Corrupto, enfermo, estafador, mentiroso, criminal, “cuello de lápiz”, traidor, depravado, gentuza, bicho raro... estos son solo algunos de los apelativos que Trump le ha dedicado a Adam Schiff en los últimos meses. Sin embargo, el congresista demócrata que lidera la acusación en el juicio del impeachment no pierde tiempo en responder a cada tuit. En lugar de eso, como el fiscal que fue, se ha dedicado a construir meticulosamente un caso contra el presidente.
Como en una de las grandes películas jurídicas de Hollywood, ahora que el juicio llega a su momento culminante ha aparecido el testigo sorpresa: John Bolton, hasta hace poco consejero de Seguridad Nacional, está dispuesto a declarar bajo juramento que la defensa de Trump es falsa. Veremos si Schiff convence a los senadores republicanos para que le dejen testificar.
Adam Schiff es la estrella del momento, pero nada en su trayectoria política hacía preverlo. Lleva casi 20 años en su escaño, pero hasta hace muy poco su día a día no incluía al presidente reclamando que lo juzgaran por traición ni a sus colegas republicanos criticando su “estilo soviético”. Nadie lo conocía porque Schiff había pasado la mayor parte de su tiempo en el Congreso especializándose en el Comité de Inteligencia, el que controla a los espías.
Cualquier político sabe que no es un área “sexy” para medrar: no reparten dinero, no pueden presumir mucho ante la prensa porque casi todo es secreto y, en general, tampoco hay grandes batallas políticas porque hay bastante consenso. Esto es, claro está, hasta la llegada de Donald Trump.
Los escándalos de Rusia y Ucrania caen dentro de las responsabilidades del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, en el que Schiff era el demócrata de mayor rango durante el inicio de la presidencia de Trump y que ahora preside. Durante los últimos años ha sido el azote más visible de Trump y una presencia constante en televisión, lo que le ha llevado a ser también el más querido por unos y el más odiado por otros: en los mítines de Trump se venden camisetas que dicen “Schiff cuello de lápiz”. En los de los demócratas, lápices que ponen “este cuello de lápiz no se rompe”.
Es toda una ironía que Schiff haya acabado por ser la cara visible del impeachment a Trump cuando él mismo llegó a Washington gracias a otro impeachment. En el año 2000, los demócratas le convencieron de que se presentara al Congreso por un distrito cercano a Los Ángeles. El objetivo era castigar a Jim Rogan, un republicano moderado que había sido uno de los congresistas que hicieron de fiscales en el juicio del impeachment a Bill Clinton. Tal fue el interés de los demócratas en quitarle de en medio y de los republicanos en defenderlo, que aquella elección al Congreso fue la más cara de la historia de EEUU hasta aquel momento. Schiff ganó con facilidad a Rogan y allí sigue 20 años después.
Aunque ahora las bases demócratas lo adoren y los vídeos de sus alegatos acumulen millones de visitas, la verdad es que el congresista Schiff es más bien un centrista: votó a favor de la Guerra de Irak y la Ley Patriota de Bush. Tenía fama de empollón entre los otros congresistas y fuera del Congreso era, directamente, un desconocido.
La líder demócrata Nancy Pelosi lo ha escogido a él como protagonista por delante de congresistas más poderosos y más experimentados. Eso sí, Schiff tenía a su favor algo casi único: ya había dirigido un impeachment, el del juez federal Thomas Porteous, un corrupto que aceptaba sobornos. Schiff logró condenarlo en el Senado y por tanto, expulsarle de la carrera judicial.
Schiff dice que en el juicio del impeachment quiere usar las mismas estrategias de su época de fiscal en California, el problema es que aquí no es él quien controla el proceso: ya sabe que no podrá sentar en el banquillo al acusado y tampoco llamar a los testigos que mejor le parezcan. Aquí el juez y el jurado no son imparciales, son los senadores republicanos que van a tratar de torpedear a Schiff a cada momento y absolver a Trump lo más rápido posible. Nadie le asegura que pueda jugar su as en la manga, el testimonio del Consejero de Seguridad Nacional John Bolton, ni tampoco que esa declaración vaya a cambiar nada.
El papel de ‘bestia negra de Donald Tump’ tiene mucha visibilidad, pero hay que aguantar la presión constante del presidente. Schiff, que en su juventud fue guionista aficionado, sabe que no es fácil igualar el efectismo de los ataques que le lanza Trump todos los días: “Schiff es un político corrupto y probablemente un hombre muy enfermo. Todavía no ha pagado el precio por lo que le ha hecho a nuestro país”.
El congresista mantiene un discurso menos rimbombante, pero bastante razonable: “¿Hay alguien que se pregunte de verdad si el presidente es capaz de hacer aquello de lo que se le acusa? En verdad nadie está argumentando que Donald Trump nunca haría algo así, porque por supuesto que sabemos que lo haría y sabemos que lo hizo”.