La población campesina supone un tercio de la población mundial, a la que alimenta. Sin embargo, el 80% de las personas que sufren hambre y pobreza en el mundo viven y trabajan en zonas rurales. La situación que atraviesa la población campesina a lo largo de los cinco continentes es uno de los exponentes más representativos de los estragos de la globalización económica. África es uno de los escenarios donde esto se reproduce más vívidamente.
En Mozambique, el fenómeno de la usurpación y el acaparamiento de tierras por parte de las grandes empresas agroalimentarias y las mineras ha abocado a muchos campesinos al hambre y a la pobreza. El país se encuentra entre los 10 menos desarrollados del mundo.
En general, resulta difícil descifrar las opacas fórmulas de transacción bajo las que las compañías trasnacionales están apropiándose de los recursos africanos. La explotación de los recursos mineros, el agua o la tierra para el agronegocio son puestos en bandeja por los gobiernos a través de alquileres, ventas o concesiones de tierras.
La mayoría de las concesiones en Mozambique se han hecho sobre tierras ya cultivadas por agricultores locales, a quienes se desplaza con engaños y presiones a zonas peores. Las élites políticas sirven en bandeja sus recursos y la soberanía alimentaria a los intereses extranjeros, en lugar de garantizar la supervivencia de la agricultura familiar y acorralar la especulación con aquello que les da de comer.
Mientras, numerosos hospitales de éstas y otras zonas rurales atienden la desnutrición que muchas niñas y niños padecen desde su nacimiento. En ocasiones, como herencia de sus propias madres que, paradójicamente, producían lo necesario para alimentar al resto del mundo.
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