryem, que es árabe, también ha hecho frente a esos insultos: “Nos llaman terroristas e, incluso, hay compañeros a quienes han llegado a escupir”. Lamenta que nadie está hablando de la “islamofobia y el sentimiento antiárabe” que sufren los alumnos como ella. “Los correos de la universidad ni siquiera nos mencionan, nos sentimos ignorados”, afirma. “Se está demonizando la protesta y, en el fondo, creo que lo hacen porque no tienen nada mejor con lo que atacarnos”.
Los alumnos que participan en las protestas aseguran que el ambiente del campamento es “pacífico y respetuoso”. “Yo misma he asistido a algunos rezos en el campamento y fui recibida por los estudiantes musulmanes. Y recientemente también celebramos el Pésaj [la Pascua judía] y asistieron muchos estudiantes musulmanes. Es muy esperanzador poder ver un futuro donde no cedemos a la falsa narrativa de nosotros contra ellos”, expone Althea.
A pesar de ello, el presidente de la Cámara de Representantes de EEUU, el republicano Mike Johnson, visitó el campus de Columbia este miércoles para mostrar su apoyo a los estudiantes judíos ante el “antisemitismo”. “Columbia ha permitido que estos agitadores y radicales sin ley se apoderen del virus del antisemitismo que se ha extendido por otros campus”, declaró Johnson desde la escalinata de la Low Memorial Library, con vistas sobre el campamento de protesta. Los estudiantes que se habían agrupado para escucharlo a los pies de la escalera no podían oír sus palabras y muchos seguían su discurso a través del móvil.
Johnson pidió la dimisión de la rectora Shafik por la gestión de las protestas, pero a lo largo de su intervención fue interrumpido por los cánticos de los estudiantes coreando “no podemos oírte” y “Palestina libre”.
La renuncia de Shafik no sería la primera, ya que a principios de año la rectora de Harvard, Claudine Gay, acabó dimitiendo por acusaciones de “antisemitismo”. Un grupo de estudiantes publicó una carta abierta poco después del comienzo de la guerra en Gaza, en la que responsabilizaban “completamente al régimen de Israel por la violencia”. La carta desató tal polémica que se acabó acusando a Gay de ser demasiado permisiva con las conductas “antisemitas”. Las críticas también desenterraron unas acusaciones por plagio contra la rectora que, bajo tanta presión, acabó dejando el cargo.
El futuro de la acampada de Columbia y de su rectora penden de un hilo. Este viernes es el día D, aunque el destino de la protesta podría cambiar con el curso de las negociaciones. La amenaza de un posible uso de la fuerza para desmantelar el campamento preocupa, pero no desanima. “Si lo desmantelan, volveremos a montarlo otra vez. Las demandas son muy claras y esto no se acabará hasta que se cumplan”, dice Meryem, y añade: “Esto durará semanas”.